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ALIMENTO DIARIO
Jesús extendió la mano y tocó al hombre. "Sí, quiero" le dijo. "¡Queda limpio!" Y al instante quedó sano de la lepra. Mateo 8:3Jesús extendió la mano y tocó al hombre. "Sí, quiero" le dijo. "¡Queda limpio!" Y al instante quedó sano de la lepra. Mateo 8:3
Todas las personas que conozco, y cuando digo «todas» quiero decir TODAS, están hablando de las Olimpíadas. Y no tanto de las competencias atléticas, sino más que nada de la ceremonia de apertura, que fue un espectáculo maravilloso.
Algunos momentos de dicha ceremonia fueron especialmente impresionantes. Uno de ellos fue cuando, al entrar la bandera de China al Estadio Nacional de Beijín, la pequeña Lin Miaoke cantó la «Oda a la Tierra Madre».
Lástima que ese momento tan espectacular terminó siendo empañado cuando se descubrió que la pequeña Lin no era en realidad quien cantaba, sino que la voz pertenecía a una niña de 7 años llamada Yang Peiyi.
La pregunta inevitable es: ¿Por qué no dejaron que Yang cantara ante la multitud reunida en el estadio y los millones de personas que miraban desde sus casas?
La respuesta es muy simple: Yang no era suficientemente bonita.
Así de simple. Políticos de alto rango habían decidido que sólo quienes tenían un cierto grado de belleza podían participar de la ceremonia, pues tenían que lucir bien ante el mundo… y Yang no entraba en ese modelo de perfección. Esa es la razón por la cual Yang va a seguir siendo desconocida, y la niña que apareció en televisión va a seguir siendo aplaudida.
Cuando escuché esta historia me puse a pensar en la forma en que el Salvador actuó con los leprosos.
Aunque no sabemos las condiciones físicas del hombre que se menciona en el texto de esta devoción, sí sabemos que estaba obligado a mantenerse alejado de las personas sanas. Y cuanto más progresaba la enfermedad, más fácil se le haría alejarse, pues la lepra se aseguraba de desfigurar el rostro y resto del cuerpo.
¿Qué hizo el Salvador cuando se encontró con este leproso? Ni salió corriendo lleno de repulsión, ni se puso a gritarle y apedrearlo. Por el contrario, Jesús se le acercó para tocarlo y curarlo.
La ausencia de belleza física y los pecados que manchan nuestras almas no evitan que Jesús se acerque a nosotros. El Hijo de Dios, que dio su vida en la cruz y resucitó de la tumba para que seamos perdonados y adoptados en la familia de la fe, siempre está dispuesto a acercarse a nosotros.
Sí, escuchó bien: a pesar de lo que somos, el Cristo resucitado, con las cicatrices de los clavos en sus manos, se acerca para tocarnos, limpiarnos, y sanarnos.
ORACIÓN: Querido Señor Jesús, gracias por entregarte a ti mismo como sacrificio por mi salvación y por limpiarme a través de tu sangre. Ayúdame a servirte y honrarte cada día de mi vida. En tu nombre. Amén.