PARA EL CAMINO

  • De la confusión a la certeza

  • enero 19, 2020
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 1:29-42a
    Juan 1, Sermons: 5

  • Nuestra confusión religiosa y espiritual es creada por nosotros mismos. La certeza de la salvación se encuentra solo en Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

  • El 24 de junio de cada año se celebra en muchas partes del mundo cristiano el día de San Juan Bautista. Como me crie en un país hispano muy religioso, las fiestas de los «santos» de la Biblia y de los «santos» de la iglesia de los primeros siglos se celebraban «religiosamente». Leí que en un país celebran la fiesta de San Juan Bautista como «el santo que todo lo tiene y todo lo da». Allí es común ver lujosas procesiones con un altar móvil con la estatua de Juan el Bautista siendo llevado en andas por las calles de la ciudad.

    La tradición popular celebra esta fiesta porque cree que Juan el Bautista fue santificado en el vientre de su madre y vino al mundo sin culpa. Por lo que he leído de la religiosidad popular, hay mucha confusión entre los creyentes con respecto a quién es quién en el escenario bíblico. El texto bíblico de hoy es una profecía en contra del folclore popular.

    «¿Y este quién es?», se preguntaban los fariseos respecto de Juan el Bautista. Los versículos anteriores a nuestro texto nos dicen que los fariseos enviaron emisarios a averiguar quién era este predicador que llamaba al arrepentimiento y hablaba de un bautismo con el Espíritu Santo. Los levitas y sacerdotes le preguntaron a Juan: «‘Tú, ¿quién eres?’, Juan confesó, y no negó, sino que confesó: ‘Yo no soy el Cristo.’ Y le preguntaron: ‘Entonces, ¿qué? ¿Eres Elías?’ Dijo: ‘No lo soy.’ ‘¿Entonces eres el profeta?’ Y él respondió: ‘No.’ Le dijeron: ‘¿Quién eres, entonces? Para que demos respuesta a los que nos enviaron, ¿qué dices de ti mismo?’ Juan dijo: ‘Yo soy la voz que clama en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor'» (Juan 1:19-23).

    La religiosidad popular de hoy y la religiosidad de los líderes religiosos en la época de Jesús tienen algo en común: una gran confusión. Los seres humanos somos fácilmente confundibles. ¡Qué bueno sería si, sobre estos asuntos tan importantes para la fe, aprendiéramos a hacer preguntas a las personas más adecuadas para darnos una respuesta correcta!

    Los fariseos querían saber quién era ese Juan que predicaba y bautizaba, porque evidentemente él no era uno más del montón. Había algo en su predicación y en su forma de vida que les llamaba la atención, y se animaron a preguntar o a enviar a alguien a preguntar. Tal vez lo hicieron por miedo, o por envidia o curiosidad, o porque vieron en Juan un competidor. Pero lo hicieron. Y encontraron una respuesta que posiblemente los desconcertó un poco más, pero fue la respuesta que dijo la verdad. En este pasaje aprendemos quién es Juan el Bautista y cuál es su función: es el que apunta a Jesús y lo anuncia como el «Cordero de Dios que quita los pecados del mundo» (vv 20, 36).

    El pueblo sabía lo que era un cordero. La cría de corderos era una de las practicas más conocidas en la región. Los corderos se comían, se vendían y compraban, y se ofrecían en sacrificio diariamente en el templo. Cordero, sangre y sacrificio eran imágenes muy conocidas. Pero Juan da un paso más adelante: conecta a una persona con un cordero. Este cordero no es nacido y criado en el campo, sino que viene de Dios, y tiene la función específica de quitar los pecados del mundo. Juan el Bautista dice las cosas con mucha claridad.

