PARA EL CAMINO

  • Amor obediente

  • mayo 19, 2024
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 14:23-31
    Juan 14, Sermons: 5

  • ¿Cómo encontramos paz en medio de nuestros conflictos y aflicciones? Viviendo en amor obediente a Dios. Porque amamos, escuchamos y obedecemos su Palabra, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, viene a vivir con nosotros, trayendo sus dones de perdón, paz y amor.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    «La paz del Señor sea contigo», escuchamos cada vez que nos reunimos en adoración. Momentos más tarde, y antes de la Santa Comunión, nos deseamos la paz de Cristo unos a otros. Los que participamos con frecuencia de las actividades de la iglesia reconocemos esta costumbre. Pero más que nada, reconocemos nuestra necesidad de tener paz y de transmitir la paz. La paz es tan importante, que hasta la usamos para los muertos cuando escribimos en las tumbas de nuestros seres queridos nuestro deseo de que descansen en paz. Cuando visites un cementerio, fíjate. La inscripción más común son las siglas QEPD que significan: Que en paz descanse. Me parece casi una ironía que le deseamos a alguien que murió que descanse en paz. A veces decimos: «Pobre, sufrió tanto, ahora por fin descansa en paz». La paz la necesitamos ahora, que estamos vivos, porque de esa otra paz en los cielos se encarga Dios a su tiempo.

    Pero, ¿cómo encontramos paz ahora, en medio de nuestros conflictos y aflicciones? Dios también se encarga de eso.

    Los discípulos no estaban en paz. Se les notaba la inquietud y la profunda tristeza en sus rostros. Terminaban de celebrar la Pascua y escuchaban a Jesús atentamente las muchas cosas nuevas que él les decía, hasta que uno de los discípulos se animó a dispararle la pregunta: «Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros y no al mundo?» (Juan 14:22). Esta pregunta generó la larga respuesta de Jesús que estudiamos hoy. Los discípulos no entendían algunas cosas que en el Antiguo Testamento eran tan evidentes. Según la descripción de algunos profetas como por ejemplo Daniel, el Mesías iba a tener un reinado mundial y glorioso. Si después de la resurrección Jesús se iba a mostrar solo a unos pocos, entonces el reino de Dios iba a ser algo muy diferente de lo que ellos esperaban.

    ¿Como es el reino de Cristo? Es un reino que definitivamente trae paz, a la manera de Dios. En pocas horas la agonía de Jesús lo hará sudar sangre. Será abandonado por todos y torturado verbal, emocional y físicamente. Clavado en una cruz Jesús estará librando la batalla más atroz que se registra en la historia de la humanidad. Jesús luchará contra el príncipe de este mundo, el más temible de los malignos: el diablo. Pasará por la muerte oscura y fría, y lo hará en completa paz. No hay intranquilidad en Jesús, sino absoluta seguridad de que el Padre en los cielos cumplirá su promesa de resucitarlo al tercer día. Jesús es nuestro ejemplo y nuestra fuerza que nos permite estar en paz en medio de las atroces situaciones de la vida de este lado del cielo.

    La paz tiene que ver con obediencia y amor, es el resultado del amor obediente. Debemos entender que la obediencia en términos del evangelio es la fe. La fe viene por el oír el evangelio, dice San Pablo en Romanos 10:14. Recibir el mensaje de Dios y creerlo ya es obediencia. El último versículo de nuestro texto nos muestra cómo Jesús, siendo Dios, se sometió a obediencia por nosotros. Jesús dice: «Pero para que el mundo sepa que amo al Padre, hago todo tal y como el Padre me lo ordenó». Jesús fue obediente por nosotros, porque nosotros no podemos obedecer la ley. Somos pecadores incapaces de obedecer plenamente la santa voluntad de Dios. Jesús obedeció la voluntad del Padre en todo para poder salvarnos por medio de la fe. Cumplió su misión en obediencia porque ama al Padre. La obediencia de ir a la cruz para salvarnos fue la muestra de amor más grande a su Padre y a todos nosotros.

    En algunos idiomas, los términos escuchar y obedecer son sinónimos. En castellano es bastante parecido, porque cuando nuestro hijo no obedece le preguntamos: «¿No me escuchaste?» Porque escuchar significa obedecer, y la obediencia que Dios espera no es a regañadientes, sino una obediencia de amor. El amor que produce la fe escucha, aprende a oír.

    Durante su ministerio Jesús predicó y no fue escuchado por algunos. A ellos Jesús les dice: «[Ustedes] intentan matarme porque mi palabra no tiene cabida en ustedes … Si su padre fuera Dios, ciertamente me amarían … [Porque] el que es de Dios, escucha las palabras de Dios; pero ustedes no las escuchan, porque no son de Dios» (Juan 8:37, 42, 47).

    Porque amamos a Dios, escuchamos, obedecemos su palabra, y él vendrá a quedarse a vivir con nosotros. Notemos esto: Jesús se va y promete volver para quedarse a vivir con nosotros. Y no solo él, sino que vendrá con el Padre. Y como si esto fuera poco, también el Espíritu vendrá para estar con nosotros. La Santa Trinidad en toda su magnitud hará morada en el corazón de cada creyente. Jesús se va a la cruz y a la tumba para volver resucitado y habitar con toda la plenitud entre su pueblo.

