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PARA EL CAMINO
A menudo nos encontramos con situaciones en las que nuestros planes, esperanzas y deseos chocan con los desafíos y las pruebas que se nos presentan. Es en esos momentos que estamos llamados a negarnos a nosotros mismos y a renunciar a nuestras propias expectativas para imitar el ejemplo de Cristo en la cruz, confiando en el plan último de Dios para nuestra vida.
Amigos, ¿A quién de nosotros le agrada sufrir? Me parece que a nadie. Ninguno de nosotros voluntariamente se somete a pruebas o dificultades que demanden de nosotros un sacrificio personal. Sobre todo si uno creció con esta frase a cuestas. «En la vida hemos venido a ser felices y eso es lo único importante» ¿La ha escuchado? Por esa razón, cuando reconocemos que transitar por esta vida no es una jornada linear y que podemos enfrentar picos o valles en diferentes momentos y que es necesario doblegar nuestro falso orgullo delante de Dios, entonces podemos interpretar las dificultades de la vida de otra forma.
Hoy nos reunimos para reflexionar sobre un poderoso pasaje del Evangelio de Mateo, específicamente Mateo 16:21-28. En este pasaje, somos testigos de un diálogo importante y profundo entre Jesús y sus discípulos, donde Jesús les revela el camino que les espera. Profundicemos en este pasaje e inspirémonos en las analogías de la vida para profundizar nuestra comprensión y aplicación de la enseñanza de Jesús.
En los versículos que preceden a nuestro texto Pedro confiesa a Jesús como el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Poco después de esta revelación divina en el corazón de Pedro, Jesús comienza a enseñar a los discípulos acerca de su inminente sufrimiento, rechazo y muerte. Pedro, sin comprender completamente el verdadero propósito de la misión de Cristo, lo lleva a un lado y lo reprende, diciendo: «¡De ninguna manera, Señor! !Esto nunca te sucederá a ti». En respuesta a la reprensión de Pedro, Jesús pronuncia una de las declaraciones más poderosas de abnegación: «¡Aléjate de mí, Satanás! Me eres un estorbo. Porque no estás pensando en las cosas de Dios, sino en las cosas del hombre». Jesús reconoce que las palabras de Pedro reflejan la tentación de evitar el sufrimiento y la cruz, una tentación que se opone directamente al plan divino de redención que Dios tiene en mente.
Para ayudarnos a comprender el significado de este pasaje, volvamos a una analogía de la vida con la que muchos de nosotros podemos identificarnos: el proceso de un parto. Cuando una madre se prepara para traer nueva vida al mundo sufre incomodidades, incertidumbres y muchos cambios en su cuerpo y grandes dolores. Para la futura madre puede parecer abrumador e incluso puede gritar de los dolores del alumbramiento. Pero, a pesar de todo, ella persevera sabiendo que el resultado final será el nacimiento de un hermoso niño o niña.
En la vida a menudo nos encontramos con situaciones en las que nuestros planes, esperanzas y deseos chocan con los desafíos y las pruebas que se nos presentan. Es en esos momentos que estamos llamados a negarnos a nosotros mismos y a renunciar a nuestras propias expectativas para imitar el ejemplo de Cristo en la cruz, confiando en el plan último de Dios para nuestra vida. Este llamado de Cristo al discipulado continua en nuestro pasaje, cuando dice: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame». Estas palabras nos desafían a abrazar el llamado a la negación de nosotros mismos y el amor sacrificial. Tomar nuestra cruz significa entregar nuestros propios deseos, ambiciones y comodidades por el bien de seguir a Jesús. Esto implica doblegar el orgullo y rendirnos a la voluntad de Dios aceptando las dificultades y los desafíos que puedan surgir en nuestro camino. Tomar nuestra cruz significa vivir una vida de servicio y amor, incluso cuando sea difícil. Significa poner a los demás antes que a nosotros mismos, extender una mano de ayuda a los necesitados, mostrar bondad a los quebrantados de corazón y compartir el mensaje de salvación con aquellos que aún no lo han escuchado. Porque así como Cristo soportó el sufrimiento, el rechazo y la muerte, nosotros estamos llamados a llevar nuestras propias cruces y seguir sus pasos, permitiendo que su poder divino sea manifestado en nuestras debilidades.
En nuestra sociedad moderna a menudo prevalece la auto gratificación y el individualismo. El hecho de tomar nuestra cruz es contracultural. El pastor Martin Lutero lo enseñó, la cruz no es solo un símbolo de sufrimiento, sino el lugar donde podemos hallar el amor y la gracia de Dios. El Dr. Martín Lutero, habló sobre la importancia de reconocer la voluntad de Dios por encima de nuestros propios deseos. Una vez dijo: «Ora, y deja que Dios se preocupe». Este gran reformador alemán entendió que es al rendir nuestra propia voluntad a la voluntad de Dios que verdaderamente encontramos paz y propósito.
En nuestra vida diaria a menudo nos encontramos con situaciones en las que estamos tentados a priorizar de manera equivocada buscando consuelo, éxito y reconocimiento. Pero Jesús nos invita a un llamado superior. Él nos invita a amarlo y amar a los demás, dejando de lado nuestros propios intereses por el bien de los demás y del reino de Dios.
Consideremos la vida de una semilla. Antes de que una semilla pueda brotar y dar lugar a una nueva vida, debe ser enterrada en la oscuridad del suelo. Sólo a través de este proceso de morir surgirá una nueva vida que producirá abundante fruto. De manera similar, nosotros también estamos llamados a morir a nuestro egocentrismo, entregando las ambiciones y anhelos de nuestra vida a Dios. Cuando tomamos nuestra cruz y morimos a nuestros propios deseos descubrimos la vida en abundancia que Jesús ofrece y producimos frutos de amor, misericordia y gracia.
Jesús sabía que su sufrimiento y muerte producirían el nacimiento de una nueva creación. Él comprendió la necesidad de la cruz, por más que significaba soportar un dolor y una humillación inmensos. Jesús abrazó voluntariamente el sufrimiento por amor a nosotros, sabiendo el increíble gozo y la esperanza que traería a todos los que creen en Él.
Al reflexionar sobre este pasaje, recordemos las profundas palabras de Martín Lutero: «Solo la cruz es nuestra teología». Es a través de la cruz que recibimos la salvación y encontramos el verdadero significado del discipulado. Dios quiere que aceptemos el llamado a tomar nuestra cruz y seguir a Jesús, confiando en su gracia y apoyándonos en su fuerza.
Consideremos la analogía de los corredores de maratón. Al embarcarse en la carrera, saben que será exigente y extenuante. Pueden enfrentar agotamiento, calambres musculares y dudas en el camino. Pero siguen adelante soportando el dolor, porque tienen los ojos fijos en la meta. De la misma manera, como seguidores de Cristo, estamos llamados a correr la carrera de la fe, sabiendo que habrá desafíos y sacrificios en el camino. Sin embargo, seguimos adelante, guiados por la esperanza de la gloria eterna con nuestro Señor. La Palabra de Dios nos dice en 2 Corintios 4: «Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria» (2 Corintios 4:16-17 RVR1960).
Queridos amigos, las palabras de Jesús en Mateo 16:24-25 tienen un gran significado para nuestras vidas hoy. Jesús nos asegura que, aunque el camino del discipulado puede implicar desafíos y sacrificios, la recompensa supera con creces cualquier dificultad temporal que podamos encontrar. Al abrazar nuestras cruces y seguirlo fielmente, descubrimos la vida verdadera y abundante en Cristo.
Recordemos las palabras del apóstol Pablo, quien declaró en 2 Timoteo 4: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de justicia, que en aquel día me dará el Señor, el juez justo; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida» (2 Timoteo 4:7-8 RVR1960).
Martín Lutero, un devoto siervo de Dios y una figura clave en la Reforma, escribió una vez: «Cristo es un poderoso Salvador, pero solo para los pobres y afligidos pecadores». Estas palabras nos recuerdan que el propósito del sufrimiento de Cristo fue traer la salvación a toda la humanidad. Jesús voluntariamente entregó su vida en la cruz, llevando el peso de nuestros pecados, para que podamos recibir el perdón, la redención y la vida eterna.
Recordemos que fue a través de la cruz que recibimos la salvación y encontramos el verdadero significado del discipulado. Aceptemos el llamado a tomar nuestra cruz y seguir a Jesús, confiando en su gracia y apoyándonos en su fuerza y que, como el apóstol Pablo, nosotros también podamos decir: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20 RVR1960).
Para la gloria de Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Amén.
Si de alguna manera podemos ayudarte a seguir a Cristo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.