PARA EL CAMINO

  • Ardor celestial

  • abril 26, 2020
  • Rev. Carlos Velazquez
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 24:32-35

  • La gracia de Dios en Cristo es lo único que puede arder en tu corazón para darte poder y no para destruirte. ¿Qué fuego arde hoy en tu vida?

  • ¿Alguna vez has sufrido de ardor en el estómago? Se dice que casi una de cada dos personas en los Estados Unidos sufre de ardor estomacal en algún momento de su vida. Personalmente, creo que esa proporción es muy baja, especialmente si tenemos en cuenta que hay más de un tipo de ardor.

    Si has sufrido de lo que yo llamo «ardor destructivo», seguramente recuerdas lo poco placentero que es… es como un fuego que te quema en el pecho y que a veces puede ser tan intenso, que te deja literalmente incapacitado para hacer nada. Este ardor puede ser causado por algunas comidas, por una reacción del cuerpo ante situaciones de estrés, o por sentimientos de ansiedad que el espíritu no logra controlar o solucionar. Es la clase de ardor que generalmente requiere de un medicamento para mejorar, y que a veces algunos confunden con los síntomas de un ataque al corazón… y no es para menos, ya que ambos producen síntomas agudos y debilitantes.

    Por otro lado, si has experimentado lo que llamo «ardor refrescante», también estoy seguro que recuerdas lo que sentiste. El «ardor refrescante» es lo que nos sucede cuando, por ejemplo, nos enamoramos. Recuerdo cuando conocí a mi esposa, hace 26 años. Ni bien la vi me quedé prendado de ella y, a partir de ese momento, fue como que el sol siempre brillaba y la vida me sonreía.

    Dos clases de ardor, pero en realidad todavía hay uno más. En el texto para hoy vemos un ardor similar al «ardor refrescante» del amor, sólo que este es infinitamente mucho más que eso. Este es un «ardor celestial» que nos viene cuando nos damos cuenta que Dios nos ama y que, a través de Jesucristo, podemos ser hijos suyos. Y lo mejor de todo es que este ardor no dura sólo algunos momentos, sino toda la vida, y hasta la eternidad.

    Querido oyente, ese «ardor celestial» es lo que Dios quiere darte hoy. Lo voy a decir en forma clara y directa: la gracia de Dios en Cristo es lo único que puede arder en tu corazón para darte poder y no para destruirte… Dios te ofrece este «ardor celestial» en Jesús para darle poder a tu vida hoy, y siempre.

    Escucha lo que dice en el capítulo 24 del Evangelio de Lucas: «Aquel mismo día dos de los discípulos iban a una aldea llamada Emaús, que estaba como a once kilómetros de Jerusalén. Conversaban entre sí acerca de todas estas cosas que habían sucedido. Y mientras conversaban y discutían, Jesús mismo se acercó y caminaba con ellos. Pero sus ojos estaban velados para que no lo reconocieran. Y él les dijo: «¿Qué palabras son estas que tienen entre ustedes mientras van andando?» Y ellos se detuvieron, con semblante triste. Uno de ellos, llamado Cleofas, le dijo: «¿Eres tú el único visitante en Jerusalén que no sabe las cosas que en ella han acontecido en estos días?» «¿Qué cosas?», les preguntó Jesús. Y ellos le dijeron: «Las referentes a Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo los principales sacerdotes y nuestros gobernantes lo entregaron a sentencia de muerte y lo crucificaron. Pero nosotros esperábamos que él fuera el que iba a redimir a Israel. Además de todo esto, éste es el tercer día después que estas cosas acontecieron. Y también algunas mujeres de entre nosotros nos asombraron; pues cuando fueron de madrugada al sepulcro, y al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto una aparición de ángeles que decían que él vivía. Algunos de los que estaban con nosotros fueron al sepulcro, y lo hallaron tal como también las mujeres habían dicho; pero a él no lo vieron.» Entonces Jesús les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera todas estas cosas y entrara en su gloria?» Comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les explicó lo referente a él en todas las Escrituras. Se acercaron a la aldea a donde iban, y él hizo como que iba más lejos. Y ellos le insistieron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque está atardeciendo, y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Al sentarse a la mesa con ellos, Jesús tomó pan y lo bendijo; y partiéndolo, les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos y lo reconocieron; pero él desapareció de la presencia de ellos. Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras conversaba con nosotros en el camino, y nos explicaba las Escrituras?» Levantándose en esa misma hora regresaron a Jerusalén, y hallaron reunidos a los once apóstoles y a los que estaban con ellos, que decían: «Es verdad que el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaban sus experiencias en el camino, y cómo lo habían reconocido al partir el pan.»

    Aquí vemos cómo el fuego de las promesas de Dios se enciende en las vidas de dos personas que van camino a Emaús cuando Jesús se les une y los lleva a la fe a través de la Palabra. Pero prestemos atención: si bien la Palabra de Dios encendió fuego en sus corazones para que confiaran en Jesús, ellos no quedaron incapacitados ni se consumieron, sino que finalmente se les abrieron los ojos y pudieron ver que Jesús era el verdadero Mesías, su Salvador, ¡pudieron ver el cumplimiento de las promesas que Dios les había dado en la Biblia!

    ¿Qué fuego te está consumiendo hoy a ti? ¿El fuego que consume y destruye, o el fuego que refresca y da vida?

    Hace unos años, nuestra casa se vio amenazada por un incendio forestal. En California hay una época del año conocida como la «época de incendios». Es cuando la sequía y los vientos hacen que se produzcan incendios forestales que pueden llegar a ser incontrolables. Ese año en particular yo estaba de viaje, pero vi en el noticiero que el fuego estaba avanzando en dirección a la zona donde nosotros vivíamos, por lo que decidí regresar a casa para estar con mi esposa e hija y para hacer todo lo posible para poner a salvo nuestras pertenencias. Nunca voy a olvidar la imagen que tuve desde el avión cuando estábamos por aterrizar, ya de noche, de las colinas cubiertas de llamas: una imagen destructiva y hermosa a la vez. ¿Cómo era posible que el mismo fuego que nos calienta en el invierno y con el cual preparamos nuestra comida, también pudiera tener una fuerza tan destructiva como para arrasar todo lo que encontraba a su paso, dejando a tantos sin nada?

    Es que el poder de destrucción de un fuego descontrolado es abrumador. Pero también hay otro tipo de fuego que destruye: me refiero al fuego que nos destruye por dentro. Los dos discípulos que iban caminando hacia Emaús estaban sufriendo a causa de ese fuego destructivo. El texto nos dice que iban «con semblante triste», y buena razón tenían para ello: sus sueños y esperanzas se habían frustrado. El Mesías que habían esperado para que los liberara de la tiranía de Roma, terminara con las injusticias y los abusos, y los pusiera a ellos en el poder, estaba muerto.

    Esa era la plenitud de la redención de Dios que el pueblo judío esperaba del Mesías, por eso es que nunca se imaginaron al Mesías en una cruz… y menos esperaron que un Jesús crucificado y resucitado se apareciera en el camino a Emaús. Sus falsas esperanzas los habían cegado a la inmensa necesidad que tenían de recibir perdón por sus pecados y de ser reconciliados con el Dios santo.

    Fe falsa, religiones falsas, esperanzas falsas, mesías falsos… todos fuegos destructivos que pueden parecernos bien por un tiempo pero que, tarde o temprano, nos hacen caer de rodillas. ¿Hay en tu corazón algo de esos fuegos que te impiden ver el amor de Dios? ¿Está ardiendo en tu corazón el fuego del pecado, de la ignorancia, o de la rebelión? Si dentro de ti está ardiendo algún fuego destructivo, quiero que escuches las buenas noticias del texto para hoy… porque aún en medio de las llamas destructivas que ardían en el pecho de esos discípulos tristes y abatidos, hubo buenas noticias.

    Una forma en que los bomberos protegieron nuestra casa de las llamas que se avecinaban, fue encendiendo un ‘contrafuego’. Cuando el agua ya no era suficiente para apagarlo, decidieron quitar el combustible que lo alimentaba. Para ello, encendieron un «fuego controlado» un poco más delante, en el camino hacia donde se dirigían las llamas. Así, cuando éstas llegaron a ese lugar que ya estaba quemado no encontraron nada inflamable, y se extinguieron.

    Con su muerte en la cruz Jesús hizo lo mismo por cada uno de nosotros: combatió el fuego con fuego. Él no sólo enfrentó el fuego del juicio por los pecados de la humanidad, sino que también liberó, como un incendio controlado, los fuegos de su santidad y misericordia, ofreciendo así su gracia para que la humanidad pueda presentarse nuevamente delante de Dios.

    ¿Qué clase de fuego está ardiendo hoy dentro de ti? ¿Es un fuego que te está dejando vacío y cubierto de cenizas? ¿O es el fuego encendido por la nueva vida y salvación de Jesús y alimentado por el amor y la gracia de Dios? ¿Cómo saberlo? El fuego del amor de Dios arde pero no quema. Al contrario, enciende nuestra vida dándonos poder para influenciar para bien la vida de los demás. Es mi oración que tú tengas hoy ese fuego celestial. Porque cuando la Palabra de Dios arde en tu vida a través del fuego de la fe, vence la ignorancia y la culpa y da rienda suelta a los dones de la gracia de Dios para bien de los demás.

    Ese día, en el camino a Emaús, Jesús afianzó a esos dos discípulos en las promesas de la Biblia que se habían hecho realidad en él. ¡Tuvo que haber sido uno de los mejores estudios bíblicos de todos los tiempos! Pero no se trató de una clase sobre moral o de un llamado a que fueran más piadosos. No. Lo que Jesús hizo fue mucho más que eso: al hablarles sobre las promesas de Dios cumplidas por él para ellos (y para todo el mundo), Jesús les encendió el fuego de su amor. Ese día, el fuego de la enseñanza de Cristo los sumergió en el plan eterno que Dios tenía para ellos, y les abrió los ojos para que lo reconocieran cuando partió el pan.

    Muchas veces me he preguntado cómo es posible que no lo hubieran reconocido a Jesús cuando iba caminando al lado de ellos. ¿Por qué les llevó tanto tiempo darse cuenta de quién era él? La Biblia dice que, a esa altura, ellos ya habían escuchado el testimonio de las mujeres que habían visto al Señor resucitado; sin embargo, aún no lo creían. No era necesariamente escepticismo, como en el caso de Tomás. A pesar que el texto no lo dice directamente, se me ocurre que quizás les haya sucedido lo mismo que a los discípulos en Jerusalén: era «demasiado bueno para ser verdad». La posibilidad de que Jesús hubiera resucitado era algo tan increíble y estaba tan fuera de lo ‘normal’, que ni siquiera se podían permitir jugar con la idea de que fuera verdad. Es por ello que Jesús no sólo tuvo que andar con ellos un buen trecho en el camino a Emaús, sino que también tuvo que reprenderlos por su ignorancia y encender sus corazones con el fuego de sus buenas noticias.

    A veces es difícil ver y creer lo que tenemos enfrente de nosotros, ¿no es cierto? A veces nos cuesta mucho dar un paso al costado para apartarnos de nuestro camino y poder ver la gracia que Dios nos tiene en Jesucristo.

    Un día, un renombrado líder político norteamericano del siglo diecinueve, y ateo declarado, iba viajando en tren con su amigo y socio Wallace. La siguiente parada en el tour que estaban haciendo por el país dando conferencias en las cuales atacaba abiertamente la fe en Dios, era la ciudad de St. Louis. Dirigiéndose a su amigo, el político le dijo: «Wallace, fíjese en todas las torres de iglesias que hay en la ciudad de St. Louis. ¡Qué derroche de dinero! Usted y yo sabemos que Cristo no existió. Alguien debería decirle a toda esta gente lo tonto que es adorar un mito. ¿Por qué no escribe un libro demostrándole al mundo de una vez por todas que Jesucristo no fue más que una figura mística?». «Está bien», le contestó Wallace, «creo que lo haré».

