PARA EL CAMINO

  • ¿Cuándo recibiré lo que merezco?

  • septiembre 20, 2009
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Marcos 9:34
    Marcos 9, Sermons: 7

  • Sabemos y aceptamos que la vida es injusta, pero realmente quisiéramos saber cuándo nos favorecerá la balanza; cuándo nos va a llegar nuestro turno; cuándo vamos a recibir lo que merecemos. ¿Será que algún día lo recibiremos?

  • Dondequiera que me encuentre, he podido comprobar que hay una pregunta que es común a todas las latitudes y personas: ‘La vida no es justa. ¿Cuándo voy a recibir lo que merezco? El hijo mayor se queja porque dice que su hermano menor siempre se sale con la suya y nunca es castigado como lo fue él. Por su parte, el hijo menor se queja porque dice que su hermano mayor tiene más privilegios, porque puede llegar más tarde y hasta llevarse el auto. Cada uno ve las cosas desde su perspectiva, pero los dos coinciden en que la vida es injusta, y quieren saber cuándo van a recibir lo que se merecen.

    Entre las muchas cartas que los oyentes envían, hay dos que llamaron mi atención. La primera fue un hombre que, creo que en broma, escribió: «Para nosotros, los hombres, la vida es ingrata. Cuando nacemos, nuestras madres reciben las felicitaciones, los regalos y las flores. Cuando nos casamos, son las novias las que reciben los regalos y agasajos. En el Día de la Madre reciben regalos importantes y toda la atención. Cuando morimos, nuestras viudas se quedan con nuestro seguro de vida. La vida no es justa. ¿Cuándo vamos los hombres a recibir lo que merecemos? Como dije, era una carta en broma.

    La otra carta que me llamó la atención fue escrita por una señora, quien escribió: «La vida es injusta. Hace cinco meses que mi esposo y yo nos divorciamos. Él nunca me dijo exactamente por qué nos separábamos. Sólo murmuraba algo acerca de estar alejados. Pero ahora tiene otra mujer mucho más joven, y yo me quedé a cargo de las cuentas, del cuidado de los niños, de ayudarlos con las tareas de la escuela, de velar por su salud. No me mal interpreten, yo amo a mis niños y el tiempo que paso con ellos, pero creo que la vida es injusta. ¿Cuándo voy a recibir lo que merezco?

    Sé que estas dos cartas son controversiales y despertarán mucha discusión… no es mi intención hablar sobre las desigualdades en los juicios de divorcio. Pero sí podemos decir que hay más que suficientes injusticias, lo que confirma que la vida es injusta.

    Hable con personas de edad, y le contarán que la nueva generación no entiende qué significa realmente trabajar para vivir. Hable con jóvenes, y dirán que consideran injusto tener que pagar Seguro Social, cuando las estadísticas dicen que, para cuando ellos se jubilen, el sistema ya no existirá. La vida es injusta. ¿Alguna vez le dieron un ticket por andar a exceso de velocidad, justo dos minutos antes que otro vehículo lo pasara como un rayo? ¿Ha sido despedido de su trabajo aun cuando otros fueron promovidos? ¿Compró acciones de compañías que desaparecieron del mercado? Todos sabemos que la vida es injusta; lo que queremos saber es cuándo nos va a favorecer la balanza; cuándo vamos a recibir la propina; cuándo vamos a recibir lo que merecemos.

    Esto resume lo que mucha gente siente. Aún cuando las razones sean diferentes, todos coinciden en que quieren ser escogidos y reconocidos como mejores que el promedio, y también coinciden en que están cansados de esperar.

    Ahora que identificamos el problema, veamos qué podemos hacer para encontrarle solución. No estoy seguro si decirle lo que usted quiere oír, o si mejor comparto con usted lo que el Señor quiere que usted sepa. Existe una gran diferencia entre ambos.

    Qué le parece si empezamos con las cosas que le gustaría oír. Desde una perspectiva psicológica, puedo decirle: «Usted es una buena persona; fueron sus padres quienes se equivocaron, o su jefe fue quien no entendió, o su cónyuge fue quien no supo valorarlo. Usted está bien así como es. No se preocupe por lo que ellos piensan. Siga siendo como es.»
    Y, ¿cómo se siente?

    Quizás quiera seguir escuchando lo que otros predicadores han estado diciendo por años en la radio y la televisión. Muchos de ellos dicen lo que las personas quieren escuchar. Por ejemplo, dicen que ‘Dios quiere que todos seamos prósperos, felices, y que disfrutemos de la vida; que el cristiano no tiene por qué ser desdichado y pobre, y que, si usted le da a Dios, es decir, a este ministerio, mil dólares como donación, el Señor lo bendecirá con diez mil dólares.’

    Suena bien, ¿verdad?

    Esa es la clase de cosas que a la gente le gusta oír, eso es lo que muchos eligen escuchar, y eso es lo que muchos predicadores están más que felices de decirles. No importa que para predicar ese tipo de mensajes el pastor tenga que ignorar al Salvador, quien dijo: «Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz, y seguirme» (Mateo 16:24).

