+1 800 972-5442 (en español)
+1 800 876-9880 (en inglés)
PARA EL CAMINO
La fe es un regalo maravilloso de Dios para ti y para mí. A través de su Palabra y sacramentos, Dios disipa nuestras dudas, calma nuestros miedos y fortalece nuestra fe, para que sepamos que, gracias a la muerte y resurreción de su hijo Jesucristo, somos amados, perdonados, redimidos y salvados.
¡El Señor ha resucitado! ¡Ha resucitado en verdad! ¡Aleluya!
Toda mi vida en la iglesia. Toda mi vida escuchando estas palabras en los domingos de resurrección, y todavía me emociono como un niño al escuchar y predicar esta gran verdad. Dice San Pablo en Primera Corintios 15:14: «Y si Cristo no resucitó, nuestra predicación no tiene sentido, y tampoco tiene sentido la fe de ustedes.»
La resurrección de Jesús hace una gran diferencia. Una gran diferencia en nuestra manera de entender nuestra relación con Dios: Dios ya no es un Dios de muertos, sino de vivos. Una gran diferencia en nuestra forma de ver la vida y la muerte, porque ya la muerte no es el final, sino el comienzo de la vida eterna. Una gran diferencia en la obra de Cristo, porque sabemos que Él vino a traer vida cuando todo estaba condenado a pena de muerte.
Pero hay muchas personas, a nuestro alrededor y por todo el mundo, a las que les cuesta creer que Jesús verdaderamente resucitó de entre los muertos. Desde los días del Señor hasta nuestros tiempos, muchos han dicho que la resurrección jamás existió. Algunos dicen que los que vieron al Cristo resucitado estaban experimentando alucinaciones; otros dicen que el cuerpo de Jesús fue robado; y otros más se atreven a aseverar que los relatos de los evangelios son solo fábulas y cuentos de ficción que nada tienen que ver con la realidad. Ante estos argumentos, me pregunto: ¿Desde cuándo las alucinaciones son colectivas? Es decir, una persona puede alucinar, pero ¿todos a la vez llegar a ver lo mismo? ¡No lo creo! Por otro lado, ¿cómo pudieron robarse un cuerpo de una tumba a la que le pusieron una piedra enorme custodiada por guardias de seguridad? Y ni hablar de todas las evidencias científicas, históricas, y antropológicas que confirman los hechos narrados en el Nuevo Testamento. Por lo tanto, no les miento cuando les digo una vez más: ¡El Señor ha resucitado! ¡Ha resucitado en verdad! ¡Aleluya!
No creerlo es sencillamente hacer lo que muchos hacen: llenar espacios en nuestros corazones, mentes y vidas, con tres grandes retos que siempre ha tenido la fe: el miedo, la duda y la negatividad. Somos seres humanos con naturaleza pecaminosa, y todos estamos inclinados a dejarnos llevar por eso tres sentimientos, por llamarlos de alguna manera. Y creo que el texto de hoy, del capítulo 20 del Evangelio de Juan donde encontramos esta experiencia de Tomás y los otros discípulos, nos pudiera ayudar a comprender un poco estos tres desafíos que prueban nuestra fe: el miedo, la duda, y la negatividad.
Alguien me dijo una vez que estos tres sentimientos a veces hacen que la fe sea más fuerte, algo así como el gimnasio donde se ejercita la fe. Toda fe fuerte se hace aún más fuerte cuando se expone y enfrenta al miedo, a la duda, y a los sentimientos negativos que abruman nuestra cabeza. Ahora bien, vamos a ubicarnos en el contexto, tiempo, y espacio de este relato.
Juan 20:19: «La noche de ese mismo día, el primero de la semana, los discípulos estaban reunidos a puerta cerrada en un lugar, por miedo a los judíos. En eso llegó Jesús, se puso en medio y les dijo: «La paz sea con ustedes.»
¡Domingo de resurrección! Primer día de la semana por la noche. Recordemos que Jesús había resucitado en la mañana, y que ya algunos habían hablado de esto y ya habían visto al Señor. ¿Cómo se sentían los discípulos? ¿Qué dice Juan en este versículo? Dice que tenían «miedo a los judíos». Y el miedo paraliza. El miedo a menudo hace que no hagamos nada. El miedo nos lleva a aislarnos y a creer que no hay solución a algún problema específico. Miedo tuvieron los discípulos en la barca cuando estaban en el medio del mar enfrentando una tormenta. Miedo tuvo Pedro cuando le preguntaron por Jesús, y no tuvo más remedio que negarlo tres veces. Miedo tenemos todos alguna vez en la vida. Miedo a una enfermedad, miedo a perder un ser querido, miedo a hacer cambios en nuestras vidas, miedo a volar en aviones, a algún animal, miedo a algo muy común, como lo es el miedo a la muerte. Y cuando hay miedo, la fe puede encontrar una forma de hacerse más fuerte.
Nunca olvidaré una vez en la que mi esposa y yo casi sufrimos un accidente aéreo. Los dos estábamos muertos de miedo. Ella me tomó de la mano y comenzó a cantar El Señor es mi luz y mi salvación, basado en el Salmo 27. Lo repetíamos una y otra vez. El miedo poco a poco fue fortaleciendo nuestra fe. El avión evidentemente no se cayó. Nuestra fe se hizo más fuerte. Lo mismo pasa con la duda. Tomás, el discípulo de Jesús, al que llamaban el dídimo o el gemelo, es uno de los ejemplos más usados para hablar de la duda.
Juan 20:24-25: «Pero Tomás, uno de los doce, conocido como el Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Entonces los otros discípulos le dijeron: «Hemos visto al Señor.» Y él les dijo: «Si yo no veo en sus manos la señal de los clavos, ni meto mi dedo en el lugar de los clavos, y mi mano en su costado, no creeré.»
