PARA EL CAMINO

  • El pastor que murió como oveja

  • abril 14, 2024
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 10:11-15
    Juan 10, Sermons: 6

  • Como ovejas de Jesús hemos aprendido a conocer a Dios y a confiar en él. Y en Jesús conocemos que Dios no escatimó ningún esfuerzo ni ningún precio para rescatarnos a nosotros, por naturaleza desobedientes que no merecemos más que castigo eterno, sino que lo entregó para que fuera el cordero que pagara con su sangre nuestro rescate. De esa manera, Jesús pagó con sangre su derecho a ser nuestro pastor.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    El pasaje de hoy nos describe una de las señales distintivas de la fe cristiana, quizá la más conocida entre todos los creyentes desde su más temprana edad. Creo que la primera canción de la iglesia que aprendí a cantar en mi niñez fue «De Jesús cordero soy». Fue la canción más popular durante mi infancia ¡y tan fácil de cantar! La aprendí en castellano, también en alemán –que fue el idioma de mis padres– y luego en inglés, siempre con la misma melodía. A esa canción la escuché cantar por treinta mil jóvenes cristianos reunidos en un estadio. Todo el mundo la conoce. Todos la cantan suave y con solemnidad.

    Me pregunto: ¿qué hace que nosotros, las ovejas de Dios, confiemos en que Jesús es el buen pastor? ¿Qué tiene de especial Jesús, que no tuvieron ni tienen otros dioses o pastores de nuestra época?

    Durante la travesía por la vida del pueblo de Israel, en el Antiguo Testamento, Dios instauró jueces y reyes para que los guiaran. El Antiguo Testamento consideró a estos líderes los pastores de las ovejas de Dios. Pero estos pastores, con raras excepciones, fallaron estrepitosamente en mantener al rebaño unido y fiel a su Creador. Hay amargas referencias de los profetas con respecto a la infidelidad de los pastores del pueblo elegido. En nuestro pasaje, Jesús se contrasta a sí mismo con esos pastores asalariados, los que nunca fueron dueños de las ovejas y a quienes poco les importaban las ovejas; lo único que les importaba era recibir su paga al final de la jornada. Ante la primera señal de peligro salían corriendo, dejando al rebaño a la merced de lobos que causaban estragos terribles en el rebaño, dispersándolo por todas partes hasta que quedaban como ovejas perdidas.

    Ante esa situación, Jesús se presenta como el buen pastor. Esto no es nada nuevo, es la figura que conocemos del Salmo 23, el más conocido de los salmos en todo el salterio. Es frecuente que se use ese salmo en la liturgia de los funerales, pero en verdad, Dios el pastor es el Dios de la vida, el que quiere mantener seguras en su redil a sus ovejas. Y eso es lo que hace Jesús. A diferencia de los pastores asalariados, Jesús no sale corriendo ante el primer peligro, sino que le hace frente al enemigo y lo vence. Pensemos en el diablo como el peor de los enemigos de la raza humana, quien como un lobo arremete contra los creyentes arrancándoles el ánimo y el consuelo y los llena de miedo y, en muchos casos, los aparta del rebaño.

    El pastor que tenemos los hijos de Dios es Dios mismo. El profeta Ezequiel escribe lo que Dios le dice a su pueblo. Leemos en Ezequiel 34:11b-12a: «Yo mismo voy a ir en busca de mis ovejas, y yo mismo las cuidaré, tal y como las cuida el pastor cuando se halla entre las ovejas esparcidas». El Nuevo Testamento sigue en la misma línea. En 1 Pedro 2:25, el apóstol Pedro escribe: «Ustedes eran como ovejas descarriadas, pero ahora se han vuelto al Pastor que cuida de sus vidas».

    ¿Por qué volverse a Jesús? ¿Qué garantía tenemos de que él es un pastor al que le podemos confiar nuestra vida? Al comienzo del texto para hoy, el propio Señor Jesús nos da la respuesta: «Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas.» Los pastores del campo que cuidan ovejas lo hacen con mucho cuidado. Se esmeran en preservarles la vida y encontrarles buen alimento. Atienden a las que tienen crías y curan a las que están lastimadas, pero ninguno daría su propia vida por la vida de una oveja. He aquí la diferencia: Jesús dio su vida por las ovejas. Lo dice dos veces en este breve pasaje. Obviamente se está refiriendo a su muerte en una cruz en lugar de nosotros. Eso es lo extraordinario de Jesús: que él, como buen pastor, se dejó llevar a la cruz para morir como una oveja sacrificada.

    El versículo 14 de nuestro texto es fundamental para nuestra fe. Dice: «Yo soy el buen pastor. Yo conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí». Dios nos conoce desde antes de que naciéramos, es más ¡nos conoció desde la eternidad! Dios conoce lo que el pecado produjo en nosotros. De algún lado surgen nuestros miedos, nuestras inseguridades, nuestras angustias, preocupaciones y ansiedades. Dios conoce cuán descarriados estamos sin él, cuán lejos nos apartó el pecado de su presencia santa y de su brazo amoroso. Por eso decidió que él mismo sería el buen pastor y, como garantía, dio su vida por nosotros, haciendo lo que ningún otro pastor ha hecho ni hará. Y para mayor garantía, resucitó victorioso de la tumba para estar con nosotros cada día perdonándonos, sosteniéndonos, animándonos.

