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PARA EL CAMINO
TEXTO: Marcos 8:31-34
Quienes confían en Jesús, el Salvador sufriente, y están dispuestos a seguirle y a pagar el precio de compartirlo con otros, cuentan con una promesa: la fe en Jesús les ayuda en sus sufrimientos.
¿Qué clase de Salvador es este Jesús? ¿Será que no es más que un gurú como tantos otros hoy en día que predica acerca de la autoayuda o del poder del pensamiento positivo? Definitivamente, ¡no! ¿Quién produce un movimiento que cambia el mundo, hablando de cosas como sufrimiento, rechazo y muerte? Y no sólo eso, sino que también dice que todos los que lo sigan y confíen en él, deberán negarse a sí mismos y hacer frente no sólo a las «cruces» de este mundo, sino tomar su propia cruz para servir a otros en su nombre. Más allá de lo que cada uno piense sobre Jesucristo, lo cierto es que no hay nadie como él en este mundo. Él es el Salvador del mundo, lo cual significa que es el único que pudo enfrentar el pecado, la muerte, y al mismo Satanás, por amor de quienes más lo necesitaban… aun por aquellos mismos que lo llevaron a la cruz.
Casi hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial, Dietrich Bonhoeffer, un joven pastor luterano alemán, quien había sido uno de los primeros opositores del movimiento nazi, y había hablado vehementemente contra el mal uso del poder por parte de Hitler y de su corrupción, especialmente de la iglesia en Alemania, escribió desde su celda en un campo de concentración: «Cuando Cristo llama a una persona, la invita a que vaya a él y muera con él». Esa confesión pública de su fe en Jesús, al igual que su resistencia pública contra Hitler, fue lo que provocó su encarcelamiento y finalmente su ejecución.
Un autor lo narra de la siguiente manera: «En el amanecer de un día de abril de 1945, unos pocos días antes de que el campo de concentración de Flossenburg fuera liberado por las fuerzas aliadas, Dietrich Bonhoeffer fue ejecutado por orden especial del Comandante Himmler. Su muerte confirmó lo dicho por Tertuliano en el siglo dos: «La sangre de los mártires es la semilla de la iglesia».
La confesión pública que Bonhoeffer hizo de Cristo, le costó la vida. Esa fue la «cruz» que él llevó para servir a su pueblo, y que nos muestra que en este mundo perverso para «compartir las buenas nuevas de Jesús», muchas veces debemos sufrir.
En nuestra lectura para hoy vemos eso y mucho más. Porque la fidelidad de Cristo en cumplir con la voluntad del Padre por todos nosotros, lo llevó a sufrir persecución, insultos y la muerte en la cruz. Jesús cargó sobre sí mismo lo que ningún hombre podía resistir: el peso eterno del pecado y la maldad de este mundo. Y ahora busca un pueblo que esté dispuesto a «sufrir lo que sea», para compartir con los demás el perdón, la vida y la paz que él ganó para nosotros.
Quienes confían en Jesús, el Salvador sufriente, y están dispuestos a seguirle y a pagar el precio de compartirlo con otros, cuentan con una promesa: la fe en Jesús les ayuda en sus sufrimientos.
«Luego llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: ´Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame'».
El relato de Marcos 8 proclama claramente lo que Jesús dijo que vino a hacer, y qué tipo de personas iban a convertirse en sus seguidores. En el versículo 32, dice: «Esto se lo dijo con toda franqueza». Jesús habló de la realidad del sufrimiento por el pecado en su misión, y de la disposición de su pueblo a sufrir por otros. ¡No puede ser de otra forma!
¿Se ha dado cuenta que nuestra sociedad tiende a burlarse de las personas decentes y buenas? ¿Por qué será que, cuanto más blasfema, escandalosa y desquiciada sea una persona, más se la admira públicamente? Hay quienes dirán: «Porque las supuestas ‘buenas personas’ son hipócritas». Tal reproche parece dirigirse especialmente a los cristianos de hoy. Y a veces eso es cierto, pero no siempre. En todo caso, la fe cristiana nunca ha afirmado que los cristianos, seguidores de Jesús, somos perfectos. De hecho, nosotros sufrimos las mismas tentaciones y luchas que todos. El ser seguidor de Cristo no hace que una persona se convierta automáticamente en santa. Sí hace que uno se convierta en un pecador perdonado que se esfuerza por llevar una vida fiel sirviendo a los demás, y amándolos así como Dios le ama a uno en Cristo.
