PARA EL CAMINO

  • Dios sale a buscarnos

  • septiembre 11, 2022
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 15:1-7
    Lucas 15, Sermons: 4

  • La obra de Dios es buscar a los perdidos (nosotros), encontrarnos y traernos de regreso a su presencia. Para que podamos estar ante su presencia Dios nos lava con la sangre de Jesús y nos viste con su justicia. La obra de Dios tiene resultados eternos y de inmenso gozo.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    Les voy a presentar a Jota. Lo llamaré Jota porque con esa letra comienza su primer nombre. Jota es el cuarto hijo de los cinco que tenían un matrimonio muy cercano a nosotros. En la historia que les voy a contar Jota tenía cinco años. Los papás de Jota eran muy amigos nuestros y por ese motivo una vez decidimos ir de vacaciones las dos familias juntas. Mi esposa y yo teníamos tres hijos que se correspondían con la edad de algunos de los hijos de nuestros amigos.

    Durante esas vacaciones, en un día gris y lloviznoso que no invitaba a ir a la playa, mi esposa y yo decidimos llevar a todos los niños a caminar por la ciudad. No pasó mucho tiempo hasta que descubrimos que Jota no estaba con nosotros. La palabra pánico me quedó chica. Comenzamos una búsqueda desesperada por todas las tiendas de las calles donde habíamos caminado, y nada. El hermano mayor de Jota se fue corriendo a avisar a sus padres. Al rato vuelve para decirnos: Jota está en casa. Las piernas me dejaron de temblar, de a poco, y se me calmó el dolor en el estómago y la angustia en el corazón. Jota se había perdido, pero tuvo la lucidez de explicarle a perfectos extraños cómo llevarlo de regreso a su casa.

    No puedo dejar de recordar esta historia cada vez que leo la parábola que estudiamos hoy. ¿Por qué se perdió Jota? Porque se distrajo y porque nosotros, los adultos responsables, nos distrajimos un momento. ¿Por qué se pierde una oveja de Dios? Las causas son tantas que no las podemos mencionar aquí, pero sí sabemos que el pecado que afecta a toda la raza humana es la causa naciente de nuestro alejamiento de Dios. Lo que Jesús pretende enseñarnos aquí es que hay muchos que están perdidos, pero que no necesitan estar en esa condición, porque Dios quiere traerlos de vuelta a casa.

    Hoy también rememoramos el día en que sufrimos una gran conmoción al ver cómo perdíamos la paz, la confianza en las personas y la esperanza de una vida tranquila, cuando el dolor nos hizo un agujero en el pecho. Tal vez, entre los ángeles del cielo también hubo dolor por ese acontecimiento trágico del 11 de septiembre del 2001. La Biblia no lo dice, pero me imagino a Dios y sus ángeles doliéndose por nuestras guerras, atentados, peleas y, sobre todo, porque nos alejamos de él y terminamos perdidos en nuestras propias circunstancias pecaminosas.

    De esto es lo que trata la parábola de hoy. Los fariseos se consideraban suficientemente justos, hasta podríamos decir que casi santos, por todas las cosas que habían estudiado y que sabían y que ponían rigurosamente en práctica. Ellos no se consideraban perdidos, aunque según Jesús, habían perdido de vista la misericordia de Dios y se habían entreverado en la maraña de sus reglas y rituales. Definitivamente, las noventa y nueve ovejas que quedaron en el desierto no eran los fariseos. Ellos eran una más de las ovejas que se habían perdido. Por eso, Jesús comió también con ellos.

    Las otras ovejas perdidas eran los desplazados, los que habían quedado fuera del redil y que no reconocían la voz del pastor que los llamaba. Jesús comenzó a llamarlos, a hablar con ellos y a comer con ellos, y a conducirlos de regreso a la presencia del Padre. El mundo está lleno de ovejas perdidas que tal vez un día fueron parte del rebaño de la iglesia, y de otras que aún no saben que hay un pastor que las está buscando.

    El pecado que recibimos como herencia de Adán y Eva nos dejó deambulando solos por el mundo sin un pastor misericordioso que nos cuidara. Este mundo es demasiado peligroso, dañino y fatal. Una oveja perdida puede aprender esto muy tarde. Cuando cree que está tranquila disfrutando del agua del arroyo, una correntada fuerte le empapa la lana y, con el susto de no poder salir por el peso, camina hacia lo profundo y en pocos minutos, sin fuerzas ya, cede a la vida y se convierte en comida para los animales salvajes que están esperando su final.

    Así somos muchos de nosotros. Queremos andar tranquilos por la vida, sin meternos con nadie y esperando que nadie se meta con nosotros. Queremos hacer lo que mejor nos parece, y tal vez lo hacemos con la mejor intención, pero el pecado se nos nota: respondemos mal, caemos en la tentación, nos alejamos de la manada del Señor o permanecemos en la periferia, donde no podemos escuchar la voz del buen pastor. No somos solamente ovejas distraídas, sino también desobedientes, agresivas con la fe y descreídos en la esperanza.

    Estamos, entonces, definitivamente perdidos.

    Pero Dios sabe muy bien de nuestra condición. La ha visto desde el mismo principio de la creación cuando Adán y Eva decidieron desobedecerle y seguir el camino del diablo. El camino del diablo es el que propone atajos para llegar al éxito, el que propone que busquemos todo aquello que nos gusta y que nos hace bien sin importar si es moral y ético. El camino del diablo señala al egoísmo, a la desconfianza de todo lo que Dios es y quiere para sus criaturas. El camino del diablo es el que pretende hacernos creer que somos suficientemente justos, buenos y casi santos como los fariseos, y que no necesitamos más que un poco de la ayuda de Dios para llegar al cielo. El camino del diablo es el que quiere convencernos de que no necesitamos ser parte de la manada de Dios.

    Y porque Dios sabe de nuestra situación, es que envía a Jesús a buscar a las ovejas que viven una vida distorsionada por el pecado, abusadas por el maligno y descorazonada ante la inminencia de la muerte y el juicio.

    ¿Dónde estás tú, estimado oyente? ¿Cuál es tu lugar en la parábola? Debo confesar que a veces me encuentro entre los fariseos y vanidosamente pienso que soy especial porque sigo bastante bien, según mi parecer, los mandamientos divinos. Otras veces, cuando escucho la voz del buen pastor, recapacito y me doy cuenta de que soy especial solamente porque en mi bautismo renuncié al camino del diablo. Fue en mi bautismo donde Dios me perdonó mi pecado heredado y me hizo una oveja santa a sus ojos. Es cierto que muy a menudo ensucio la santidad que Dios me ha conferido. Pero entonces la voz del pastor que salió a buscarme me encuentra enredado con las complejidades de mi vida y me levanta, me pone sobre sus hombros y me trae de regreso a su redil. No escucho de él ningún reproche. No señala ningún pecado en particular. Solo escucho su respiración aliviada porque me encontró y me puede traer de regreso.

    Esta escena, estimado amigo, se repite una y otra vez todavía hoy. Después de ascender a los cielos Jesús no dejó de ser el pastor que sale a buscar a sus ovejas perdidas. Él lo sigue haciendo, a diario y en este mismo momento, y lo hará más tarde y mañana y todas las veces que ve que una de las ovejas por las cuales dio su vida se aleja del redil, se pierde y no sabe encontrar el camino a casa.

    Para ser el pastor que nos busca hoy, Jesús fue primero la oveja santa y perfecta que Dios eligió para el sacrificio sagrado que produciría el perdón de nuestros pecados. Jesús no fue una oveja traviesa y desobediente ni una oveja distraída que se creyó las mentiras del diablo. Tampoco fue una oveja que se asustó ante las amenazas de las fieras farisaicas que planificaban su muerte, ni le tuvo miedo a las hordas salvajes y asesinas de los romanos que tenían tan poco respeto por la vida humana. Jesús fue una oveja santa, inteligente y sumisa a la voluntad divina.

    En esta parábola hay cuatro palabras básicas que nos resumen toda la enseñanza que Jesús quiere darnos. Las cuatro palabras son: perder, buscar, encontrar y gozar. La obra de Dios es buscar a los perdidos. Esos somos nosotros. La obra de Dios es encontrarnos y traernos de regreso a su presencia. Para que podamos estar ante su presencia él tiene que lavarnos con la sangre de Jesús y vestirnos con su justicia. La obra de Dios tiene resultados eternos y de inmenso gozo. Hasta entre los ángeles del cielo se corre la noticia de que Jesús encontró otra oveja más de las que se había perdido.

    No hay otra parte en las Escrituras que hable de una alegría que traspasa los tiempos y los espacios y que llega hasta las huestes celestiales. Piensa, querido amigo, que cuando Dios te encontró, perdonó tu pecado y te incorporó a su iglesia, los ángeles en los cielos hicieron sonar las trompetas para que todas las legiones de seres celestiales celebren tu salvación. Esta es la maravilla de Dios.

    Estimado oyente, si estás perdido en la confusión de esta vida, si no ves un camino claro o si no estás seguro de que el perdón que Jesús logró con su muerte y resurrección sea para ti, debes saber que él viene a tu encuentro. Se acerca a ti por medio de la Escritura, por medio de este mensaje, por la palabra de un pastor o de un hermano de la iglesia. Y no hay reproches. Deja que el Señor te encuentre donde estás. El milagro de su presencia cambiará tu vida para siempre, y los ángeles seguirán festejando con alegría. Y si todavía tienes preguntas acerca de la obra de Jesús por ti, o si podemos ayudarte a encontrar una iglesia donde puedes escuchar la palabra de Cristo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.