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PARA EL CAMINO
El amor del Padre se ha manifestado una vez más. A pesar de nuestra actitud necia e indiferente hacia Dios, nuestro creador, con gran amor y paciencia el Señor viene a buscarnos. Ese es el mensaje de la Navidad que aún tenemos fresco en nuestro corazón: en la persona de su Hijo, Dios ha venido a buscar lo que estaba perdido.
Aún recuerdo como una película aquella cálida tarde de verano en California. Pasamos un día agradable junto con mi familia de México que estaba de visita en casa. Habíamos planeado visitar un famoso parque de diversiones en Anaheim que, según su slogan, es «el lugar más feliz de la tierra». Seguramente lo identificas ahora. A la mitad del día decidimos hacer una pausa para comer algo, beber agua y reponer fuerzas. Y es que en estos lugares uno camina todo el día de un lugar a otro y, aunque la diversión ocurre, uno se cansa pues está expuesto a toda clase de emociones.
Sin embargo, ninguna emoción fuerte se compararía instantes después con la sensación de terror que sentimos mi esposa Erika y yo cuando de pronto nos percatamos que nuestra hija menor Rebecca, de 3 años, había desaparecido. Como disparados por un resorte todos nos paramos de la mesa, y cada uno comenzó a buscarla en diferentes lugares en medio de centenares de personas que caminaban en ambas direcciones de la calle principal.
¿En qué momento la perdimos de vista? Hacía apenas unos segundos estaba comiendo con nosotros en la mesa y ahora estaba desaparecida. Toda clase de pensamientos repentinos vinieron a mi cabeza. Sinceramente, esta es una experiencia que no le deseo a nadie. Con solo recordarlo vuelvo a sentir un terrible escalofrío recorriendo mi cuerpo. Es por esa razón que me identifico mucho con la historia que acabamos de escuchar.
Nuestro pasaje de la Escritura comienza diciendo que José, María y Jesús habían viajado a Jerusalén para la celebración de la Pascua, esa famosa fiesta en la que por siete días los judíos comen panes sin levadura. Esta festividad, considerada nacional, atraía a Jerusalén a mucha gente de todas las regiones de Asia. De hecho, cada familia debía llevar una ofrenda especial para agradecer a Dios la manera tan portentosa en la que fueron liberados de la esclavitud y de la muerte en Egipto en los tiempos de Moisés.
La celebración incluía una convocatoria santa de personas en torno al gran templo. Quizás el 4 de julio aquí en los Estados Unidos, con las familias reuniéndose en los parques para hacer carne asada y celebrar su independencia, es el día que más se parece a esta celebración. La gran diferencia es que, para los judíos, La Pascua tenía que ver con la salvación y libertad que Dios había provisto.
Cuando terminó la fiesta, todas las familias emprendieron el regreso a sus casas. Así que José, María y Jesús inician su camino de vuelta a Nazaret. Pero esperen un momento: Jesús, ¿dónde se encuentra Jesús? Jesús no va con sus padres terrenales de regreso. José y Maria se dan cuenta que el muchacho no está. Imagino que pronto buscaron explicación pensando que venía junto con la caravana más atrás o más adelante, que posiblemente estaba con parientes o amigos.
Así que comenzaron a buscarlo durante todo un día de viaje, pero no tuvieron éxito. Angustiados y con incertidumbre no tuvieron otra opción más que regresar a Jerusalén para buscarlo. Esta situación nos puede recordar el hecho de que ahora mismo algún padre o madre llora la desaparición de su hijo o de su hija, a quien añora ver de nuevo. Señor ten piedad, Cristo ten piedad, Señor ten piedad.
Tuvieron que pasar tres largos y angustiosos días en los que José y María recorrieron los caminos, tocaron puertas y preguntaron en las casas para poder encontrarlo. No pudieron encontrar a Jesús jugando con otros chicos de su edad. No lo hallaron perdiendo el tiempo. Jesús, de 12 años, estaba sentado en medio de maestros de la ley, a quienes ponía toda su atención y a quienes hacía diferentes preguntas.
Los doctores de la ley o rabinos del Sanedrín eran quienes estaban preparados para enseñar las Escrituras. Por eso se sorprendieron de este muchacho prodigio. Se asombraban por la agudeza de sus pensamientos y la profundidad de su inteligencia reflejada en sus respuestas. Sin saberlo, esos maestros de la Ley estaban cerca del mismísimo Hijo del Dios Altísimo. Ellos no habían ido a Él. El Salvador del mundo había ido a buscarlos a ellos. Porque Jesús, el Hijo del hombre, vino a buscar lo que se había perdido.
Sin embargo, no olvidemos que ahí se encuentra Maria quien rápidamente, y con tono de reclamo al borde del llanto, pregunta: ¿por qué nos has hecho esto hijo mío? Te hemos estado buscando los últimos tres días. ¡Que emoción le dio volver a ver a su hijo!
Regresando un momento a la anécdota familiar, quiero platicarte que tuvimos la bendición de encontrar a Rebecca en el parque y, afortunadamente, no nos tardamos tres días. Pienso que pasaron apenas minutos de búsqueda cuando a lo lejos vi a mi pequeña hija y a una amable señora caminando a nuestra dirección, como buscándonos. De inmediato la abracé, le di un beso y le pregunté si estaba bien, y le agradecí a la señora por haberla llevado hasta nosotros. Dimos gracias a Dios y prometimos no perderla de vista de nuevo.
Ojalá esta escena se repitiera más veces en los hogares de padres latinoamericanos que han perdido a sus hijos como consecuencia del crimen y la violencia. Oremos para que Dios traiga justicia y consolación a estas familias. Aguardemos la justicia de Dios, sabiendo que todos, todos, compareceremos ante el Gran Tribunal de Dios para responder sobre lo que hemos hecho en este mundo.
Pero al principio, la respuesta de Jesús desconcierta a su madre: «¿Por qué me estaban buscando? ¿Acaso no saben que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?» Su respuesta es sorpresiva, pero totalmente coherente con la misión que venía a cumplir. Porque Jesús vino a buscar a quienes se habían perdido. Para Cristo es muy importante estar inmerso en los asuntos de su Padre. La traducción del pastor Martin Lutero del Nuevo Testamento dice: «¿Acaso no saben que es necesario que esté plenamente involucrado en todo aquello que le pertenece a mi Padre?»
Aquí podemos ver el corazón pastoral de Jesús por nosotros. Su ministerio fue y es siempre intencional en todo lo que hace y dice. Como él mismo dice en el capítulo 15 del Evangelio de Lucas: «¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, gozoso la pone sobre sus hombros, y al llegar a su casa reúne a sus amigos y vecinos, y les dice: «¡Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido!» Jesús es el Pastor de Pastores que abandona a las noventa y nueve ovejas para rescatar a la que se había perdido y traerla de regreso al redil, a la casa de su Padre.
Los padres terrenales de Jesús aún ignoraban que Jesús moriría en una cruz y se convertiría en la ofrenda pascual para el perdón de los pecados del mundo. Jesús lo hizo porque él vino a buscar a quienes se habían perdido. Esto es lo que leemos en Lucas 19: «Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.»
¿Lo puedes ver ahora? El amor del Padre es manifestado a nosotros una vez más, porque Él nos ha estado buscando desde el principio de los tiempos. Somos de Dios, le pertenecemos a Él, venimos de Él y regresaremos a Él. Sin embargo, y a diferencia de Jesús, nosotros no estamos en los negocios del Padre. Más bien, nos hemos extraviado en la maraña de nuestros propios errores y malas decisiones. Como dice Pablo en el capítulo 1 de su carta a los Romanos uno: «Pues a pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón se llenó de oscuridad. Aunque afirmaban que eran sabios, se hicieron necios…». Tenemos la conciencia cauterizada a causa de nuestra desobediencia y rebelión. Estamos sumidos en el abismo de nuestro pecado, sin darnos cuenta de que la consecuencia natural de nuestro pecado es la muerte.
Amigo que me escuchas, somos creados por Dios y, a pesar de nuestra actitud necia e indiferente por apartarnos de Dios, con gran amor y paciencia el Señor viene a buscarnos. Ese es el mensaje de la Navidad que aún tenemos fresco en nuestro corazón. Dios ha venido personalmente a buscarte en la persona de su Hijo, y cuando te encuentra siente un gozo indescriptible. La Biblia dice: «En el cielo habrá más gozo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que nos necesitan arrepentirse» (Lucas 15:7).
Por medio del profeta Isaías, Dios nos recuerda hoy: «Me di a conocer a los que no preguntaban por mí; dejé que me hallaran los que no me buscaban. A una nación que no invocaba mi nombre, le dije: ‘¡Aquí estoy!'» (Isaías 65:1).
Este pasaje de Lucas tiende un puente entre la niñez y la etapa adulta del Mesías. Por esa razón, no debe leerse solamente como un texto sobre la angustia de sus padres. Por el contrario, podemos observar la vocación temprana del Pastor de pastores por conocer y cumplir la ley y guiar sabiamente a las ovejas perdidas a la casa de su Padre. En el capítulo 10 del Evangelio de Juan, leemos: «Yo soy el buen pastor. Yo conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí, y yo conozco al Padre; y yo pongo mi vida por las ovejas.»
Es hermoso recordar y confiar en el llamado que Jesús nos hace. El Señor es nuestro pastor que viene a buscarnos. Podemos estar seguros de que durante la jornada con él nada nos falta, que en campos de verdes pastos nos hace descansar y que nos lleva a arroyos de aguas tranquilas, como dice el Salmo veintitrés. Esta imagen de aguas tranquilas nos remite a nuestro bautismo, ese momento maravilloso en el que nacemos de nuevo por voluntad divina del agua y del Espíritu.
Este es el lugar donde podemos recordar que Dios nos ha encontrado y que con él estamos seguros pues hemos sido declarados muertos al pecado y declaradas nuevas criaturas en Cristo. El Señor dice: «Las que son mis ovejas, oyen mi voz; y yo las conozco, y ellas me siguen. Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.»
La revelación de Dios en Cristo comienza en la Navidad con un misterio glorioso de Dios hecho hombre. Ahora él quiere que todo mundo sepa que tiene una misión que cumplir en tu vida.
¿Cómo te encuentras tú que nos estás escuchando? ¿Te has llegado a sentir perdido buscando alivio y pertenencia en los lugares equivocados? ¿Te has extraviado en un mar de filosofías y pensamientos en la búsqueda de un significado real para tu vida? ¿Has perdido tiempo valioso buscando amor verdadero con personas equivocadas?
Jesús viene a tu encuentro hoy y quiere revelarte los asuntos de su Padre, sus planes para ti son planes de vida eterna. Él quiere traerte de vuelta a casa donde no te hará falta nada. Dios quiere tratarte como a un hijo amado que antes se encontraba perdido, pero que ya ha sido encontrado. Permítenos guiarte a Jesús, el Pastor de pastores, quien quiere encontrarte ahí donde estás y llevarte sano y salvo a la casa del Padre celestial.
Para la gloria de Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Amén.
Y si de alguna manera te podemos animar a encontrarte con Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.