PARA EL CAMINO

  • Convicción gloriosa

  • marzo 31, 2024
  • Pastor Lincon Guerra
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Job 19:23-27
    Job 19, Sermons: 1

  • Gracias a la vida, muerte y resurrección de Jesús es que hoy podemos tener la plena seguridad de nuestra salvación y podemos decir, junto con Job: «Yo sé que mi Redentor vive».

  • Quiero iniciar este mensaje pidiéndote que reflexiones por unos segundos sobre la siguiente pregunta: ¿Estás cien por ciento seguro de tu salvación?

    Una de las muchas bendiciones que he tenido como pastor en el campo misionero es el poder conocer a muchas personas en diferentes lugares, con diferentes trasfondos y en distintas etapas de su vida o caminar espiritual. Con muchas de estas personas he compartido la misma pregunta: «¿Estás completamente seguro de tu salvación?» Y en incontables ocasiones, la respuesta fue la misma: «No, en realidad, ¡no estoy seguro!» Esto es tanto fuera como dentro de nuestras iglesias. Creo que todo cristiano honesto se ha preguntado en algún momento de su vida si será verdaderamente salvo, si Dios le ha perdonado todos sus pecados. Y estas son preguntas sinceras. El problema no es tanto la pregunta en sí, sino la respuesta a esta pregunta, ya que no puede ser contestada en base al razonamiento humano, sino solo por medio de la fe.

    Sembrar la duda o la incertidumbre siempre ha sido una de las armas favoritas de nuestro enemigo el Diablo. La utilizó con Adán y Eva al principio de los tiempos, como leemos en Génesis 3:1, donde dice: «¿Así que Dios les ha dicho a ustedes que no coman de ningún árbol del huerto?» La utilizó con Jesús en el desierto mientras ayunaba por 40 días, como se nos dice en Mateo 4:3: «El tentador se le acercó, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan». La utilizó con grandes hombres de Dios en la Biblia, con los profetas como Elías, con los discípulos de Jesús, y la utiliza también con nosotros los creyentes. Siempre instigando y atacando con la misión de apagar nuestra fe, esparciendo las semillas de duda por todas partes. La Biblia lo llama en Juan 8:44 el «padre de la mentira». Nos juzga constantemente, y se aprovecha de las pruebas y aflicciones en la vida para hacernos dudar de la gracia y la misericordia de Dios, para hacernos dudar incluso de nuestra salvación.

    Pero gracias le damos a Dios por el hermoso regalo de su Espíritu Santo, que nos llega por medio de su Palabra y los Sacramentos, equipándonos y fortaleciéndonos para que podamos soportar los ataques del enemigo y al final del camino permanecer firmes. Eso nos recuerda las Palabra de Jesús a Pedro en Lucas 22:31-32: «Simón, Simón, Satanás ha pedido sacudirlos a ustedes como si fueran trigo; pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe». El Señor está con nosotros para fortalecer nuestra fe en los momentos más difíciles de la vida y en medio de las pruebas más duras que podamos atravesar.

    Ese fue el caso del patriarca Job en la narrativa Bíblica del pasaje de hoy. A pesar de ser un hombre temeroso de Dios y piadoso, una persona compasiva y generosa, Job experimentó pruebas terribles en su vida. La Palabra de Dios nos dice que este hombre era rico, pero en un período de tiempo lo perdió absolutamente todo. Perdió a sus hijos, su ganado, sus posesiones, su riqueza material, su reputación terrenal y hasta su salud. Tres de sus llamados amigos vinieron a juzgarlo sin piedad hasta llevar su alma a mortal angustia, y aun su propia esposa le instó a renegar contra Dios, cosa que muchos hubiéramos hecho con toda facilidad al encontrarnos en una situación como la de él. Pero veamos la respuesta de Job a todo esto en los versículos de este pasaje bíblico y la gran enseñanza que nos da en cuanto a una fe aferrada a Dios. El verso 25 dice: «Yo sé que mi Redentor vive, y que al final se levantará del polvo.» Aun después de perderlo todo, Job tenía una gran riqueza. En esa condición de pérdida y desamparo total, Job confía que aún hay una esperanza. Lo llama «mi redentor», es como si dijera: «Lo he perdido todo, pero todavía tengo algo: mi redentor todavía es mío».

    La redención es un concepto profundo que va más allá de una simple liberación; implica un rescate mediante el pago de un precio. La palabra «redentor» en hebreo, «Goel», señala la idea de un pariente cercano dispuesto a asumir la responsabilidad de liberar a un familiar de una situación lamentable. En el contexto bíblico, este pariente debía ser el más cercano a la persona. Sin embargo, vemos en versículos anteriores que todos los familiares de Job lo habían abandonado, como leemos en Job 19:13-14 y 19, donde dice: «Hasta a mis hermanos los ha alejado de mí; mis amigos me ven y se alejan, como de un extraño. Mis parientes se mantienen a distancia; mis conocidos me tienen olvidado. … Sufro el desprecio de mis propios amigos, mis seres queridos me han vuelto la espalda». Aun así, en medio de su angustia, Job afirma tener un pariente cercano, un hermano divino, un salvador que vendría en su rescate. Aunque todo lo tangible se desvaneciera, su Redentor seguía siendo un tesoro inmutable. De la misma manera nosotros, como creyentes, encontramos en Jesucristo un Redentor que trasciende las circunstancias terrenales, ofreciéndonos una riqueza espiritual eterna. La figura de Jesucristo como nuestro Redentor cobra vida en estas palabras. Él, el Hijo de Dios, es nuestro pariente más cercano, quien se ofreció a sí mismo y pagó el precio más alto por nosotros, dando su propia vida en la cruz del calvario para nuestra redención. En la carta a los Hebreos 2:11, Jesucristo se nos presenta como el Redentor que no se avergüenza de llamarnos hermanos.

    En el contexto del libro, Job expresa su anhelo y necesidad de un árbitro (capitulo 9:32-35), alguien que abogue por él y su causa ante Dios. Y en realidad, esa es la necesidad de todos los seres humanos, alguien que abogue por nuestra causa delante de Dios. Es Jesucristo quien satisface esta gran necesidad, como el único mediador entre Dios y los hombres. Como leemos en 1 Timoteo 2:5-6: «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, que es Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.»

    Como cautivos y culpables de pecado, los seres humanos estábamos condenados a la muerte. No había, ni hay esperanza alguna de poder redimirnos a nosotros mismos. Sin un mediador estamos perdidos y el único destino es la muerte, como nos dice Romanos 6:23a: «porque la paga del pecado es muerte…». Ese fue precisamente el precio del rescate que debía pagarse: la muerte. Necesitábamos un Redentor que pudiera pagar ese precio, y Jesucristo lo hizo. Por eso el verso en Romanos termina diciendo: «pero la dadiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro».

    Humanamente hablando, podríamos decir que Job tendría toda la razón para dudar de la misericordia y la intervención de Dios a su favor. Sin embargo, vemos a Job con una certeza absoluta en medio de las situaciones más inciertas. ¡Una confianza impresionante, una convicción gloriosa! Todo lo demás a su alrededor era dudoso e incierto, pero esto era seguro. Es como que estuviera diciendo: ‘No sé por qué me ha ocurrido todo esto, no sé a dónde va a parar esta situación, ni siquiera sé si sobreviviré, no sé casi nada, pero hay algo que «yo sé» … En medio de la más profunda depresión, en medio de la incertidumbre y desesperación, había una chispa de fe en el corazón del patriarca. Esa fe que Dios le había dado una vez no había sido apagada por las dudas o la desesperación.

    Amados hermanos, solo se necesita una pequeña chispa de fe para crear una gran llama de esperanza, un incendio de convicción. Esa misma fe nos es dada a nosotros por medio del Espíritu Santo. La fe en nuestro Redentor Jesucristo nos ofrece la certeza de la reconciliación con Dios y la paz que viene de la justificación por la fe según leemos en Romanos 5:1, donde dice: «Así, pues, justificados por la fe tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo». Por la fe en nuestro Redentor, quien pagó el precio del rescate, somos liberados del pecado y de la muerte y recibidos en la vida eterna. De igual manera, el Espíritu nos sostiene en fe hasta el día de la redención final. Y Efesios 1:13-14: «También ustedes, luego de haber oído la palabra de verdad, que es el evangelio que los lleva a la salvación, y luego de haber creído en él, fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es la garantía de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.» La promesa de vida eterna y la seguridad de la salvación son las piedras angulares sobre las cuales se construye nuestra confianza.

    La fe en su redentor le dio a Job la convicción de una vida futura. Lo confirma al declarar «Yo sé que mi redentor vive» y que al final se levantará del polvo, y que después de su muerte lo vería con sus propios ojos. Este mensaje de Job revela la esencia misma de la fe cristiana: la victoria sobre la muerte. El Espíritu Santo reveló a este patriarca en sufrimiento, un futuro estado de vida, un parentesco espiritual glorioso, una resurrección.

    Este poderoso mensaje profético se hizo una realidad en la resurrección de nuestro redentor Jesucristo. La resurrección de Jesucristo va más allá de un hecho histórico; es una realidad presente en la experiencia diaria de cada creyente. ¡Él vive! Y no solo vive, sino que es la esencia de la vida. Venció a la muerte, vino a nuestro rescate e intercede por nosotros ante Dios, perdona nuestros pecados diariamente, fortalece nuestra fe en los momentos difíciles y nos prepara para el día final. Esta realidad de que nuestro Redentor vive trasciende las representaciones tradicionales de un Cristo triste y sufriente. Jesucristo es el Redentor triunfante que venció la tumba y trajo la esperanza de la vida eterna para todos los que creen en él. En Hechos 3:15, la Biblia lo llama el «Autor de la vida», y Juan 11:25 lo presenta como la «Resurrección y la Vida» y dice: «el que cree en mí, aunque muera, vivirá,». Gracias a la vida, muerte y resurrección de Jesús es que hoy podemos tener la plena seguridad de nuestra salvación. Tenemos esta convicción, esta esperanza y esta promesa. No solo para nosotros, sino para ir y compartir con aquellos que no han conocido a ese Hermano cercano que pagó el precio de su rescate. Para las personas que viven sin esperanza, rogando por un defensor para su causa ante Dios, sintiéndose avergonzadas, siendo acusadas por el enemigo, para que aquellos que una vez respondieron ‘no estoy seguro de mi salvación’, hoy puedan estar totalmente convencidos de que son salvos por medio de la fe en el redentor Jesucristo, sabiendo que ¡Él vive! Y porque Él vive, ustedes también vivirán, ¡Aleluya!

    Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a ver que Jesús tiene la autoridad de perdonar tus pecados y de resucitarte al fin de los tiempos para estar con él y con toda la multitud de creyentes, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.