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PARA EL CAMINO
El ministerio primordial de Jesús no fue sanar enfermos, ni dar de comer a las personas, ni resucitar muertos, ni asombrar con su poder, ni expulsar demonos. El ministerio de Jesús fue acercar el reino de Dios y comunicar el mensaje del amor de Dios por todas las personas del mundo.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.
Hoy es mi cumpleaños, por lo que se me ocurre preguntarme: ¿qué expectativas habrán tenido mis padres con este tercer hijo que les nacía? Nunca les hice esta pregunta mientras ellos vivían, y tal vez haya sido mejor así. Mientras me criaron, creo que me dejaron ver claramente cuáles eran sus expectativas para conmigo y para con mis otros tres hermanos: esperaban que fuéramos honestos, obedientes y fieles hijos de Dios. Eran expectativas muy generales pero, definitivamente, alineadas con la voluntad de Dios.
A lo largo de la vida me he sentido frustrado más de una vez por expectativas que no se cumplieron, expectativas que yo me había creado con respecto a mí mismo o a mi familia, a mi trabajo, e incluso con respecto a mis amigos más cercanos. Las expectativas pueden ser un afilado instrumento de frustraciones. Imagínate por un momento que te propones como meta poder hablar fluidamente tres idiomas diferentes, porque piensas que agregar tres idiomas te dará muchas oportunidades de trabajo y te ayudará a conectarte con muchas más personas de otros continentes y culturas. Pocos años después reconoces, con cierta frustración que, si bien es posible llegar a cumplir tu deseo, te llevará mucho más tiempo que lo esperado. ¿Qué pasó? ¿Por qué la frustración? Probablemente, tus metas eran demasiado altas y no muy realistas. Y al final te pasa lo que también me pasa a mí, que una expectativa desmedida te lleva casi inexorablemente a la frustración y al reproche. Alguien me dijo una vez que «una expectativa es un futuro reproche».
Jesús comienza su ministerio enseñando. Está en la sinagoga, el mejor lugar para reunirse un día de reposo y meditar en la palabra de Dios. El diablo pensó que ese era también un buen momento para comenzar a crear falsas expectativas en la gente respecto de Jesús. Y el diablo sigue haciendo lo mismo hoy, aprovechando cualquier oportunidad para frustrarnos respecto del Señor Jesucristo.
Esta historia en el evangelio de Marcos tiene aspectos sorprendentes. El primer versículo nos dice: «Llegaron a Cafarnaún, y en cuanto llegó el día de reposo, Jesús fue a la sinagoga y se dedicó a enseñar«. Jesús fue a enseñar. Las personas de su época estaban lideradas por grupos muy tradicionalistas y legalistas que ataban pesadas cargas sobre los hombros de sus seguidores. La mayoría de las personas estaban abrumadas por tantas reglas que tenían que cumplir y sumergidas en una especie de vacío espiritual. No había señales de que alguien viniera en su ayuda. La pobreza y la opresión extranjera eran cosa de todos los días. Tal vez no tenían ninguna expectativa de que sus vidas mejoraran en el futuro inmediato.
En medio de eso, Jesús aparece con un mensaje claro. Un poco antes, en el versículo 15, dice: «El reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepiéntanse, y crean en el evangelio!» Este fue su tema durante todo su ministerio. El llamado al arrepentimiento y a creer en el evangelio no ha cambiado ni cambiará nunca. Las personas que lo escuchaban en la sinagoga se devoraban las palabras de Jesús porque eran un bálsamo y les daban esperanza. Jesús era diferente a cualquier otro maestro: él tenía autoridad para enseñar. Es más, mientras Jesús enseñaba, se notaba que los otros maestros que habían tenido hasta entonces no le llegaban ni cerca.
En esto están concentrados, cuando de repente un hombre comienza a gritar. Ese hombre esta alterado por un espíritu impuro al que le molesta que Jesús esté allí, por lo que se defiende a gritos, como lo encontramos en el versículo 24, donde dice: «Oye, Jesús de Nazaret, ¿qué tienes contra nosotros? ¿Has venido a destruirnos? ¡Yo sé quién eres tú! ¡Eres el Santo de Dios!» Ese hombre con el espíritu maligno no había llegado al arrepentimiento, no había sido lavado, estaba impuro y estaba asustado ante el Hijo de Dios. Lo único que sabe hacer es gritar… y Jesús le ordena callarse. Parece extraño, porque el hombre no mintió, sino que dijo una verdad eterna: Jesús es el hijo de Dios que vino a destruir al diablo. Pero claro, esta no es una confesión de fe ni de esperanza, sino una confesión de miedo por saberse perdido para siempre. «¡Cállate, y sal de ese hombre!«, le ordenó Jesús. Y así fue.
Esta no es la única vez que Jesús hace callar a los demonios. Un poco más adelante, en el versículo 34 de este primer capítulo, Marcos nos relata que «Jesús… expulsó a muchos demonios, aunque no los dejaba hablar porque lo conocían«. ¿Por qué será que Jesús no quería que se divulgara la noticia de que el Mesías, el Hijo de Dios, había llegado? ¿Acaso no había venido para dar a conocer la salvación de Dios? Ciertamente, pero todo a su tiempo.
Me pregunto qué habrá quedado en la mente de las personas que estuvieron en la sinagoga: ¿lo que Jesús enseñó o el milagro que vieron? Ese era precisamente el problema. Cuando en los días siguientes Jesús curó a un leproso, le pidió que no dijera nada a nadie; pero el leproso salió corriendo y se lo contó a medio mundo y, como resultado, «Jesús ya no podía entrar abiertamente en ninguna ciudad, y se quedaba afuera, en lugares apartados» (v 45).
Los milagros crearon una falsa expectativa en la gente, y eso era lo que Jesús trataba de evitar. El ministerio primordial de Jesús no era sanar a los enfermos, ni dar de comer a las personas, ni resucitar muertos, ni asombrar a su audiencia con su poder, ni expulsar los espíritus malignos de los endemoniados. El ministerio de Jesús era acercar el reino de Dios y comunicar el mensaje del amor de Dios por todas las personas del mundo. Jesús vino a mostrarse como un manso cordero que iría a la cruz para vencer al demonio de raíz, no solamente para expulsar a sus agentes. Jesús vino a mostrarse con autoridad porque él es el Hijo de Dios que tiene el poder y la autoridad de cambiar la situación de cada uno de los pecadores que lo escuchan.
Parece mentira que los milagros de Jesús eran, a veces, una piedra de tropiezo. La gente se quedaba tan admirada, que no podía ver el mensaje eterno que Jesús traía. Se fascinaban tanto con el milagro, que no podían ver su miseria espiritual, a la cual Jesús llamaba la atención predicando el arrepentimiento.
El silencio que Jesús ordenó a los espíritus malignos y el que les pidió a los discípulos en algunas ocasiones fue solamente para tener el tiempo necesario de enseñar con autoridad que el reino de los cielos se había acercado. Jesús no quería crear falsas expectativas en el pueblo. Porque las falsas expectativas ciegan la visión y cierran los oídos. En Cristo y en su obra, Dios tenía algo mucho más grande para sus hijos perdidos: la salvación eterna, la resurrección de los muertos y la vida con Dios para siempre en el lugar donde ya no habrá más pecado, ni frustraciones, ni falsas expectativas.
A partir de su gran entrada en Jerusalén, unos días antes de su arresto, juicio, muerte y resurrección, Jesús no le pidió a nadie más que guardara silencio. Había llegado el tiempo de declarar abiertamente que el Hijo de Dios había venido a salvar a su pueblo. Un gran milagro estaba planificado para el día de la pascua.
Cuando Jesús entró a Jerusalén el alboroto era tan grande, que algunos fariseos le dijeron a Jesús: «‘Maestro, ¡reprende a tus discípulos!’ Pero Jesús les dijo: ‘Si estos callaran, las piedras clamarían‘» (Lucas 19:39). El tiempo de decir abiertamente que Jesús es el Hijo de Dios que vino a salvar a los pecadores de la esclavitud al diablo había llegado, y nadie lo podría detener.
Estimado amigo, ¿te has sentido frustrado alguna vez porque Dios no respondió tus oraciones? ¿Te has frustrado porque le habías pedido a Dios que te guiara en esos planes que, al final, terminaron siendo un dolor de cabeza? Debo reconocer que yo me he frustrado muchas veces. Algunas veces me frustré porque mis expectativas eran falsas, otras porque no estaban alineadas con la enseñanza del reino de Dios y otras porque simplemente Dios no respondió para satisfacer mi voluntad sino la de él. Mis expectativas estaban más bien alineadas con mis deseos más o menos mezquinos, con mi entendimiento bastante miope de la vida abundante que Dios tiene para mí.
El llamado al arrepentimiento que Dios nos hace es para que dejemos de ver nuestras necesidades inmediatas que tanto nos abruman, y veamos la autoridad de Jesús para liberarnos de nuestros miedos, para perdonarnos nuestros pecados y para resucitarnos al final de nuestros días. Ese el objetivo que él tuvo desde un principio, cuando fue a la sinagoga a enseñar por primera vez.
Jesús sigue enseñando hoy el mismo mensaje. En cada predicación, en cada tiempo devocional en que leemos las Escrituras, en la Santa Comunión, él viene para hacernos saber de su amor por nosotros, de su poder de expulsar al maligno que nos acosa todos los días y de su plan de alcanzar a otros con este mensaje a través de nosotros. Esto quiere decir que para nosotros no es tiempo de callar, sino de compartir el amor de Dios con quienes tenemos a nuestro alrededor.
Estimado oyente, si de alguna manera te podemos ayudar a ver que Jesús tiene la autoridad de perdonar tus pecados y de resucitarte al fin de los tiempos para estar con él y con toda la multitud de creyentes, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.