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PARA EL CAMINO
Algunas religiones lo odian; millones de personas hacen cualquier cosa con tal de ignorarlo. Pero, aún así, la resurrección de Jesucristo lo convierte en el Salvador del mundo y en la única fuente de perdón y salvación. Hoy el Espíritu Santo le invita a confesar su nombre, y ser salvo.
Hace 20 años, Carlos y Yolanda compraron ocho sillas de estilo Victoria en las cuales nunca permitieron que nadie se sentara. Sí, escuchó bien… durante todos estos años, nadie se ha podido sentar en esas sillas. ¿A quién se le ocurre comprar sillas, si no las va a usar para sentarse? Bueno, en este caso hay una razón, y una buena. Resulta que el dueño de la casa de antigüedades que les vendió las sillas, les dijo que las mismas habían pertenecido a Abraham Lincoln cuando estaba como Presidente en la Casa Blanca. Para comprobarlo, les mostró una litografía en donde aparecía Lincoln sentado en una silla como esas. Carlos y Yolanda le creyeron, y estuvieron dispuestos a pagar por ellas seis mil dólares.
A través de los años, este matrimonio hizo todo tipo de averiguaciones para ver si las sillas realmente habían pertenecido a Lincoln. Así fue que encontraron fotos de la presidencia de Lincoln en las que aparecían sillas muy similares a las que ellos habían adquirido, pero que estaban lejos de llegar a ser una prueba contundente. También descubrieron que uno de los fotógrafos favoritos de Lincoln tenía una silla como la de ellos, hecho que puso en duda la veracidad de las mismas. Pero finalmente consiguieron suficientes pruebas como para que los expertos en antigüedades declararan que sí, que dichas sillas habían pertenecido al Presidente Lincoln.
¿Por qué tanto alboroto por unas sillas? Porque por haber pertenecido al Presidente Lincoln, su valor pasó a ser de alrededor de $12.500 dólares… CADA UNA. En otras palabras, el valor de las sillas cambió radicalmente al estar asociadas con la persona correcta.
Hace unos años, un artista necesitaba dinero, así que su amigo Raúl le prestó $1.500 dólares. Como garantía del préstamo, el artista le dio a Raúl una servilleta. Sí, escuchó bien, una servilleta. Aunque, por supuesto, ésa era una servilleta especial ya que estaba decorada. De acuerdo al artista, las tres mariposas que había en la servilleta habían sido dibujadas por el artista pop más famoso del siglo 20: Andy Warhol. Para hacer corta la historia, el artista nunca volvió a buscar su servilleta, que quedó olvidada en un cajón. Años más tarde, Raúl recordó la famosa servilleta y la llevó para hacerla tasar, pero el tasador le dijo: «Mi palabra no es lo que vale. Llévela a la Fundación Andy Warhol y que ellos la evalúen. Si ellos dicen que es legítima, entonces lo es». Así que Raúl envió la servilleta a esa Fundación para que la evaluaran, y quedó a la espera del resultado. Mientras tanto, no podía dejar de pensar en lo que el tasador le había dicho: «si es autenticada por la Fundación, fácilmente podría venderse en un remate entre veinte y treinta mil dólares». Pero si no era autenticada, no serviría más que para tirar a la basura. Una vez más, el valor dependía de su conexión con cierto nombre.
El tema es que uno debe estar conectado con el nombre correcto. Y esto es cierto para muchas cosas. Hay hoteles en el este de los Estados Unidos que en sus propagandas ponen: «Aquí durmió George Washington». ¿Por qué? Porque ése es el tipo de asociación que los turistas que van a esos lugares históricos están buscando.
Se me ocurre, entonces, que si es importante asociarse con la persona correcta para las cosas materiales y pasajeras de la vida, más importante aún debería ser asociarse con la persona correcta cuando se trata de nuestra salvación eterna. Debería ser, y lo es. Permítanme explicarles. Hoy es un día muy especial para la iglesia cristiana, pues hoy festejamos el día de Pentecostés. Por ahora digamos solamente que Pentecostés es el día en que la iglesia cristiana celebra su cumpleaños.
Sé que algunos de ustedes están pensando que el nacimiento de la iglesia es el 25 de diciembre, el día de Navidad, pero en realidad ése es el día del nacimiento de Jesús, no de la iglesia. Hay otros que han sugerido que el primer Viernes Santo, el día en que Jesús fue crucificado por nosotros, pagando el precio del castigo que nuestros pecados merecían, debería ser considerado como el día del nacimiento de la iglesia. Pero si bien el Viernes Santo es un día sumamente importante para los cristianos, no es el comienzo de la iglesia. ¿Por qué? Porque todas las personas que podían haber comenzado la iglesia, ese día estaban escondidas tras puertas cerradas.
