PARA EL CAMINO

  • Atajos pecaminosos

  • marzo 13, 2011
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 4:1-9
    Mateo 4, Sermons: 5

  • Gracias a que Jesús no tomó ningún atajo, sino que derramó su sangre por nosotros, Dios nos ofrece hoy su regalo de salvación y vida eterna.

  • Mi hermano Tom es brillante. A lo largo de su vida ha inventado muchas cosas. Pero, por sobre todas las cosas, Tom es un hombre bueno, un hombre íntegro, un hombre a quien respeto y admiro. Eso sí, a pesar de tener tantas buenas cualidades, de vez en cuando le gusta hacerme alguna broma. Hace unos años, cuando nuestra hija Kirsten iba a viajar sola en avión por primera vez para ir a pasar unos días a su casa, antes del viaje le dimos una lista con las cosas que debía y que NO debía hacer durante el viaje. Desde el momento que el avión despegó, hasta el momento en que supuestamente debía aterrizar, mi esposa y yo hicimos lo que se suponía que debíamos hacer, o sea, tratamos de no preocuparnos. Todo iba bien hasta que llegó la hora en que el avión supuestamente debía aterrizar. Esperábamos que ella nos llamara para decirnos que había llegado bien, pero el teléfono no sonaba. Pasaron quince minutos, veinte, veinticinco, media hora, y seguíamos sin noticias. Finalmente, sonó el teléfono, y sí, era Kirsten, pero estaba llorando. Se pueden imaginar cómo me latía el corazón. Entre llanto y llanto logró decirme que no había bajado del avión cuando debía, por lo que había terminado en un lugar remoto y desconocido para ella. Como a mí me entró el pánico, mi esposa tomó el teléfono para averiguar más detalles. Fue en ese momento que Kirsten comenzó a reírse. En realidad estaba con mi hermano Tom, quien la había buscado del aeropuerto de acuerdo a lo convenido, yendo para su casa. Él fue quien había tramado semejante broma y, a pesar que hasta el día de hoy él todavía se ríe cuando se acuerda de ella, para mí no tuvo ninguna gracia.

    En esa oportunidad, la ansiedad que mi esposa y yo experimentamos duró muy poco. Pero en otra ocasión no fue así. Era la época de la Navidad por lo que, siendo pastor, yo había estado muy ocupado. Recién el 24 de diciembre a la noche tuve tiempo de ponerme a armar un juguete que mi hermano había enviado para nuestro hijo Kurt. De acuerdo a lo que decía en la caja, se trataba de un avión militar en escala, y se suponía debía ser una réplica en miniatura del original, por lo que cada tornillo, tuerca, remache y calcomanía debían ir exactamente en el mismo lugar que en los aviones de verdad. La cantidad de detalles que había en ese avión de juguete era impresionante. Mientras trataba de interpretar las instrucciones de armado en japonés, pensaba que nuestro hijo iba a quedarse encantado con ese juguete. Con la ayuda de la figura en la caja, logré identificar y ensamblar más de 70 piezas.

    Después de más de 1 hora de trabajo, el avión estaba armado. Cuando lo admiraba con mucha satisfacción, me di cuenta que me había olvidado de ponerle las calcomanías, así que me dispuse a ponerlas… cuando vi que había más de 400. Con resignación busqué la calcomanía más grande y se la puse; hice lo mismo con la siguiente, y con una tercera. Pero pronto se me terminaron las calcomanías grandes. DOS HORAS Y MEDIA después no estaba ni remotamente cerca de terminar, por lo que se me ocurrió tomar un atajo. Pensé que, después de todo, Kurt no iba a darse cuenta si todas las calcomanías estaban en su lugar, por lo que comencé a ponerlas donde yo pensaba que debían ir, y no donde las instrucciones decían que debían ir. Después de otra media hora de trabajo, viendo que no iba a terminar nunca de poner calcomanías, decidí tomar otro atajo: tomé las que faltaban colocar, y las tiré en la estufa. Reconozco que no fue la mejor decisión de mi vida, pero todavía recuerdo el placer que sentí al hacerlo. Ese fue uno de mis atajos pecaminosos.

