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PARA EL CAMINO
TEXTO: Filipenses 4:4-9
La «felicidad» depende de las cosas que nos suceden cada día. Pero la alegría es diferente. La alegría no es un subproducto o resultado de nuestras acciones o de nuestros esfuerzos. La Biblia dice que la alegría es un «fruto del Espíritu».
En el año 2004 un periódico publicó un artículo sobre una joven que se destacaba por su habilidad para practicar el surf. El nombre de esa joven: Bethany Hamilton. El artículo decía: «Bethany estaba considerada la mejor surfista adolescente en Hawái… hasta que en el mes de octubre del 2003 un tiburón le arrancó un brazo. Pero tanto su compasión como su espíritu de competición la impulsaron a alcanzar niveles aún más altos. Casi enseguida después del ataque del tiburón, Bethany comenzó a juntar dinero para que un ciego pudiera recibir la operación que le ayudaría a recuperar la vista. Estando de visita en la ciudad de Nueva York, le regaló su campera de esquiar a una niña pobre. Cuando alguien le preguntó por qué lo había hecho, ella dijo que tenía mucho más de lo que en realidad necesitaba. Y, con respecto a su espíritu de competición, le dijo a su padre que, si por tener un solo brazo no podía llegar al máximo de su carrera como surfista, se iba a dedicar a jugar al fútbol.»
En una entrevista, su pastor dijo: «Ella siempre mira al futuro, y se pregunta: ‘¿Cómo puedo mostrarle al mundo que estoy bien, que disfruto mi vida, y que tengo alegría?’ Se puede ver que confía plenamente en que Dios la cuida en todo momento y en todo sentido».
Se me ocurre que ella entiende muy bien lo que el apóstol Pablo nos está tratando de enseñar hoy cuando nos dice: «¡Regocíjense en el Señor siempre!» El regocijo, la alegría, es el tema dominante en el texto para este mensaje, pero también lo es en toda la carta a los Filipenses. Diez veces utiliza Pablo diferentes formas de la palabra «alégrense». Tanto es así, que la carta a los Filipenses a menudo ha sido llamada «la carta de la alegría».
Entonces, ¿qué está queriendo hacer Pablo con nosotros hoy? Los más escépticos piensan que la alegría es fácil para los que tienen pocos problemas, pero no para ellos, y cuestionan la vida y el mundo en el que Pablo vivía que, según ellos, no era nada comparado con el nuestro. Sin embargo, creo que lo que Pablo quiere es que tratemos de ver más allá de lo que tenemos frente a nuestras narices. Esa es la razón por la cual nos dice «alégrense» una y otra vez. Porque sabe lo ‘radical’ que esa «alegría en el Señor» es, y el poder que tenemos cuando, a través de la fe, dejamos que esa alegría inunde nuestra vida… más allá de las circunstancias que nos toquen vivir.
«¡Alégrense en el Señor siempre! El Señor está cerca. No se preocupen por nada. Que sus peticiones sean conocidas delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.»
Primero que nada, es necesario que comprendamos que esta «alegría» de la que Pablo está hablando no es un sentimiento abstracto, sino algo de lo que él ya está participando, algo que él posee, aún en medio del sufrimiento real. La alegría verdadera y duradera es más que un ‘sentimiento que tenemos cuando las cosas nos salen bien’. De hecho, Pablo tiene esa alegría ‘aun cuando las cosas no le salen bien’. Cuando él escribió esta carta con su «llamado a la alegría», se encontraba preso y corría el riesgo de perder la vida por causa de su predicación. Hasta la misma iglesia a la cual él le escribió estas palabras estaba sufriendo persecución por causa de su fe.
Por lo tanto, el regocijarse en todo momento y circunstancia no es algo para meditar cómodamente sentado debajo de un árbol, sino que es la verdad de la Palabra de Dios para la vida que nos toca vivir en este mundo real, pecador, y rebelde. De hecho, esa es la mayor diferencia entre «felicidad» y «alegría». La «felicidad» es algo que depende de las «circunstancias pasajeras», de lo que nos sucede cada día. Cuando las cosas marchan bien, indudablemente estamos mucho más felices que cuando no marchan bien.
Pero la alegría es diferente. La alegría no es un subproducto o resultado de nuestras acciones o de nuestros esfuerzos. La Biblia dice que la alegría es un «fruto del Espíritu». La alegría es un resultado de la acción de Dios a nuestro favor, una bendición que nos llega cuando estamos unidos en fe con Aquél que nos redimió y reconcilió consigo mismo.
Es por ello que Pablo dice: «Regocíjense en el Señor». Porque se trata de conocerle a él, de saber que él está cerca nuestro con su bendición y su protección. Se trata de saber que sus promesas son seguras y que las va a cumplir, más allá de las circunstancias que nos toque vivir. Se trata de saber y creer que las culpas que nos agobian y los miedos que nos paralizan son cosas que él ha cargado consigo a la cruz y que ha derrotado con su resurrección de la muerte. Nuestros problemas son de él, y nuestra vida es de él. Esa es la alegría que se apodera de nuestra vida cuando confiamos en Aquél que es la alegría: Jesucristo, nuestro Salvador.
Son demasiadas las personas que andan en busca de la felicidad persiguiendo sus propios sueños y deseos, abrigando la falsa esperanza que, si los alcanzan, van a ser felices y estar alegres para siempre. De alguna manera, muchos se han convencido que el objetivo primordial en la vida es alcanzar la felicidad… en vez de, a través del arrepentimiento y la gracia, estar en buenos términos con Dios y con los demás. De alguna forma se nos ha enseñado a creer que somos las primeras personas en la historia del mundo que podemos vivir una vida plena y completa sin depender ni necesitar al Dios que nos creó, nos perdonó, y nos rescató. Somos tan ingenuos, que pensamos que todo lo que necesitamos es conocimiento, dinero, y esfuerzo.
Ya desde el principio la Biblia tiene algo que decir con respecto al tema de la alegría verdadera. El Rey Salomón escribe acerca de ello en Eclesiastés 2, donde dice: «Pensé entonces en lo íntimo de mi ser: ‘¡Anda, que voy a probar lo que es la alegría! ¡Voy a disfrutar de lo bueno!’ Pero resultó que también esto es vanidad. Y concluí que divertirse es una locura, y que los placeres no sirven de nada… Emprendí grandes obras, hice que me construyeran casas y que me plantaran viñas, tuve mis propios huertos y jardines, y allí planté toda clase de árboles frutales…Tuve también grandes ganados de vacas y de ovejas, más que todos los que reinaron antes de mí en Jerusalén. Acumulé plata y oro, y tesoros que antes fueron de otros reyes y provincias… Mi grandeza fue mayor que la de todos los que reinaron antes de mí en Jerusalén… Luego me puse a considerar todo lo que yo había hecho con mis manos, y el trabajo que me costó realizarlo, ¡y resultó que todo era vanidad y aflicción de espíritu! ¡Nada es provechoso bajo el sol!»
El Rey Salomón descubrió que todo era simple ‘vanidad’, y que nada de ello era, en realidad, fuente de alegría. Su conclusión final se encuentra en el versículo 26 de ese mismo capítulo 2, donde dice: «Es un hecho que Dios es quien da sabiduría, conocimientos y alegría…» Y eso es lo que Pablo nos dice: que la calidad de nuestra vida depende de nuestra relación con Dios.
Quienes tenemos fe en Jesucristo tenemos también alegría, porque estamos conectados a la fuente misma de la alegría. La alegría de la que estamos hablando no es algo pasajero o dependiente de ciertas circunstancias, sino que es un fruto del Espíritu: el fruto que nace del estar en comunión con el Señor que hizo los cielos y la tierra… que murió y resucitó para que podamos tener vida eterna junto a él… y que vendrá nuevamente para establecer su reino eterno de gracia y justicia.
