PARA EL CAMINO

  • Compañero en el jardín

  • octubre 23, 2011
  • Dr. Leopoldo Sánchez
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Marcos 14:36
    Marcos 14, Sermons: 2

  • Todos tenemos nuestro jardín oscuro, nuestro talón de Aquiles, nuestros puntos débiles por donde podemos caer más fácilmente en la tentación, desobedeciendo la palabra de Dios, hiriendo al prójimo, inventándonos nuestro propio dios. ¿Cuáles son los jardines oscuros de tu vida? ¿Por dónde mete el diablo la duda en tu vida?

  • Jardines, bellos jardines. ¿A quién no le gusta la belleza de un jardín? Verdes pastos repletos de coloridas flores y plantas. A su alrededor, conejitos y ardillas corriendo, abejas y pajaritos volando como de forma juguetona. El sol y la brisa agradable acompañan el bello panorama. ¡Qué bonito es el jardín! Un lugar feliz que da gozo a los seres humanos.

    La primera imagen que nos presenta la Biblia es la un jardín: el jardín del Edén. El jardín del Edén es como la primera iglesia: el lugar de la presencia de Dios-como lo fuera después la montaña o el templo. El árbol de la vida al centro del bello jardín nos recuerda que Dios es su Creador, y la fuente de todo lo que en él se mueve y lo adorna. En ese jardín Dios se comunica con Adán y Eva. Allí no hay miedo, sino pura confianza. Es el lugar de comunión plena y feliz entre Dios y sus criaturas. Un lugar lindo, agradable, y alegre.

    Mi esposa tiene un jardín muy bonito en nuestra casa, pero en él no todo es color de rosa. Mantenerlo en condiciones óptimas requiere de mucho trabajo. Por ejemplo, si no se le riega constantemente, el sol fuerte del verano puede quemar el pasto, y para que las flores crezcan hay que preparar y abonar la tierra. Las plantas tienen que ser podadas, y la maleza debe ser quitada a menudo. Los conejitos y las ardillas a veces se vuelven pestes que destruyen lo que se ha plantado y cuidado con el sudor de la frente. El jardín puede llegar a ser un lugar de trabajo arduo, frustrante, y difícil.

    Y como si todo eso fuera poco, de vez en cuando también hay que pelear con una que otra serpiente que anda merodeando entre los matorrales, y que de repente nos puede atacar. A veces el jardín se puede convertir en un lugar conflictivo y peligroso, un lugar que nos causa temor.

    Tampoco todo fue color de rosa en el jardín del Edén. La serpiente diabólica tentó allí a Adán y Eva, haciéndolos dudar de lo que Dios les había dicho. Como resultado, nuestros primeros padres no se conformaron con vivir sólo por la palabra del Creador, sino que quisieron ser como Dios mismo y volverse el centro y sustento de sus propias vidas.

    Al rebelarse contra su Creador, la criatura se hizo enemiga de Dios, poniendo fin a la feliz comunión que hasta ese entonces tenía con él. De pronto, el ser humano necesita esconderse de su Creador. El jardín se convierte, entonces, en el lugar del miedo, de la tentación, de la caída al pecado, de la rebeldía contra Dios. Es el lugar de conflicto entre el diablo y Dios, entre el pecador y su Creador. El jardín se vuelve un desastre.

    En la vida de Jesús, el jardín también es un lugar de conflicto y lucha, un lugar donde el diablo ataca. El jardín pasa a ser como el desierto donde Jesús fue tentado, en donde el diablo usa la palabra de Dios para poner en duda el plan que el Padre tenía para su Hijo. Allí el diablo tienta al Hijo para que éste se rebele contra la voluntad del Padre y no viva según su palabra y designio-o sea, para que no vaya a la cruz a salvarnos de nuestros pecados.

    En su evangelio, Lucas nos dice que el diablo, después de su intento de hacer pecar al Hijo en el desierto, se retiró hasta que tuviera otro momento oportuno para atacarlo de nuevo. Y ese otro momento oportuno le llega en el jardín de Getsemaní. Allí, en ese jardín, Jesús le pide al Padre que, de ser posible, le aparte de él la amarga copa que le espera… pero que no se haga su voluntad, sino la del Padre. Al igual que el desierto, el jardín es el lugar de la lucha con el maligno, del conflicto entre el reino de Dios y el reino del diablo.

    Cada uno de nosotros tenemos nuestro jardín, nuestro talón de Aquiles, nuestros puntos débiles por donde podemos caer más fácilmente en el pecado, desobedeciendo la palabra de Dios, hiriendo al prójimo, inventándonos nuestro propio dios. ¿Cuáles son los jardines oscuros de tu vida? ¿Dónde mete el diablo la duda acerca del poder, la verdad y el consuelo de las palabras y promesas de Dios? ¿Qué situaciones de tu vida, qué hábitos, qué formas de pensar o actuar usa el diablo para separarte de Dios y del prójimo?

    Muchas veces en nuestro caminar cristiano pasamos por el jardín, por el lugar donde se sufren ataques espirituales y luchas. Jesús sabe lo que es estar en el jardín. Pero allí, en ese jardín de Getsemaní, Jesús no cayó ante los pies del maligno, ni se rindió al pecado, ni se rebeló contra el Padre que lo envío, ni se dejó vencer por la oscuridad. Al contrario, en su agonía, al aproximarse la hora de su muerte, lo que Jesús hizo fue buscar a su Padre, y poner todo en sus manos, diciendo: «Abba, Padre, Para ti, todo es posible. ¡Aparta de mí esta copa! Pero que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.» Jesús deja todo en las manos de su Padre, se aferra a su palabra, y sigue su camino hacia la cruz que le espera. En el jardín oscuro de su agonía, Jesús deja que el Padre tenga la última palabra, depositando en él toda su confianza.

    En ese mismo jardín, Jesús les enseña a sus discípulos que la vida de fe no va a ser fácil, pues serán atacados y sufrirán conflictos a causa del diablo y el pecado. Pero también les dice que, en medio de los problemas, las penas, tristezas y sufrimientos, su oración debe ser: Abba Padre. Porque lo que define la vida del cristiano en medio de lo incierto y lo temeroso es la entrega al Padre, la confianza de poner hasta la misma vida en las manos de Dios.

    San Pablo habla de una creación que gime como mujer con dolores de parto por un mundo mejor, por una creación renovada. Así también gimen los cristianos que, en un mundo donde el dolor, la muerte y la maldad parecen haber triunfado, esperan la redención final, la resurrección del cuerpo, y la nueva creación. El gemido no es más que la oración de los hijos de Dios que claman a su Padre, que buscan su consuelo, ayuda y esperanza, en un mundo lleno de jardines donde el pecado, el diablo y la muerte parecen tener la última palabra.

    Lo que ocurrió en el jardín del Edén se puede comparar con lo que ocurrió en el jardín de Getsemaní. Jesús es, para usar términos del apóstol Pablo, un nuevo Adán. Si del primer Adán heredamos el pecado, del nuevo Adán recibimos el perdón de los pecados. Donde Adán falló al caer ante la tentación de la serpiente en aquel primer jardín, Jesús, el nuevo Adán, triunfa, poniendo su vida en las manos del Padre y no en las del maligno.

    El primer jardín es el lugar de la rebelión contra Dios y su palabra. El segundo, el lugar de la sumisión a la voluntad y palabra del Padre. En el primer jardín se acaba la oración: el ser humano ya no necesita de Dios porque se ha vuelto su propio dios. Pero en el segundo jardín la oración regresa cuando Jesús nos enseña a encomendar nuestras vidas al Padre.

    El primer jardín es el lugar del temor a Dios; el segundo, el lugar donde retorna la confianza en Dios. Donde Adán falla, Jesús triunfa por nosotros. El jardín empieza a verse como un lugar más esperanzador, un lugar que brilla con la presencia de Cristo, donde empezamos a ver-aún en medio de la oscuridad y los ataques-la belleza de aquel primer jardín.

    Ya no estamos solos en el jardín. Cristo ha ido al jardín por nosotros. Cristo sabe lo que significa ser tentado, pero él no cayó en pecado, sino que por nosotros venció en la batalla, en la lucha, en el conflicto. Si la serpiente lo hiere en el calcañar de la cruz, Jesús al fin le pisa la cabeza y la vence. Con su muerte y resurrección, Jesús le quita al diablo el poder de meternos miedo. Aunque las tentaciones vendrán, ya no debemos temer al diablo y sus ataques. Por eso, Pablo dice a los cristianos que éstos no están esclavizados a un espíritu de temor. En ellos habita otro Espíritu, el Espíritu Santo, aquel que nos recuerda y garantiza que somos hijos adoptados de Dios, y nos ayuda a orar al Padre en nuestras peores horas.

    Se trata del mismo Espíritu que habitó plenamente en el Hijo, Jesucristo, durante toda su vida y su experiencia del jardín. El mismo Espíritu por medio del cual éste fue santificado en su humanidad, haciéndose un siervo humilde a la voluntad y palabra del Padre, un siervo que pone todo en manos del Padre por medio de la oración durante todo su ministerio.

    La oración intensifica los ataques. La entrega a la palabra trae consigo más ataques. Pero en medio de la lucha espiritual lo acompaña el Espíritu Santo que éste posee en toda plenitud. El Padre unge a su Hijo con el Espíritu Santo en el Jordán para ser nuestro siervo hasta la cruz. Pero el diablo quiere obstaculizar el camino del siervo. En cada momento oportuno que el diablo lo ataca en su camino al Gólgota, incluyendo el desierto y luego aquel jardín de Getsemaní, el Hijo no deja de orar al Padre en el mismo Espíritu.