    Atajos pecaminosos. Vale aclarar que no tiene nada de malo tratar de encontrar la manera más eficiente y efectiva de hacer algo. Encontrar un atajo sensible y válido para los desafíos de la vida es una de las razones por la que Dios nos ha dado un cerebro. Pero de lo que hoy estoy hablando es de esos atajos que nos hacen cómplices de las sugerencias pecaminosas del diablo. En las primeras páginas de la Biblia ya se nos cuenta acerca de la primera vez que el diablo incitó al hombre a que tomara un atajo pecaminoso. Dios había puesto a Adán y Eva en el Jardín del Edén, donde tenían todo lo que uno se pueda imaginar… y mucho más. Recordemos que Adán y Eva vivían en el Paraíso, un lugar perfecto. Pero, aun así, ellos no fueron inmunes a los atajos pecaminosos. Es por ello que, cuando el diablo sembró la duda y la ambición en sus corazones, ellos le creyeron y le hicieron caso a sus palabras, aún cuando las mismas iban en contra de lo que Dios les había dicho.

    Al desobedecer a Dios, Adán y Eva fueron los primeros en tomar un atajo pecaminoso, pero lamentablemente no fueron los últimos. Una tras otra, las personas cuyas vidas se nos describen en la Biblia tomaron atajos que los hicieron caer en pecado. A través de los siglos, los atajos pecaminosos que el diablo ha sugerido a la humanidad se han convertido en una de sus tácticas más exitosas. ¿Cómo lo logra? Muy simple. Primero descubre cuál es el deseo más ferviente de una persona, y luego le sugiere una forma pecaminosa de obtener ese deseo. En otras palabras, el diablo ofrece una forma mala de obtener algo bueno. Adán y Eva querían ser como Dios; no hay nada de malo en ello. Pero para tratar de lograrlo, hicieron algo malo: desobedecieron a Dios. Y al hacerlo, establecieron un patrón que todos nosotros seguimos hasta el día de hoy.

    ¿Recuerda cuál fue la primera vez que tomó un atajo pecaminoso? ¿Pudo haber sido cuando era niño y un amiguito le quitó un juguete? Quizás no lo recuerde, pero: ¿qué hizo? ¿Ofreció cambiárselo por otro, o le pidió que se lo prestara para jugar un rato? La mayoría de nosotros tomó un atajo pecaminoso y le quitó el juguete de la mano y salió corriendo. ¿Alguna vez copió en una prueba? Eso también es tomar un atajo pecaminoso, un atajo que dice que copiar es más fácil que estudiar. ¿Alguna vez desmereció a alguien para quedar bien usted, o mintió en la declaración de impuestos? Todos esos son atajos pecaminosos que el diablo pone en nuestro camino. Los ejemplos podrían ser interminables. Espero que usted comprenda que Satanás ha tenido un éxito increíble con esta táctica de sugerir atajos pecaminosos a las personas.

    Ha tenido tanto éxito, que hasta trató de ofrecerle unos cuantos atajos pecaminosos al mismo Jesús. Imagino que usted sabe para qué vino Jesús al mundo, pero igual permítame explicarle brevemente. Luego que la humanidad había pecado y desobedecido a Dios, todos los seres humanos, sin distinción, fuimos condenados a la muerte temporal y eterna. No importa si pecamos mucho o poco, o si nuestros pecados son grandes o pequeños; todos estamos condenados a morir. Un final tan terrible era aterrador para nosotros, e inaceptable para Dios, por lo que, dado que Dios sabía que nosotros no nos podíamos salvar a nosotros mismo, él ofreció a su Hijo en nuestro lugar. Jesús nació para tomar nuestro lugar bajo la ley y vivir una vida perfecta, una vida sin pecado, una vida sin ceder ni caer en las tentaciones. Más aún, el Padre celestial había destinado que la vida de Jesús habría de terminar en una cruz donde él moriría para pagar el precio final que nuestra desobediencia merecía. Entre su nacimiento y su muerte, Jesús habría de ser odiado, rechazado, despreciado, malinterpretado, y acusado falsamente. Del principio al fin, la vida de Jesús fue tal que cualquier persona con un poco de sentido común trataría de escapar.