    Puede que eso sea lo que las personas quieren oír, pero eso no es lo que Dios dice. Jesús fue claro cuando dijo a sus seguidores: «No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo… Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mateo 6:19-21).

    Podría decirles muchas cosas agradables de escuchar, pero si lo hiciera, tendría que olvidar que Jesús nació en un humilde pesebre, que durante su ministerio no tenía «donde recostar la cabeza» (Mateo 8:20); y que mientras sufría la agonía de la crucifixión, los soldados echaron suertes para repartirse entre sí sus ropas.

    Podría prometerles toda suerte de prosperidades, pero creo que San Pablo no estaría de acuerdo. Cuando el Apóstol describió su camino de fe, habló de que estuvo en la cárcel, que sufrió golpizas, y que varias veces estuvo muy cerca de la muerte.

    Otros predicadores le podrán decir que Dios quiere que usted sea rico y feliz y todo lo que se pueda imaginar, pero no se sabe de dónde sacan tal información. La próxima vez que los veamos les preguntaremos, y también les preguntaremos cuál de los discípulos de Jesús llegó al final de su vida siendo rico, y cuáles vivieron sus vidas sin problemas ni contratiempos. Finalmente, les preguntaremos por qué las personas de edad ven desaparecer sus fondos de retiro, por qué los niños se enferman, y por qué hay cristianos que viven en la pobreza. ¿Es que todos ellos tienen una fe débil? Les vamos a preguntar, pero creo que la conversación va a ser muy corta, porque las afirmaciones de esos predicadores no figuran en la Biblia y no salen de la boca de Dios. Y no es que Dios no quiera a la gente con dinero… las Escrituras nombran a muchas personas fieles que tuvieron muchas riquezas. Pero en ninguna parte la Biblia promete riqueza ilimitada, salud perfecta, y una vida llena de felicidad.

    Y esto nos lleva nuevamente a nuestra pregunta original: La vida es injusta, ¿cuándo voy a recibir lo que merezco? Es una pregunta razonable que los propios discípulos de Jesús formularon más de una vez. En una oportunidad, la madre de Santiago y Juan pidió que a sus hijos se les permitiera ser la mano derecha e izquierda de Jesús (Mateo 20). Ese pedido no fue bien visto por los otros discípulos, que dedujeron que para ellos sólo quedarían entonces lugares insignificantes. En la última cena, cuando Jesús se preparaba a sí mismo y a sus discípulos para enfrentar su muerte, ellos seguían discutiendo acerca de quién sería el más importante (Lucas 22:24), lo cual no debe haber hecho sentir muy bien a Jesús.

    Un poco después, Jesús habló acerca de lo que estaba por suceder: su arresto, la injusta e inmerecida crucifixión, y su posterior resurrección, una señal clara que el pecado, la muerte y el demonio habrían sido vencidos. Esas eran noticias importantes; las noticias más importantes que este triste mundo recibiría. Pero los discípulos no las escucharon. Esas palabras de importancia eterna pasaron casi inadvertidas porque, una vez más, ellos estaban preocupados por recibir lo que merecían.

    La comparación más cercana que les puedo dar a la torpeza de los discípulos es algo que sucedió en diciembre de 1903. Cuando los hermanos Wright habían conseguido que su máquina voladora despegara, enviaron un mensaje a su hermana, que decía: «Hemos volado 120 pies. Estaremos en casa para Navidad.» La hermana llevó la noticia al editor del periódico local quien, luego de leer el mensaje, comentó: «¡Qué bueno! Vendrán para Navidad.» Ese editor, al igual que los discípulos, no entendió el mensaje. Como disco rallado, ellos querían saber: «¿Cuándo vamos a recibir lo que merecemos? Hemos dejado nuestros hogares, nuestros trabajos, nuestras familias. Hemos dado de comer a miles; hemos lidiado con samaritanos, con leprosos, con personas poseídas por demonios, y con un montón de madres con niños pequeños.» Y mirando bien todo lo que los discípulos habían hecho, pareciera que su pregunta fuera justificada: «¿Cuándo nos va a servir alguien a nosotros? ¿Cuándo vamos a recibir lo que merecemos?»

    Si hubiéramos estado en el lugar de Jesús, puede que hubiésemos estado tentados a decir: «Ustedes, insignificantes, ignorantes, ingratos. ¿Recuerdan a Juan el Bautista? Juan, por si lo han olvidado, fue por poco el mejor hombre que este mundo ha visto. Juan fue un gran hombre a los ojos del Señor (Lucas 1:15), pero cuando Juan me vio, dijo que «ni siquiera merecía desatar la correa de mis sandalias».

    ¿Está usted realmente preocupado por recibir lo que merece? ¿De verdad? ¿Está seguro que quiere recibir lo que merece?

