PARA EL CAMINO

  • Amarás a tu prójimo

  • septiembre 9, 2012
  • Rev. Dr. Gregory Seltz
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Santiago 2:1
    Santiago 2, Sermons: 1

  • ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Para poder amar a los demás en el nombre de Cristo, es imprescindible que sepas cuánto él te amó y te ama. Que tu fe sea un testimonio de cómo Cristo lo es todo para tu vida en este mundo, y en el venidero.

  • Megan, una alumna de la escuela secundaria, acababa de ganar la carrera de 1.600 metros, y con ella el título de su División del estado de Ohio. Lo había hecho en un tiempo récord (para ella) de 4 minutos y 58 segundos lo cual, para los que no somos entendidos en ese tema, es muy rápido. Apenas una hora después de ese triunfo se puso en posición para competir nuevamente, esta vez en la carrera de 3.200 metros.

    Pero una hora no había sido suficiente para reponerse del agotamiento de la carrera anterior, por lo que ya desde el principio comenzó a quedarse rezagada. Desde el costado de la pista Ana, su mamá y entrenadora, observaba cuánto terreno iba perdiendo en cada vuelta. Tanto, que en poco tiempo quedó ubicada en último lugar. Es claro que nadie iba a criticarla por su desempeño después del esfuerzo que había hecho al ganar la carrera anterior. Pero Megan era muy competitiva y nunca, jamás, había terminado una carrera en último lugar. Por lo que se propuso hacer algo al respecto. Cuando le quedaba por correr sólo una vuelta más, vio que a la corredora que iba delante suyo le estaban flaqueando las piernas y pensó que, si se esforzaba iba a poder pasarla, evitando así terminar última.

    Ese era su plan de acción, pero cuando entró en la recta final de la carrera, Megan hizo algo que nadie esperaba. En vez de pasar a la otra corredora, que ya casi no tenía más fuerzas para seguir y estaba a punto de desplomarse en la pista, Megan aminoró su paso y, cuando estuvo junto a ella, le pasó un brazo por la cintura, tomó uno de sus brazos y se lo pasó por encima de sus hombros, la levantó, y la ayudó a llegar junto con ella a la línea final, mientras el público las aplaudía y alentaba con sus gritos. Megan había decidido que ambas iban a terminar la carrera, y así lo hizo, cargando a su contrincante hasta el final. Los espectadores tenían lágrimas en los ojos ante semejante acto desinteresado de generosidad.

    ¿Qué fue lo que sucedió? El instinto de competición de Megan había cedido. La corredora a la que estaba ayudando había dejado de ser su adversaria, y se había convertido en alguien que necesitaba ayuda. Eso era lo más importante de todo. Y como si eso no hubiera sido suficiente, cuando estaban llegando a la línea final, Megan empujó suavemente hacia adelante el cuerpo de la otra competidora de tal forma que cruzara la línea de llegada antes que ella. ¡El público no podía creerlo! No sólo la había ayudado a finalizar la carrera, sino que había optado por terminar última ¡por primera vez en su vida!

    Es normal que en las carreras los corredores se pasen entre sí. Si no lo hicieran nadie ganaría, y no tendría sentido que hubiera carreras. Pero lo que Megan hizo es un ejemplo de que hay veces en la vida que ‘ganar’ no es lo más importante. Hay veces en que no podemos ni debemos pasar de largo o ignorar a los que flaquean o están débiles, o a quienes son diferentes de nosotros.

    A quienes creemos y seguimos a Jesús, el Apóstol Santiago nos dice: «… no deben hacer diferencias entre las personas. Puede darse el caso de que al lugar donde ustedes se reúnen llegue alguien vestido con ropa elegante y con anillos de oro, y llegue también un pobre vestido con ropa andrajosa. Si ustedes reciben gustosos al que viste la ropa elegante, y le dicen: ‘Venga usted, siéntese aquí, que es un buen lugar’, pero al pobre le dicen: ‘Tú, quédate allá de pie, o siéntate en el suelo’, ¿acaso no están discriminando entre ustedes y haciendo juicios malintencionados?» (vs. 1-4).