    Jesús nos conoce y nosotros lo conocemos a él por la fe. Jesús dice: «Yo conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí, y yo conozco al Padre; y yo pongo mi vida por las ovejas». Conocer aquí es más que saber quién es la otra persona, verle la cara o poder tocarlo. Conocer es amar y confiar en el otro. Porque el Padre conoce a Jesús, confía en él. Así, le confió a Jesús la tarea de morir en lugar de los pecadores, y no tuvo ninguna duda de que su Hijo eterno cumpliría con la tarea de ser el salvador de la humanidad, de rescatar a las ovejas y de traerlas todas al redil divino. De la misma manera, Jesús confió en su Padre. En esa confianza Jesús se hizo obediente a su Padre hasta las últimas consecuencias. El apóstol Pablo lo dice así en su Carta a los Filipenses 2:8b, donde leemos: «[Jesús] se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz».

    Como ovejas de Jesús hemos aprendido a conocer a Dios y a confiar en él. Conocemos al Dios de los Diez Mandamientos, al Dios libertador que sacó a todo un pueblo esclavo y lo trasladó hasta la Tierra Prometida. Conocemos al Dios que dejó que su pueblo fuera llevado a cautividad como castigo por su desobediencia. Y en Jesús conocemos que Dios no escatimó ningún esfuerzo ni ningún precio para rescatarnos a nosotros, por naturaleza desobedientes que no merecemos más que castigo eterno, sino que lo entregó para que fuera el cordero que pagara con su sangre nuestro rescate. De esa manera, Jesús pagó con sangre su derecho a ser nuestro pastor.

    ¿Qué clase de oveja eres tú, estimado oyente? Yo soy una oveja encontrada y rescatada por Jesús. Resulta ser que hay muchas razas de ovejas. Yo vengo de un país donde hay por lo menos catorce millones de ovejas y al menos cuatro diferentes razas. Pero en realidad, en todo el mundo, hay al menos doscientas cincuenta razas de ovejas. Lo que todas esas razas tienen en común es que son ovejas, nada más que eso.

    Jesús dice que él tiene otras ovejas que no son del redil de Israel y que también traerá a esas ovejas y oirán su voz y formarán un solo rebaño bajo un solo pastor. El pastor ya sabemos quién es: es Dios mismo. Las ovejas somos quienes nos congregamos en el redil de Dios, la iglesia. ¿Dónde están las otras ovejas que el Señor está llamando? En todo el mundo, en nuestra ciudad, en nuestro barrio, en nuestro país y en lugares de los cuales ni siquiera hemos escuchado hablar.

    Jesús quiere incorporar a su redil a todas las ovejas que Dios eligió desde la eternidad y que están esparcidas por todas partes de mundo. Si hay al menos doscientas cincuenta razas de ovejas, hay al menos catorce mil diferentes etnias humanas en todo el mundo. ¡Catorce mil diferentes naciones en las cuales Dios tiene ovejas! ¿Recuerdas que la gran comisión que Jesús dejó al final de Evangelio de Mateo incluye esas catorce mil naciones? Jesús dice: «Vayan y hagan discípulos en todas las naciones, y bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Enséñenles a cumplir todas las cosas que les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:19-20).

    Jesús nunca prometió que uniría a todas las naciones en esta vida en este mundo. Pero sí prometió estar como el buen pastor con nosotros todos los días hasta el fin del mundo mientras vamos a personas de todas las razas a presentar al Señor Jesús, para que ellas puedan escuchar la voz del buen pastor y acudir a su llamado.

    Una cosa que resalta en este anuncio de Jesús es la importancia de estar en el rebaño, de ser parte del redil de Dios. Prácticamente en toda la Escritura no se habla de la fe cristiana como una cosa aislada, como que existiera un cristianismo individual. Siempre es colectivo. Dios es Dios de un pueblo. El pastor es pastor de un rebaño, grande o pequeño, pero un rebaño al fin. Ciertamente la fe es personal. No somos salvos simplemente por pertenecer a una iglesia local, sino por la fe personal que recibimos como regalo de Dios a través del Espíritu Santo. Sin embargo, esa fe se practica y se alimenta en el redil. Dios mismo, como buen pastor, atiende a sus ovejas. Es en el redil que escuchamos su Palabra predicada donde conocemos más y más a nuestro Dios y todo lo que Él ha hecho por nosotros. Es en la Santa Comunión que el Buen Pastor nos alimenta con su propio cuerpo y su propia sangre para sellar en nosotros el perdón de los pecados que, a tan alto precio, Jesús logró para nosotros.

    La gran comisión incluyó el mandamiento de bautizar y enseñar, porque en el bautismo Dios obra su milagro de dar vida espiritual mediante el perdón de los pecados y en su Palabra aprendemos acerca de las bondades, promesas y fidelidad de nuestro Dios. Por todo esto, recordemos cada día nuestro bautismo, cuando Dios nos adquirió para estar en su redil aquí temporalmente y en el cielo por toda la eternidad, y afiancémonos cada vez más en su Palabra.

    Deseo animarte, estimado oyente, a que escuches la voz del buen pastor Jesús. Él te conoce, te llama, te perdona y te anima a caminar con él todos los días bajo su cuidado. Y si quieres aprender más sobre el buen pastor Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.