¡Tomás! ¡Créele a tus amigos! No. Él no podía creer lo que escuchaba. Él, al igual que tantos, decía: ver para creer. Muchos de nosotros alguna vez hemos dicho algo parecido. Siempre me llama la atención la reacción de los discípulos en medio de todos esos acontecimientos. Jesús les dijo que moriría y resucitaría. Ellos vieron a Jesús con poder para resucitar a gente que otros daban por muertos. Lo vieron alimentar a miles con un poco de comida y también realizar un montón de sanaciones asombrosas. Lo vieron calmar tormentas y caminar sobre las aguas. Pero ni aun así, Tomás tenía una fe fuerte para creer que había resucitado. Pero no lo juzgo. A mí también me pasa que tengo dudas. Y estoy seguro de que a ti también. Y es allí, en la duda o en el miedo, que la fe se pone a prueba, se ejercita y se hace fuerte.
Tomás también tuvo algunas reacciones que son ejemplo de negatividad, como cuando unos días previos a su muerte y resurrección, Jesús decide ir al funeral de su amigo Lázaro, algo que los ponía a todos en peligro porque ya estaban siendo perseguidos. Ante eso, Tomás dijo: «¡Vayamos entonces para que muramos nosotros también!» (Juan 11:16). Tomás, ¡un poquito de fe! Pero como él, hay muchas personas que son negativas y piensan que todo saldrá mal, que pasará lo peor, que los problemas no tienen solución. Todos conocemos a alguien así ¿no es cierto?
El miedo, eso que nos impide actuar como debiéramos; la duda, eso que nos impide creer como debiéramos; y la negatividad, eso que hace que pensemos que todo va a salir mal y que no hay solución a nada.
Y luego está la fe. La fe que es regalo de Dios para ti y para mí. La fe que es obra del Espíritu Santo en nuestras vidas. La fe que se hace fuerte ante el miedo, la duda y la negatividad a través de dos medios fabulosos que el Señor usa para venir a nosotros: su Palabra eterna que nunca regresa vacía, que es lámpara a nuestros pies para que sepamos por dónde caminar, que nos lleva a creer, y sus Sacramentos, el Bautismo y la Santa Cena o Eucaristía, donde nos sabemos amados, perdonados, redimidos y salvados por un Dios que calma los miedos, disipa las dudas y echa fuera toda negatividad.
¿Saben qué hizo Jesús para calmar los miedos de los discípulos, disipar las dudas de Tomás, y tratar de crear en ellos algo de optimismo ante tanta negatividad? Jesús fue a ellos. No para condenarlos o cuestionar su falta de fe, sino para que le creyeran.
Juan 20:26-29: «Ocho días después, sus discípulos estaban otra vez a puerta cerrada, y Tomás estaba con ellos. Estando las puertas cerradas Jesús llegó, se puso en medio de ellos y les dijo: «La paz sea con ustedes.» Luego le dijo a Tomás: «Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» Entonces Tomás respondió y le dijo: «¡Señor mío, y Dios mío!» Jesús le dijo: «Tomás, has creído porque me has visto. Bienaventurados los que no vieron y creyeron.»
No hay mejor remedio para el miedo que Jesús nos llene de su paz, la paz que sobrepasa todo entendimiento, la paz que trae calma en medio del caos, la paz que alivia hasta el dolor más profundo que la muerte puede causar. La fe se hace fuerte en la duda, cuando Jesús viene y la disipa con su Palabra y sus Sacramentos, para que veamos las marcas de la cruz, para que veamos el costo de su sacrificio por nosotros. ¡Y cuán valioso es para nosotros que el Señor haya venido a morir por nuestro pecado y a resucitar para que tengamos vida eterna en Él, con Él, y por Él! Cuando nuestra negatividad llena de «no» nuestras vidas, Jesús viene, se acerca, se planta entre nosotros, y nos dice: ‘Sí, he resucitado; sí, te amo; sí, estaré contigo siempre.’ Y eso nos alivia la negatividad y nos llena de optimismo.
Esto no quiere decir que los sufrimientos o las pruebas se irán. Pero sí que sufriremos con esperanza, con convicción de saber que no estamos solos y que lo que viene, lo que Cristo prepara, es siempre mucho mejor.
Mis amigos, Juan termina diciendo lo siguiente en este relato, y es lo que quiero que se quede con ustedes en este día:
Juan 20:30-31: «Jesús hizo muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer, tengan vida en su nombre.»
Jesús regresó a sus discípulos para que ellos creyeran, y para que al creer pudieran ser salvos por medio de la fe en Él.
En su Palabra, a través de este mensaje y de los mensajes que escuchamos cada semana en la Iglesia, y cada vez que participamos de los Sacramentos, Jesús se acerca a nosotros. Y lo hace para que nosotros también creamos, para que tengamos esa fe que se hace fuerte en medio del miedo, la duda y la negatividad, esa fe que nos lleva a creer y proclamar, inclusive en medio de nuestras dudas o cuestionamientos, que el Señor ha resucitado, que ha resucitado en verdad, ¡Aleluya!
Así que, mis queridos amigos, si el miedo, la duda, o la negatividad quieren poner a prueba tu fe, acércate a Jesús a través de su Palabra y sacramentos, y verás el poder de su muerte y resurrección, que son señales de que tú tendrás vida eterna y salvación en Él, con Él, y por Él. Bienaventurados los que no vieron, y creyeron.
Y si quieres conocer más de Jesús y de lo que hace, ha hecho y hará en nuestras vidas, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.