    Con estas palabras, Santiago le dio en el clavo. Porque como pueblo de Dios que somos, vivimos de manera diferente. Al ser hijos de Dios, tenemos la posibilidad de mirar y vivir cada momento de la vida desde la óptica de su perspectiva eterna. El problema es que a menudo no somos la clase de personas que se detiene a levantar al caído, sino que nos aprovechamos del caído para nuestro beneficio personal. Por eso Santiago insiste en que no debemos discriminar y hacer juicios malintencionados. Porque quienes juzgan no juzgan para el bien del otro, sino para el bien de ellos mismos, y para ello utilizan las debilidades y problemas del otro en su contra. Si somos honestos, debemos reconocer que la mayoría de nosotros tendemos a hacer lo mismo. ¿Acaso no es fácil criticar o hablar mal de alguien? ¿Por qué lo hacemos? Generalmente para sentirnos mejor nosotros. Porque si el otro es ‘malo’ yo soy ‘bueno’, o si el otro es ‘peor’, yo soy ‘mejor’. Cualquiera sea la causa, la Biblia nos dice que esta inclinación pecaminosa está mal, por lo que no debe tener lugar en la vida del cristiano.

    Santiago también nos advierte que no tengamos favoritismos, y que no despreciemos a nadie por su apariencia o condición social. Los cristianos no debemos ser ‘parciales’ con las personas. La palabra «parcialidad» significa ver a las personas superficialmente, juzgándolas sólo en base a lo que se ve. Hacer esto es lo mismo que juzgar un libro sólo por su tapa. Cuando juzgamos a alguien sólo por sus apariencias, es fácil que nos equivoquemos. Si alguien habla con acento, o si el color de su piel o su ropa es diferente que el nuestro, es fácil juzgar injustamente.

    La Palabra de Dios nos dice que la fe y el favoritismo falso no van de la mano. El pecado de la parcialidad puede destruir vidas. El dolor causado por un espíritu crítico y la devastación que resulta de ponerse uno antes que los demás, lastima el corazón de Dios. Es por ello que Santiago continúa diciendo: «Bien harán ustedes en cumplir la ley suprema de la Escritura: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’; pero si ustedes hacen diferencia entre una persona y otra, cometen un pecado y son culpables ante la ley. Porque cualquiera que cumpla toda la ley, pero que falle en un solo mandato, ya es culpable de haber fallado en todos» (vs. 8-10).

    Si tu corazón está siendo dominado por un espíritu crítico, no lo ignores ni lo justifiques. A Dios le importa el estado de tu corazón y la manera en que tratas a los demás. ¿Qué puedes hacer si estás atrapado, jugando a tener falsos «favoritos» con las personas? ¿Cómo puedes ser rescatado de ese patrón dañino? ¿Cómo puedes ser liberado de la discriminación malintencionada o injusta? ¿Cómo puedes hacer para mirar a las personas con amor y compasión, en vez de egoísmo y criticismo? El poder que te ayuda a vivir como Dios quiere que vivas, es el mismo poder que te hizo hijo de Dios. Es el poder del amor que Dios te dio de su gracia, y que tú recibiste por su gracia a través de la fe en la persona y obra de Jesucristo, amor que te habilita para vivir una vida plena en servicio a los demás. Si vas a tratar de amar a los demás en su Nombre, es imprescindible que sepas cuánto él te ama.

    Santiago 2:5 lo dice de la siguiente manera: «Amados hermanos míos, escuchen esto: ¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres de este mundo para que sean ricos en fe y herederos del reino que él ha prometido a los que lo aman?» Con estas palabras, el apóstol les recuerda a quienes sufren a causa de la parcialidad pecaminosa de otros, a que no se olviden lo mucho que Dios les ama. Así también te ama Dios a ti. Él te amó y te eligió tal como eras: pobre en espíritu, débil en la fe, quebrantado por el pecado, inmovilizado por un corazón crítico. Él te eligió a través de la obra de Cristo por ti en la cruz. Dios te eligió para que seas heredero de su reino y recibas el regalo de la vida eterna.

    Jesús bien podría haber pasado de largo a tu lado. Después de todo, siendo el Hijo de Dios, tenía todo el derecho de hacerlo. Sin embargo, en vez de hacer eso, decidió levantarte. Jesús no mostró parcialidad. Al contrario, su amor es el mismo para todos. Cuando estabas muerto en tus pecados, Jesús se paró a tu lado para darte vida. Eso es una clara demostración de lo mucho que te ama. Y semejante amor es capaz de cambiar un corazón invadido por la crítica negativa y los juicios injustos.

    Cuando Megan ayudó a la otra corredora a terminar la carrera, el público se emocionó. Ante ellos se encontraba una campeona dispuesta a enfrentar la humillación de terminar en última posición, para que la otra competidora pudiera finalizar la carrera. Mientras los paramédicos atendían a la extenuada corredora, el público, con lágrimas en los rostros, se puso de pie para dar tributo a tan excepcional acto de amor. ¿Por qué? ¡Porque el amor produce cambios!

    Un cambio mucho mayor aún ocurrió en el mundo gracias a Jesucristo. Jesús murió en la cruz y resucitó de los muertos por causa de los pecados del mundo. Estuvo dispuesto a tomar el último lugar que nos correspondía a cada uno de nosotros en la eternidad, para que cada uno de nosotros podamos ocupar el primer lugar junto a él en la eternidad. Dios odia que el mundo falle, odia que el pecado nos golpee, nos machuque, y nos deje maltrechos. Por eso es que viene a salvarnos a través de su Hijo Jesucristo.

    En el capítulo 15 del Evangelio de Juan, Jesús dice: «Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que a mi Padre le oí decir se lo he dado a conocer a ustedes» (vs. 13, 15 NVI®).

    Ese es el increíble plan de Dios. Gracias a Jesucristo, ya no eres más enemigo o adversario de Dios. Tu culpa y pecado han sido pagados. Tu vida y alma han sido rescatadas por la gracia de Dios. ¡Jesús te llama su amigo! La Biblia declara las buenas noticias: «Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8 NVI®).

    Esa clase de amor tiene poder suficiente para cambiar tu vida, para hacerte superar tu espíritu crítico y tus parcialidades falsas, y para hacer de ti un conducto del amor y la misericordia de Cristo a quienes lo necesitan.

    Eso fue lo que Megan experimentó cuando fue a la carpa de los paramédicos. A la otra corredora le estaban dando líquidos y estaba haciendo reposo para recuperarse del calor, la deshidratación, y el agotamiento. Megan fue allí porque se sentía mareada y con náuseas. Cuando la otra corredora y su entrenadora la vieron, le dijeron: «¡Gracias!» Una sola palabra, pero una palabra sumamente poderosa. Seguramente nunca se van a olvidar de ese día.

    La lectura bíblica de Santiago enfatiza que el amor de Jesucristo cambia la forma en que sus seguidores vemos y encaramos la vida. La fe no es una cuestión de palabras, algo ‘de la boca para afuera’, sino que es algo que se expresa en obras. Porque el amor de Cristo nos cambia. Al haber sido bautizados en Jesucristo y nacido como nuevas criaturas, llevamos en nosotros su amor… amor que no podemos dejar de expresar en palabras y acciones. Nuestro corazón de piedra es remplazado por un corazón de fe, y nuestro espíritu crítico es transformado con la compasión de Jesucristo. En respuesta a la obra eterna de Jesús, y agradecidos de todo corazón al Salvador por habernos rescatado, vivimos ahora nuestra fe demostrando misericordia y amor a quienes nos rodean.

    Santiago sabía que somos «salvos sólo por gracia por medio de la fe», pero también sabía que tal fe es una fe viva que no puede dejar de expresarse en obras de amor hacia los demás. Cuando dice que ‘la fe sin obras es muerta’, nos está diciendo que la verdadera fe no puede quedarse quieta ni callada, sino que se expresa en obras de amor hacia los demás. Ese es el mensaje que quiero darte hoy a ti, porque tu fe no debe ser un testimonio de tu propia rectitud, de tus logros religiosos, o de tu auto estima o confianza. No, tu fe debe ser un testimonio de cómo Cristo lo es todo para ti, tanto en las buenas como en las malas, de que Cristo es todo lo que necesitas para la vida, y de que con él estás bien y tu vida tiene sentido, más allá de las circunstancias que te toque vivir. Entonces…

    Permite que los demás puedan ver tu fe. En vez de pasar de largo frente al caído, detente y levántale. Ayúdale a desarrollar las capacidades que Dios le dio, para que se convierta en la persona que Dios tenía en mente cuando le creó.

    Permite que tu fe se vea en tu hogar. Tu familia necesita conocer el amor de Jesús a través de ti. Es cierto que a veces la familia puede ser muy difícil, pero aún cuando estés cansado de correr la carrera de la vida, aprovecha la oportunidad que tienes de dejar de lado el egoísmo, y ayuda a tu cónyuge e hijos, a tus hermanos, e incluso a tus padres u otros familiares. Pídele a Dios en oración que te ayude a mostrarle a tu familia el amor de Jesús.

    Permite que tu fe se vea en tu lugar de estudio. Las burlas, los acosos y las presiones entre los compañeros de escuela están a la orden del día. Demuestra tu fe y valor en medio de esas situaciones. Haz lo que es correcto delante de Dios por el bien de los demás. Muestra el poder de un espíritu valiente en medio de un mundo cobarde, y verás lo que Dios puede hacer en tu vida y en la vida de quienes te rodean.

    Permite que tu fe se vea en tu lugar de trabajo. Sea cual sea tu posición, desempéñate siempre con excelencia. Además de cumplir con tu trabajo, trata a los demás como Dios quiere que lo hagas. Con el tiempo tus compañeros verán que no lo haces para tu bien, sino para honrar a Dios y servirles a ellos. Tal espíritu trae bendición.

    Esta lectura del libro de Santiago cala profundo en nuestros corazones, porque nos llama a desprendernos de toda semilla mala que pueda lastimar a alguien por quien Jesús dio su vida. Como hijos de Dios, entonces, pongamos fin a la parcialidad, especialmente por el bien de nuestro testimonio del Evangelio. Erradiquemos de nosotros la plaga del racismo, los abusos, los acosos y las burlas. Siguiendo el ejemplo del Salvador, dejemos de lado las peleas, el negativismo y el egoísmo, y caminemos en amor, humildad, y sacrificio.

    Después de haber llevado a cabo ese acto de buena voluntad en su segunda carrera, y cuando alguien le preguntó sobre ello, Megan dijo: «No me considero ningún héroe. Simplemente hice lo que sabía era correcto, y lo que debía hacer.» Estaba asombrada que le dedicaran tanta atención por un gesto tan simple.

    Me encanta ese último comentario: ‘Estaba asombrada que le dedicaran tanta atención por un gesto tan simple.’ Quiera Dios que nosotros también, cuando hacemos algo por los demás porque sabemos que es lo correcto, aún cuando el precio que paguemos sea alto, nos asombremos cuando nos dediquen atención por ello.

    El poder para superar el espíritu crítico y los juicios malintencionados se encuentra en el amor de Dios en Cristo que recibimos por fe. Como dice Santiago: «Su amor cubre una multitud de pecados.» Su bondad triunfa sobre los espíritus más críticos, y su misericordia fortalece hasta al más débil de nosotros, para que nunca más pasemos de largo ante alguien caído, sino que estemos siempre dispuestos a levantar a quienes más lo necesitan.

    Y cuando los demás nos vean vivir de esa manera, verán las hermosas bendiciones del amor de Cristo que no son sólo para nosotros, sino también para ellos, y entenderán cuán valiosas son sus vidas para Dios. Entonces la parcialidad, las críticas negativas y los juicios malintencionados dejarán de ser, y serán remplazados con la comprensión, la amistad, y el amor de Jesucristo que nos llevará a cruzar la línea de llegada donde nos estará esperando el Salvador, a quien veremos finalmente cara a cara.

    Si podemos ayudarte en tu camino hacia esa línea de llegada a la presencia del Salvador, comunícate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.