Pablo había comprendido, aún en medio de todas las persecuciones, juicios, peligros y problemas por los que tuvo que pasar, lo que era vivir con la alegría del Señor. ¡Regocíjense en el Señor! ¡Dejen que su alegría inunde sus vidas! ¡Comiencen cada día con la seguridad que el Señor del universo es su Salvador y su amigo! Nada de esto es la expresión de un deseo, sino una realidad ganada por la obra de Jesucristo y ofrecida por el poder del Espíritu Santo a través de la Palabra de Dios y sus sacramentos.
Dado que estás unido a Cristo a través de la fe, aprovecha la alegría que él te ofrece y utilízala en cada aspecto de tu vida. Pablo dice: «Finalmente, hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo honesto, en todo lo justo, en todo lo puro, en todo lo amable, en todo lo que es digno de alabanza». Cuando tengas un problema, cuando estés en una disyuntiva y no sepas qué rumbo tomar, haz que tus pensamientos se concentren en Dios: en quién él es para ti, en lo que él ha hecho por ti, y en todas las cosas que él ha prometido hacer por ti. Dios te va a bendecir. A través de la historia él ha bendecido y protegido a todos los que han creído en él. Su registro de fidelidad en el cumplimiento de sus promesas es perfecto: él nunca defraudó a nadie, sino que siempre cumplió cada promesa que hizo.
Con esto no quiero decir que por ser cristiano no vas a tener problemas ni pasar por pruebas. Los cristianos reímos y somos felices, pero también lloramos y pasamos por momentos difíciles y tristes. Lo que hace que la vida en Cristo sea diferente y única es el saber que la alegría de la gracia, el poder, y la protección de Dios nos acompañan en todas las circunstancias que nos toca vivir.
El famoso escritor inglés Chesterton, dijo: «Unos hacen una oración a Dios antes de las comidas, y está bien que así lo hagan. Yo hago una oración antes del concierto y de la ópera, antes de la obra de teatro y de la pantomima, antes de abrir un libro y antes de hacer un dibujo, antes de nadar, de boxear, de caminar, de jugar, de bailar, y antes de comenzar a escribir». ¡La gracia y la alegría son para ser usadas y disfrutadas en todas las cosas y momentos de la vida!
En la iglesia de Filipos en particular, había muchos conflictos. Pablo se dirige a dos personas en esa congregación, rogándoles «que se pongan de acuerdo en el Señor» (Filipenses 4:2). ¿Por qué lo hace? Porque las relaciones humanas son importantes, tanto para Dios como para nosotros… y porque requieren esfuerzo. Pablo alienta a estos cristianos a que pongan en práctica la alegría de Cristo, y a que se traten mutuamente de la misma manera en que Dios los trata a ellos en y a través de Jesús. Porque todas las relaciones que tenemos son oportunidades que Dios nos da para poner en práctica la alegría del Señor, amando a los demás en el nombre de Jesús. Después de todo, ¿acaso la vida no se trata de eso?
En 1937, un investigador de la Universidad de Harvard comenzó un estudio sobre los factores que contribuyen al bienestar y la felicidad del ser humano. El grupo de investigadores seleccionó 268 estudiantes varones de Harvard que lucían sanos, para que fueran parte de lo que se llama un estudio longitudinal, lo que significa que la vida de esos varones sería estudiada a lo largo de un período determinado . En este caso, ese período iba a ser de 72 años (lo cual es un lapso extraordinariamente largo). Con 72 años de perspectiva, este estudio da una visión completa de las cosas que han afectado el nivel de salud y felicidad de esos hombres a lo largo de su vida. El estudio ha registrado una variedad de factores, incluyendo cosas comunes como el ejercicio físico, los niveles de colesterol, el estado civil, el uso de alcohol y de tabaco, el nivel de educación, y el peso, pero también otros más subjetivos como por ejemplo la manera en que una persona emplea mecanismos de defensa ante los desafíos de la vida.
