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PARA EL CAMINO
TEXTO: Colosenses 3:1-11
Colosenses 3, Sermons: 2
La vida cristiana es morir al pecado y resucitar con Cristo, revistiéndonos con la vestimenta que lleva su sello y marca. Es dejar de vivir en el pecado según la imagen de Adán y vivir según la imagen de Cristo, reflejando en nuestras vidas el amor de Cristo.
Coco Chanel. Valentino. Oscar de la Renta. Carolina Herrera. Cuando escuchamos estos nombres nos transportamos por un momento al mundo de los desfiles de modas, de las pasarelas internacionales donde se estrenan las últimas creaciones de los diseñadores más famosos del mundo. O pensamos en los comentaristas de la farándula que esperan ansiosamente la llegada de artistas famosos, cantantes o actores a la entrega de algún espectáculo de premios. Pasan los famosos por la alfombra roja saludando y tirándole besos a sus fanáticos, posando para los fotógrafos, hasta que llegan al puesto de entrevistas, donde les hacen la pregunta que todos esperan: «Y a ti, ¿quién te viste? «Narciso Rodríguez, por supuesto». Los nombres de diseñadores latinoamericanos abundan: Clara Porset, Juan de la Paz, y otros.
De vez en cuando le preguntan a los famosos por qué se visten de esta u otra marca. «¿Y qué me puedes decir del conjunto que modelas? ¿Qué te llevó a escoger la creación de este gran diseñador?» Muchos dicen que se identifican con el estilo del diseñador, que se ven reflejados en la creación del diseñador, que la marca del diseñador los ha influenciado de alguna manera: «Me identifico con su estilo, vibrante y llamativo»; «firme y elegante»; «alegre y vivaz»; «interesante y enigmático». La marca de la ropa refleja no solo la personalidad del diseñador, sino que nos dice algo de la persona que se pone esa ropa. De vez en cuando, alguna persona sorprende a los entrevistadores de moda. «Y a ti, ¿quién te viste?» «Este vestido me lo hizo mi mamá con mucho cariño. Me lo pongo con orgullo y nostalgia. Representa la vida y el amor que mi madre me ha dado y también lo que aspiro imitar de ella: su sencillez y belleza». La marca de la diseñadora marca a la modelo.
Dime quién te viste y te diré quién eres. La Biblia usa la ropa o el vestido como imagen de la vida cristiana. Ser cristiano es despojarse de la vieja ropa para ponerse ropa nueva. La vieja vestidura representa al ser humano en su calidad de pecador, atado al pecado de Adán y a los malos vicios y hábitos que emanan de tal vida. La nueva vestidura representa al ser humano como una nueva criatura que ha sido librada por Dios del dominio del pecado para vivir de forma recta ante Dios y ante el prójimo, reflejando en su vida virtudes y hábitos agradables a Dios. La ropa que uno se pone nos dice algo acerca de la identidad de la persona. Nos dice si uno anda vestido de la vieja moda y viviendo en pecado, a la imagen del viejo Adán, o si uno anda portando y modelando el nuevo diseño que refleja la imagen de Cristo en nosotros.
En la carta a los Colosenses, vemos cómo el predicador usa la imagen de las vestimentas vieja y nueva para recordarle a los cristianos en la iglesia de la ciudad de Colosas quiénes son. Les dice que deben abandonar «la ira, el enojo, la malicia, la blasfemia y las conversaciones obscenas» (v. 8), y que no deben mentir los unos a los otros (v. 9). En otras palabras, deben despojarse «de la vieja naturaleza y de sus hechos» (v. 9) porque ésta ya no representa quiénes son. Dios los ha librado de su antigua forma de ser mediante la obra de Cristo, por quien han recibido el perdón de los pecados y una nueva vida. Ahora tienen ropa nueva. Les recuerda el predicador a los cristianos de Colosas que ya no son los mismos porque «se han revestido de la nueva naturaleza, la naturaleza del nuevo hombre» (v. 10). Les recuerda que Dios, el gran diseñador de sus vidas, les ha dado un nuevo vestido, les ha dado una nueva identidad, los ha marcado para siempre con su nombre. Y ese nombre es: Cristo. La ropa de los grandes diseñadores generalmente lleva algún sello o marca que la identifica como la creación del diseñador. De manera similar, al hacernos sus hijos, Dios Padre nos ha dado el sello o la marca que nos identifica como su nueva creación. Nuestra ropa ahora lleva un sello que lee: «Cristo». «Y a ti, ¿quién te viste?» «¡Yo me visto de Cristo!»
Desvestirse de la vieja vida significa morir con Cristo, es decir, morir al pecado crucificando los deseos de la carne. Estas «obras de la carne» se manifiestan de muchas maneras, incluyendo «adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia» (Gál. 5:19). «Por lo tanto» —nos dice el apóstol— «hagan morir en ustedes todo lo que sea terrenal: inmoralidad sexual, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia» (Col. 3:5). El problema no es la tierra en sí, sino lo terrenal. El problema no es la tierra porque Dios la creó y es buena. El problema es la corrupción de la tierra y del ser humano que la habita, es decir, nuestros pecados que nos separan de Dios y el prójimo. La vida cristiana es un despojo diario del pecado en nuestras vidas, el abandono de los vicios—en fin, el desvestirse del vestido viejo que lleva el sello y la marca de Adán.