    Sabiendo que Jesús era consciente de todo lo que le esperaba, el diablo decidió ponerle en su camino algunas opciones, algunos atajos pecaminosos. Ahora, recordemos que el diablo no es para nada tonto, por lo que sabía que, en circunstancias normales, y siendo que era el Hijo perfecto de Dios, probablemente iba a rechazar toda tentación obvia o evidente. ‘Pero aún así’, pensaba Satanás, ‘bajo las circunstancias adecuadas, quizás logre que Jesús quiera tomar un atajo, en vez de sufrir y morir por una humanidad desagradecida.’ El diablo pensó que la oportunidad que estaba esperando se le presentó cuando Jesús estaba en el desierto. Luego de haber ayunado y orado durante 40 días, el cuerpo del Salvador estaba débil y hambriento, por lo que Satanás eligió ese momento para ofrecerle unos atajos pecaminosos. Disimuladamente, Satanás le dijo a Jesús: ‘Yo sé lo que estás haciendo: estás tratando de salvar a los seres humanos, y es una causa muy noble, algo que seguramente debe agradar mucho a tu Padre. Pero, ¿alguna vez se te ocurrió pensar que morirte de hambre en este desierto no te va a ayudar ni a ti ni a los pecadores? Hagamos una cosa, y te digo esto por el bien tuyo, ¿por qué no te olvidas del ayuno, y transformas estas piedras en pan? Estamos solos. Nadie te va a ver, y no tienes por qué decirle a nadie que me escuchaste; yo tampoco voy a decir nada. ¿Quién va a saber que le hiciste caso al diablo?’ Jesús rechazó su sugerencia, diciendo: ‘Para un hombre justo es más importante seguir a Dios que comer pan’.

    El diablo supo que había sido rechazado, pero el rechazo de Jesús había sido, al menos a su parecer, moderado, por lo que decidió llevarlo a la parte más alta del templo. Una vez allí, mientras los fieles de todo el mundo iban a adorar al Señor, Satanás le dijo: ‘Jesús, fíjate en todas esas personas; ellos son los pecadores que has venido a salvar. Aun cuando traen sus corderos para sacrificar en el templo, tú vas a ser el sacrificio final para su redención. No pretendo tratar de convencerte de que no lo hagas… pero me pregunto… ¿no es tu objetivo primordial hacer que las personas crean en ti? Porque, si es así, tengo una sugerencia para hacerte: salta desde aquí, sabiendo que los ángeles de tu Padre celestial te van a sostener y llevarte sano y salvo para que no tropieces con nada. Todas esas personas se van a quedar impresionadas y van a creer inmediatamente en ti. Así podrás evitar totalmente todo el sufrimiento, los latigazos y la cruz. ¿No te parece que es una buena idea?’.

    Ninguno de nosotros puede saber lo que pasó por el corazón o la mente de Jesús al escuchar esas palabras del diablo, pero sí sabemos lo que le respondió: ‘Mira, Satanás, ambos sabemos que vine a dar mi vida a cambio de la de ellos, así que no me tientes para que trate de evitar la cruz… y tampoco me tientes para que salte desde aquí. A Dios no se lo pone a prueba de esa manera’.

    Otro desaire para el diablo… y todos sabemos bien que «no hay dos sin tres», por lo que el diablo llevó entonces a Jesús a una montaña muy alta. Desde allí le mostró al Salvador todos los reinos del mundo, y todo el poder, la gloria, y la riqueza que ellos significaban. Y entonces le dijo: ‘¿Qué te parece? ¿No es impresionante? Jesús, tú viniste a este mundo como Rey, y eso es lo que deberías ser. Tú eres más inteligente, más fuerte, y más santo que todos los reyes del mundo juntos. Piensa en todas las cosas que podrías hacer: en los pecados que podrías borrar y en las enfermedades que podrías erradicar si gobernaras el mundo entero. ¡Sería magnífico! Te propongo algo: si te arrodillas ante mí y me adoras, todo el mundo será tuyo. Y, por si se te ha olvidado, en mi plan no hay latigazos, ni derrame de sangre, ni muerte en una cruz. Así que, Jesús, ¿qué dices?’ Si hubiéramos sido usted o yo, probablemente hubiéramos dicho que ‘sí’ sin pensarlo… ¡cualquier cosa con tal de no sufrir y de no terminar en la cruz! Pero Jesús no es como nosotros. Es por ello que ese día, en el desierto, Jesús le dijo que ‘no’ a los atajos pecaminosos de Satanás.