    La oración Abba Padre sólo se puede decir cuando el Espíritu Santo nos acompaña, cuando éste mora en nosotros. Lucas nos dice que Jesús se goza en el Espíritu y ora al Padre. Indudablemente, el Espíritu moró plenamente en el Hijo. En base de lo que alcanzó en la cruz, después de la resurrección Jesús dio ese mismo Espíritu a la iglesia para que more también en nosotros. El Hijo del Padre celestial nos hace hijos por adopción, por gracia. No nos deja huérfanos-como diría el apóstol Juan-porque nos ha dado su Espíritu Santo. No estamos solos cuando vienen los ataques. Por eso, Pablo nos recuerda que se nos ha dado el Espíritu de adopción y no somos esclavos al temor, ya que podemos ir a Dios en medio de cualquier ataque, cruz, dolor, clamando Abba Padre, buscando su fuerza. Jesús nos ha dado acceso al Padre por medio del Espíritu Santo, nuestro acompañante en todo jardín de la vida donde somos atacados y se nos tienta a dudar de y rebelarnos contra la palabra y voluntad del Padre.

    A veces será difícil saber cómo orar en medio de los ataques y las luchas espirituales. ¿Cómo se ora al Padre cuando uno ha perdido a algún ser querido de manera repentina y el diablo nos tienta a poner en duda el amor de Dios? ¿Cómo se ora al Padre cuando uno ha intentado varias veces reconciliarse con alguien, pero nada ha dado resultado y el diablo pone en duda el poder del perdón de Dios? ¿Cómo se ora al Padre cuando uno no puede dejar a un lado algún hábito dañino que hiere nuestro cuerpo o nuestra mente, y el diablo nos tienta a pensar que Dios no está interesado en los asuntos que nos agobian?

    Es precisamente en esos momentos agobiantes que ocurren en el jardín de la vida donde la serpiente nos quiere atemorizar, que tenemos la certera promesa de la presencia del Espíritu del Hijo en nuestras vidas. Pablo nos dice que ese Espíritu Santo que mora en nosotros nos garantiza que somos hijos de Dios, y que si bien por ahora sufrimos con Cristo en este mundo, también participaremos de su gloria en la resurrección final. Es el Espíritu el que gime en nosotros con gemidos indecibles cuando somos atacados en el jardín y no sabemos cómo orar. Es el Espíritu Santo, fiel acompañante de los hijos de Dios, los discípulos del Hijo en todo tiempo y lugar, quien nos quita el temor de caer presa del diablo, de vivir con el miedo del poder del pecado en nuestras vidas, y nos da la confianza de ir al Padre en oración para poner nuestras vidas en sus manos y recibir de él su perdón, consuelo, protección y ayuda en medio de todo ataque espiritual.

    Abba Padre. Dios nos llama a la oración y promete escucharnos siempre. Es no sólo un mandato, sino un don para los hijos de Dios tener acceso al Padre por medio de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor, especialmente en los momentos difíciles de la vida. Nos dirigirá el Espíritu Santo a la palabra y a la oración en medio de todo jardín. Así será la vida cristiana, una de conflicto y lucha contra el diablo, el pecado, y la muerte, hasta que Dios renueve su creación de manera definitiva en el día final. La creación y los hijos de Dios seguirán gimiendo como mujer con dolores de parto hasta que Dios renueve su creación en la resurrección del cuerpo y la nueva tierra. Será el fin de los ataques, el fin del miedo al mal, al dolor, a la muerte. Entonces nos encontraremos en una nueva tierra que el apóstol Juan describe también como un jardín, pero esta vez un jardín como ningún otro en este mundo.

    La Biblia no sólo comienza con la descripción de un jardín sino que termina de la misma manera. Se trata de un nuevo Edén, un nuevo jardín, bello y precioso-algo así como el primero que Dios creara antes de la caída al pecado. En este jardín, Dios y su Cordero ocupan el centro del panorama, y de ellos fluye como agua de vida el Espíritu Santo que vivifica y santifica todo lo que toca en su camino. Ya no hay miedo, pecado o muerte. No hay dolor, sufrimiento, opresión. Sólo hay vida eterna y gozo. No hay gemidos, sino alabanza. El Espíritu desde ya, no importa el jardín en el que estemos ahora, nos da la esperanza de la vida eterna en el nuevo jardín que Dios tiene listo por promesa para sus hijos. Nos acompaña el Espíritu Santo desde ya en todo momento, en las buenas y en las malas, en anticipación de su eterna compañía en el bello jardín del nuevo Edén que nos espera. Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén