PARA EL CAMINO

  • ¿Con qué autoridad?

  • junio 4, 2023
  • Dr. Leopoldo Sánchez
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 28:16-20
    Mateo 28, Sermons: 4

  • ¿Con qué autoridad llevó Jesús adelante su misión en el mundo? Con la autoridad de un Padre que amó tanto al mundo, que lo envió a salvarnos de nuestros pecados. ¿Con qué autoridad la iglesia bautiza y enseña en el nombre de Jesús? Con la autoridad de Aquél que nos amó tanto como para dar su vida en una cruz y que nos envió a proclamar su salvación a todas las naciones.

  • ¿Con qué autoridad haces esto? La sociedad moderna tiene algo de dificultad con el concepto de autoridad. Por un lado, vemos a personas con autoridad que abusan de su poder para beneficio propio o, en el peor de los casos, para hacerle daño a otros. Es debido a tales abusos que la gente sospecha de la autoridad y teme que se convierta en autoritarismo. Por otro lado, vivimos en un momento cultural en el que se le da gran importancia a la libertad del ser humano. Esta libertad a menudo se entiende como autonomía e independencia. En este ambiente, la idea de autoridad fácilmente se interpreta como una realidad necesariamente opresiva, dado que cada uno quiere ser su propia autoridad y hacer lo que le parezca.

    En el texto para hoy, Jesús les dice a sus discípulos: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra». Ya que el concepto de autoridad hoy en día atrae sospechas, y por ende se entiende de manera negativa, cabe indagar sobre el uso positivo del término por parte de Jesús. En el evangelio según San Mateo, quien fuera discípulo de Jesús, vemos cómo Jesús nos ayuda a ver el concepto de «autoridad» desde una perspectiva digna, buena y saludable. Jesús no abusa de su autoridad ni usa su poder para su propio bien (o para oprimir a otros), sino que siempre la ejerce para nuestro bien. Jesús nos muestra que su autoridad o poder en realidad es un don de Dios para nosotros y nuestra salvación. Exploremos entonces en qué consiste la autoridad de Jesús. Preguntémonos primero, ¿de dónde viene la autoridad de Jesús, o cuál es su origen? Segundo, ¿qué hace Jesús con esa autoridad durante su misión salvadora? ¿Y cuál es el propósito o beneficio para nosotros del uso de su autoridad? Y finalmente, ¿cómo se relaciona la autoridad que Jesús ejerce en su misión, con la misión de sus discípulos en el mundo? O dicho de otra manera, ¿por qué Jesús comunica o da su autoridad a la iglesia?

    En Mateo 21:23 leemos que en una ocasión, unos líderes religiosos de Israel le preguntaron a Jesús: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te dio esta autoridad?». Jesús había expulsado de los predios del templo a vendedores y compradores, advirtiéndoles que la casa de su Padre era una «casa de oración» y no «una cueva de ladrones» (vv. 12-13). El incidente había causado conmoción entre los presentes. Y no solo eso. Jesús también sanó a «algunos ciegos y cojos» que estaban en ese lugar (v. 14). Y la gente se maravillaba de lo que Jesús decía y hacía. De hecho, los «muchachos lo aclamaban en el templo y decían: «¡Hosanna al Hijo de David!»» (v. 15) Jesús enseñaba y actuaba con autoridad, y mucha gente reconocía esto y lo seguía. Y esta situación indignaba a los líderes del pueblo de Israel, quienes se consideraban como las personas con la debida autoridad en materia religiosa. Se niegan a aceptar que Jesús tiene una autoridad que esté por encima de la de ellos. Es por eso que «los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo» cuestionan la autoridad de Jesús, diciendo: «Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te dio esta autoridad?» (v. 23).

    El incidente del templo en el capítulo 21 de Mateo es importante, porque contrasta la autoridad de los líderes del pueblo con la autoridad de Jesús. Vemos un contraste similar al final del capítulo 7 del Evangelio, al final de una extensa enseñanza de Jesús conocida como el Sermón del monte. Jesús termina su extenso sermón con un contraste entre dos tipos de oyentes. Primero tenemos a la persona que escucha las «palabras» de Jesús «y las pone en práctica» (7:24). Tal oyente actúa como «un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca» (v. 24). Y esa roca es Jesús. El que oye a Jesús y le sigue está bien parado, por decirlo así. Construye su casa sobre buen fundamento. Por otro lado, Jesús advierte que aquel que no escucha sus palabras y las pone en práctica es como «un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena» (v. 26). El que no oye a Jesús está mal parado. Sin buen fundamento, su casa se cae, termina en la «ruina» (v. 27). De manera indirecta, vemos aquí un contraste entre los discípulos que escuchan a Jesús y los líderes religiosos de Israel que desafortunadamente no lo hacen.

