PARA EL CAMINO

  • Dios está con nosotros

  • diciembre 22, 2019
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 1:18-25
    Mateo 1, Sermons: 3

  • Por medio de Jesús, Dios está con nosotros en las buenas y en las malas, y obra desde los escenarios más improbables.

  • No tengo estadísticas, pero por lo que aprendí de mi propia familia, de mis amigos y de mis muchos conocidos, un buen porcentaje de las personas que habitamos este mundo no fue planificado. Muchos hijos nacieron de sorpresa. Muchos hijos no llegaron. La planificación familiar, si la hubo, no siempre pudo ser llevada a cabo.

    Me imagino que María y José soñaban con tener hijos, como lo hace todo el mundo. Lo que no soñaron, ni remotamente, es que vendría un embarazo no planificado y, para colmo, ¡inexplicable! ¿Cómo les explico a mis padres y a José que estoy embarazada?, habrá pensado María. Y el tiempo pasó, y se le habrá notado la panza, y habrá tenido síntomas de embarazada; de alguna forma todos tenían que enterarse.

    Es magistral cómo el evangelista Mateo entra directo al tema sin dar vueltas al asunto: «María, la madre de Jesús, estaba comprometida con José, pero antes de unirse como esposos se encontró que ella había concebido del Espíritu Santo» (v 18). Listo. Más información no necesitamos. Un embarazo antes del matrimonio podía significar la lapidación de María. El ángel anunciador debe haber hecho un impacto muy grande en el corazón de María, porque ella nunca mostró temor: solo sumisión.

    Juan el Bautista nació de padres ancianos por intervención directa de Dios. El embarazo de Elisabet estuvo planificado desde un comienzo de su matrimonio con el sacerdote Zacarías. Pero no tuvieron hijos por la esterilidad de Elisabet. Cuando ya habían perdido toda esperanza, y totalmente a destiempo, les llega un hijo. A destiempo para ellos, pero a tiempo para Dios, porque Juan sería el profeta que anunciaría la llegada del Salvador del mundo.

    En esa época hubo varios milagros. El nacimiento de Juan el Bautista fue un milagro, el embarazo de María fue un milagro ¡y que José se creyera la historia fue el milagro más grande! Así decía siempre un anciano predicador cada vez que nos daba un sermón para la época de Navidad.

    José entra en escena como un hombre justo que no quiso acusar a María de engañadora. Su mente debe haber sido un torbellino de desilusiones e ideas, y mientras trataba de ver cuál era la forma menos vil de dejar a María y anular el compromiso matrimonial, Dios interviene otra vez para hacerle creer a José lo que es increíble para la razón humana.

    María vio un ángel cara a cara y tuvo un diálogo con él. A José el ángel lo agarró dormido, no le dio oportunidad de preguntar o de responder: el ángel le habló en sueños. Pero Dios también puede ser convincente en los sueños, si es que es él quien los produce.

    El ángel le da una indicación extraordinaria, una pista de que lo que le estaba sucediendo era algo muy importante, mucho más de lo que cualquiera podía imaginar. «José, hijo de David…», le dijo el mensajero divino. Ah, de la descendencia de David vendrá el Mesías. Aquí hay una conexión con el embarazo que el Espíritu Santo produjo en María. José tiene un dato claro.

    «Y tú le pondrás por nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (21). Bueno, si cuando José y María soñaban con casarse y tener hijos habían pensado nombres para sus hijos, eso tampoco se haría realidad. Otra cosa no planificada… para los hombres, pero sí para Dios.

    Todo esto estuvo bien planificado desde la eternidad y anunciado por el profeta Isaías seis siglos antes. Esto es lo próximo que dice Mateo: «Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor dijo por medio del profeta: «Una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Emanuel, que significa: «Dios está con nosotros» (vv 22-23).

    Y aquí llegamos a lo más importante que Dios quiere transmitirnos. No es la concepción virginal, no es la fe de José y su fidelidad a Dios y a María, no son las apariciones milagrosas de los ángeles. Es el mensaje de que Dios está con nosotros.

    Prestemos atención por un momento a los escenarios, porque ellos son, humanamente hablando, los menos indicados para la aparición del Dios Todopoderoso. La imagen que tenemos en nuestra mente de Dios es de un ser misterioso, alguien a quien no se puede ver y mucho menos controlar, que es enorme, que es glorioso, que produce temor dada su santidad. En un sentido, Dios es para nosotros inaccesible; porque a menos que él mismo se muestre de alguna manera o nos hable, no podemos entrar en contacto con él.

    El significado del nombre JESÚS es lo mejor que Dios pudo revelarnos. Dios está con nosotros como Salvador. Él no nos lleva a lugares inaccesibles, no nos hace Dios ni ángeles para poder estar ante su presencia, no nos convierte en seres incorpóreos para que podamos tener una conversación de espíritu a espíritu con él. No. Él se hace hombre, un ser humano de carne y hueso, para estar con nosotros en las buenas y en las malas. Esta es la mejor noticia que podemos recibir de Dios. Dios está con nosotros para salvarnos de los pecados.

    No podemos olvidarnos de que somos pecadores. Ese es el único motivo por el que se producen todos estos milagros con relación a Jesús. Definitivamente él es nuestro milagro que está con nosotros todo el tiempo como un buen amigo que no nos falla a pesar de las situaciones difíciles que nos tocan vivir. Tenemos que aprender a ver los escenarios en los que Dios obra y acostumbrarnos a ellos.

    Los escenarios de Dios son absolutamente normales, la mayoría de las veces; como un hombre tosco predicando el arrepentimiento a la rivera del Jordán, como un bebé acostado en un pesebre, como un hombre clavado a una cruz entre dos malhechores. Esos son escenarios muy humanos, indignos de Dios, a simple vista. Pero son escenarios que nos muestran su amor y su capacidad de estar con nosotros en cualquier circunstancia. Si nuestro pecado le molesta, y ciertamente le molesta, lo perdona, lo saca del medio, para que nada pueda interferir entre él y nosotros.

    Los escenarios de Dios no han cambiado hoy. Él viene en el agua y la promesa del Bautismo, para lavar nuestros pecados y hacernos sus hijos. Él viene en el pan y vino de la Santa Cena, para darnos a comer su verdadero cuerpo y a beber su verdadera sangre. Escenarios comunes que producen los milagros del perdón y la regeneración. Dios está con nosotros cada vez que escuchamos su Palabra predicada, cada vez que abrimos las Sagradas Escrituras que milagrosamente nos hablan de él, aumentan nuestra fe y acrecientan nuestra esperanza en la vida eterna. Porque claro, Dios también estará con nosotros a la hora de nuestra muerte y después de nuestra muerte, cuando ya no necesitaremos más revelaciones ni más milagros.

    Hay un escenario más que todavía no conocemos personalmente; no será tan rústico como el Jordán o el pesebre de Belén o la cruz del Gólgota. Será un escenario de gloria a la manera de Dios, donde nuestra situación será diferente, donde los hijos de Dios, dice el Apocalipsis: «No volverán a tener hambre ni sed, ni les hará daño el sol ni el calor los molestará, porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los llevará a fuentes de agua de vida» (Apocalipsis 7:16-17).

    El último gran escenario donde estaremos con Dios para siempre no es un sueño. Es una realidad que ya existe y que es posible por la resurrección de Jesús. Hacia allá vamos todos los creyentes. Mientras caminamos en Jesús, Dios está con nosotros.

    Si de alguna manera te podemos animar a seguir caminando de la mano del Señor Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.