Pero entonces, si esa acusación de «hipocresía» es correcta, ¿por qué le sucedieron a Jesús éstas y otras peores cosas? ¿Por qué fue implacablemente perseguido? ¿Por qué su sufrimiento fue tan atroz? ¿Por qué los representantes del gobierno estuvieron dispuestos a lavarse las manos? Jesús no fue hipócrita. Él fue amado por muchos y fue siervo de todos. Fue auténtico y sincero; bendijo, perdonó, sanó y consoló a muchos. Pero, aún así, sufrió de una manera increíble. ¿Por qué? Jesús mismo responde esa pregunta: porque en un mundo malvado y pecador, él debía sufrir la cruz por ti y por mí para que pudiéramos ser salvos.
El mismo Jesús dijo que era necesario que así fuera. Él debía pagar por la culpa y sufrir el juicio de los pecadores, para así liberarlos de lo que literalmente los «esclavizaba»… sin importar el costo.
El famoso pastor y teólogo británico John Stott, escribió: «Si no fuera por la cruz, nunca podría creer en Dios… ¿Cómo se puede adorar a un Dios inmune al dolor de este mundo? En diferentes países asiáticos he entrado a templos budistas y me he parado respetuosamente ante la estatua del Buda, con sus piernas cruzadas, sus brazos doblados, sus ojos cerrados, con una sonrisa en la boca, una mirada distante en su cara, indiferente a las agonías del mundo. Pero siempre, después de un rato, he tenido que mirar hacia otro lado. En mi imaginación he mirado a esa figura solitaria y torturada en la cruz, con clavos en las manos y los pies, la espalda lacerada, las extremidades desgarradas, la frente sangrando por los pinchazos de las espinas, la boca seca e intolerablemente sedienta, abandonado por Dios en la oscuridad. ¡Ese es Dios para mí! Él apartó su inmunidad al dolor y entró a nuestro mundo de carne, sangre, lágrimas y muerte. Él sufrió por nosotros. A la luz de sus sufrimientos, los nuestros se vuelven más llevaderos».
El ser cristianos, el ser seguidores de Cristo, no significa que seamos mejores que otros, sino que sabemos y creemos que este Jesús es único en todo el mundo, y que él es nuestro Señor y Salvador. El viaje hacia la fe verdadera debe aceptar la santidad de Dios y el pecado de la humanidad, y la realidad de un Dios personal que estuvo dispuesto a sufrir el infierno de la humanidad, para restaurar la posibilidad de la vida eterna para el hombre. Ese tampoco es un camino fácil.
Nuestro texto dice: «Jesús comenzó entonces a enseñarles que era necesario que el Hijo del Hombre sufriera mucho y fuera desechado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y que tenía que morir y resucitar después de tres días… Pero Pedro lo llevó aparte y comenzó a reconvenirlo.» Así como la sociedad moderna se burla de Jesús, nosotros también rechazamos al principio su mensaje, porque nos revela nuestra necesidad de perdón, expone nuestra necedad religiosa, y nos llama a la fe no en nosotros mismos, ¡sino en aquél que asumió totalmente nuestro pecado para que pudiéramos tener su vida eternamente por gracia!
El sufrimiento fue una realidad en la vida de Jesús porque él vino a salvarnos de nuestro pecado. Donde hay maldad y pecado, hay sufrimiento. Donde hay hombres y mujeres, hay pecado. Esa es la proclamación de la Escritura. Jesús tuvo que sufrir la cruz por ti y por mí. Aquí es donde comienza la fe en Cristo. Si nuestra reflexión de Cuaresma va a tener algún efecto en nosotros, debe comenzar aquí. Señor, no merezco más que la muerte y tu castigo eterno por mi pecado. Desnudo, sin excusa, vengo ante tu trono. Reconozco que la cruz era necesaria para que pudiera ser salvo.
Entonces, si es cierto que el sufrimiento y la muerte de Jesús eran necesarios, su cruz y su resurrección se convierten en el motivo de nuestra confianza y gozo eternos, ya que él está presente también allí donde hay pecado y dolor. Porque con su sufrimiento, Jesús le quitó el poder al sufrimiento, y con su muerte, destruyó la muerte. La fe verdadera sobrevive al sufrimiento porque está conectada con la vida, la muerte y la resurrección del Salvador sufriente. Su presencia nos sostiene, su Palabra nos guía, y sus promesas son seguras, sin importar las circunstancias que nos toque vivir. La verdadera fe sobrevive porque nunca enfrenta sola al sufrimiento, sino que lo hace a través de Cristo. La fe hace que enfrentemos el sufrimiento con los recursos, la armadura, y las promesas de Jesús.
Un escritor lo expresó así: «En las tormentas más violentas, la vid se aferra al roble. Aunque la fuerza de la naturaleza arranque al roble de raíz, los pámpanos siguen aferrándose a él. Si la vid está en el lado opuesto al viento, el roble le sirve de protección; si está en el lado expuesto, la tempestad sólo la empuja más hacia el tronco. En algunas de las tormentas de la vida Dios interviene y nos resguarda, mientras que en otras permite que quedemos expuestos, para que nos acerquemos más a él».
Cuando Jesús te llama a la fe, y te invita a seguirlo, no sólo te está derramando con gozo sus bendiciones y dándote su fuerza, sino que también te está llamando a vivir esa nueva vida de gracia, cargando tu cruz por otros. Pero no lo mal interpretes. No es que Jesús quiera cobrarte por su misericordiosa bondad. No. Jesús no nos hace «pagar» porque caminamos con él. Al contrario, el que nos hace pagar es el mundo pecador. Lo que Jesús quiere es que sus seguidores hagamos una diferencia en este mundo. Él quiere que su pueblo sea un lugar de sanidad en medio de un mundo destructivo. Y, de paso, la vida del cristiano se fortalece cuando enfrenta el sufrimiento, la resistencia y los desafíos, con las buenas nuevas de Jesucristo.
El 29 de diciembre de 1987, un astronauta ruso volvió a la tierra después de estar 326 días en órbita, gozando de buena salud, cosa que no siempre sucede en tales circunstancias. Cinco años antes, después de estar 211 días en el espacio, dos astronautas habían sufrieron de mareos, pulso elevado y palpitaciones cardíacas. No habían podido caminar por una semana y, después de un mes, seguían necesitando terapia para recuperar sus músculos atrofiados y fortalecer el corazón. Porque al estar tanto tiempo sin tener la fuerza de la gravedad, que causa resistencia, los músculos del cuerpo se atrofian. Para contrarrestar ese problema, los soviéticos implementaron un vigoroso programa de ejercicio para los astronautas, e inventaron el «traje de pingüino», hecho con bandas elásticas que ejercen resistencia a cada movimiento, forzando así a que los músculos trabajen. Y parece que funcionó, pues desde entonces, los astronautas no han sufrido más ese tipo de problemas.
Cuando Jesús dice: «Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame», no está simplemente poniéndonos un «traje de pingüino» que nos ayude a reingresar a la sociedad humana. No. Esta no es una religión de obras para NUESTRA bendición espiritual. Él pagó el precio por nuestra vida y salvación. Pero, igual que ese traje que ofrecía resistencia para que los músculos continuaran trabajando por el bien de la misión, también funciona el tomar nuestra cruz por el bien de otros. Los músculos de la fe crecen en el servicio, porque esa fe debe volver constantemente a la fuente de su fortaleza: las palabras y promesas de nuestro Salvador sufriente. Pero esa fe sirve para que otros también entren al reino de Cristo.
