PARA EL CAMINO

  • Cristianos hipócritas

  • enero 10, 2010
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Romanos 6:1-2
    Romanos 6, Sermons: 4

  • Muchos dicen que los cristianos somos hipócritas. Y a veces tienen razón. Somos tristes pecadores, pero también somos pecadores perdonados que estamos tratando, al menos la mayoría de nosotros la mayor parte del tiempo, de hacer lo mejor que podemos.

  • «¿Ya se enteró?», me preguntaron en cuanto llegué a mi oficina, antes que me hubiera sacado el abrigo o hubiera dicho ‘buenos días’. «¿Ya se enteró?» «Me enteré de muchas cosas esta mañana: de las noticias del día, de la temperatura, de que no va a llover…», pero la misma persona que me había hecho esa pregunta me interrumpió, diciendo: «No, no me refiero a eso… estoy hablando del arresto del Pastor fulano de tal… la policía incautó su computadora, en la que encontraron cosas que no deberían estar ahí. ¿Sabe que encontraron?» «No, no lo sé y francamente no quiero saberlo.» «Encontraron cosas horribles. Su congregación está devastada, igual que sus familiares. Todos creían que era un cristiano tan dedicado, y ahora esto. Es muy triste.»

    Pero por más que haya dicho: «Es muy triste», en realidad noté que casi disfrutaba al contarme la caída en desgracia de ese pastor. Ella sabía muy bien que tenía un chisme increíblemente jugoso que ya estaba corriendo como reguero de pólvora. Incluso los que no queríamos enterarnos de los detalles nos encontrábamos leyendo la noticia en Internet, en donde era actualizada con nuevos detalles cada pocos minutos.

    Una de esas páginas de Internet daba a los lectores la oportunidad de expresar sus opiniones acerca de lo que ese pastor había hecho. La última vez que me fijé ya había cientos de opiniones, a cuál más condenadora. Logré encontrar algunos que trataron de salvar la reputación del pastor lo mejor que pudieron. Uno de ellos, escribió: «No es un mal hombre», mientras que otro dijo: «A mí siempre me trató bien». Pero toda tentativa de redención quedó sepultada bajo la inmensa ola de enojo y frustración que la mayoría sentía, escribiendo en letras gigantes: «Hipócritas, la iglesia está llena de hipócritas, tanto en los bancos como en los púlpitos. Son todos unos hipócritas que se deleitan en criticar y condenar a los demás, pero ellos mismos no son capaces de dejar de pecar.»

    Lamentablemente, esas personas no son las primeras en creer que la iglesia está llena de hipócritas. Hace algunos años, el entonces gobernador de Minnesota dijo en un reportaje: «La religión organizada es una farsa y una muleta para las personas débiles que necesitan apoyarse en la fuerza de muchos.» Las incoherencias de este gobernador fueron aún peores cuando acusó a la religión organizada de: «ordenar a las personas a meterse en los asuntos de los demás.»

    Recientemente, José Saramago, ganador del Premio Nóbel de Literatura, dijo que la Biblia es un «manual de malos principios morales», y que el mundo estaría mejor sin el libro sagrado de los cristianos. Este escritor ateo se olvidó de mencionar que su fama y fortuna se deben a personajes cristianos cuyas historias él pervirtió cuando arrebató sus nombres de las Sagradas Escrituras.

    ¡Hipócritas! ¡La iglesia está llena de pecadores e hipócritas! Si eso es lo que usted piensa, ¿se sorprendería si le digo que la Biblia está de acuerdo con usted? ¿Se extrañaría al descubrir que desde sus comienzos la iglesia ha sido confundida con falsos impostores? Es verdad. Fíjese en la historia de la iglesia según está registrada en el libro de Hechos. Al comienzo de la lectura encontramos la historia de algunos hipócritas: una pareja de esposos llamados Ananías y Safira, en los años dorados seguidos a la victoriosa resurrección del Salvador. Los que alguna vez habían sido pecadores condenados se alegraban al saber que la inocente sangre del Cristo les había perdonado sus pecados, y con la fe otorgada por el Espíritu Santo glorificaban el triunfo de Jesús sobre la muerte y Satanás, triunfo que les garantizaba un lugar en el cielo. Ellos estaban maravillados y algunos, en agradecimiento jubiloso, entregaron a la iglesia todo lo que poseían.

