PARA EL CAMINO

  • Dios sabe

  • marzo 10, 2024
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 6:5-13
    Juan 6, Sermons: 9

  • Cualquiera que sea nuestra situación, siempre tocará el corazón de Jesús, quien nos servirá con palabras reconfortantes y promesas alentadoras, nos alimentará con su Palabra y la Santa Cena, y nos tocará con el poder del Espíritu Santo para calmarnos y darnos esperanza, perdonando nuestros pecados y quitándonos la culpa para que caminemos en libertad y en paz.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    El evangelista Juan, que escribió esta historia que estudiamos hoy, termina su narración de la vida y obra de Jesús con estas palabras: «Jesús hizo también muchas otras cosas, las cuales, si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén» (Juan 21:25). No creo que San Juan haya exagerado. Primero porque escribió inspirado y guiado fielmente por el Espíritu Santo de Dios. Y segundo, porque todas las cosas que hizo Jesús han dado tanto que hablar y han hecho escribir tantos, pero tantos libros, que no creo que podamos contarlos a todos.

    Por ejemplo, el pasaje que estudiamos hoy ya es tan rico en contenido que cuando agregamos los detalles enumerados en los relatos de los otros evangelistas hay tanto para decir, que es difícil encontrar un solo tema. Pero creo que podemos bosquejar este momento histórico a orillas del lago de Galilea con tres temas fundamentales: 1. Jesús sabe: de antemano él ya sabe lo que va a hacer; 2. Jesús desafía: él pone a prueba a sus discípulos, los de aquel tiempo y los de hoy en día; y 3. Jesús cambia su agenda para darle prioridad a los necesitados, a los necesitados de aquel tiempo y a los necesitados de hoy.

    En este milagro de Jesús hay tres componentes principales, todos relacionados con las personas: los discípulos, Jesús y la multitud. Todos ellos se reunieron en el mismo lugar y a la misma hora con algo diferente en mente. Todos tenían una prioridad y una agenda diferente.

    Por un lado tenemos a los discípulos que recién habían regresado de su primer viaje misionero y estaban listos para compartir su experiencia con su maestro. Durante muchos meses habían estado escuchando, observando y aprendiendo, hasta que al fin Jesús los había enviado solos con su autoridad y poder. Nada como practicar, ¿verdad? Es mucho mejor que sólo escuchar. ¡Finalmente los discípulos pudieron hacer algo más que escuchar y caminar detrás de su maestro, y les salió muy bien!

    Por otro lado tenemos a Jesús, que acababa de enterarse de que su pariente Juan el Bautista había sido decapitado. ¿Cómo pudo pasar eso? El Bautista no era culpable de ningún crimen como para ser ejecutado sin juicio alguno. Es más, ni siquiera había hecho nada indebido para ser enviado a prisión. Según Jesús, el Bautista fue el más grande de todos los hombres nacidos de mujer. Juan había preparado el camino para Jesús, e incluso lo había bautizado. Pero ahora estaba muerto, asesinado sin compasión por el caprichoso rey Herodes. Ante esta situación, Jesús había decidido tomar un poco de tiempo, para él y para sus discípulos, en un lugar apartado. Necesitaba un tiempo de tranquilidad para vivir el luto por la muerte de Juan. San Mateo dice que después que Juan fue decapitado «los discípulos de Juan fueron y tomaron el cuerpo, lo enterraron y fueron a darle las noticias a Jesús. Cuando Jesús se enteró, se fue de allí en una barca, a un lugar apartado. Cuando la gente lo supo, lo siguió a pie desde las ciudades» (Mateo 14:12-13).

    Y también tenemos a la multitud, que siguió a pie a Jesús por la orilla del lago. Esas personas, cargadas con sus propias necesidades, habían oído hablar del poder y la popularidad de Jesús. A ellas no les importaba el impacto de la muerte de Juan Bautista en Jesús, tal vez ni sabían de esa noticia; tampoco estaban interesados en el éxito de los discípulos en su viaje misionero. No, solo se limitaron a seguirlo alrededor del lago recogiendo a los enfermos y a quienes encontraban a su paso para ir a ver a Jesús. Mientras caminaban, vigilaban la barca donde estaba Jesús, para ver hacia dónde se dirigía. «¡Vamos!» decían. «Vamos, dense prisa, todo el mundo está yendo a ver a Jesús». «No puedo, tengo hijos», dijo alguien. «Llévate a los niños contigo», le animaron. «Vamos.» «Yo no puedo ir», exclamó otro, «mi hermano está enfermo, en cama». «Lo llevaremos con nosotros», respondieron sus amigos. Entonces, cuando Jesús tocó tierra, en lugar de un lugar solitario para escuchar a sus discípulos y para llorar la muerte de Juan, se encontró con alrededor de diez mil personas ansiosas que lo esperaban con grandes expectativas.

    Hay un detalle más que le da sabor a este contexto. En aquella época no había electricidad, ni noticias de radio o televisión, ni periódicos. No existían los celulares. No había cómo enviar y recibir mensajes en forma instantánea. Hoy nos parece extraño, ¿verdad? Pero en esos tiempos, la única manera de escuchar de Jesús y de sus maravillas era cuando alguien decía: «¡Vamos! Vamos a ver a Jesús».

    Esta historia me hace pensar en nuestro propio entusiasmo por ver a Jesús y nuestra voluntad de caminar muchos kilómetros para encontrarnos con él. Me hace pensar en nuestra disposición para invitar a otras personas: «Vamos, vamos a ver a Jesús». Me hace pensar en nuestra disposición de llevar a los enfermos ante la presencia de Jesús, leyéndoles la Palabra de Dios y orando por ellos. Porque es de esa manera que Jesús puede poner sobre los enfermos y necesitados sus manos sanadoras y reconfortantes. Y también me hace pensar en nuestra dedicación de estar de pie durante horas para escuchar al Maestro.

    Jesús llegó a la orilla con una idea en mente: descansar, estar a solas con sus discípulos, tener tiempo para comer tranquilos. Buscó un lugar apacible para estar consigo mismo, para reflexionar sobre el costo que pagó Juan Bautista por ser fiel a los valores del Reino de los cielos. Esa pérdida fue muy significativa. Muchos cambios se producirían ahora en el propio ministerio de Jesús. Necesitaba concentrarse en eso.

    Cuando bajó de la barca, diez mil personas lo estaban esperando. El corazón de Jesús quedó profundamente conmovido, a tal punto que cambió su agenda. ¡Qué actitud! Jesús le dio prioridad a las personas que recorrieron muchos kilómetros para encontrarse con él. Lo hicieron porque tenían muchas necesidades y esperaban que Jesús pudiera hacer algo por ellos. El Señor Jesús encontrará otro momento para sí mismo. Ahora es el momento de servir a quienes vinieron con muchas preguntas, con el corazón roto, con pena y dolor, con incertidumbres y miedos. Jesús los alimentó, alimentó sus emociones, sus almas, les dio esperanza aun para después de la muerte, predicándoles sobre el amor de Dios, sobre la gracia de su Padre que perdona a los pecadores arrepentidos.

    Esta historia nos lleva a pensar en nuestra propia situación. No puedo pensar en ninguna persona del mundo que no tenga alguna necesidad. Un bebé tiene necesidad de que se lo amamante y se lo limpie. Un niño pequeño tiene necesidad de que alguien lo lleve de la mano para no perderse entre el gentío. Un adolescente tiene necesidad de orientación amorosa ante tantas perspectivas diferentes para su vida adulta. Y cuando crecemos y nos independizamos, aunque tengamos los bolsillos llenos, todos tenemos alguna necesidad: de salud, de tranquilidad emocional, de esperanza, de afirmación, de entendimiento espiritual, de amistades, de un confidente. Leí recientemente la frase: «Estamos solamente tan enfermos como nuestros secretos». Me recordó el dolor que expresó el rey David en el Salmo 32 [:3] «Mientras callé, mis huesos envejecieron, pues todo el día me quejaba.» Ciertamente, ¿quién no tiene necesidad de expresar lo que le duele en la vida? ¿Quién no tiene pecados que vuelven a la superficie a remover la conciencia? ¿Quién no tiene necesidad de ser perdonado?

    Nuestra situación, cualquiera que sea, siempre tocará el corazón de Jesús, y él siempre le dará prioridad a nuestras necesidades espirituales. Él nos servirá con palabras reconfortantes y promesas alentadoras. Nos alimentará con su Palabra y la Santa Cena y nos tocará con el poder del Espíritu Santo para calmarnos y darnos esperanza, y nos perdonará nuestros pecados y quitará la culpa para que caminemos en libertad y en paz.

    Cuando Jesús cargó con la cruz para encaminarse fuera de Jerusalén y dejarse crucificar brutalmente por los soldados romanos, nos estaba dando prioridad a nosotros, pecadores. Colgado de la cruz conoció íntimamente el poder del pecado que nos golpea a nosotros, que nos condena para siempre en el infierno. A pesar de su sufrimiento, Jesús no se bajó de la cruz como algunos le pedían. Él eligió sufrir para cumplir la voluntad de su Padre celestial y salvarnos a nosotros, los necesitados de perdón. Cuánta compasión nos mostró Dios Padre por medio del sufrimiento, la muerte y la resurrección de Cristo.

    Los discípulos de Jesús también tenían necesidades, algunas apremiantes, como las que vivían en ese momento con toda esa gente a su alrededor. Según los otros relatos de los evangelios, al final de ese día los discípulos vinieron a pedirle a Jesús que despidiera a la multitud. Los discípulos estaban conscientes de la situación. Ese era un lugar remoto, la gente había estado allí por varias horas, la noche se acercaba, no había mercados cercanos en los alrededores donde pudieran comprar comida. Los discípulos estaban poniéndose inquietos. Y Jesús se disponía a ponerlos a prueba: «¿Dónde compraremos pan para que coma esta gente?», le preguntó a Felipe. ¡Eso no es lo que necesitaban los discípulos! ¡Ya estaban abrumados con todo lo que estaba pasando. Rápidamente sacaron la cuenta y para comprar comida para toda esa gente tendrían que rascar de la bolsa y disponer de al menos el equivalente a doscientos días de paga.

    Suena ilógico, pero Dios nos prueba cuando estamos abrumados y cuando no podemos encontrar una salida. ¿Por qué? Para hacernos pensar en grande, pensar incluso en lo imposible. Después de todo, él todavía está con nosotros y quiere darnos la oportunidad de verlo tomar el control de la situación. Muchas veces he sido probado por Dios y he visto cómo él tiene control sobre toda situación. Aún más, he visto tantas sobras de sus generosidades, tantas canastas llenas con sus regalos que me animo, estimado oyente, a pedirte que cuando Dios te pruebe, le des la oportunidad de obrar a su manera. Él sabe lo que hace. Verás que algunas veces necesitarás ayuda para recoger las sobras de la abundancia de Dios. No estoy refiriéndome a aspectos financieros o a algo físico y material, sino a lo más importante en la vida: nuestra necesidad de estar reconciliados con Dios.

    ¿Crees que Dios sabe lo que está haciendo? Con todas las cosas que van mal en el mundo y en nuestras vidas, podemos pensar que no hay control sobre el mal ni esperanza para nuestras angustias. Pero Dios lo sabe. El evangelista escribe. «Pero [Jesús] decía esto para ponerlo a prueba, pues él ya sabía lo que estaba por hacer«.

    Dios siempre sabe. Él sabe no sólo nuestra situación, sino también lo que hará al respecto. Y esto es algo que debemos tener siempre presente. Dios hará algo al respecto y él sabe lo que hará. Puede que nosotros no sepamos qué y cómo Dios nos ayudará, pero eso no es tan importante. Lo importante es que aquel que tiene el poder de cambiar una situación abrumadora sabe qué hacer y lo hace.

    Aprendamos a traerle a Jesús nuestras necesidades y lo poco que somos y tenemos. Él, en su gracia, multiplicará en nosotros sus dones de amor, aumentará nuestra fe y colmará de gozo nuestra vida mediante el perdón de los pecados y la promesa de la vida eterna.

    Estimado oyente, si quieres aprender más sobre el evangelio de nuestro Señor Jesucristo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.