    Cuando los oyentes escuchaban de un cordero que quita pecados, recordaban todo el sistema sacrificial del Antiguo Testamento. El libro del Levítico dice que el sacerdote «… pondrá las dos manos sobre la cabeza del animal, y confesará sobre él todas las iniquidades, rebeliones y pecados de los hijos de Israel, y luego lo soltará en el desierto por medio de alguien destinado para ello. El macho cabrío será soltado en el desierto, llevando sobre sí a tierra inhabitada todas las iniquidades del pueblo» (Levítico 16:21-22). Jesús es la conexión con la Pascua y con todo sacrificio que se hacía en Israel para el perdón de los pecados.

    La iglesia antigua tomó esta figura de Jesús como el Cordero de Dios y lo transformó en el símbolo de la redención que se usó como adorno en muchos lugares donde los cristianos se reunían. No fue la cruz el símbolo que identificaba un lugar cristiano, sino el cordero. Durante los primeros cinco siglos, los cristianos consideraron la cruz como un instrumento de tortura y muerte, digna de ser despreciada por todos. En su lugar, usaron al cordero como adorno y elemento de identificación de la fe en el Señor Jesús.

    La primera vez que Juan identifica a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, agrega su propio testimonio: «Vi al Espíritu descender del cielo como paloma, y permanecer sobre él» (v 32). ¡Bienaventurado Juan que vio y creyó! Vio a Jesús y lo reconoció como el Cordero Redentor. Vio una paloma y en ella reconoció al Espíritu Santo. En las cosas simples de la vida Juan vio la maravilla liberadora de Dios. En el Cordero vio el perdón de los pecados para todo el mundo, y vio que el Espíritu que permaneció y permanece sobre Jesús es el Espíritu con el cual somos bautizados.

    Cuando al día siguiente Juan señala nuevamente a Cristo como el Cordero de Dios, Juan pierde a dos de sus discípulos. Eso es exactamente lo que hacen quienes anuncian a Jesús: ellos señalan a Jesús para que sus oyentes lo sigan a él. Brillante la tarea del Bautista. Preparó a algunos discípulos y, llegado el tiempo, les indicó a quién debían seguir en realidad. Andrés y su compañero se fueron con Jesús, entablaron una conversación con él y se quedaron esa noche con él. Luego Andrés busca a su hermano Simón para decirle: «Hemos hallado al Mesías», y entonces lo llevó a Jesús, y así se formó una cadena de evangelismo que no se detuvo hasta el día de hoy.

    Jesús vino para quitar los pecados de todo el mundo. El Cordero de Dios fue sumisamente al matadero para liberarnos a nosotros, ovejas perdidas y desamparadas. Nadie más sacrificó su vida por nosotros. Nadie más envía el Espíritu Santo a los creyentes. Ningún otro nos fortalece en la fe con su carne y sangre en la Santa Cena. Solo Jesús. Él es el único a quien debemos seguir.

    No me cabe la menor duda de que a nuestro alrededor hay muchas personas confundidas, no solamente con relación a Juan al Bautista, sino con relación a Dios mismo y a su Hijo Jesús. La confusión religiosa es característica de todos lo que no vieron la luz de Jesús. Juan el Bautista debe haberse sentido muy contento cuando sus discípulos lo dejaron para ir tras Jesús. Andrés no pudo esperar para ir a buscar a su hermano Simón para traérselo a Jesús. Cuando Jesús aparece en escena todo se revoluciona. Nada vuelve a ser lo mismo. Las personas se movilizan y anuncian su llegada.

    Jesús vino a nuestra vida y nos cambió por el poder del Espíritu Santo ya desde nuestro bautismo. Jesús perdonó nuestro pecado que tanto mal nos hace, ese pecado que daña, lastima y condena para siempre. Él también nos moviliza para que lo anunciemos a quienes sufren la confusión y el tormento que produce la incredulidad.

    Si somos creyentes, es porque alguien nos señaló al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Gracias a Dios por ese alguien. Tú también puedes ser ese alguien que señale a Cristo. Tú también puedes decirle a tu prójimo: «He hallado al Mesías.»

    Si de alguna manera te podemos ayudar a señalar a Cristo a tu prójimo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.