    Todas esas contribuciones fueron hechas voluntariamente, sin que nadie los obligara o forzara, sin coerción, sin que nadie dijera tonterías como que «si tú das a la iglesia, Dios te va a dar más». Todas esas tonterías vendrían después. La verdad es que algunos de esos cristianos estaban tan agradecidos por la gracia de Dios, que no podían evitarlo. Pero esta historia no es acerca de ellos. Esta historia es acerca de personas hipócritas como Ananías y Safira, que comienza cuando vendieron algunas cosas. Aún cuando no tenían obligación de dar a la iglesia nada de lo que obtuvieran al vender sus cosas, ellos habían decidido que eso era lo que iban a hacer. El problema con Ananías y Safira fue que quisieron impresionar a los demás. Para ello, luego de vender algunas cosas, tomaron parte del dinero, y fueron a donde estaba el apóstol Pedro. Ananías le dijo: «Pedro, vendimos algunas cosas y mi señora y yo decidimos darle todo el dinero, hasta el último centavo, a la iglesia.»

    Ahí fue cuando el Apóstol interrumpió y preguntó: «Hombre, ¿por qué le mientes a Dios? Podías haber hecho lo que quisieras con tu dinero, pero no debiste haberte vuelto hipócrita y haberle mentido a Dios.» Esas fueron las últimas palabras que Ananías escucharía, porque inmediatamente después cayó muerto. Unas horas después, cuando llegó Safira, Pedro le preguntó acerca de las cosas que la pareja había vendido y el dinero que le habían dado a Dios. Safira se mantuvo firme en la mentira, y también cayó muerta. Con mucha claridad Dios demostró que no le gustan los hipócritas.

    Pero eso era entonces, y esto es ahora. ¿Quién entre nosotros puede recordar que últimamente Dios haya castigado así a alguien por ser hipócrita? Es por eso que en la mayoría de las iglesias se habla poco y nada de la hipocresía y otros pecados. Pero aún hay gente que lo hace. «¿Te has enterado?» Es la pregunta obligada cada vez que un clérigo se mete en un lío. Los que no son de la iglesia gustosamente condenan el pecado… especialmente el pecado de hipocresía. Hemos oído sus gritos de sentencia: «La iglesia está llena de hipócritas.» Eso es todo lo que a este mundo no creyente le importa. ¡Hipócritas! Los cristianos le cantan himnos a Dios los domingos, pero se olvidan de él el resto de la semana. ¡Hipócritas! Hablan de Dios con sus bocas, pero lo niegan en la forma en que viven sus vidas. ¡Hipócritas! Jesús, que no tenía dónde caerse muerto, dijo: «Dichosos ustedes los pobres» (Lucas 6:20), mientras que los predicadores que aparecen en la televisión viven en mansiones y tienen cuentas bancarias con no se sabe cuántos millones de dólares.

    ¡Hipócritas! Los cristianos dicen que siguen al Príncipe de Paz, pero sus acciones muestran el odio, el prejuicio, y la furia que aún reina en sus corazones. ¡Hipócritas! Jesús dijo: «dichoso el humilde, el apacible, el pacífico», pero sus seguidores atropellan a cualquiera con tal de escalar posiciones, y enseñan a sus hijos a ganar, vencer, y tener éxito a cualquier costo. ¡Hipócritas! Hay cristianos que les dicen a los demás lo que tienen que hacer, cómo tienen que pensar y vivir, pero ellos mismos no practican lo que predican. Decimos que estamos perdonados; decimos que hemos sido limpiados de nuestros pecados por la sangre preciosa y el inocente sacrificio del Salvador. Decimos, pero nuestras vidas muestran lo contrario.