    Por cierto que esa no fue la última vez que el diablo trató de tentar a Jesús. A lo largo de su ministerio, el diablo continuó apareciendo y poniendo trampas en el camino de Jesús, tentándolo a lograr cosas buenas tomando atajos pecaminosos. Cuando leemos los Evangelios casi que podemos escuchar los susurros de Satanás. Él estaba presente cuando Jesús hablaba con los fariseos y los saduceos, que lo único que querían era desacreditar, deshonrar, y avergonzar a Cristo. Imagino que en esas ocasiones el diablo le debe haber sugerido a Jesús que usara sus poderes divinos para deshacerse de esas personas egoístas y engreídas.

    Cuando Jesús fue llevado a juicio ante la Suprema Corte judía, el diablo dijo: ‘¡Defiéndete a ti mismo, Jesús! Tú conoces las leyes mejor que ellos, y sabes que estos juicios son ilegales por un sinnúmero de razones. Si tú no te defiendes, vas a terminar en la cruz’. Cuando estaba ante Pilato, Satanás le dijo algo así como: ‘Jesús, ¿acaso no escuchas a la muchedumbre pidiendo a gritos que te crucifiquen? Yo sé que tú tienes poder para hacer algo al respecto. ¿Por qué no lo haces? ¿Qué sentido tiene que vayas a morir por culpa de esta muchedumbre?’ Cuando el Salvador colgaba en la cruz, el diablo le susurró: ‘Jesús, mira a tu madre. Le estás rompiendo el corazón. ¿Por qué no te bajas de la cruz?’ Cuando el pecador impenitente le gritó que los liberara a todos, el diablo le dijo: ‘¿Sabes qué, Jesús? Esa no es una mala idea. A este criminal no tienes por qué salvarlo, porque va a volver a seguir cometiendo crímenes, pero tú, Jesús, tú no mereces esto. Tú has vivido una vida perfecta. El cielo sabe que has resistido todas las tentaciones que he puesto en tu camino. Te han azotado, te han escupido, te han calumniado, traicionado, y abandonado. ¿No te parece que ya es suficiente? ¿No te parece que ya has hecho bastante? Mira al futuro, Jesús. ¿Ves los millones de millones de personas a través de los siglos por venir que van a escuchar acerca de lo que está pasando aquí hoy y no les va a importar para nada? Todas esas personas van a seguir viviendo como si nada hubiera pasado, como si tú nunca hubieras existido. Jesús, tú ya has hecho mucho más de lo que cualquiera podría pedir o esperar. ¿Qué dices? ¿Vas a bajarte de la cruz así puedes seguir viviendo?’

    Todos sabemos lo que Jesús hizo ese día. Sabemos cómo reaccionó ante la propuesta del diablo de tomar un atajo pecaminoso. Jesús hizo lo mismo que había hecho cada día de su vida: rechazó por completo la propuesta del diablo… y por rechazarla, murió. Sí, Jesús murió para salvarnos a usted y a mí. Jesús no aceptó tomar ningún atajo pecaminoso porque sabía que todos esos atajos significaban que nosotros íbamos a terminar en el infierno. Su compromiso con nuestra salvación fue lo que lo mantuvo clavado a la cruz.

    Su deseo de rescatarnos fue lo que le hizo despedirse de su madre, de su familia, de sus amigos tan queridos. Jesús aceptó morir para que usted y yo, que tantas veces hemos pecado al aceptar tomar atajos pecaminosos, seamos perdonados y podamos recibir la vida eterna. Y para que usted y yo estemos seguros de que él hizo todo lo que era necesario para salvarnos, al tercer día resucitó de entre los muertos. Habiendo conquistado el pecado, la muerte y el diablo, con todos sus atajos pecaminosos, el Señor Jesucristo viene hoy a nosotros y nos dice: «Arrepiéntanse, crean, y sean salvos».

    Usted cree esto, ¿no es cierto?

    Hace unos años, la FBI fue a una ciudad del estado de Oklahoma para investigar el trabajo de un francotirador. Lo buscaban por dos razones: primero, porque tenían que parar sus ataques; segundo, porque querían pedirle que los entrenara a apuntar, ya que él lograba dar en el centro del blanco cada vez que disparaba. Cuando apresaron al hombre y le preguntaron cómo hacía para pegarle siempre al centro del blanco, él les respondió: primero disparo, y después dibujo el blanco alrededor del agujero de la bala. El hombre había tomado un atajo pecaminoso.

    Estimado oyente: no haga usted lo mismo. La salvación se obtiene solamente a través de la fe en el Salvador que dio su vida para que usted no pierda la suya. Si desea que le ayudemos a caminar sin tomar ningún atajo pecaminoso, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.