Si alguien me pidiera que sugiriera una fecha para celebrar el nacimiento de la iglesia, probablemente diría el Domingo de Resurrección. ¿Por qué? Porque ese día en que Jesús salió de su sepulcro es el día más importante y significativo que el mundo ha visto hasta ahora. La salida triunfante de Jesús de la tumba muestra a todo el mundo que la muerte fue vencida, que las cadenas con que Satanás nos tenía amarrados fueron rotas, y que todos los que creemos en Jesús como nuestro Salvador, somos perdonados y libres. Sí, el Domingo de Resurrección bien podría ser el cumpleaños de la iglesia… excepto por un pequeño problema. El domingo en que Jesús resucitó, las personas todavía no entendían ni creían lo que había sucedido. Las mujeres que habían ido a la tumba de Jesús, lo habían hecho para terminar de preparar su cadáver. Los discípulos a quienes les dijeron que Jesús estaba vivo, tuvieron que ir a verlo por ellos mismos. Los dos discípulos a quienes Jesús se unió en el camino a Emaús, no lo creyeron. El discípulo Tomás no lo creyó hasta que lo vio y lo tocó. Nadie lo creyó. Incredulidad, duda, negación, escepticismo y cinismo. Todas esas son las razones por las cuales el Domingo de Resurrección no sirve como el día del nacimiento de la iglesia cristiana.
Es por ello que Pentecostés se ha convertido en el cumpleaños oficial de la iglesia. En este día recordamos cómo, de acuerdo a la promesa de Jesús, el Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, vino a sus seguidores. Su llegada fue notada primero como un rugir del viento, y luego acompañada por lenguas como de fuego que danzaban sobre las cabezas de los discípulos, quienes comenzaron a hablar en diferentes idiomas. El mayor impedimento para compartir la historia de la salvación con el mundo siempre ha sido la diferencia de idiomas. Pero ese día, por unos momentos, ese impedimento fue quitado y los seguidores de Jesús pudieron hablar en el idioma de todas las naciones del mundo.
La multitud que se había acercado al escuchar el ruido del viento se quedó a escuchar un sermón… y se sorprendieron en gran manera al oír tantos diferentes idiomas. No importaba de dónde uno fuera o viniera, el mensaje lo escuchaba en su propia lengua. Ese día, todas las personas allí reunidas escucharon decir que Dios amó tanto al mundo, que envió a su Hijo para tomar el lugar de ellos, cumplir la ley, resistir la tentación, y morir por ellos para quitarles la culpa de sus pecados.
El misterio de las semanas anteriores, cuando tantos se preguntaban: ‘¿Qué pasó con el cuerpo de Jesús?’, fue aclarado cuando los discípulos dijeron a los presentes que Jesús había resucitado de los muertos. También les dijeron que ellos mismos habían dudado que fuera cierto, hasta que el mismo Señor Jesús se les apareció vivo y les mostró las marcas de los clavos en las manos y la herida de la espada en el costado. Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo para que todo el que en él crea no se pierda sino que tenga vida eterna.
Pentecostés fue la primera proclamación de la gracia de Dios que puede lavar hasta el error más terrible del alma del creyente. Pentecostés fue la primera vez que un mundo condenado supo que era un mundo redimido. Pentecostés fue la primera vez en que el poder del Espíritu Santo puso en movimiento el mensaje de la resurrección que habría de permitir que la luz de Dios disipara la oscuridad de la humanidad; que su paz calmara la inquietud de las almas pecadoras; que la victoria de su resurrección se convirtiera en nuestra victoria. En Pentecostés, el mensaje de un Cristo viviente derrumbó a todos los dioses griegos y egipcios. La vida, muerte, y resurrección de Jesús fueron una realidad que los filósofos venerados de Grecia no pudieron racionalizar o refutar. Jesús había hecho lo que únicamente el Hijo de Dios podía hacer: había restaurado el puente que se había roto entre el cielo perfecto y la tierra pecadora.
Ese día de Pentecostés al mundo se le predicó una nueva realidad. Una vez Jesús había dicho: «Porque yo vivo, ustedes también vivirán» (Juan 14:19), y ese día, después que el Espíritu Santo tocó corazones, miles supieron que las palabras de Jesús eran ciertas. Ese día, miles de personas supieron que «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo» (Joel 2:32). TODOS. Sin importar si son judíos o gentiles, hombres o mujeres, esclavos o libres, emperadores o leprosos. Todos son salvos cuando el Espíritu Santo da fe en el poder del sacrificio de Jesús y de su victoriosa resurrección. Indudablemente fue un mensaje nuevo que sacudió al mundo antiguo… y que lo sigue sacudiendo todavía hoy con el amor y la gracia inmensurables de Dios.