En estos 72 años, varias personas han estado a cargo de la dirección del estudio. En los últimos 42 años, el director ha sido un psiquiatra, el Dr. Vaillant. En el año 2008, alguien le preguntó al Dr. Vaillant qué había aprendido sobre la salud y la felicidad del ser humano después de tantos años de recabar datos de esos 268 hombres. Uno esperaría una respuesta compleja de un científico de Harvard, pero su secreto sobre la felicidad fue: «Lo único que realmente importa en la vida son las relaciones que uno tiene con las demás personas».
El Apóstol Pablo diría: ‘Lo único que realmente importa en la vida es nuestra relación de fe con Dios, y nuestra relación de amor con los demás en su nombre’.
Por último, revistámonos con la alegría de Dios cuando enfrentamos adversidades, problemas, y también ante el éxito. Recordemos que Pablo también dijo: «No se pongan ansiosos». En otras palabras, no se dejen llevar por las circunstancias, no se preocupen, no dejen que los problemas les quiten la alegría que Jesús les da.
Es más, cuando estamos ansiosos es cuando más debemos esforzarnos por poner en práctica la alegría con oraciones, peticiones, y acciones de gracias. Tal agradecimiento y gratitud cambia nuestro sentir, enfocándonos en el Dios que nos ama y nos cuida más allá de toda circunstancia. Hasta la oración se convierte entonces en una oportunidad no sólo para recibir sus promesas, sino también para utilizarlas para el bien de los demás. ¿Has notado cuán a menudo Pablo habla de que oremos los unos por los otros? Eso es poner en práctica la alegría de Cristo. Es importante que le hagamos saber a Dios las cosas que nos preocupan, porque así recordamos que él las sabe. Pero, más que nada, Dios quiere que utilicemos el privilegio de la oración para que nosotros también seamos agentes de esas mismas bendiciones para con los demás.
Cuando Pablo nos dice que nos «regocijemos siempre», es como si nos estuviera diciendo que miremos nuestra vida desde la misma perspectiva que la mira Dios, o sea, a través de los lentes de su gracia, su perdón, y su salvación. Y, más allá de cualquier circunstancia, cuando nos enfocamos en nuestro Salvador, en sus obras y promesas, cuando elevamos ante su trono de gracia nuestras oraciones y peticiones, cuando nuestras mentes están fijas en su verdad, tenemos más en claro al Dios que literalmente hace guardia día y noche protegiendo nuestros corazones y mentes.
¡Alégrense siempre! Ese es el desafío de mirar a nuestras vidas a través de la gracia de Dios. Pero, y más importante todavía, es vivir en la alegría de saber que nuestra eternidad, nuestro destino eterno, está asegurado en él.
Una renombrada autora y esposa de un conocido pastor norteamericano, escribió: «Mi amiga Margarita tuvo la siguiente experiencia cuando iba en una avión que estaba por despegar. A un lado del avión, la puesta del sol iluminaba el cielo con bellísimos colores. Pero del otro lado, mirando por la ventanilla al lado de su asiento, todo lo que ella podía ver era un cielo oscuro y amenazante, sin ninguna señal de un bello atardecer. Cuando el avión comenzó a carretear, una voz muy suave dentro suyo le dijo: ‘Al igual que los dos paisajes que has visto por las ventanillas, tu vida va a tener tiempos felices y preciosos, pero también va a tener algunas sombras oscuras. Hoy quiero enseñarte una lección para evitarte mucho sufrimiento en el futuro y para que permanezcas en mí en paz y alegría. Cualquiera sea la ventanilla por la cual estés mirando, este avión va a llegar a su destino. Lo mismo ocurre con tu vida: puedes permanecer en el lado oscuro, o puedes dedicarte a las cosas brillantes y dejar que yo me haga cargo de las oscuras, pues el destino final va a ser el mismo.»
Querido oyente, Jesucristo quiere ser tu Señor y Salvador, y quiere bendecirte con su alegría. Es mi oración que tengas la fuerza y el coraje para seguirle con alegría cada día de tu vida. Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén