PARA EL CAMINO

  • Dios no acepta devoluciones

  • noviembre 15, 2020
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 25:14-30
    Mateo 25, Sermons: 3

  • Dios nos da dones y con ellos la autonomía para que decidamos cómo usarlos. Pero siguen siendo suyos. Los dones que Dios nos da son para que produzcamos los frutos que avanzarán el reino de los cielos.

  • Muchos años atrás, cuando mi esposa y yo éramos jóvenes y teníamos hijos pequeños, nos reuníamos periódicamente con amigos de nuestra edad que también tenían hijos pequeños. Eran reuniones lindas donde compartíamos esa experiencia nueva de ser padres, las cosas divertidas de nuestros hijos que nos hacían felices y por las cuales nos sentíamos muy orgullosos de ellos. Otras veces también hablábamos del mal genio de algunos de nuestros pequeños y de las travesuras que pasaban los límites de travesura y que nos inquietaban sobremanera. Una vez, uno de los papás llegó a decir acera de su hijo: «No podemos perderlo de vista ni un minuto. Me canso de estar observándolo para que no se meta en líos». Y en forma de broma agregó: «¡Y no podemos devolverlo!»

    Por su puesto que no: no podemos devolver a nuestros hijos, ni queremos hacerlo. ¿A quién se los devolveríamos? ¿A Dios que los creó? Dios no acepta devoluciones. Porque lo que Dios nos entrega es para nuestro bien y para el bien de los demás.

    De esto se trata la parábola que escuchamos recién. Dios entregó bienes a tres de sus siervos, y a uno de ellos se le ocurrió devolverlos. Veamos lo que sucede en esta historia: solo faltan dos días para que Jesús sea entregado a las autoridades judías y romanas. En apenas 48 horas será ejecutado. El tiempo apremia. Jesús y sus discípulos están en Jerusalén, sentados en el monte de los Olivos. Algunos de sus discípulos están muy inquietos por el anuncio de Jesús de que el templo será destruido. El fin de algunas de esas cosas magníficas está cerca. Pedro y tres de sus compañeros se acercan a Jesús y le preguntan: «¿Cuándo sucederá todo esto, y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo?» (Mateo 24:3). Por supuesto que Jesús no les contesta cuándo será el fin del mundo, ya que ni siquiera él sabe el día y la hora. Lo que Jesús hace es describirles con mucho detalle lo que ellos tienen que hacer para estar preparados para cuando llegue el fin. Lo que importa para Jesús es lo que sus hijos haremos en este entretiempo, mientras esperamos su regreso.

    En esta parábola, Dios es el hombre que se va de viaje por mucho tiempo y que les entrega magníficos dones a tres de sus siervos. Las monedas de plata representan los talentos, las capacidades, los dones necesarios para producir frutos que impulsen el avance del reino de los cielos. Queda claro que los talentos y dones que Dios entrega provienen de su tesoro celestial. Dios es generoso y con toda confianza deposita miles de monedas de plata en las manos de sus hijos. Lo hace en forma arbitraria, no les da a todos los creyentes la misma cantidad y calidad de dones. Cada uno recibe de acuerdo con la capacidad que tiene de usarlos y de hacerlos producir. Cada uno recibe lo que Dios le da, no lo que el creyente pide, y Dios da en partes desiguales porque él es soberano y hace con sus tesoros lo que le parece mejor. Y aunque sus hijos recibimos de Dios capacidades diferentes, él espera de nosotros la misma fidelidad.

    Dios es tan generoso y tan buen Padre, que confía en nosotros totalmente. Cuando el hombre de la parábola le entrega las miles de monedas a sus siervos, no les dice lo que tienen que hacer con ellas. ¡Estos siervos no reciben ninguna instrucción! ¿Cómo sabrán lo que tienen que hacer y cómo hacerlo? Junto con los tesoros que Dios nos da abundantemente, también nos da la autonomía para que decidamos cómo usarlos. Los dones de Dios son de Dios; no son nuestros, no nos pertenecen, no podemos regalarlos a nadie ni ocultarlos ni venderlos ni ignorarlos ni devolverlos. Los dones que Dios nos dio son para que produzcamos los frutos que avanzarán el reino de los cielos.

    ¿Cuáles son esas monedas de plata que recibimos de Dios? Son la capacidad de consolar, de acompañar, de apoyar, advertir, aconsejar, predicar, enseñar, hablar del amor de Jesús a otros y ayudar en mil y una formas. El apóstol Pablo dice en Efesios 2:10 que los creyentes «hemos sido creados en Cristo Jesús para realizar buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que vivamos de acuerdo con ellas«. Y para hacer esas buenas obras es que Dios nos da sus dones.

    Jesús está en el cielo repartiendo dones por medio del Espíritu Santo a cada miembro de su iglesia, y un día regresará y nos llamará para que rindamos cuenta. Los dos siervos que habían recibido enorme cantidad de monedas las pusieron a producir. No dijeron cómo. A Dios no le importa cómo usamos sus dones, con tal que los usemos para bien. El resultado de la producción de las monedas de plata es sorprendente. Estos siervos corrieron el riesgo con algo que no era de ellos, porque sabían que lo habían recibido para que produjeran dividendos. Y los lograron, en un ciento por ciento. Puedo imaginarme la cara de satisfacción de Jesús cuando dice, en el versículo 21 de nuestro texto: «Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor«. Estos dos siervos recibieron la aprobación de Dios. Fueron elogiados, fueron invitados a gozarse con Dios mismo. Dios comparte con los siervos fieles la alegría más santa, la que llena el corazón y el alma, la que cala profundo, la que disipa toda oscuridad y dureza y malestar. Los dos siervos fieles fueron también «premiados» con mayores responsabilidades. ¡Linda forma tiene Dios de premiar a sus hijos fieles! Les da más cosas para hacer.

    En el capítulo 1 de su segunda carta, el apóstol Pablo le escribe a Timoteo estas palabras: «Porque no nos ha dado Dios un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor, y de dominio propio» (2 Timoteo 1:7). Ese espíritu de poder y dominio propio que Dios nos ha dado es el que recibieron los dos siervos que corrieron el riesgo de «invertir» los dones de Dios para que produzcan mucho fruto para Dios. El fruto se puede ver en todos aquellos que son consolados, animados, advertidos, en los que reciben la Palabra de Dios, en los que escuchan sobre el amor de Dios y el sacrificio de Jesús en la cruz. Ese fruto se ve en quienes, por nuestro testimonio, son perdonados y reafirmados en la fe y la esperanza de la vida eterna.

    Pero siempre hay uno que no hace las cosas bien. Uno de esos siervos de la parábola recibió muchos talentos, pero en vez de usarlos para que produjeran fruto, los enterró. ¡Los enterró como si estuvieran muertos! Los sacó de su vista y esperó a ver qué pasaba cuando el amo regresara. Y cuando llegó el turno de rendir cuentas, el siervo improductivo acusó a su señor de ser duro, de ser ladrón porque ciega donde no siembra. Este siervo atacó el carácter de su señor y le echó la culpa de su propia improductividad. Pablo dice que «no hemos recibido un espíritu de cobardía», sin embargo, este siervo no quiso correr riesgos. El miedo lo paralizó y no produjo nada con todo lo que había recibido. Quiso devolver los dones, sacárselos de encima, pero Dios no acepta devoluciones. «Aquí tienes lo que es tuyo», dijo. Qué lástima, cuántas personas se perdieron la oportunidad de que Dios los tocara con su amor y su perdón a través de los dones que estuvieron ocultos bajo tierra por mucho tiempo.

    Dios no aceptó la devolución. Qué insolencia querer devolverle los dones que él le había confiado. Dios le quitó a este siervo los talentos y se los dio a uno de los siervos fieles, para que rindieran los frutos para los cuales son dados. El siervo miedoso e improductivo terminó en la calle, peor todavía, terminó en el lugar de los condenados eternamente.

    Dios prometió dar dones y talentos a cada miembro de su iglesia, y cumplió y sigue cumpliendo esa promesa diariamente por el poder del Espíritu Santo. Esto te incluye también a ti, estimado oyente. Si de alguna manera te podemos ayudar a usar los dones que Dios te ha dado gracias al amor de Jesús, y si podemos animarte a esperar confiado el último encuentro con el Jesús glorioso en su segunda venida, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.