    ¿Confundido? Nuestro estilo de vida es lo que confunde a quienes no son cristianos. Algunos se preguntan: «¿Qué significa ser cristiano?» Otros, habiendo escuchado esa pregunta, gustosamente responden: «No significa nada, absolutamente nada.» Al ver la forma en que vivimos, el mundo se queda desconcertado, perplejo y abrumado. Un pastor predica que la salvación viene por la misericordia de Dios, y otro predica que la felicidad se obtiene por vivir misericordiosamente. Un ministro habla de la sangre derramada de Jesús, y otro instiga al derramamiento de sangre humana. Unos creen en la revelación divina, mientras que otros proclaman la revolución mundial. ¿Qué es lo que salva, la muerte del Cristo, o las obras de los hombres? ¿Cuál de esas dos es más importante? Un evangelista dice que Dios no lo va a bendecir hasta que usted ofrende generosamente a determinado ministerio, mientras que otro predicador le dice que Dios no le va a bendecir hasta que usted no dé de su dinero a ese ministro en particular. No en vano una cantidad creciente de seguidores, investigadores, incrédulos y escépticos han llegado a la conclusión que la religión no es más que una cortina de humo, una opinión sin importancia, o una broma de mal gusto.

    Mis amigos, si es así como se sienten… si eso es todo lo que ven cuando nos ven, si eso es lo que hemos hecho por usted, pido perdón, y desearía poder nombrar aunque más no fuera una iglesia, una comunidad, una congregación, donde no haya hipócritas, pero no es posible. No es posible porque todos nosotros, incluido yo y cada uno de los cristianos del mundo, somos hipócritas. A todos nos gusta lucir bien, a todos nos gusta que piensen bien de nosotros, a todos nos gusta dar una buena impresión. Lamentablemente, usted ha juzgado al Salvador por lo que ve en nosotros y lo que ve es un redentor exigente que nos mira y dice: «Si este torcido mundo es lo mejor que la religión cristiana ha podido hacer en 20 siglos, no quiero ser parte de ello.»

    ¿Es realmente eso lo que usted siente? Entonces déjeme decirle lo siguiente: en el último siglo hubo muchas naciones, grandes naciones que eliminaron por completo el nombre de Cristo. Déles una mirada, y verá las matanzas y sufrimientos que causaron esos líderes ateos. Vea lo que el mundo hace cuando vive sin el Redentor.

    Pero aun tirando abajo al líder que odia a los cristianos no se va a elevar la imagen del Salvador o de la religión cristiana, ¿verdad? ¿Cree usted que si gasto más tiempo confesando que somos todos unos hipócritas, que sería mejor para nosotros exponer las maldades y perversidades de nuestras almas, corazones y mentes, el mundo vería a Jesús con mayor claridad? Si el mundo no puede soportarnos a nosotros o a nuestro Salvador cuando nos mostramos buenos y somos buenos, ¿cómo lo juzgaría si le reveláramos nuestras maldades ocultas? No hay forma en que podemos ganar. No conozco algo que sirva de puente entre el no creyente y Dios. ¿Qué puedo decir? ¿Es que existe algo? Que tal esto: Yo soy un pecador, y así son todos mis hermanos y hermanas en Cristo. Somos pecadores. Algunas veces mejores que usted, frecuentemente peor. Somos pecadores.

    Pero hay más, somos pecadores desesperados, tal como lo dice el tercer artículo del Credo Apostólico. El reformador Martín Lutero escribió: «No puedo, por mi propia razón o fuerza, creer en Jesucristo mi Señor o acercarme a Él…» Es una afirmación muy profunda. No puedo por mi propia razón o fuerza, creer en Jesucristo mi Señor o acercarme al Él. Como es un poco largo de recordar, permítanme acortarlo, la religión cristiana confiesa: «No puedo». La religión cristiana es la única religión que dice: «No podemos.» Investigue las cientos de religiones en los Estados Unidos, los miles de credos en todo el mundo, las decenas de miles de divinidades que han existido a través de la historia, y va a encontrar que la religión cristiana es la única que dice ‘no puedo’. Toda otra religión ordena: «Usted debe tratar… debe tratar de devolver a Dios, debe tratar de compensar por todo lo malo que ha hecho, debe tratar de encontrar la forma de hacer que Dios sonría en lugar de molestarse, debe tratar de encontrar la forma… pero usted nunca sabrá, nunca tendrá la certeza si ha logrado cumplir con su tarea.

