PARA EL CAMINO

  • Contra mi naturaleza

  • noviembre 6, 2022
  • Pastor Lincon Guerra
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 5:1-12
    Mateo 5, Sermons: 4

  • Todos queremos ser felices, pero ¿dónde y cómo encontramos la felicidad? ¿Acaso es un sentimiento o emoción alegre por acontecimientos, situaciones o posesiones? En nuestra sociedad todo parece estar enfocado en la competitividad y la superioridad. Quién es más fuerte, quién tiene más posesiones, quién es el mejor. Sin embargo, Jesús nos propone otra definición.

  • ¿Qué pregunta sería más fácil responder: eres feliz, o, recuerdas algún momento feliz en tu vida? Creo que a todos se nos haría más fácil responder y contar sobre algún momento feliz en nuestra vida. Quizás el día de nuestra graduación, nuestra noche de bodas, cuando recibimos una promoción en el trabajo, cuando nos entregaron las llaves de nuestra nueva casa, el día que nació nuestro primer hijo, nuestro viaje por el Mediterráneo, etc. Pueden ser incontables esos «momentos» de felicidad. Es muy fácil conectar la idea de felicidad a las situaciones en la que nos encontramos en un momento dado.

    Muchas veces hemos dicho o hemos escuchado a alguien decir «yo sería feliz si las cosas fueran diferentes». Bien es cierto que todos queremos ser felices, pero el mundo concibe la felicidad como un sentimiento, una emoción alegre por cosas que nos ocurren, situaciones que vivimos o cosas que poseemos. Por eso es normal ver que tantas personas buscan por todos los medios alcanzar la felicidad tal como el mundo la presenta. En los Estados Unidos muchos hablan de perseguir o lograr el «sueño americano».

    Sin embargo, los estudios demuestran que cada día son más las personas deprimidas, tristes y vacías. Según las estadísticas, en los Estados Unidos una persona muere por suicidio cada 12 minutos. Sin importar la edad, el sentimiento de vacío, soledad e infelicidad les está robando la vida a miles de personas hoy en día. El hombre tiene un problema muy profundo y arraigado en el corazón que no puede ser tratado por la ciencia o la medicina convencional, porque tiene que ver con su alma. Esta enfermedad es causada por el pecado, y aunque se ha buscado arreglar los problemas internos del corazón del hombre con soluciones humanas, vemos que estos intentos no tienen frutos y el mundo se pierde cada vez más. La plenitud y felicidad parecen inalcanzables. Y es que las heridas del corazón del hombre solo pueden ser sanadas por Aquel que creó el corazón del hombre. En el Evangelio para hoy, el Señor nos muestra una gran enseñanza en cuanto a lo que significan la santidad y la verdadera felicidad.

    Son muchas las contradicciones entre las palabras del Maestro en Mateo 5 y las enseñanzas que recibimos del mundo. Basados en las normas humanas hemos aprendido que el más fuerte es el que sobrevive, que los de carácter fuerte o personalidad dominante son los que triunfan. Desde la antigüedad vemos cómo las naciones se pelean por el poder y las riquezas. En este sistema humano todo parece estar enfocado en la competitividad y la superioridad. Quién es más fuerte, quién tiene más posesiones o más talentos, quién es el mejor.

    No sé a ustedes, pero a mí me duele tanto cuando mi país pierde en una competencia deportiva. En unos cuantos días estaremos viviendo el evento deportivo más grande del planeta: la Copa Mundial de Fútbol 2022, a llevarse a cabo en Qatar. Los países que son potencias mundiales en este deporte se enfrentarán para alcanzar un gran reconocimiento, ser los mejores del mundo al levantar la Copa FIFA 2022. Estoy seguro de que muchos de nosotros estaremos pendientes y expectantes de ver jugar a nuestros países, deseando con todas nuestras fuerzas que ganen. Eso es algo inherente en nosotros, es parte de nuestra naturaleza humana y que trasciende a todas las áreas de nuestra vida. Sí, somos egoístas por naturaleza. Basta que alguien ponga una foto en Facebook de algún grupo donde salgamos nosotros para darnos cuenta. Me pasa seguido, veo la foto y lo primero que hago es buscar dónde estoy para ver cómo he salido. Veo a todos los demás en la foto, pero en realidad solo me interesa cómo he salido yo. Haga la prueba, y verá cómo llevamos impregnado en nuestro ser el egoísmo e interés por nosotros mismos. Es parte de nuestra naturaleza. Y basado en eso, el mundo nos enseña que la «felicidad» está condicionada a lo que podemos tener o lograr, impulsando aún más nuestro ego. ¿Cuántos de nosotros no hemos querido ser alguna vez más fuertes que los demás, o tener riquezas, o ser famosos, o tener algún otro tipo de «poder» humano? Eso es lo que nos predica el mundo: «felices» los millonarios, «felices» los famosos, «felices» los poderosos. ¡Claro está! Pues todo esto alimenta nuestra naturaleza egoísta y pecaminosa con la cual hemos tratado de gobernar la tierra desde el principio. La humanidad ha buscado alcanzar la felicidad en estas cosas, pero no ha podido ni podrá encontrarla en nada de esto.

    Por otro lado Jesús de Nazaret, al que muchos llaman el «Revolucionario del mundo», con las palabras de este poderoso mensaje, el primero registrado en el Nuevo Testamento, conocido como «Las Bienaventuranzas» o el «Sermón del Monte», nos enseña las características con que se rige el Reino de Dios, muy diferentes a los principios humanos que he mencionado. Estas bienaventuranzas demuestran las características de las que participan todos aquellos que han sido, son y serán los santos y herederos del Reino de los Cielos. He aquí lo que distingue a un discípulo Santo del Señor. Los pobres de espíritu, los que lloran, los humildes, los que tienen hambre y sed de justicia, los compasivos, los de corazón limpio, los perseguidos por causa de la justicia, los que son insultados, perseguidos y acusados falsamente por causa del evangelio. Porque estos, y solo estos, entrarán y heredarán el Reino de los Cielos, la vida eterna. Al escuchar estas palabras de Jesús, concluyo que el ser santo y verdaderamente feliz va contra mi naturaleza y no puedo lograrlo por mis propios medios. La Biblia y la vida misma han demostrado en numerosas ocasiones que el hombre no es capaz de producir o poseer estas cualidades por sí mismo, sino todo lo contrario.

    En vano tratamos de medir la santidad con medidas externas o con una aparente piedad. Es muy común escuchar a personas decir que son santas porque no le hacen daño a nadie, o porque se comportan de cierta manera, visten y hablan de cierta forma, mantienen una alta moral y una buena reputación ante la sociedad. Inclusive, muchos toman estas mismas bienaventuranzas como un conjunto de reglas morales o mandamientos que hay que cumplir para alcanzar de alguna manera las bendiciones de Dios. Ven este sermón de Jesús como condiciones para alcanzar la santidad y así poder ser bendecidos por Dios. Sin embargo, la Palabra de Dios nos enseña que no podemos tener ni vivir una vida santa basada en nuestra propia naturaleza. El Apóstol Pablo nos dice en Romanos 7:18: «Yo sé que en mí, esto es, en mi naturaleza humana, no habita el bien; porque el desear el bien está en mí, pero no el hacerlo.»

    Es en vano que tratemos de alcanzar la verdadera felicidad a través de situaciones externas. Con su enseñanza, Jesucristo de Nazaret nos muestra la gran diferencia entre la felicidad según los criterios humanos y la felicidad unida a la santidad y basada en los principios del Reino de Dios. Jesús utiliza la palabra «Makarios», (en griego, bienaventurados), que denota un «estado de felicidad» y no tanto un sentimiento u emoción que puede ser transformado por las circunstancias. El Señor Jesús afirma y garantiza la vida eterna a los santos que poseen estas características, y lo confirma al mencionar a los profetas antiguos. Y quién mejor que Jesús para asegurarnos tal vida y galardón, pues fue Él quien lo logró por nosotros. En estas características de los santos bienaventurados, Jesús, el Hijo de Dios, se describe a sí mismo: las bienaventuranzas nos muestran claramente el carácter del Santo de todos los santos. Y en su vida, muerte y resurrección nos comparte su carácter y nos invita a participar de su naturaleza santa y perfecta a través de la unión con él por medio de la fe. Ahora en Cristo somos verdaderamente santos y felices, bienaventurados, porque hemos sido revestidos de Cristo, como lo dice el Apóstol Pablo en su carta a los Gálatas capítulo 3:27: «Porque todos ustedes, los que han sido bautizados en Cristo, están revestidos de Cristo«.

    Es por la obra redentora de Jesús, por sus méritos, por su muerte y resurrección, por la fe en Jesucristo, el Unigénito del Padre, que hemos sido perdonados, salvados y hechos santos. La Palabra de Dios nos dice en Tito 3:5 que Dios «nos salvó, y no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo». La obra regeneradora del Espíritu Santo trabaja en nuestra naturaleza diariamente y nos perfecciona día a día. Podemos ser felices porque el Señor nos ha limpiado y nos ha perdonado todos nuestros pecados. Las características, deseos y obras de la vieja naturaleza son ahogadas y somos hechos nuevas criaturas, y por ello es que podemos ser agregados a la lista de todos los santos. Así pasamos a formar parte de la iglesia militante, donde somos continuamente animados y movidos por el Espíritu Santo a seguir adelante, fortalecidos por la Palabra de Dios y los Sacramentos, abrazando la esperanza bienaventurada de llegar a la meta de nuestra fe y ver al Señor tal como es. Pero no somos solo nosotros. También están los santos que ya tienen su galardón en el cielo, aquellos que forman parte de la iglesia triunfante de la que habla el capítulo 7 de Apocalipsis, los que han sido lavados por la sangre del cordero y ya disfrutan de la presencia eterna del Señor, a los que recordamos hoy con mucho cariño porque ya no están entre nosotros.

    Quizás algunos oyentes se sientan un poco triste al recordar esta semana a un ser querido que ha fallecido. A ustedes los abrazamos con el amor de Cristo, en quien podemos estar confiados y tranquilos, porque tanto ellos como nosotros, somos y seremos por siempre, verdaderamente FELICES.

    Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a ver que Jesús tiene la autoridad de perdonar tus pecados y de resucitarte al fin de los tiempos para estar con él y con toda la multitud de creyentes, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.