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ALIMENTO DIARIO
Seis días después Jesús se llevó aparte a Pedro, a Jacobo y a su hermano Juan. Los llevó a un monte alto, y allí se transfiguró delante de ellos. Su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, y hablaban con él. Pedro dijo entonces a Jesús: «Señor, ¡qué bueno es para nosotros estar aquí! Si quieres, podemos hacer tres cobertizos: uno para ti, otro para Moisés, y otro para Elías.» Todavía estaba hablando cuando una nube de luz los cubrió, y desde la nube se oyó una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco. ¡Escúchenlo!» Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, llenos de miedo; pero Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: «Levántense; no tengan miedo.» Y cuando ellos alzaron la vista, no vieron a nadie más que a Jesús. Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó: «No digan nada a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos» (Mateo 17:1-9).
Porque, cuando les hicimos saber que nuestro Señor Jesucristo vendrá con todo su poder, no lo hicimos siguiendo fábulas artificiosas, sino como quienes han visto su majestad con sus propios ojos. Pues cuando él recibió de Dios Padre la honra y la gloria, desde la magnífica gloria le fue enviada una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco.» Y nosotros oímos esa voz que venía del cielo, mientras estábamos con él en el monte santo. Además, contamos con la muy confiable palabra profética, a la cual ustedes hacen bien en atender, que es como una antorcha que alumbra en la oscuridad, hasta que aclare el día y el lucero de la mañana salga en el corazón de ustedes. Pero antes que nada deben entender esto: Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque la profecía nunca estuvo bajo el control de la voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron bajo el control del Espíritu Santo (2 Pedro 1:16-21)
Luego, Moisés tomó la sangre y la roció sobre el pueblo, mientras decía: «Ésta es la sangre del pacto que el Señor hace con ustedes al darles todas estas cosas.» Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel, subieron al monte y vieron al Dios de Israel. Debajo de sus pies había algo como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno. Vieron a Dios, y comieron y bebieron, porque Dios no levantó la mano contra los príncipes de los hijos de Israel. El Señor le dijo a Moisés: «Sube al monte y preséntate ante mí. Espera allá, que voy a darte las tablas de piedra con la ley y los mandamientos que he escrito para instruirlos.» Moisés se levantó, junto con su siervo Josué, y entonces Moisés subió al monte de Dios. A los ancianos les dijo: «Espérennos aquí, hasta que volvamos a ustedes. Miren, Aarón y Jur se quedarán con ustedes, y quien tenga algún asunto que tratar, recurra a ellos» (Éxodo 24:8-14).
El amor es paciente y bondadoso; no es envidioso ni jactancioso, no se envanece; no hace nada impropio; no es egoísta ni se irrita; no es rencoroso; no se alegra de la injusticia, sino que se une a la alegría de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás dejará de existir. En cambio, las profecías se acabarán, las lenguas dejarán de hablarse, y el conocimiento llegará a su fin. Y es que sólo conocemos y profetizamos de manera imperfecta, pero cuando venga lo perfecto, lo que es imperfecto se acabará. Cuando yo era niño, mi manera de hablar y de pensar y razonar era la de un niño; pero cuando llegué a ser hombre, dejé atrás las cuestiones típicas de un niño. Ahora vemos con opacidad, como a través de un espejo, pero en aquel día veremos cara a cara; ahora conozco en parte, pero en aquel día conoceré tal y como soy conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor. Pero el más importante de todos es el amor» (1 Corintios 13:4-13).
Entonces todos ellos se levantaron, y llevaron a Jesús ante Pilato. Allí comenzaron a acusarlo (Lucas 23:1-2a)
[Jesús dijo] »Ustedes han oído que se dijo a los antiguos: «No matarás», y que cualquiera que mate será culpable de juicio… »También fue dicho: «Cualquiera que se divorcia de su mujer, debe darle un certificado de divorcio.» Pero yo les digo que el que se divorcia de su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere, y el que se casa con la divorciada, comete adulterio» (Mateo 5:21, 31-32).
Hermanos, yo no pude hablarles como a personas espirituales sino como a gente carnal, como a niños en Cristo. Les di a beber leche, pues no eran capaces de asimilar alimento sólido, ni lo son todavía, porque aún son gente carnal. Pues mientras haya entre ustedes celos, contiendas y divisiones, serán gente carnal y vivirán según criterios humanos. Y es que cuando alguien dice: «Yo ciertamente soy de Pablo»; y el otro: «Yo soy de Apolos», ¿acaso no son gente carnal? Después de todo, ¿quién es Pablo, y quién es Apolos? Sólo servidores por medio de los cuales ustedes han creído, según lo que a cada uno le concedió el Señor. Yo sembré, y Apolos regó, pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que siembra ni el que riega son algo, sino Dios, que da el crecimiento. Y tanto el que siembra como el que riega son iguales, aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor. Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y ustedes son el campo de cultivo de Dios, son el edificio de Dios (1 Corintios 3:1-9).
»Fíjate bien: hoy he puesto delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Lo que yo te mando hoy es que ames al Señor tu Dios, que vayas por sus caminos, y que cumplas sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y para que el Señor tu Dios te bendiga en la tierra de la cual vas a tomar posesión. »Pero si apartas tu corazón y no prestas atención, y te dejas llevar, y te inclinas ante dioses ajenos y les sirves, en este día yo les hago saber que ustedes serán destruidos por completo, y que no prolongarán sus días en la tierra al otro lado del Jordán, de la cual van a tomar posesión. Hoy pongo a los cielos y a la tierra por testigos contra ustedes, de que he puesto ante ustedes la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida, para que tú y tu descendencia vivan; y para que ames al Señor tu Dios, y atiendas a su voz, y lo sigas, pues él es para ti vida y prolongación de tus días. Así habitarás la tierra que el Señor juró a tus padres, Abrahán, Isaac y Jacob, que les daría a ustedes» (Deuteronomio 30:15-20).
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. »Pero tengan cuidado de que su corazón no se recargue de glotonería y embriaguez, ni de las preocupaciones de esta vida, para que aquel día no les sobrevenga de repente (Lucas 21:33-34).
Llegó otro más, y le dijo: «Señor, aquí tienes tu dinero. Lo he tenido envuelto en un pañuelo, pues tuve miedo de ti, porque sé que eres un hombre duro, que tomas lo que no pusiste, y recoges lo que no sembraste.» Entonces aquel hombre le dijo: «¡Mal siervo! (Lucas 19:20-22a).