    ‘Déjenme pensar. ¿Recuerdan cuando hubo la tormenta en el Mar de Galilea y ustedes se morían de miedo y les temblaban las piernas? ¿Qué premio deberían recibir por la minúscula fe que tuvieron? ¿Y cuando aquellas mujeres trajeron a sus niños a Mí para que los bendijera? Ese día fueron bien valientes. Hicieron un esfuerzo tremendo por mantenerlos alejados de Mí. ¿Qué creen que se merecen por eso? Debido a que todo lo sé, puedo hacer una lista de todas las oportunidades en que traté de decirles cosas y ustedes ni prestaron atención, o no entendieron, o simplemente no les importó. ¿Qué creen que se merecen por todo eso? Santiago y Juan, ¿recuerdan cuando me dijeron que enviara una tormenta de fuego a aquella villa samaritana? Pedro, ¿recuerdas cuando trataste de convencerme de no ir a Jerusalén?’

    Y si Jesús quisiera ser profético, diría: ‘¿Qué creen que merecen por abandonarme en el Jardín de Getsemaní? Les pedí que oraran y me hicieran compañía, pero se durmieron. ¿Quieren lo que se merecen? ¿Qué mereces por traicionarme, Judas? ¿Qué merecen los demás por huir? Pedro, ¿qué mereces por negarme y por jurar que no me conocías?’
    ‘El resto de ustedes, ¿qué creen que se merecen por esconderse mientras yo moría en la cruz? ¿Qué creen que se merecen por no creer a las mujeres cuando les contaron que yo había resucitado de la muerte? Y no olvidemos los pecados que han cometido en pensamientos, palabras y obras. ¿Quieren saber qué es lo que se merecen? Les voy a decir: el pago del pecado es la muerte; el alma que peca muere. ¿Quieren recibir lo que merecen? Lo que merecen es la muerte.’

    Sí, Jesús podría haber dicho eso a los discípulos, así como podría decírnoslo también a cada uno de nosotros. Puede que no hayamos cometido los mismos pecados que sus primeros seguidores, pero poco tenemos de qué consolarnos. Hemos cometido nuestros propios pecados; pecados igualmente malos y condenatorios.

    Jesús podría haber dicho eso, pero no lo hizo. Él no dijo ninguna de esas cosas a sus primeros discípulos, y tampoco nos lo dice a nosotros. Lo que sí dijo a quienes están preocupados por recibir lo que merecen, fue: «Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»

    Quiero que usted sepa que con estas palabras, más que indicar a sus discípulos que adopten una actitud humilde, Jesús resume su vida. Estas palabras son una descripción de su trabajo. Él, que había estado presente cuando las estrellas fueron esparcidas en el universo recién creado, y que había ordenado que haya luz y vida con tan solo una palabra, bajó al mundo como un humano, y nació como uno de nosotros. La segunda persona de la Trinidad bajó de su trono celestial, y vino a este mundo para así tomar nuestro lugar. Gracias a ello podemos ser perdonados por nuestro Padre. Jesús cargó con nuestros pecados grandes y pequeños, y los llevó todos a su cruz.

    ¿Por qué hizo todo eso? Para que no recibiéramos el castigo y la condenación eterna que merecíamos. Él lo hizo debido a que Dios amaba tanto este mundo pecador como para enviar a su hijo para que sea nuestro rescate y nuestro Redentor. No tiene sentido y ciertamente no es lo que hubiéramos hecho; pero es lo que Dios hizo, lo que Dios hizo para que nunca recibamos lo que merecíamos.

    Gracias a lo que Jesús ha hecho por nosotros, dando al mundo lo que no se merecía y que no podría haber obtenido nunca, todo aquél que cree en Él como el Salvador es perdonado, liberado, y salvado. Gracias a que Jesús nos ha dado lo que no merecíamos, nos trajo de la oscuridad a la luz; del infierno al cielo; del rechazo a la aceptación. Gracias a que Jesús nos ha dado lo que no merecíamos, nuestra vida en este mundo tiene un nuevo brillo, y nuestra eternidad en el cielo está asegurada. ¡Gracias a Jesús porque no nos dio lo que nos merecíamos!

    Gracias a que Jesús no nos dio lo que merecíamos, podemos ser cambiados… El 25 de abril de 1958, un estudiante de intercambio, cristiano y líder de la Universidad de Pennsylvania, estaba retornando a su habitación cuando se vio confrontado con once miembros de una pandilla, quienes lo atacaron sin previo aviso y lo golpearon con tubos de metal. Cuando la policía lo encontró tirado en una canaleta, estaba muerto. Toda la ciudad de Filadelfia quiso buscar venganza; el procurador solicitó, y se le otorgó, autoridad para juzgar a la pandilla como adultos, por lo que, de ser declarados culpables, podrían recibir la pena de muerte.

    Así fue hasta que llegó una carta de la familia del joven estudiante, firmada por los padres y veinte familiares. En una parte, la carta decía: «Nos reunimos… (y pedimos que) a quienes cometieron esta acción criminal les sea dado el trato más benevolente posible de acuerdo a las leyes de su gobierno… hemos decidido… empezar una fundación para impartir guía religiosa, educativa, vocacional, y social a los jóvenes cuando hayan cumplido su condena. Nos atrevemos a expresar nuestra esperanza en el espíritu del Evangelio de nuestro Salvador Jesucristo, quien murió por nuestros pecados.»

    Esa es la clase de transformación que es posible para quienes conocen al Salvador que no les da a las personas lo que se merecen.

    Si usted desea acercarse al Señor, permítanos asistirlo en ello, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén