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PARA EL CAMINO
Tú también puedes tener fe en la victoria final. ¿Por qué? Porque el mismo Jesús pagó el precio de la libertad eterna para que tú y yo podamos tener vida en él, pase lo que pase.
A la hora once del día once del mes once de 1918, cesó el fuego de la Primera Guerra Mundial. Al año siguiente, el Presidente Woodrow Wilson declaró que el 11 de noviembre se habría de conmemorar el Día del Armisticio, día en el cual se habría de honrar a los militares que habían prestado servicio y entregado sus vidas por la libertad de este país.
Con el correr de los años ese día fue cambiando y, de honrar a los veteranos de la Primera Guerra Mundial, se pasó a honrar a todos los veteranos militares. Así fue hasta que, el 11 de noviembre de 1971, se estableció oficialmente como el Día de los Veteranos de guerra, «una celebración para honrar a los veteranos estadounidenses por su patriotismo, por su amor por su país, y por su deseo de servir y sacrificarse por el bien común.»
Eso es lo que estamos celebrando en el día de hoy, once de noviembre. Hoy es ese día especial destinado a recordar a los hombres y mujeres que han servido a nuestro país y que han ganado en nuestro favor la bendición de la libertad para nuestra nación. Y recordar un día, un día importante, puede hacer una gran diferencia en la vida.
Los días como el de hoy nos recuerdan que el costo que a través de la historia se ha pagado por la libertad, ha sido alto. Hubo veces en que el costo de ese sacrificio fue mucho más alto de lo que siquiera podemos imaginar o comprender. No muchas personas, por ejemplo, han oído hablar del Almirante James Stockdale. El 9 de septiembre de 1965, luego de sufrir una explosión, el avión que estaba piloteando comenzó a caer a pique directamente sobre Vietnam del Norte. James logró eyectarse y aterrizar, con su paracaídas, en una pequeña villa en territorio enemigo, donde inmediatamente fue severamente golpeado y tomado como prisionero. En apenas unos momentos, la vida de James había cambiado dramática y peligrosamente. Y esa sería su nueva vida por los próximos siete años. Confinado en una de las prisiones más notorias de Vietnam del Norte, James fue torturado y golpeado en forma rutinaria, cosa que resistió heroicamente. En su esfuerzo por triunfar sobre quienes lo habían hecho prisionero, sufrió más agonía que lo que una persona podría siquiera imaginar.
En el libro de Jim Collins «De bueno a excelente», James cuenta cómo hizo para sobrevivir. Dice: «Nunca perdí la fe en el final de la historia. Nunca dudé no sólo de que iba a ser liberado, sino también de que al final iba a triunfar y a hacer de esta experiencia el evento determinante de mi vida al punto que, cuando pasaran los años y mirara para atrás, no lo querría cambiar por nada.»
Cuando le preguntaron quiénes no sobrevivieron la prueba del cautiverio, James respondió: «Eso es fácil de responder: los que no sobrevivieron fueron los optimistas, los que decían: ‘Van a ver que para la Navidad vamos a estar afuera’. Pero la Navidad llegaba y pasaba, y seguíamos presos. Entonces volvían a decir: ‘Van a ver que para la Pascua vamos a estar afuera’. Pero la Pascua llegaba y pasaba, y seguíamos presos. Y lo mismo sucedía con Acción de Gracias, y otra vez con la Navidad. Todos ellos murieron de pena.»
Para James, el punto crucial en esas circunstancias «es que no se debe confundir la fe que uno tiene en que al final va a triunfar-y que es algo que no se puede perder nunca-con la necesidad de confrontar la realidad, incluyendo hasta los hechos más brutales que le toca vivir, sean cuales fueran.»
¡Qué gran paradoja es ésta! Porque para James, quien fuera el oficial de más alto rango que jamás haya estado en cautiverio, los hechos que le tocaron vivir fueron absolutamente brutales. Pasó siete años encadenado, encerrado en una celda solitaria de dos metros y medio por uno, con una simple bombilla de luz. Cuando recuperó su libertad en 1973, los hombros los tenía desencajados debido a las torturas sufridas, las piernas las tenía destrozadas, y la espalda la tenía quebrada. Esos fueron los hechos brutales que tuvo que sufrir para pagar por nuestra libertad.
Hechos brutales. Todos tenemos algunos hechos brutales en nuestra vida, hechos que debemos enfrentar y vencer para poder ser libres. Quizás algunos sean físicos, pero muchos por cierto son espirituales. Algunos son nuestros, y otros son por nuestros seres queridos.
¿Qué hechos brutales estás enfrentando hoy en tu vida? Seguramente son muchos, ¿no es cierto? Quizás no estés en una cárcel de paredes y barrotes. Quizás no haya captores a tu alrededor que te estén atormentando o golpeando. Pero, ¿te sientes torturado por alguna culpa, o perseguido por un dolor? ¿Estás aprisionado por la falta de esperanza? ¿Te sientes solo y abandonado, como si a nadie le importaras? ¿Crees que Dios no se preocupa por ti y por tus gritos de ayuda? ¿Te sientes frustrado porque las cosas no son como creías o esperabas que fueran?
Enfrentar acciones brutales es difícil, ¿no es cierto? Pero hoy, mi amigo, quiero que sepas que estoy aquí para alentarte a que no pierdas la esperanza. Quiero que sepas que, más allá de la situación en que te encuentres en estos momentos, tú también puedes tener fe en el final de la historia. ¿Por qué? Porque el mismo Jesús pagó el precio de la libertad eterna para que tú y yo podamos tener vida en él, pase lo que pase. Jesús también fue lastimado, destrozado y quebrantado, fue hecho cautivo, y finalmente fue asesinado en una cruz. Pero la historia no terminó allí. No. Porque a los tres días de haber muerto, Jesús resucitó de la muerte. ¡Sí, Jesús conquistó la muerte, y lo hizo todo por ti y por mí! Él murió y resucitó para que el final de tu historia no sea la muerte, sino la vida. Él te amó y dio su vida por ti para que tu historia sea de esperanza y no de derrota. Por más brutales que sean los hechos de tu vida, querido oyente, quiero que sepas que puedes tener esperanza. Porque gracias al amor y la gracia de Dios por ti en Jesucristo, al final vas a triunfar con el perdón de tus pecados, el don de la salvación, y la presencia de Jesús, que está contigo siempre.
Hay días en que parece que todo nos fuera mal, ¿no es cierto? La Biblia dice que eso se debe a que hubo UN día, en la historia de la humanidad, como ningún otro… un día en que todo cambió para mal. Sucedió hace muchos, muchos años, en el Jardín del Edén, cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios. Pensando sólo en ellos mismos, y estando llenos de rebelión contra su Creador, Adán y Eva echaron a andar una reacción en cadena de pecado y quebrantamiento. Esta reacción continúa desencadenándose todavía hoy a través de nosotros, porque, ¡qué fácil es caer en la tentación del egoísmo! ¡Qué natural nos resulta rebelarnos contra Dios! ¡Cuán frágiles somos que fácilmente nos deslizamos en el abatimiento y la desesperación!
Si todo lo que hubiera en la vida fuera ese día, entonces no habría esperanza ni podríamos tener confianza en que nuestras vidas tendrán otro fin que no sea miseria y desesperación. Pero la Biblia declara que hubo OTRO día, un día en que Dios actuó a favor de nosotros. Ese día, el día más importante de todos, fue cuando todo cambió para bien. Fue el día en que el Hijo de Dios entró en el dolor y el vacío de este mundo quebrantado por el pecado. La paradoja de la que hablábamos antes era ser capaz de ver la victoria al final, a pesar de las circunstancias brutales del momento presente. Si bien esa paradoja es válida, hay otra paradoja que es mucho más válida aún, porque es eterna: que Jesús, el Hijo de Dios, murió para que nosotros pudiéramos vivir.
En Hebreos 9:24 se nos dice: «Porque Cristo no entró en el santuario hecho por los hombres, el cual era un mero reflejo del verdadero, sino que entró en el cielo mismo para presentarse ahora ante Dios en favor de nosotros.» Jesús, el Hijo perfecto y sin pecado de Dios, cargó delante del Padre celestial con el pecado, el dolor, y el quebrantamiento de cada persona del mundo. Jesús enfrentó al Dios Santo y perfecto con tus pecados y los míos cargados sobre sus hombres. Los hechos brutales de nuestros pecados fueron cargados sobre él, y por ello él fue castigado en nuestro lugar. Jesús asumió las consecuencias de los hechos brutales de tu vida y la mía, y por ellas fue clavado a la cruz y abandonado allí por su Padre Dios.
Ese día Jesús pagó el precio por ti. Ese día Jesús te compró la vida nueva, la libertad de la sentencia de muerte que te correspondía, y la liberación de la desesperanza del pecado. Una vez y para siempre él hizo el sacrificio mayor por ti. Es cierto que las guerras continúan. Es cierto que el sufrimiento, el dolor y las dificultades siguen acosándonos cada día. Pero el sacrificio de Jesús fue completo. La obra que vino a hacer por ti y por mí, la terminó de una vez y para siempre.
¿Necesitas escuchar una buena noticia? Yo sí. ¿No es maravilloso que nuestro Dios tenga noticias para darnos que no sólo nos bendicen, sino que también nos dan fuerza para vivir la vida con fe en su Nombre? ¿Necesitas alivio para tu sufrimiento, y apoyo para tus debilidades? La paradoja de Jesucristo significa que puedes saber el final de la historia. Las buenas noticias son que tu vida en él es completamente nueva. Gracias a lo que él hizo por ti, ahora tienes esperanza. Por fe en él, el Espíritu Santo ha derramado sobre tu vida el perdón de tus pecados y te ha declarado Hijo de Dios. En estos momentos en que estás escuchando la Palabra viva de Dios, su esperanza cierta se derrama e impregna todos los desafíos, angustias y sinsabores que enfrentas en tu vida. Jesús, tu Salvador, está vivo, y te acompaña en cada paso de tu camino. Escucha cómo el escritor del libro de Hebreos puso un signo de exclamación en la esperanza que tú y yo hemos recibido en Jesús. Él escribió: «Y así como está establecido que los hombres mueran una sola vez, y después venga el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; pero aparecerá por segunda vez, ya sin relación con el pecado, para salvar a los que lo esperan» (vs. 27-28).
Entonces, manos a la obra. Comienza ya mismo a vivir la vida de fe, mientras esperas a ver a Jesucristo cara a cara. Porque Jesús va a volver. Un día Jesús va a regresar a la tierra. Ése va a ser el día de salvación, el día en que entraremos en la eternidad, el día de la restauración, el día en que nos reuniremos con quienes nos han precedido al hogar celestial.
Pero, por ahora, tenemos que esperar. La palabra para «esperar» que la Biblia utiliza en la lectura para hoy, da la idea de ‘no haber llegado aún a lo prometido, pero de estar esperando con ansias’. Si tuviste oportunidad de mirar los Juegos Olímpicos de este año, trata de recordar la última vuelta de las carreras largas. Luego de haber invertido casi todas las energías que tenían, los atletas ya estaban cansados: la línea de llegada estaba a la vista y el final era algo bien real, pero todavía tenían que seguir corriendo. No se podían quedar parados sin hacer nada, sino que tenían que seguir hasta llegar a la meta.
Hasta el mismo autor de la carta a los Hebreos utiliza la analogía de una carrera para referirse a la vida y alentarnos a esperar. En el capítulo 12, versículos 1 a 3, escribe: «Por lo tanto, también nosotros, que tenemos tan grande nube de testigos a nuestro alrededor, liberémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo que le esperaba sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios. Por lo tanto, consideren a aquel que sufrió tanta contradicción de parte de los pecadores, para que no se cansen ni se desanimen.»
Eso es lo que el Almirante James hizo cuando estuvo cautivo en Vietnam del Norte. Durante siete años esperó-esperó con fe, con certeza, y con expectativa… hasta que el 12 de febrero de 1973 fue liberado como prisionero de guerra. Su espera fue larga, muy larga. Tanto, que a veces la libertad le parecía imposible. Pero finalmente llegó el día en que lo dejaron libre. Y ese día James comenzó a vivir una vida nueva que lo llevó, incluso, a convertirse en candidato a Vicepresidente de los Estados Unidos de América.
¿Cómo te trata a ti la espera en tu vida? ¿Sientes como que ya has estado esperando demasiado, como que las respuestas a tus oraciones y tus esperanzas nunca van a llegar? ¿Estás cansado de esperar que se te alivie una enfermedad, o que se termine la soledad en que vives? ¿Estás cansado de esperar encontrar a alguien con quien compartir tu vida, alguien en quien poder confiar? ¿Estás cansado de esperar encontrar trabajo para poder pagar tus deudas y mantener a tu familia, poniendo fin así a tu depresión y dolor?
¿Es posible tener paciencia en la espera cuando se hace tan difícil esperar? El texto para hoy nos lo dice muy claramente: es posible cuando no perdemos de vista ese día. Así que, fija tu mirada en el día en que Jesús dio su vida por ti. Mira a la cruz y a la tumba vacía, porque allí fue donde Dios demostró su amor por ti. No estás solo. No estás abandonado. No estás olvidado. Cuando adores a tu Salvador, cuando confieses tus pecados, cuando busques su confianza y seguridad para tu vida, recuerda ese día. El salmista declaró: «Oh, Señor, de mañana oirás mi voz; de mañana presentaré mi oración a Ti, y con ansias esperaré» (Salmo 5:3 NBLH).
Y mientras esperas, concéntrate en el día que estás viviendo hoy en su nombre. Dios está contigo. Aun si todo lo que te rodea se está viniendo abajo, tu Salvador te está hablando a través de su Palabra viva para bendecirte y darte aliento. ¡Dios te ama! Él te sostiene en sus manos. Una vez más, el salmista tiene palabras de aliento para darnos. El Salmo 27:14 dice: «¡Espera en el Señor! ¡Infunde a tu corazón ánimo y aliento! ¡Sí, espera en el Señor!»
Y mientras esperas, recuerda el día que todavía está por llegar, el día de tu rescate y liberación. Ese día va a llegar, no lo dudes, porque Aquél que siempre ha cumplido sus promesas a su pueblo nos ha prometido que va a volver a juzgar a los vivos y a los muertos. Que esa promesa final te dé poder para vivir la vida de hoy. Nunca olvides que, por la gracia de Dios, al final vas a vencer. Puedes tener fe en el final de la historia, porque quien ha escrito ese final es tu Salvador. La Biblia dice: «Con el alma esperamos en el Señor, pues él es nuestra ayuda y nuestro escudo» (Salmo 33:20). Más aún. Isaías 40:31 dice: «Pero los que confían en el Señor recobran las fuerzas y levantan el vuelo, como las águilas; corren, y no se cansan; caminan, y no se fatigan.»
¿Vas a esperar con fe en el Señor, querido amigo, para que un día podamos celebrar juntos con Cristo la victoria con la cual él nos ha bendecido?
Si podemos ayudarte a fijar tus ojos en el día de la victoria final, comunícate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.