    Las formas en las que Dios viene son múltiples. Viene a la persona bautizada para transformarle la vida. Viene con sus dones de perdón y amor y paz. Viene trayendo esperanza y ánimo. Viene también para estar en medio de la comunidad cristiana. La presencia de Dios no está en el tabernáculo o en el templo de piedra. Esos lugares no perduraron. Dios está en medio de su iglesia, el nuevo templo construido por piedras vivas. Es un templo que perdurará hasta en la eternidad.

    ¿Para qué viene Dios a nosotros? Dios viene en Cristo con sus dones a la reunión de los creyentes, para perdonar los pecados en el Santo Bautismo y afirmar la fe de sus hijos redimidos mediante su cuerpo y sangre. Dios viene para que estemos en paz. ¡Qué contraste con nuestro mundo torcido! Desde tiempos inmemoriales los hombres hemos buscado estar en paz unos con otros, y todo lo que conseguimos son más guerras y peleas y riñas que no hacen más que destruirnos. Los gobiernos reúnen líderes mundiales y proveen abundantes fondos para lograr la paz en alguna región, pero la decepción de esos esfuerzos no se hace esperar. Este mundo, así como está, no cambiará. Este mundo se arrastra irremisiblemente a un final triste porque es desobediente al anuncio del evangelio.

    La paz que Jesús da no se negocia ni se compra. Se recibe. La paz de Jesús se define en la reconciliación que él logró para nosotros con nuestro Padre celestial. Es una paz que nos sirve en medio de la guerra espiritual, emocional y física. Es la paz que nos asegura que nadie pondrá un dedo sobre nosotros sin que el Padre en los cielos lo sepa. Es la paz que nos reconforta porque estamos reconciliados con Dios por causa de Cristo.

    La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, como dice en Filipenses 4:7, nos transmite serenidad en nuestras situaciones. Los discípulos estaban tristes, inquietos, atribulados. A ellos Jesús les dice: «No dejen que su corazón se turbe y tenga miedo». Turbación y miedo son las características de los seres humanos. Aun los redimidos nos sentimos a veces acongojados ante situaciones que nos molestan, nos intranquilizan, nos nublan la vista y hacen flaquear nuestra esperanza. Las dudas se acumulan y pronto aparecen las quejas: «¿Por qué me pasan estas cosas?», preguntamos. ¡Como si no supiéramos! Sabemos que en este mundo injusto, atacado por Satanás, tendremos dificultades, pero ninguna de ellas podrá separarnos del amor de Dios. Así lo promete su Palabra. El apóstol Pablo dice en Romanos 8[:38-39]: «Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor».

    A los discípulos Jesús les reveló cosas íntimas, profundas y espirituales que solo se pueden absorber por medio de la fe. También a nosotros Jesús, mediante su Palabra, nos revela la intimidad de su corazón. Nos dice cosas profundas y espirituales para que creamos en él. Por esas palabras de Jesús, el Consolador de Dios nos da la fe que a su vez nos llena del amor de Dios, de un amor obediente como el de Jesús. Nuestro amor a Dios no es un sentimiento de afinidad y cariño, sino obediencia directa y concreta a lo que Jesús nos ha mandado. Jesús, que es el amor encarnado y el amor por excelencia, nos muestra cómo él fue obediente al Padre e hizo exactamente todo lo que el Padre le pidió que hiciera para la salvación del mundo. No importó el costo de su obediencia. El sufrimiento que Jesús enfrentó fue el más atroz del mundo, pero su amor por el Padre y por nosotros fue aún mayor.

    Jesús tiene un propósito al contarnos todo esto. Con sus discípulos lo hizo para que su resurrección no fuera una sorpresa, para que los discípulos no le reprocharan el domingo de la resurrección: ¿por qué no nos avisaste? Esos pobres seguidores estaban tan angustiados que, a pesar de toda la información que Jesús les había dado más de una vez, se llevaron la gran sorpresa de sus vidas cuando Cristo se mostró victorioso al salir de la tumba. Cuando el Consolador vino en forma plena sobre ellos unos días más tarde, los discípulos recordaron todos los anuncios de Jesús y los anotaron cuidadosamente bajo la guía e inspiración del Espíritu Santo para que nosotros creamos. Día a día los creyentes de la primera iglesia iban recordando las palabras de Jesús y atando cabos y aprendiendo la verdad espiritual del reino glorioso de Cristo. No más preguntas; solo amor obediente en acción para transmitir este maravilloso evangelio al resto de la sociedad.

    Estimado oyente, tú eres, así como lo soy yo, uno de los beneficiados de la obra de amor de Jesús. Es mi oración que el Consolador inunde tu corazón y te dé fuerzas para guardar su Palabra. Y si tienes interés en aprender más sobre el Señor Jesús y sus promesas, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.