    «Cuando Jesús terminó de hablar», Mateo nos dice que «la gente se admiraba de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas» (7:28-29). Al igual que los sacerdotes y los ancianos del pueblo, los escribas eran considerados en ese entonces expertos en las cosas de Dios, es decir, la gente los veía como la autoridad en materia teológica y espiritual. Eran los voceros de Dios, sus representantes en la tierra. Sin embargo, Jesús los supera. Jesús es el vocero por excelencia de Dios. Y la gente reconoce esta nueva realidad. Por eso se admiran de Jesús, de lo que dice, de lo que hace, y se dan cuenta de que su autoridad, a diferencia de la de los escribas y otros, no es de origen humano sino de origen divino.

    ¿De dónde, entonces, viene la autoridad de Jesús? ¿Cuál es su origen? La respuesta es sencilla: la autoridad de Jesús viene de Dios. Su origen es divino. Jesús, el Hijo, recibe su autoridad del Padre celestial que lo envío al mundo para llevar a cabo su misión. No es como la autoridad de los hombres. Viene de lo alto, del cielo. Por eso, el poder o la autoridad de Jesús está por encima de cualquiera otra autoridad o poder, ya sea la de los sacerdotes, ancianos o escribas. Cuando Jesús les dice a sus discípulos, «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra» (28:18), les está haciendo saber que su autoridad manifiesta su señorío sobre todas las cosas. Solo Dios tiene «toda» autoridad «en el cielo y en la tierra». Esta expresión muestra que Jesús ejerce una autoridad que solo se le puede atribuir a Dios. Es el poder de Dios sobre todas las cosas, sobre toda la creación, sobre todos nosotros.

    Ahora que sabemos de dónde viene la autoridad de Jesús, podemos preguntarnos: ¿qué hace Jesús con esa autoridad durante su misión? ¿Con qué propósito ejerce tal autoridad? ¿Y cómo se beneficia la gente de ella? Los textos que hemos visto hasta ahora nos dan la respuesta. En el templo, por ejemplo, vemos que Jesús manifiesta su autoridad al sanar a los enfermos, a los ciegos y cojos que se encontraban allí (Mateo 21:14). Desde el monte, Jesús también bendice a la gente con sus predicas y enseñanzas, tanto sus palabras de advertencia como sus palabras de vida eterna (p.ej. Mateo 7:24-29).

    Pero para entrar más de lleno en los beneficios que Jesús otorga al ejercer su autoridad, enfoquémonos en el capítulo 9 del evangelio según San Mateo. Aquí vemos cómo la autoridad de Jesús otorga una gran bendición a un paralítico. En primer lugar, Jesús le proclama el evangelio del perdón de los pecados. Tendido en su camilla, el paralítico escucha palabras dulces como la miel: «Ten ánimo, hijo; los pecados te son perdonados» (9:2). Ahora bien, como solo Dios puede perdonar pecados, los escribas, indignados, «se decían a sí mismos: «Éste blasfema» (v. 3). Sabiendo lo que los escribas estaban pensando, Jesús procede a mostrarles que él verdaderamente tiene la autoridad de perdonar pecados. Lo hace con otra muestra de su poder en beneficio del paralítico: lo sana de su dolencia física. Jesús reta a los escribas con estas palabras: «¿Qué es más fácil? ¿Que le diga [al paralítico] «los pecados te son perdonados», o que le diga «levántate y anda»? Pues para que ustedes sepan que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados, «Levántate (dijo éste al paralítico), toma tu camilla, y vete a tu casa»» (vv. 5-6).

    Jesús, el Hijo del Hombre, se digna usar su autoridad divina para sanar al paralítico no solo de su dolencia física sino más profundamente de sus pecados, de su dolencia espiritual. En última instancia, Jesús demuestra su poder en sus dolores, en la cruz. Usa su autoridad para servirnos hasta la muerte. Nos libra del pecado por medio de su muerte en la cruz, donde toma sobre sí nuestros pecados para salvarnos de la condenación y el poder del pecado. Por sus llagas fuimos sanados (cf. Isaías. 53:5).

    El incidente del paralítico nos enseña que Jesús usa su autoridad divina no para sí mismo sino para nuestro beneficio. No la usa de forma autoritaria, sino al servicio de la humanidad. Esta autoridad es el poder de Dios cuyo propósito se nos revela en el hablar y el actuar de su Hijo Jesús. Es la autoridad para perdonar y restaurar al ser humano, al pecador. Por eso, cuando la multitud vio lo que hizo Jesús a favor del paralítico, «se quedó asombrada y glorificó a Dios, porque había dado tal poder [o tal autoridad] a los hombres» (9:8). La autoridad de Jesús nos hace bien. Y la respuesta apropiada a tal ejercicio misericordioso de su poder en nuestras vidas es no solo el asombro sino también la glorificación a Dios, la acción de gracias expresada en alabanza por los beneficios recibidos.

    Ya hemos visto que la autoridad de Jesús viene de lo alto. Se distingue de la autoridad de los seres humanos. Así pues, la respuesta de Jesús a la pregunta de los líderes religiosos, «¿con qué autoridad haces esto?,» o «¿quién te dio esta autoridad?,» sería la siguiente: Con la autoridad que he recibido de mi Padre que me envió al mundo para salvarlo. ¿Y qué beneficio recibimos del ejercicio de tal autoridad? Pregúntale a los ciegos y cojos del templo. Pregúntale al hermano paralítico. Son palabras que sanan, palabras que perdonan; son palabras que restauran al ser humano, al pecador.

    Nos toca ahora responder a una última pregunta. ¿Cómo se relaciona la autoridad de Jesús en su misión a la misión de sus discípulos? ¿Con qué propósito da Jesús su autoridad a la iglesia? En el capítulo 10 del evangelio según San Mateo, vemos que Jesús envía a sus doce discípulos a una misión a su propio pueblo, es decir, una misión «a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (10:6). Al comienzo del capítulo leemos que «Jesús reunió a sus doce discípulos, y les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y para sanar toda enfermedad y toda dolencia» (v. 1). En otras palabras, Jesús les dio poder o autoridad a sus discípulos para actuar en su nombre, para ser sus representantes en la tierra. Envía a los doce al pueblo de Israel, dándoles su autoridad para hacer sus obras de misericordia en su nombre: «Vayan y prediquen: «El reino de los cielos se ha acercado.» Sanen enfermos, limpien leprosos, resuciten muertos y expulsen demonios» (vv. 7-8a). Vemos nuevamente lo que significa hablar y actuar con la autoridad de Jesús, según los valores del reino de los cielos. Se trata de una autoridad que no busca el bien propio, sino el bienestar de los demás.

    El envío de los discípulos nos revela algo muy importante. Así como Jesús recibe su autoridad del Padre para establecer su reino de gracia entre nosotros, así también los discípulos reciben su autoridad de Jesús para proclamar las buenas nuevas de su reino a las ovejas perdidas. Lo que Jesús tiene, Jesús da. Jesús transfiere su autoridad, su poder, a su iglesia para que ésta continue su misión en el mundo. Por eso les dice a sus discípulos: «El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió» (10:40). Esta misión no será fácil. Será difícil. Habrá oposición en contra del reino de los cielos, contra la iglesia, contra Cristo. Por eso también Jesús le da el Espíritu Santo a la iglesia, para que la acompañe y la empodere en la misión cuando ésta sea perseguida y sufra por causa del evangelio: «Pero cuando ustedes sean entregados, no se preocupen por lo que han de decir, ni por cómo habrán de decirlo, porque en ese momento se les dará lo que tienen que decir. Porque no serán ustedes los que hablen, sino que el Espíritu de su Padre hablará por ustedes» (vv. 19-20). Así pues, la autoridad de Jesús es comunicada a su iglesia para que lo represente en la tierra, para que en su nombre proclame el perdón de los pecados a todo oyente, en todo tiempo y lugar.

    En el evangelio de hoy, de Mateo capítulo 28, también conocido como la Gran Comisión, Jesús les dice a sus discípulos que su autoridad es divina. Lo expresa con la expresión «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra» (28:18). Como ya lo hemos dicho, solo Dios tiene tal autoridad sobre todas las cosas. Jesús comparte este divino poder con su Padre que lo envió al mundo. Además, la autoridad que Jesús recibe de su Padre se la da a sus discípulos. Solo que ahora los envía no a las ovejas perdidas de Israel, sino a todas las naciones: «Por tanto, vayan y hagan discípulos en todas las naciones» (vv. 18-19a). El sentido de las palabras de Jesús a sus discípulos es el siguiente: «Toda autoridad me ha sido dada por el Padre . . . Por tanto, yo les estoy dando esta autoridad a ustedes». Pensemos en una carrera de relevos en la que el primer corredor le pasa la batuta al próximo corredor. Jesús le pasa la batuta, su autoridad, a la iglesia para que ésta continue su misión en el mundo, para que corra la carrera de la fe y se mantenga fiel a la misión que Jesús le ha encomendado.

    ¿Y con qué propósito le da Jesús su autoridad a la iglesia? ¿Con qué fin? No es una autoridad para bien propio, sino para beneficio de muchos. No se usa de forma autoritaria, sino en servicio a los demás. Es la autoridad para hacer discípulos de todas las naciones por medio de los dones del bautismo y de la enseñanza (vv. 19-20a). Se trata del uso del poder de Dios para incorporar a los seres humanos a su reino de gracia por medio del bautismo trinitario y para sostenerlos en su fe bautismal por medio de la diaria enseñanza de todas las cosas que Jesús nos ha mandado. Esta misión no será fácil. Pero así como Jesús le ha prometido a su iglesia el Espíritu Santo, también le ha prometido estar con ella por siempre en su misión: «Y yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (v. 20b).

    Y tú, Jesús, ¿con qué autoridad haces todo esto, tu misión? Con la autoridad de un Padre que amó tanto al mundo que me envió a la tierra a salvarlos de todos sus pecados. Y tú, iglesia, ¿con qué autoridad bautizas y enseñas en el nombre de Jesús? Con la autoridad de nuestro Señor que amó tanto a sus ovejas extraviadas por todo el mundo que nos envió a todas las naciones a proclamarles la salvación del pecado que él ha obtenido por ellas por medio de su muerte y resurrección. ¡Demos gracias y alabanzas a Dios por revelar tan bella autoridad a los hombres!

    Si de alguna forma podemos acompañarte en tu caminar diario con Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.