    La religión cristiana, y sólo la cristiana, predica esta verdad eterna: el inocente hijo de Dios bajó a la tierra para ser uno de nosotros. Siendo verdadero hombre y verdadero Dios, Jesús, el hijo de Dios, cumplió perfectamente las leyes que nosotros no podemos cumplir; Jesucristo rechazó toda tentación, engaño, y seducción de Satanás. Como nuestro sustituto, Jesús cargó con nuestros pecados, tomó nuestro castigo, murió por nosotros, y tres días después de que sus enemigos hubieran puesto su cuerpo en una tumba sellada y resguardada, salió victorioso de la tumba. Gracias a su resurrección, todo el que cree en Él sabe que sus pecados son eliminados… sí, incluyendo el pecado de la hipocresía.

    Así como usted, Dios odia el pecado de la hipocresía. Es por ello que envió a su Hijo: para salvarnos de ese pecado. Mire a Jesús, y recuerde que él no dejó de estar con sus discípulos porque Judas, uno de ellos, fuera un hipócrita traidor y ladrón. Jesús no se detuvo de hablar con Pedro (otro de sus discípulos) cuando, en un acto de hipocresía y cobardía, negó conocerlo. Jesús no condenó a su discípulo Tomás porque tuvo dudas de su resurrección. Por el contrario, Jesús le dijo: «Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Soy real y vivo.»

    Los discípulos de Jesús eran prejuiciosos, egoístas, crueles, rudos, e hipócritas. Pero también eran hombres que viajaron a través del mundo contando a las personas que Dios las ama y que envió a su Hijo para salvarlos. Ellos proclamaron esa verdad a esclavos y libres, al pueblo y a emperadores, a hombres y a mujeres. A todos por igual les dijeron: «La muerte de Cristo ha hecho posible nuestra salvación. Arrepiéntanse, crean, y sean salvos.» Ese fue un mensaje simple, pero fue un mensaje que transformó al mundo. Debido a ese mensaje, ningún gladiador entretendría a las masas partiendo a pedazos a otros, ni ningún padre dejaría a su hijo no deseado en una colina para que muriera. Siendo pecadores perdonados y fieles santos, estos hombres siguieron adelante. Y cuando les llegó el tiempo de morir, sus palabras finales fueron de bendición y perdón, en lugar de maldición y condenación a sus asesinos. Cuando usted mira a los cristianos, también necesita ver todo eso.

    Es cierto que somos hipócritas y pecadores, pero espero que usted pueda ver también a los que dan alimentos a los necesitados, y el desfile de cristianos que van a recónditos lugares donde la gente no tiene nada y ofrecen sus servicios como doctores, enfermeras, cirujanos, carpinteros, constructores. Espero que pueda ver las obras de caridad, las oraciones que son ofrecidas, la gente compasiva que visita y apoya a los familiares de desahuciados en los hospicios. Si va a mirarnos, le pido que nos mire a todos: al bueno que la cruz ha creado, y no sólo al malo. Somos tristes pecadores, pero también somos pecadores perdonados que estamos tratando, al menos la mayoría de nosotros la mayor parte del tiempo, de hacer lo mejor que podemos.

    Cuando Gandhi era estudiante, estaba interesado en la Biblia. En su autobiografía él cuenta que al leer los evangelios fue tocado por el amor del Salvador. Un domingo, Gandhi fue a una iglesia para aprender más acerca de Cristo y sus enseñanzas, pero los acomodadores se negaron a dejarlo entrar, y le sugirieron que se fuera con los de su religión.

    Decepcionado ante tal hipocresía, nunca más intentó ir a una iglesia cristiana.

    Yo no lo habría intentado tampoco, y seguro que usted tampoco. Pero si Gandhi lo hubiera intentado, quizás hubiera encontrado una en la que las personas, habiendo sido transformadas por el Salvador, estaban aprendiendo a quitarse las máscaras de la hipocresía. Quizás hubiera encontrado una iglesia en la que lo hubieran recibido de brazos abiertos.

    Le aseguro que hay muchas iglesias y comunidades de fe en donde el perdón y la restauración del Salvador son una viviente realidad. Si usted necesita encontrar una y si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.