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PARA EL CAMINO
TEXTO: Nehemías 8:1-3, 5-6, 8-10
Nehemías 8, Sermons: 1
Las palabras de las Sagradas Escrituras: «¡El gozo del Señor es nuestra fuerza!» vienen a los que estamos en un mundo oscuro, triste, agresivo, y violento. Nos damos cuenta de que no hay a qué aferrarse para tener un poco de alegría que perdure. Solo Dios la puede dar. Solo Dios ha vencido en Cristo, al diablo, al pecado, y a la muerte. Solo Dios es eterno y, por su gran misericordia, comparte con sus hijos el cielo para toda la eternidad. ¡Cómo no estar contentos! A pesar de todo lo que pasamos, podemos estar alegres en el Señor. Él es la fuente de nuestro regocijo. Y para que la alegría sea completa, Dios nos alienta a «compartir todo con los que nada tienen».
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.
Hoy, y por un momento, vamos a meternos en el baúl de los recuerdos. Nos gusta, a veces, hurgar en nuestro baúl personal para recordar viejos y buenos tiempos. Buscamos una foto o algún objeto que alguien muy querido nos dejó de recuerdo. Difícilmente hurgamos en nuestra historia para encontrar cosas que nos hicieron daño. Ciertamente hay recuerdos que preferimos que se queden en el olvido.
Observarás, estimado oyente, cuán a menudo acudimos a la historia para reafirmarnos en la vida. Esto es evidente cuando cada vez que nos reunimos para la adoración, recordamos, con gratitud, lo que Dios hizo por nosotros hace dos mil cien años. Revisar el pasado nos anima a ver cuánto Dios se involucró en nuestra vida a lo largo de la historia de su creación.
El pasaje bíblico de hoy está edificado sobre un baúl que contiene historias que abarcan unos 70 años. Hay tres personajes principales que abarcan este período en la historia del pueblo de Dios: Zorobabel, Esdras, y Nehemías. Ellos nos van a ayudar a entender nuestro mundo hoy, y a crecer en nuestras vivencias durante este período en que Dios nos puso en el mundo.
Nos transportamos al siglo V antes de Cristo, cuando Dios miró desde los cielos y vio, literalmente, el desastroso estado en el que estaba viviendo el resto del pueblo que había quedado en la Tierra Prometida. Desastroso porque su magnífico Templo había sido destruido, no tenían dónde ofrecer sacrificios religiosos. Las murallas de su ciudad histórica estaban al ras del piso. Cualquiera podía entrar y saquear lo que encontrara a su paso. La moral del pueblo estaba como las murallas de Jerusalén, por el piso. Era tiempo, para Dios, de comenzar la restauración. Aunque Zorobabel, Esdras, y Nehemías fueron siervos-esclavos de reyes extranjeros, cumplieron un papel de suprema importancia en el plan de salvación de Dios.
Zorobabel fue el primero que salió del cautiverio de Babilonia con un grupo reducido de judíos para reconstruir el Templo. Fue una tarea gigantesca que les llevó varios años. Una generación después, salen de Babilonia Esdras y Nehemías, en forma separada y con diferentes propósitos. Esdras fue comisionado -y esto es lo notable- por su rey extranjero a restaurar la fe de los judíos que estaban en Palestina. Durante el tiempo en que la mayoría de los judíos había sido exiliado y llevado a Babilonia, los que se quedaron siguieron su vida como pudieron. Formaron matrimonios con personas no judías. Esto hizo fácil que se dejaran llevar por las religiones paganas. Cuando Esdras, que era un escriba y sacerdote del pueblo de Dios en exilio, se entera de todo lo que está sucediendo, los convoca a todos y les ordena divorciarse de las mujeres extranjeras. Muchos judíos despidieron a sus mujeres y a sus hijos para que se fueran con su pueblo. Lo interesante de esta situación es que Dios no le había pedido a Esdras hacer esto. Dios no creó el matrimonio para el divorcio. Esas pobres mujeres quedaron ahora sin quién las sostenga a ellas y a sus hijos. Aunque Esdras actuó con mucho celo por la Ley divina, no fue Dios quien le indicó que tomara esas medidas tan drásticas.
En el medio de esa caótica situación, está Nehemías, quien salió del exilio para hacerse cargo de reconstruir los muros de Jerusalén. En eso estaban, cuando todo el pueblo de Judá se reúne para pedirle a Esdras que les lea y les enseñe la Ley de Dios. Hubo quienes construyeron una torre, una especie de púlpito alto, para que el pueblo pudiera ver mientras Esdras les leía, desde el alto estrado, la voluntad de Dios. Algunos levitas se distribuyeron entre el pueblo para explicar lo que el escriba y sacerdote Esdras leía. Fue tal la conmoción que todo el pueblo lloraba cuando escuchaba la Ley de Dios. Nehemías, Esdras, y los que explicaban al pueblo la voluntad de Dios dijeron: «No hay razón para que lloren y se pongan tristes.»
En el poder del Espíritu Santo la Ley de Dios tiene la función de mostrarnos la realidad que, a menos que se nos la enseñe claramente, no podemos ver a simple vista. Somos pecadores, somos ovejas descarriadas que no respetamos la voluntad divina, y aun cuando lo intentamos, lo hacemos pobremente. Mientras Esdras leía, todos, varones, mujeres, jóvenes, y niños que podían entender reconocieron cuán apartados estaban de Dios. Llorar y lamentarse fue una reacción natural y espiritual. Así comenzó la restauración espiritual y moral del pueblo: con la proclamación de la voluntad de Dios. ¡Seis horas de lectura bíblica! Y el pueblo de pie. ¡Qué momento!
Pero la voluntad de Dios no es dejar afligido a su pueblo. Los que explicaban la Ley dijeron: «Este día está consagrado al Señor, nuestro Dios. No hay razón para que lloren y se pongan tristes.» En otras palabras, dijeron: hoy es un día sagrado porque Dios está aquí trayendo buenas noticias. Mientras Nehemías se encargaba de la restauración de los muros de Jerusalén, para mantener protegidos a los judíos, Esdras usaba la Palabra de Dios para restaurar la espiritualidad del pueblo. La palabra de Dios, poderosa y eficaz, edificará la fe del pueblo en el único Dios verdadero.
Y la restauración se completa con el servicio al prójimo. Los levitas despiden al pueblo con estas palabras: «Vayan y coman bien, y tomen un buen vino, pero compartan todo con los que nada tienen. Éste día está consagrado a nuestro Señor, así que no estén tristes. El gozo del Señor es nuestra fuerza». Así que, a comer para recuperar fuerzas, beber buena bebida para alegrar el corazón y «compartir todo con los que nada tienen». Dios nunca es mezquino. El pueblo tampoco debe serlo. Siempre están aquellos que por circunstancias que no nos compete saber, carecen, incluso de algunas cosas esenciales para vivir. «Compartan todo con los que nada tienen».
El pueblo cristiano también fue enseñado de esa manera. El apóstol Santiago escribe en su carta: «Delante de Dios, la religión pura y sin mancha consiste en ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y en mantenerse limpio de la maldad de este mundo» (Santiago 1:27).
Yo nunca estuve de pie por seis horas a la intemperie para escuchar la Palabra de Dios. ¡Ni siquiera he leído la Biblia durante seis horas seguidas! Pero reconozco que necesito ser restaurado una y otra vez. A los cristianos se nos caen los muros de defensa en muchas oportunidades, y a veces en forma muy fácil. Alguna aflicción nos hace dudar de la fidelidad de Dios. Las tentaciones de nuestra sociedad con su superabundante oferta de cosas para hacernos felices, aunque esa felicidad sea superflua y dure apenas unos días, nos distraen del verdadero Dios quien es la fuente de todas las bienaventuranzas.
Cautivos de nuestros propios miedos e inseguridades, necesitamos ser confrontados con la voluntad de Dios. No hay ningún reavivamiento espiritual en la comunidad cristiana si la Palabra de Dios no lo trae. Dios sabe más que nosotros sobre nuestra ruina espiritual, sobre los estragos que el pecado hace en nuestra vida personal y social. Dios sabe cuán desprolijos son los muros que intentamos construir por nosotros mismos para evitar recibir daño de afuera. Pero es que el daño muchas veces viene de nosotros mismos. También nosotros debemos oír las palabras: «Éste día está consagrado a nuestro Señor, así que no estén tristes.» Estimado oyente, Dios está presente mediante su Palabra. Dios nos perdona, y nos consagra a su servicio.
Si revolvemos un poco más en el baúl de los recuerdos, encontraremos una cruz, vacía ahora, pero que una vez, en un tiempo histórico de tinieblas espirituales hace dos mil cien años, sostuvo al mismo Dios hecho hombre que se ofreció en holocausto para que los que estamos cautivos en el pecado fuéramos declarados libres de toda culpa y cargo. ¡Qué poderosa fue la acción de Cristo! ¡Qué generoso es su perdón que se extiende para abarcar a todas las personas en el mundo! Qué real fue el sacrificio de Cristo que al tercer día resucitó de los muertos para sellar con la vida nueva y eterna nuestra nueva vida y nuestra eterna salvación.
Las palabras de los levitas nos animan también a nosotros: «¡El gozo del Señor es nuestra fuerza!» Este es un mundo oscuro, triste, agresivo, y violento. No hay a qué aferrarse para tener un poco de alegría que perdure. Solo Dios la puede dar. Solo Dios ha vencido, en Cristo, al diablo, al pecado, y a la muerte. Solo Dios es eterno y, por su gran misericordia, comparte con sus hijos el cielo para toda la eternidad. ¡Cómo no estar contentos! A pesar de todo, podemos estar alegres en el Señor. Él es la fuente de nuestro regocijo. El apóstol Pablo estaba preso en una cárcel cuando les escribió a los nuevos creyentes de la ciudad de Filipos estas palabras: «Regocíjense en el Señor siempre. Y otra vez les digo, ¡regocíjense!» (Filipenses 4:4). Comer para quedar satisfechos está bien, tomar buenas bebidas también, pero el Señor es mejor. En Él nuestra alegría es completa y eterna.
Para que la alegría sea completa, Dios nos alienta a «compartir todo con los que nada tienen». Dios no necesita comer ni beber, pero nuestro prójimo sí. En su generosidad Dios usa a los miembros de su iglesia para traer alivio, alegría, consuelo y sostén a aquellos que no lo tienen. Que el Señor que nos restaura en su gracia, nos ilumine para ver necesidades y nos ayude a ser generosos para con los demás.
Estimado amigo, si el tema de hoy ha despertado tu interés y quieres saber más sobre la restauración que Dios hace en tu vida a través de su Palabra, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.