    Wallace invirtió mucho tiempo y dinero investigando hasta la más mínima evidencia que pudo encontrar. Leyó innumerables libros, examinó manuscritos antiguos, viajó a Tierra Santa y, lo más importante de todo: leyó la Biblia. Entonces sucedió lo inesperado: cuanto más leyó y estudió, más evidencia encontró sobre la existencia de Cristo… al punto que se volvió irrefutable. Finalmente, Wallace llegó a la conclusión que la vida de Jesucristo era una de las vidas más documentadas de la historia, y se convenció que él tuvo que ser el Hijo de Dios.

    Así fue que Wallace se convirtió en seguidor de Jesús. En cuanto a escribir un libro, sí lo escribió, pero no ya de acuerdo al plan original. Cualquiera que haya leído el libro, o visto la película, Ben Hur, estará de acuerdo conmigo en que, en su serio y profundo estudio para desenmascarar al Jesús histórico, Wallace se encontró con el Jesús que lo llamó a la fe.

    Cuando nuestras vidas están conectadas a Jesús por medio de la fe, y son alimentadas y sostenidas por la Palabra de Dios llena del poder del Espíritu Santo, el miedo y la incertidumbre son reemplazados por la confianza, el amor, y el servicio a los demás.

    * Así como Jesús se acercó y caminó con esos dos discípulos camino a Emaús, nosotros también podemos acercarnos a otros y acompañarlos en sus caminos con el amor y la misericordia de Dios.

    * Así como Jesús tuvo paciencia con esos dos discípulos, explicándoles tanto cuanto fue necesario, nosotros también podemos tener paciencia para escuchar a otros y ayudarles a echar raíces en la Palabra de Dios.

    * Así como Jesús se tomó el tiempo de caminar con ellos, compartir su mesa, y hasta pasar con ellos la noche, nosotros también podemos comprometernos a ser parte de sus vidas hasta que el fuego del amor y la gracia de Dios haya prendido en sus corazones.

    Porque por fe, somos una fogata de la gracia de Dios para los demás. ¿Puedes imaginarte esa figura en tu vida? ¿Te das cuenta de lo mucho que puedes significar para otros, gracias a lo que Jesús es para ti?

    Al contrario de lo que muchos creen, la vida cristiana es una aventura de fe. Es la aventura de recibir la gracia de Dios y permitir que él nos use para derramar su amor a los demás a través de nosotros. Volviendo al ejemplo del fuego… Cuando Dios enciende nuestros corazones con su gracia y su amor, comenzamos a irradiar una luz, un calor, y un amor que nunca se acaban, porque provienen de él.

    El «ardor celestial» está alimentado con las promesas de la Biblia que fueron cumplidas por Jesús para ti y para mí. El resto del Nuevo Testamento habla de los «fuegos de estas buenas nuevas en Jesús» emanando a través de la vida de personas como esos dos viajeros.

    Hoy Cristo te está llamando a la fe en él a través del poder de su Palabra. Su ‘fuego de gracia’ tiene poder para vencer cualquier pecado, cualquier problema, y cualquier lucha. Su ‘contrafuego de gracia’ te ofrece un lugar seguro al lado de Dios el Padre, y poder para amar a los demás así cómo Jesús te ama.

    ¿Qué clase de fuego está ardiendo hoy dentro de ti? Es mi oración que tú tengas hoy, en medio de la pandemia que estamos viviendo, ese fuego celestial que da poder para influenciar para bien la vida de los demás.

    Que el «ardor celestial» de Cristo te sostenga siempre. Y si de alguna forma podemos ayudarte, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.