De hecho, los cristianos vemos el sufrimiento y la prueba de forma muy diferente a quienes no tienen fe en Cristo. A nosotros, como a cualquiera, no nos «gusta sufrir», pero la fe nos ayuda en el sufrimiento. Se podría decir que la fe transforma el sufrimiento. Para nosotros, sufrir no significa «pagar por los pecados», porque Jesús ya lo hizo, sino «pagar el precio de compartir a ese Jesús con otros». Pagar el precio de compartir sus buenas nuevas. En un mundo donde el evangelio parece ser «demasiado bueno para ser verdad», los cristianos estamos dispuestos a pagar cualquier precio, con tal que los demás también crean. Suena raro, ¿no es cierto?
1 Pedro 2:20-21 dice: «Cuando se sufre por hacer el bien y se aguanta el castigo, entonces sí es meritorio ante Dios. Y ustedes fueron llamados para esto. Porque también Cristo sufrió por nosotros, con lo que nos dio un ejemplo para que sigamos sus pasos».
El ejemplo de Cristo fue su paciencia, su disposición de sufrir no sólo nuestros pecados, sino nuestra ignorancia, nuestra rebelión, incluso nuestra indiferencia, para que finalmente viéramos el amor de Dios por nosotros como un don de gracia. Ese es el «gozo» del que habla Hebreos 12. Él pagó el precio para entregarnos esa gracia a ti y a mí. Entonces, toma tu cruz, y ama a los que están a tu alrededor así como Cristo te ama a ti. Y recuerda que no estás tomando «su» cruz, sino la tuya. Su cruz es por ti; tu cruz es por otro. Tu cruz es por los enfermos en las camas de los hospitales, por quienes están en la cárcel, por los hogares destrozados, por los que han perdido un ser amado, por los que de pronto se quedan sin trabajo, por los que luchan con vencer sus adicciones, por los que sufren por sus hijos, por los que pasan hambre, por los que se sienten solos y abandonados… ¡Toma tu cruz por ellos, con ellos, en Cristo!
Jesús quiere hacer de nosotros un pueblo que, con su fortaleza y su valor, pueda permitirse quebrantarse, para que otros reciban sus bendiciones. Entonces sí, seremos las personas que cambiaremos al mundo, y podremos hacer nuestras las palabras del apóstol Romanos 5:3-5: «Nos regocijamos en los sufrimientos, porque sabemos que los sufrimientos producen resistencia, la resistencia produce un carácter aprobado, y el carácter aprobado produce esperanza. Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado».
Perry Rogers, un piloto casi desconocido, fue el primero en cruzar en avión los Estados Unidos de costa a costa. Rogers despegó el 17 de septiembre de 1911 en un avión biplano Wright de Long Island, New York, y aterrizó en Pasadena, California, el 5 de noviembre del mismo año, llegando a Long Beach, su destino final, un mes después. En total le llevó 49 días para completar el viaje, pero el tiempo real de vuelo fue de sólo 3 días, 10 horas, y 14 minutos. En el camino se accidentó 39 veces, e hizo 30 paradas no programadas. Las únicas piezas del avión original que llegaron al destino final, fueron el timón vertical y la cubeta de goteo. Lo único que en realidad tenía para el viaje era él mismo, y su habilidad para volar. ¡Y lo logró! 49 días, 39 accidentes, 30 paradas… Y, a pesar del sufrimiento y el dolor, ¡lo logró!
El motor que tú tienes para «volar en este mundo», no es el de un pequeño biplano, y las alas que tienes para volar no son las de un avión Wright. Lo que tienes son las bendiciones y el poder de Cristo, y las alas de la fe en él que pueden literalmente darte poder, transformarte y ser tu ayuda en los sufrimientos de este mundo.
Como dice el profeta Isaías en el capítulo 40, versículo 31: «Los que confían en el Señor recobran las fuerzas y levantan el vuelo, como las águilas; corren, y no se cansan; caminan, y no se fatigan».
¡La victoria es tuya incluso en medio del sufrimiento! Seguro que habrá algunas paradas no programadas, y siempre habrá que llevar cruces, amando a otros con el amor misericordioso de Jesús. Pero la fe es tu ayuda en el sufrimiento. Jesús tuvo que sufrir por ti. Ahora tú y yo, con su ayuda y fortaleza, estamos dispuestos a sufrir por otros.
Si de alguna manera podemos ayudarte a llevar tu cruz, comunícate con nosotros.
En el nombre de Jesús. Amén.