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PARA EL CAMINO
El Pastor de las ovejas nos invita a que nos alejemos de nuestros pecados y seamos parte de su rebaño. El cielo y la tierra se alegran cuando los pecadores se arrepienten y son salvos. No se pierda la oportunidad de ser parte de la familia de Dios.
La joven estaba yendo a una cita a ciegas. Nunca lo había hecho antes, pero esta vez era una excepción. Sus amigos habían logrado convencerla de que saliera con ese muchacho. Le habían dicho que era una persona muy buena y amable, y que además tenía mucho éxito en su trabajo. En otras palabras, le habían dicho que era el hombre «ideal». Según sus amigos, este joven era una combinación de súper héroe y genio, por lo que, aunque más no fuera para saciar su curiosidad, aceptó salir a cenar con él.
No demoró mucho en darse cuenta que sus amigos se habían quedado cortos al describir sus cosas positivas. Desde el momento en que se encontraron, el joven se pasó hablando acerca de sí mismo, de las cosas que hacía y tenía, de todos sus logros y éxitos. Por ejemplo, le gustaba cazar, pero no era un cazador cualquiera, sino que podía cazar animales a distancias prácticamente imposibles para otros. En su trabajo tenía tanto éxito, que sus superiores temían por sus puestos. Era un atleta destacado tanto en deportes de invierno como de verano. En pocas palabras, su grandiosidad se mostraba en todos los aspectos de su vida. Finalmente, luego de casi tres horas y media de hablar sin parar acerca de él, de pronto dijo: ‘Perdón. He estado hablando todo este tiempo sobre mí. Hablemos de ti ahora. ¿Qué te parece mi nuevo automóvil?’
Al igual que el joven de nuestra historia, el mundo es egocéntrico. Cuando digo ‘el mundo’, me refiero a todas las personas que creen que el mundo fue creado para ellas y que todo se centra alrededor de ellas. Son las personas que creen que su opinión no sólo es la más importante, sino que es la única que cuenta; creen que su voz es la única que debe ser oída; que su perspectiva y puntos de vista son los únicos incuestionables, innegables, y correctos. Sí, el mundo, o sea, esas personas, es egocéntrico y egoísta.
Y, por más que sea triste, las personas egoístas leen la Biblia con ojos egoístas y con una mentalidad egoísta. Así es que piensan que las historias bíblicas fueron escritas sólo para ellas, están centradas en ellas, y se aplican a ellas de la forma más favorable. A veces tienen razón; pero lamentablemente otras veces sus egos se interponen entre lo que el Señor está tratando de enseñar y decir. Permítame darle unos ejemplos. Jesús contó una parábola sobre un hijo pródigo. Algunos de ustedes recuerdan la historia pero otros quizás no, así que voy a dar un breve resumen de la misma. Se trata de la historia de un hombre con dos hijos. El hijo mayor trabaja para el padre y hace todo lo que el padre le dice, sin quejarse. El hijo menor, en cambio, no quiere seguir viviendo en la casa de su padre y haciendo lo que su padre le dice, por lo que, en un acto de egocentrismo total, y sin tener en cuenta para nada los sentimientos de su padre, va a él y le dice algo así como: ‘Mira, padre, sabemos que tú no vas a vivir para siempre, y que, cuando te mueras, una parte de tu propiedad va a ser para mí, así es que, en vez de esperar hasta entonces, quisiera que me des mi parte ahora’. Sin decir ni una palabra, el padre le da a su hijo exactamente lo que este le había pedido. Con los bolsillos llenos, el joven se va a recorrer el mundo hasta entonces desconocido, gastando a diestra y siniestra el dinero de su herencia. Demás está decir que no pasa mucho tiempo hasta que se encuentra sin un centavo, buscando desesperadamente un trabajo, y comiendo cualquier cosa que encuentra en el camino.