No es difícil imaginar que el mensaje de Pentecostés ha tenido grandes desafíos. Como es de esperar, nuestros viejos amos-el pecado, el diablo, y la muerte-nunca se dan por vencidos sin antes luchar. Es por ello que, en la época de los emperadores romanos, los cristianos fueron perseguidos, torturados y asesinados. Incluso hoy día hay naciones en el Oriente que prohíben el nombre de Jesús, que no permiten que se ponga una cruz en los edificios, y que llevan a la cárcel o ejecutan a todo ciudadano que diga creer en Jesucristo. Sin embargo, y a pesar de tanta represión, el evangelio sigue tocando corazones y cambiando vidas. Aquí en Norteamérica no hay persecución ni prejuicios tan obvios ni directos, pero sería un gran error pensar que, porque vivimos en un país libre, el evangelio no sufre desafíos.
«Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo». Muchos ya no creen que necesitan ser salvos. Se sienten bien consigo mismos y piensan que, si Dios no está conforme con ellos así como son, es porque es demasiado quisquilloso. No sólo niegan que Dios sea su juez, sino que ellos son quienes lo juzgan a él. Si Dios espera que ellos invoquen su nombre y que se vuelvan a él, más vale que esté dispuesto a darles lo que ellos le piden. Y si Dios no les da lo que ellos quieren cuando ellos se lo piden, entonces, salvos o no, no van a invocar su nombre.
«Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo». Ese fue el mensaje de la iglesia, pero lo que las personas están diciendo ahora es: ‘¿acaso Dios se cree que tengo miedo del infierno? Ningún Dios que dice ser amor y amar a sus hijos sería capaz de enviar a nadie a un lugar de sufrimiento terrible y eterno. Si Dios hace algo así, yo no quiero tener nada que ver con él. Además, ¿acaso todos los dioses no son la misma cosa? Las religiones son más o menos lo mismo, todas enseñan las mismas cosas y esperan las mismas cosas. Quieren que hagamos el bien a los demás y dicen que, si lo hacemos, vamos al cielo. ¿Acaso no es cierto que todas las personas, si se portan bien, van al cielo? Y hablando de portarse bien, ¿por qué es que Dios castiga a las personas buenas con tantas cosas malas y feas? Él fue el que nos hizo, y cuando hacemos cosas malas es porque lo llevamos adentro, así que no tenemos por qué invocar su nombre para que nos salve… él tiene la obligación de salvarnos.’
NO. NO ES CIERTO. Dios no tenía ninguna obligación de salvarnos. Dios no tenía por qué enviar a su Hijo a sufrir y morir en lugar de nosotros para salvarnos. Dios no tenía que darnos el cielo, pero si creemos nos lo da. No olvidemos que Dios es Dios, y nosotros no. Ése es el mensaje de Pentecostés. ¿Usted quiere ser salvo? Dios también lo quiere. Pero su salvación va a suceder únicamente en los términos que él propone, no en los suyos: invoque el nombre del Señor, y será salvo. Ése es el plan. Confíe en Jesucristo con todo su corazón y no en sus propios esfuerzos y en su lógica. Ése es el plan. La salvación es por gracia a través de la fe en el Hijo de Dios. Ése es el plan. Así es como Dios lo ha diseñado, y todavía está vigente.
«Invoque el nombre del Señor y será salvo». El Dios de quien estamos hablando no es un Dios genérico, ni cualquier tipo de Señor, sino el Dios Trino, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Al comienzo de este mensaje hablamos acerca de unas sillas antiguas y dijimos que, si se comprobaba que en un tiempo habían pertenecido al Presidente Lincoln, iban a tener un valor increíble. También hablamos acerca de una servilleta de papel en la que quizás había un dibujo de un artista famoso. Déjenme contarles qué sucedió con la servilleta. Los miembros de la Fundación se reunieron para estudiar el dibujo en cuestión, y llegaron a la conclusión que el mismo había sido hecho por el artista Warhol. Instantáneamente, esa simple servilleta de tela pasó a valer más de treinta mil dólares. Y todo por estar asociada con un nombre… un nombre específico… el nombre correcto.
Lo mismo sucede con cada uno de nosotros, con usted y conmigo. Sin Jesús usted no vale nada, porque, ¿qué valor tiene un pecador perdido? Ciertamente menos que una servilleta. Pero cuando el Espíritu Santo de Dios lo conecta a uno con Jesús, uno es perdonado, transformado, y salvado. Conectados con Jesús valemos más que cualquier tesoro de esta vida… porque nuestro valor perdura hasta la eternidad.
Si necesita que alguien le ayude a conectarse con Jesús, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.