ALIMENTO DIARIO

  • "Mide tus palabras"


  • abril 20, 2010
  • "¿Acaso has comido del fruto del árbol que yo te prohibí comer?" Él respondió: "La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí." Entonces Dios el Señor le preguntó a la mujer: "¿Qué es lo que has hecho?" "La serpiente me engañó, y comí", contestó ella. Génesis 3:11b-13"¿Acaso has comido del fruto del árbol que yo te prohibí comer?" Él respondió: "La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí." Entonces Dios el Señor le preguntó a la mujer: "¿Qué es lo que has hecho?" "La serpiente me engañó, y comí", contestó ella. Génesis 3:11b-13


  • Amy había decidido tatuarse en el brazo la palabra preciosa. El artista que lo haría escribió una muestra en su computadora, se la mostró a Amy para que viera cómo iba a quedar, y luego comenzó a tatuarle el brazo.

    Sólo al final, cuando el tatuaje estaba terminado, Amy notó que la palabra estaba mal escrita: en vez preciosa, el tatuaje decía precisa.

    Amy estaba molesta… el artista también estaba molesto… la discusión terminó en la corte.
    Amy culpaba al artista, y viceversa. Finalmente, el juez sentenció que Amy no podía culpar a nadie más que a sí misma por el error, ya que ella había aprobado el diseño antes de que fuera permanente.

    Al ser humano le gusta culpar a otros por sus errores. Veamos a Adán y Eva. Después que Dios los confrontara por haber comido del árbol prohibido, Eva culpó a la serpiente por haberla tentado.

    ¿Y Adán? Él fue más allá en su acusación, primero trató de culpar a Eva… pero incluso implicó a Dios mismo: «La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí».

    A través de los siglos el Señor ha escuchado innumerables excusas. Tan constantes somos para excusarnos a nosotros mismos, que Jesús dice que, en el Día del Juicio, el perdido tratará de justificarse diciendo: «Señor, ¿cuándo te vimos desnudo, o con hambre, o enfermo, o en prisión?»

    Simplemente no nos gusta admitir que estamos en falta, ¿verdad?

    Esto es triste, porque el Gran Médico no puede hacer mucho por quienes piensan que están sanos y saludables. Recuerda en la parábola de Jesús, fue el recaudador de impuestos quien confesó: «¡Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador!» (Lucas 18:13), y él fue quien regresó a su casa perdonado.

    Juan lo dijo muy claramente: «Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. Si afirmamos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso y su palabra no habita en nosotros» (1 Juan 1:9-10).

    ORACIÓN: Señor, confieso que soy pecador. Mis pensamientos, mis palabras y mis acciones no son lo que deberían ser. Te doy gracias porque Jesús vino a este mundo para salvarme a mí y a todos. Envía tu Espíritu Santo para que cada alma enferma admita su necesidad y encuentre el perdón en la cruz del calvario y la tumba vacía. En el nombre del Salvador. Amén.