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PARA EL CAMINO
TEXTO: 1 Tesalonicenses 5:16-24
Quién no ha tenido un jefe ‘implacable’, que no perdona que lleguemos ni siquiera un minuto tarde al trabajo; o un maestro ‘implacable’, que nos corrige hasta el más mínimo error. Así también es el amor de Dios: implacable… un amor que nunca deja de ser.
Debo admitir que, cuando era más joven, este texto bíblico me sonaba medio raro. ¿Cómo podía alguien, en medio de la locura del mundo en que vivimos, hacer algo TODO el tiempo? ¿Estar gozosos SIEMPRE? ¿Orar SIN CESAR? ¿Dar gracias a Dios en TODO? Todas estas cosas no sólo me sonaban absurdas, sino que me parecían totalmente imposibles.
Pero a medida que fui leyendo más y entendiendo mejor la Biblia, comencé a darme cuenta que lo que este texto decía no es algo imposible de lograr. Es imposible si queremos lograrlo por nosotros mismos. Pero aquí se nos está llamando a vivir la vida llenos de Cristo, cubiertos por la misericordia y el amor eterno que Dios nos da a través de él. Cuando comprendemos estas palabras en el contexto del amor implacable con que Jesús nos ama, la vida cristiana se convierte en la aventura de reflejar y compartir aquello que ya es nuestro. Entonces el amor implacable que tenemos emana constantemente de nosotros hacia los demás, y la alegría que experimentamos nunca deja de ser, ni siquiera en medio de las peores circunstancias.
El apóstol Pablo escribió las palabras que nos sirven de base para la meditación de hoy, para corregir a una iglesia recién formada que estaba malinterpretando este mensaje en la vida práctica. Tan grande era la ansiedad de estos nuevos cristianos por estar bien preparados para el regreso de Jesucristo, que habían comenzado a desentenderse de la vida cotidiana. Se preocupaban tanto por estar prontos para encontrarse con Cristo cuando él regresara a juzgar a los vivos y a los muertos, que habían dejado de hacer las tareas del día a día. Su mala interpretación de lo que significaba el ‘estar preparados’ para el regreso de Cristo los hizo caer en un letargo, cuando en realidad debería haberlos motivado a aprovechar el tiempo para servir a Dios y a sus prójimos con amor y misericordia.
Un amor implacable, fruto de su misericordia, es la demostración más clara de que Dios está obrando en el mundo. Gracia y misericordia implacables son la respuesta del pueblo de Dios a todas las personas, en el nombre de Cristo.
Pablo alentó a la iglesia en Tesalónica, y nos alienta también a nosotros hoy, diciendo que, porque Cristo va a volver, nuestra vida y nuestro trabajo tienen propósito, y tenemos razones para tener familia y para levantarnos cada mañana. ¡Jesucristo está viniendo! Cada Navidad celebramos que él ya ha venido, a la vez que seguimos esperando que él regrese. La vida es, de muchas maneras, una preparación diaria para cuando nos encontremos cara a cara, y una vez para siempre, con nuestro Salvador. Por lo tanto, el esperar su regreso no es un simple quedarse sentados sin hacer nada, sino un ejercicio constante de alegría, de oración, y de agradecimiento.
Nuestro texto de 1 Tesalonicenses 5:16, dice: «Estén siempre gozosos. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en todo, porque ésta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús. No apaguen el Espíritu. No menosprecien las profecías. Examínenlo todo; retengan lo bueno. Absténganse de toda especie de mal… Aquel que los llama es fiel, y cumplirá todo esto.»
Jesucristo quiere que tú y yo conozcamos y disfrutemos su amor implacable. En el verso 24, Pablo dice: «Aquel que los llama es fiel, y cumplirá todo esto.» Su amor es todo lo que necesitamos para vivir. Su gracia es implacable, siempre dispuesta a perdonarnos, alentarnos, y darnos su poder.