Pero la vida cristiana no es solo morir al pecado, sino también ser resucitado con Cristo a nueva vida. Resucitar con Cristo es revestirse de Cristo, ponerse la vestimenta que lleva el sello y la marca de Cristo. Ya no vivir en el pecado según la imagen de Adán sino vivir según la imagen de Cristo, el segundo Adán, reflejando en nuestras vidas el amor de Cristo para con Dios y para con los seres humanos. Entonces, ¿qué vestido me voy a poner hoy? El apóstol nos dice que nos vistamos de lo celestial, de Cristo. Nos dice que busquemos las cosas de arriba, que pongamos la mirada en las cosas del cielo, es decir, en las cosas de Dios.
El texto dice que llegará el día en que Cristo se manifestará en nosotros de forma gloriosa. Nos dice el apóstol que «cuando Cristo, que es la vida de ustedes, se manifieste, entonces también ustedes serán manifestados con él en gloria» (v. 4). El día de esta manifestación de Cristo en sus santos de todo tiempo y lugar se refiere al día de su segunda venida, cuando volverá en gloria y los muertos serán resucitados. En ese día, aquellos que han muerto en Cristo serán resucitados con él y revestidos de su gloria de forma plena y definitiva. ¡Imagínense tal vestido! Nuestros cuerpos reflejarán el cuerpo resucitado de Cristo. Ya no reflejarán la imagen de Adán, cuyo cuerpo es terrenal, mortal y corruptible, sino que reflejarán la imagen celestial del segundo Adán, Jesucristo (cf. 1 Cor. 15:42-54). Serán cuerpos celestiales, inmortales, incorruptibles—cuerpos que ya no estarán sujetos al pecado ni a la muerte. El gran desfile de los santos con tales vestiduras ocurrirá en el futuro. ¡Será un evento inigualable y fantástico!
Pero mientras tanto, en el presente que vivimos ahora, la vida cristiana es un diario despojarse del viejo Adán para revestirse de Cristo. El teólogo alemán Martín Lutero habla de este morir y resucitar con Cristo como un diario retorno al bautismo. En las aguas del bautismo, el viejo Adán es ahogado con todos sus pecados y malos deseos. En esas aguas, morimos con Cristo. Es cierto. Pero morimos para vivir una nueva vida, para que surja un nuevo ser—una nueva criatura marcada con el sello, el nombre de Cristo. Lutero añade que «…cada uno debe considerar el bautismo como su vestido cotidiano que deberá revestir sin cesar con el fin de que se encuentre en todo tiempo en la fe y sus frutos, de modo que apacigüe al viejo hombre y crezca en el nuevo» (Catecismo Mayor, El Bautismo, 84). Pensemos en nuestra humanidad como el vestido que llevamos puesto, y pensemos en esta humanidad como un vestido sucio por causa del pecado. Al entrar a las aguas del bautismo, Cristo nos limpia de la suciedad del pecado y nos cubre con su santidad, su pureza, de tal forma que salimos de las aguas limpios de pecado, con una vestimenta nueva que luce a Cristo, que huele a Cristo, que manifiesta la fidelidad de Cristo a Dios Padre y su amor por los seres humanos.
La vida cristiana es un retorno diario a las aguas del bautismo. Las aguas son como un espejo que nos muestra nuestros pecados y a la vez son el medio para limpiarnos de pecado. Hace algunos años, pensando en la vida cristiana como un retorno diario al bautismo, escribí la siguiente reflexión acerca del morir y vivir con Cristo en las aguas bautismales:
En el espejo de esas aguas cristalinas vemos en realidad lo que somos, nuestra injusticia, falta de santidad. Al agua venimos sin habernos bañado, sucios, inmundos, con la impureza de nuestras transgresiones. El fuerte olor a trapos sucios nos sigue al río, y éste refleja nuestra imagen inmunda. Necesitamos ser sumergidos, limpios de toda impureza, para salir de las aguas revestidos nuevamente de la justicia de Cristo, con grato olor a perfume de santidad, como quien sale de la ducha sintiéndose ‘un hombre nuevo.'» (Sánchez, Teología de la santificación, pp. 91-92)
Dime quién te viste y te diré quién eres. Al revestirnos de Cristo reflejamos la marca de Cristo en nuestras vidas. Pasamos a reflejar su imagen en nuestro pensamiento, palabra y obra. El Espíritu Santo nos da la forma de Cristo, por decirlo así, para vivir según el fruto de su Espíritu Santo, a saber, reflejando amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (Gál. 5:22-23). Estas virtudes y hábitos nacen de un corazón que Cristo nutre a diario con el perdón de los pecados. Este perdón, que reconcilia a los pecadores con Dios, también trae como bendición la reconciliación entre los seres humanos.
Las obras de la carne se manifiestan en «enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones» (v. 20). Revestirse de Cristo es poner fin a estas divisiones en la iglesia, así como también en nuestros hogares y comunidades. Significa ser renovado a la imagen de Cristo de tal manera que «ya no importa el ser griego o judío, estar circuncidado o no estarlo, ser extranjero o inculto, siervo o libre, sino que Cristo es todo, y está en todos» (Col. 3:11). Cuando Cristo nos arropa con su perdón, nos une en el amor a Dios y al prójimo. Nos hace un solo cuerpo, una sola iglesia, un ejemplo e instrumento de la unidad de los seres humanos con Dios y entre sí. Al arroparnos con su amor nos hace instrumentos de su amor en el mundo. El mundo pasa a ser la pasarela en la que modelamos a Cristo, en la que vivimos según el fruto del Espíritu, y esta vida pasa a ser atractiva en un mundo lleno de tantos conflictos y divisiones. La gente nos verá y preguntará con gran interés: «Y a ti, ¿quién te viste?» Y contestaremos: «Cristo me viste. ¡Y mi vestido es Cristo! Llevo el sello y la marca de mi Señor, ¿quieres probártelo?»
Si de alguna manera podemos ayudarte a revestirte de Cristo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.