Un día, mientras comía comida de cerdos, pensó: ‘¿Qué estoy haciendo aquí, cuando podría estar en mi casa? Los sirvientes de mi padre viven mucho mejor que yo’. Y entonces decide volver a la casa paterna. Cuando todavía le faltaba un poco para llegar, el padre lo ve acercándose por el camino, y sale corriendo a recibirlo. Tal fue su alegría, que le dio la mejor ropa para que se vistiera, y ordenó matar al mejor animal para hacer una fiesta de celebración por su regreso.
Así es como Jesús contó la historia. Nos hace felices ver al joven que se había alejado ser recibido nuevamente en su casa por su padre… un padre que está tan contento de verlo, que ni siquiera le pregunta nada acerca del dinero que le había dado. El problema con esta historia es que muchos la leen desde una perspectiva egoísta, y piensan que Jesús la contó para mostrarnos cuán agradecido está Dios de tenernos como hijos. Pero con esa interpretación hay un problema, pues la historia no termina allí. Jesús sigue diciendo que el hermano mayor, al ver todos los preparativos para la celebración, se enojó mucho. ¿Por qué? Porque sintió que no era justo para él, que todo el tiempo había estado trabajando duro junto a su padre. El padre fue a buscarlo para que participara de la celebración, y le dijo: ‘Tenemos que festejar porque tu hermano, que creíamos que había muerto, está vivo. Tú sabes que te quiero. Ven a celebrar con nosotros’. Recién aquí es donde termina la historia.
Jesús nunca dijo si el hermano mayor fue al banquete, o se quedó afuera sintiendo lástima por sí mismo. Es que Jesús quería que sus seguidores se dieran cuenta que nosotros somos como el hermano mayor y no como el hermano menor. Él quería que decidamos qué vamos a hacer cuando los ‘indeseables’, aquellas personas que no son como nosotros, reciben fe y son salvas. ¿Vamos a celebrar, o vamos a enojarnos y quejarnos? Pero nuestro ego nos hace terminar esta historia antes de tiempo; nuestro ego hace que nos identifiquemos con el hijo menor que es recibido nuevamente en su hogar; nuestro ego nos impide ver que somos el hijo mayor que se enoja de rabia; nuestro ego no nos deja ver el significado central de esta parábola de Jesús.
Somos una raza egoísta. Esa no es la única vez que las palabras de Jesús son mal interpretadas. Le animo a que lea los primeros versículos del capítulo 15 del Evangelio de Lucas. Le explico lo que allí sucede. Jesús estaba enseñando. Quienes le escuchaban eran generalmente los marginados de la sociedad de esos tiempos, o sea, los cobradores de impuestos, los enfermos, los discapacitados, los que tenían fama por haber cometido algún pecado grave. Haciéndose eco del refrán que dice ‘dime con quién andas y te diré quién eres’, algunos de los pilares de la comunidad comenzaron a criticar a Jesús por todos los ‘indeseables’ que se acercaban a escucharle.
Al igual que en otras oportunidades, Jesús decidió no discutir con quienes lo criticaban, sino contarles una parábola, una historia que ellos pudieran comprender. Entonces les dijo algo así como: ‘Había una vez un pastor que tenía 100 ovejas. Él era responsable de que estuvieran seguras, por lo que era necesario que se mantuvieran juntas en el rebaño. Cada día y cada noche el pastor las contaba para asegurarse que no le faltara ninguna: 94, 95, 96, 97, 98, 99. Volvió a contar: 96, 97, 98, 99. Sí, era cierto, una de las ovejas se había apartado del rebaño, lo que significaba que estaba en peligro. Sin pensarlo ni un segundo, el pastor dejó a las 99 ovejas allí donde estaban, y salió a buscar a la oveja perdida para salvarla del peligro en que se encontraba a causa de su propia tontería. No sabemos si le llevó un tiempo encontrarla, o si la descubrió enseguida, pero sí sabemos que logró su cometido. La historia continúa. Jesús dice: ‘cuando la encuentra (el pastor), lleno de alegría la carga en los hombros y vuelve a la casa’.
Y aquí es donde, por causa de nuestro egocentrismo, terminamos la historia. Muchos artistas a través de los años han representado esta historia en pinturas y, hasta donde yo sé, todos han terminado aquí. Todos muestran a Jesús con la oveja descansando sobre sus hombros. Terminamos aquí la historia porque queremos creer que nosotros somos esa oveja perdida que es tan importante, que Jesús fue capaz de dejar las otras 99 para buscarnos. Preferimos pensar que nada hace más feliz a Jesús que encontrarnos y hacernos suyos. Nos hace bien creer que Jesús nos acepta así como somos y que se pone contento de poder recibirnos con todos nuestros pecados.
Pero la historia no termina allí. Jesús sigue diciendo que, cuando el pastor regresa con la oveja perdida, llama a sus amigos y vecinos, y les dice: «Alégrense conmigo; ya encontré la oveja que se me había perdido». Y luego, para asegurarse que los egoístas comprenden el tema de la parábola, agrega: «Les digo que así es también en el cielo: habrá más alegría por un solo pecador que se arrepienta, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse». ¿Se da cuenta? No se trata de que Jesús nos acepta así como somos; se trata de que tanto él como los cielos se alegran cuando los pecadores se arrepienten y son salvos.
Hay muchas personas que no van a estar de acuerdo con lo que acabo de decir, pues piensan que Jesús, que es tan amoroso y compasivo, debería aceptar a cada uno así como es. Hay muchos que piensan que el Salvador no puede pedirles ni obligarlos a cambiar, y no quieren siquiera oír la palabra ‘arrepentimiento’. Estas personas piensan que Dios tiene suerte de que ellos le sigan. Dicen que Jesús nunca rechazó a ningún pecador, sino que, por el contrario, siempre se alegró cuando los pecadores se volvían a él.
Usted puede creer eso si quiere. Pero los hechos son bien claros. Dios no es un mendigo esperando desesperadamente las migajas que a usted se le ocurra tirarle. Dios es Dios; usted no. El Padre celestial envió a su Hijo a este mundo para buscar y salvar lo que se había perdido no por lo que usted haya hecho, sino por su gran amor y misericordia. Jesús no nació en Belén porque usted sea una buena persona. Jesús vino para sacar a las personas de la oscuridad del pecado a la luz del amor del Señor. Jesucristo fue rechazado, odiado, perseguido y difamado para que usted pueda ser salvo. Él fue traicionado por uno de sus mejores amigos. Los líderes religiosos lo acusaron diciendo mentiras acerca de él y movilizaron a una multitud para que exigieran su crucifixión. Las autoridades prefirieron actuar rápido en vez de tratar de hacer justicia, y así la vida de Jesús fue ofrecida como rescate por la de usted. Su resurrección de la muerte al tercer día proclama a todo el que quiera oír, que el rescate ha sido pagado, por lo que hay salvación para todos lo que se arrepienten y creen en el Salvador.
Si usted cree que puede seguir pecando porque total Jesús va a seguir buscándole, le advierto que quizás no le quede tanto tiempo para creer. Cuando Jesús fue a Nazaret, su pueblo natal, les dijo a sus habitantes que el Mesías había llegado. Pero ellos reaccionaron tratando de matarlo. Si bien no lo lograron, tampoco hay ningún registro que diga que él alguna vez volvió a Nazaret a predicar. Según los registros de las Escrituras, las ovejas perdidas de Nazaret permanecieron perdidas.
El capítulo seis del Evangelio de Juan habla acerca de la vez que Jesús se dirigió a una gran multitud que había estado siguiéndolo. Juan dice que Jesús les dijo palabras que a ellos no les gustaron o no comprendieron. Dice: «Desde entonces muchos de sus discípulos le volvieron la espalda y ya no andaban con él». Por más que busque en la Biblia, no va a encontrar ni un texto en el que diga que Jesús salió corriendo detrás de ellos. A menos que el Espíritu Santo los haya tocado en otra oportunidad, su duda e incredulidad los apartó de Jesús para siempre. Según los registros de las Escrituras, estas ovejas perdidas de entre las multitudes permanecieron perdidas.
En el capítulo 10 del Evangelio de Marcos se nos cuenta que un joven rico se le aproximó a Jesús y le preguntó qué tenía que hacer para ser salvo. Jesús se lo dijo, pero al joven no le gustó la respuesta que le dio el Salvador. Tan poco le gustó, que terminó alejándose de él. En este caso, el texto sí nos dice que Jesús amó a ese joven… pero no dice que Jesús haya ido a buscar a esa oveja perdida. Según los registros de la Escritura, ese joven rico, esa oveja perdida, permaneció perdida.
Todos estos textos de las Escrituras, y muchos otros más, nos dicen que Dios nos quiere, pero que nos quiere en sus términos. Todos estos textos nos dicen que el Buen Pastor nos está buscando, pero que esa búsqueda no va a durar para siempre. Es casi seguro que, para algunas personas, ésta sea la última vez que escuchen el mensaje de salvación. No se necesita ser un gran matemático para poder calcular que, antes que llegue otro día del Señor, algunos oyentes estarán muertos. Sí, algunos de ustedes estarán siendo llorados por sus familiares y amigos. Su tiempo aquí, en este mundo, habrá llegado a su fin, y su eternidad, sea en el cielo o en el infierno, habrá comenzado. Lo que significa que no hay tiempo para perder, simplemente porque quizás no haya más tiempo.
No hace mucho alguien me contó una historia. Resulta que una abuela llamó por teléfono a la casa de su hija. La nieta contestó, diciendo: ‘Hola’. ‘Hola, querida, ¿está tu mamá?’, le preguntó la abuela. ‘Sí’, le respondió la niña, en voz baja. ‘¿Puedo hablar con ella?’, dijo la abuela. ‘No, está ocupada’, le dijo la niña. ‘¿Está tu papá?’, le preguntó entonces la abuela. ‘Sí, pero él también está ocupado’. ‘¿Qué están haciendo?’ ‘Están hablando con un policía’, dijo la niña. ‘Un policía’, se asustó la abuela, ‘¿y quién más está allí?’. ‘Un bombero.
El bombero y el policía están hablando con mamá y papá’. En ese momento, el teléfono de la abuela comenzó a hacer un ruido tremendo. ‘¿Qué es ese ruido?’, preguntó la abuela. ‘Es un helicóptero’, dijo la niña. Tratando de disimular lo más posible la gran preocupación que la invadía, la abuela le preguntó: ‘¿Qué está pasando?’ A lo que la niña contestó: ‘El equipo de rescate acaba de bajarse del helicóptero’. ‘El equipo de rescate, ¿qué están buscando?’, le preguntó la abuela. Un poco vacilando y poco riéndose, pero siempre en voz baja, la niña le contestó: ‘Me están buscando a mí’. Le puedo asegurar que, cuando los padres encontraron a esa niña, la besaron, la abrazaron, y lloraron de alegría, pero también le dijeron: ‘Nunca más hagas algo así’.
Lo mismo sucede con nosotros. Cuando el Salvador nos encuentra, si es que nos encuentra, se alegra, y con él se alegran también todos los cristianos del mundo y los ángeles del cielo. Pero, en medio de toda esa alegría, hay un llamado al arrepentimiento: deja atrás tus pecados. Somos parte del rebaño; nuestros días de andar perdidos, sin rumbo, y en desobediencia, se terminaron. Escuchemos el llamado del Señor. Hoy. Ahora. Antes de que sea demasiado tarde.
Si necesita ayuda para saber cómo seguir adelante, estamos aquí para guiarle. Comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.