Implacable. He elegido esta palabra a propósito. Es cierto que a menudo esta palabra tiene un sentido más bien negativo: quién no ha tenido un jefe ‘implacable’, que no perdona que lleguemos ni siquiera un minuto tarde al trabajo; o un maestro ‘implacable’, que nos corrige hasta el más mínimo error. O cuántas veces entramos en un negocio y nos toca un vendedor ‘implacable’ que, por más que le decimos que sólo queremos mirar, no nos deja ni a sol ni a sombra. Incluso muchos de nosotros quizás tenemos amigos o familiares ‘implacables’, que a veces pueden llegar a apabullarnos emocionalmente con sus constantes quejas y problemas.
Pero con Dios es diferente. El Dios de la Biblia es implacable con su amor, su perdón, su gracia, y su misericordia. El Dios creador, padre del Señor Jesucristo, tiene un amor implacable porque su amor no se aplaca nunca. A él le duele cuando nos rebelamos y elegimos el camino que lleva al pecado y la muerte. Por eso es que nos llama al arrepentimiento: para que nos mantengamos unidos a él. La cruz y la resurrección de Jesucristo, el Niño nacido en Belén, son un llamado a la fe en él, quien obra en nuestro lugar.
En su libro Ortodoxia, el famoso escritor Chesterton escribe sobre la creación y el entusiasmo creativo de Dios, diciendo: «Un bebé patea sin cesar con sus piernitas porque tiene abundancia de vida. Dado que los niños tienen una inmensa vitalidad, un espíritu intenso y libre, les gusta la repetición y la rutina. Siempre dicen: «hazlo otra vez», y el adulto lo vuelve a hacer una y otra vez, hasta que está casi muerto. Es que los adultos no son tan fuertes como para alegrarse con la monotonía.»
Pero quizás Dios ES lo suficientemente fuerte como para alegrarse con la monotonía. Es posible que cada mañana Dios le diga al sol: «hazlo otra vez», y que cada noche le diga a la luna: «hazlo otra vez». Quizás no sea automático que todas las margaritas sean iguales… bien puede ser que Dios haga cada margarita por separado, y que nunca se haya cansado de hacerlas. Quizás Dios tiene el hambre eterno de la infancia; porque nosotros hemos pecado y hemos crecido, pero no así nuestro Padre celestial. Quizás la repetición en la naturaleza no sea una mera recurrencia, sino un anticipo de la renovación de todas las cosas que se nos promete en Apocalipsis 21:5, donde dice: «Mira, yo hago nuevas todas las cosas», a lo que nosotros respondemos: ‘Ven, Señor Jesús. ¡Hazlo otra vez!’
O, como nos recuerda Martín Lutero, quizás no sea el simple apetito eterno de Dios por la infancia, sino su deseo eterno de que recibamos su amor y su gracia. Lutero dice que «Dios nos perdona ricamente cada día». Hoy podríamos decir que, por su gran amor, Dios está dispuesto a hacerlo otra vez, y otra vez, por su pueblo. Es por ello que Jesucristo aceptó ir a la cruz… para que, en vez de ser juzgados, seamos cubiertos con su gracia. Él escucha nuestras oraciones, nos cuida, nos protege de nuestros enemigos, y nos bendice a pesar de nosotros mismos. ¡Ven, Señor Jesús! Hazlo otra vez y otra vez, hasta que te veamos cara a cara.
Escuchemos nuevamente el texto para hoy: «Estén siempre gozosos. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en todo, porque ésta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús. No apaguen el Espíritu. No menosprecien las profecías. Examínenlo todo; retengan lo bueno. Absténganse de toda especie de mal… Aquel que los llama es fiel, y cumplirá todo esto.»
Jesucristo va a volver, y a nosotros nos corresponde esperar. Pero, ¿cómo? No hace mucho, un predicador fijó la fecha en que Cristo iba a regresar al mundo a juzgar a los vivos y a los muertos. Nunca pude entender por qué hay personas que insisten en hacer algo así. No sé si lo hacen para buscar notoriedad, o si creen que asustando a la gente van a lograr que más personas lleguen a la fe. Lo cierto es que el día fijado llegó y pasó, y todavía estamos acá.
Como dice la Biblia, los pastores y las personas que se dejan llevar por tales tonterías, se pierden el punto principal. La Escritura dice claramente que nadie conoce el día o la hora en que Jesucristo va a regresar. Entonces, ¿cómo debemos esperar? Apropiándonos del mensaje de gracia de Dios el Padre en Cristo, y haciéndolo realidad en nuestras vidas. Así debemos esperar.
¿Quieres estar preparado para presentarte ante el trono del juicio de Cristo? Confía en él como tu Salvador, y practica en tu vida su amor, de tal manera que muchos más lleguen también a conocerle. Un amor implacable recibido por gracia, es un amor implacable compartido y listo para celebrar el regreso de Cristo.
Así es que, cuando el Apóstol Pablo nos dice que «estemos siempre gozosos», nos está recordando que, pase lo que pase, Dios siempre está involucrado en nuestras vidas. En este mundo tenemos muchos problemas, pero nuestro Salvador los ha vencido, por lo que nosotros también los venceremos. Estar gozosos significa poder ver la mano eterna de Dios en nuestros problemas pasajeros. Por fe en Jesús sabemos que, en todas las circunstancias y en todas las cosas de nuestra vida, Dios está con nosotros. No hay nada en este mundo que nos pueda separar del amor de Dios en Cristo Jesús. ¡Nada! Dios es implacable al respecto.
Entonces, la alegría de la vida no depende de nuestra perspectiva.
Un hombre que estaba visitando una cantera les preguntó a tres obreros qué estaban haciendo. Uno, irritado por la pregunta, le dijo: «¿Acaso no ve? Estoy cortando piedra, ¡y no tengo a nadie que me ayude!» Sin levantar la vista, el segundo hombre le dijo: «Estoy trabajando por $100 dólares la hora». Cuando llegó al tercer hombre, este dejó a un lado el pico, y con mucho orgullo dijo: «Estoy construyendo una catedral» Tres respuestas muy diferentes, aunque los tres estaban haciendo exactamente lo mismo. Es que el estar ‘gozosos siempre’, no es la expresión de un deseo, sino la actitud implacable que surge del ver la vida desde la perspectiva eterna de Dios, a través de la cruz y la resurrección de Cristo por nosotros.
Pablo también nos anima a que ‘oremos sin cesar, y no menospreciemos las profecías’. Esta es una manera más de recordarnos que toda la vida debemos vivirla bajo el amor y la gracia de Dios y que, para que lo logremos, Dios nos ha dado herramientas. Cuando ‘oramos sin cesar’, vivimos en un diálogo eterno con Dios. Entonces cada pensamiento, cada palabra, y cada acción, se convierten en un diálogo de gracia recibido y compartido con él. La Biblia lo explica con mucha claridad en Hechos 17:28: «Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos.»
Su palabra profética no sólo nos guía, sino que literalmente nos da poder a través del Espíritu para que continuamente recibamos y compartamos las bendiciones de Dios. Sus herramientas funcionan. ¿Quieres estar preparado para encontrarte cara a cara con Jesús cuando él regrese a juzgar a los vivos y a los muertos? Entonces valoriza su Palabra, valoriza la oración, y aférrate a lo que Dios dice que es verdad. Porque sólo las cosas de Dios, la verdad de su Palabra, y la misericordia de sus promesas, permanecerán contigo para siempre.
¿Se dan cuenta que el Señor no nos abandona? Él tiene un propósito para nuestras vidas. Dios nos llama a vivir con un amor implacable hacia los demás, mientras esperamos ese gran día en que él vendrá otra vez.
La espera de estos días es muy parecida a la espera del regreso de Cristo como juez. Es un llamado a mantener nuestra mirada en la Palabra de Dios y en sus promesas, y a poner en práctica su amor en las vidas de quienes nos rodean. Es un llamado a vivir con amor implacable como padres, hijos, esposos, vecinos y amigos. Pero, más aún, es un llamado a amar con amor implacable al desconocido, al indigente, y hasta al enemigo, así como Dios nos ama en Cristo. Después de todo, nosotros también fuimos amados primero por alguien, ¿no es cierto? Alguien derramó su amor implacable sobre nosotros a través de los años.
Uno de los milagros de la preparación del Adviento, es que las personas examinan sus vidas en preparación para la Navidad. Algunos hasta recuerdan cómo o por qué llegaron a la fe. Muchos reconocen que llegaron a la fe en Jesús por haber visto en otras personas destellos de su amor implacable. Yo experimenté esa clase de amor en mi infancia y juventud. El amor inmerecido e implacable que recibí de mi madre, es una de las razones por las cuales hoy soy un pastor cristiano.
Mi madre me desafiaba a que hiciera muchas cosas, algunas de las cuales no me gustaba hacer. Antes de algún partido, de una carrera, de un recital, mamá siempre me decía: «Ve, hijo, y da lo mejor de ti mismo. Y recuerda que, si no te va muy bien, o incluso si pierdes, al final vas a regresar a casa.» Un amor implacable que siempre estaba a disposición, especialmente en los momentos difíciles.
Nunca voy a olvidar el momento en que me di cuenta cuán valioso es ese tipo de amor. Yo tenía que correr una carrera. Creo que era en mi segundo año en la escuela secundaria, y me parece que terminé ganándola, aunque no recuerdo bien. Lo que sí recuerdo es el aliento que me dio ese día mi admiradora más entusiasta, aún cuando estaba embarazada, y había dejado en casa a mis tres hermanos menores. Deben saber que se trataba de una carrera de tres millas al aire libre en el mes de noviembre en el estado de Michigan, en un día frío, oscuro, y bajo la lluvia. Sin embargo, ella estaba allí.
En realidad, lo que yo quería era jugar al football. Pero mi madre no me dejó. Es claro que debo reconocer que las razones que le di para tratar de convencerla, o sea, que los atletas populares entre las chicas no eran los que corrían carreras sino los que jugaban al football, no fueron las más apropiadas.
Pero cuando pienso en todos los partidos, las carreras, y las prácticas de las que participé, no recuerdo las veces que gané o que perdí. No. Lo que recuerdo vívidamente hasta este día, es que mi madre estuvo presente en todos y cada uno de ellos no sólo alentándome, sino también apoyándome. Todavía hoy puedo recordar corriendo los últimos cien metros de esa carrera en el mes de noviembre cuesta arriba, bajo una llovizna fría, y ella allí parada en la cima de la colina, toda abrigada, cubriéndose con un paraguas, alentándome y gritándome para darme fuerzas para llegar al final. Un amor implacable que cambia la vida.
Eso es un destello de lo que la Palabra de Dios nos dice hoy a nosotros. Cuando Pablo les dice a los tesalonicenses que estén siempre gozosos, que oren sin cesar, y que den gracias a Dios en todo, no les está dando una serie de leyes religiosas que deben cumplir, o una receta para apaciguar a un Dios enojado. No. Con esas palabras Pablo está llamando a una iglesia cristiana joven a que, recordando el amor implacable que Dios les demostró en la cruz y en la resurrección, reflejen ese amor a un mundo que sólo conoce dolor y desesperación. Pablo los está llamando a la aventura de tratar de amar con esa clase de amor que está presente en sus éxitos, pero también en sus fracasos… con esa clase de amor que nos motiva a dar lo mejor de nosotros mismos, y que nos alienta cuando estamos abrumados por la vida.
Mi madre nunca le diría a nadie que hizo todas esas cosas en su vida. Pero, aún así, su amor implacable fue una bendición, pues nos guió a todos al amor de Jesús que, finalmente, será quien nos guíe a su hogar celestial.
Si hasta ahora nunca has vislumbrado ese amor en tus amistades o en tu familia, no te desanimes. Lo importante es que conozcas al Señor Jesús, quien te amó implacablemente en la cruz, y te ama eternamente en su resurrección. Él es quien te alienta hoy a través de su Palabra, de su Iglesia, de su Santa Comunión… ¡nunca lo olvides!
Pablo termina este pasaje, diciendo: «Aquel que los llama es fiel, y cumplirá todo esto.» Dios tiene un propósito para tu vida. Pon tu vida de fe a trabajar en este mundo. Permite que el gozo, la oración constante, y el poder de la gratitud se demuestren en obras de amor y caridad hacia los demás. Haz que el amor implacable de Jesucristo dé poder a tu vida de gracia implacable, mientras te preparas para celebrarlo una vez más esta Navidad, y para encontrarte con él cara a cara cuando venga en gloria. Amén.