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PARA EL CAMINO
TEXTO: Génesis 50:15-21
Génesis 50, Sermons: 1
En medio de las mentiras, los engaños y el dolor, Dios nos dice: no tengas miedo, yo estoy en mi lugar, yo controlo las situaciones y tengo un mensaje de consuelo y perdón para todos los arrepentidos. Ven, acércate, quiero abrazarte con mi gracia. No te guardo rencor, no me acuerdo de tus pecados. Quédate conmigo, yo tengo alimento para ti y para tu familia.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Treinta y nueve años habían pasado desde que los hermanos de José habían dado rienda suelta a su enojo y a su odio y lo habían vendido a unos mercaderes que lo llevaron para venderlo como esclavo en Egipto. Ese fue el inicio de una historia muy dura para José, quien sufrió primero el alejamiento de su familia y el odio de sus hermanos, luego ser esclavo y más adelante ir preso injustamente. Los hermanos de José inventaron para su padre una escabrosa mentira sin ninguna muestra de remordimiento. En el campo donde cuidaban sus animales mataron un cabrito y con su sangre ensuciaron la túnica de José, esa que José usaba tan orgullosamente porque demostraba que era el preferido de su padre. No tuvieron siquiera la delicadeza de ir ellos mismos con la mentira sino que enviaron la túnica manchada con sangre por medio de mensajeros. Los enviados no dijeron mucho, así que Jacob sacó sus propias conclusiones: «¡Alguna mala bestia se lo comió! ¡José ha sido despedazado!» (Génesis 37:33). Cuánta saña mostraron los hermanos de José por su padre y por él mismo.
El texto que estudiamos hoy nos lleva al final de la historia de José y los demás hijos de Jacob en Egipto. Después que José salió de la cárcel, gracias a que interpretó los sueños del faraón, su vida cambió radicalmente: se casó y tuvo hijos, y por su honradez y sabiduría se convirtió en el gobernador de Egipto, ocupando el segundo cargo más importante después del faraón.
Mientras tanto, los hermanos de José siguieron haciendo de las suyas, viviendo como podían y sembrando disgusto muchas veces por las cosas que hacían. Sobre sus hombros pesaban años de remordimiento y culpa que se agudizaba cada vez que su padre recordaba la muerte de su hijo José. Los hermanos también recordaban esa historia y su participación en ella. Así, acumularon sobre sus conciencias la culpa que se generó por el odio y los celos hacia José.
Ahora están a la merced de José. Sin el padre que gobernaba la familia, ahora José quedaba como el patriarca de los hijos de Jacob. Con la conciencia sucia y el corazón lleno de miedo, se sintieron amenazados por alguna eventual venganza de José por las cosas del pasado. Eso era normal en ellos. No podían pensar de otra manera. No se acercaron a José directamente, sino que enviaron a un mensajero para darle un recado de parte del padre cuando este aún estaba vivo. No sabemos si fue cierto que Jacob hubiera mandado a pedirle eso a José. Pero sí sabemos que entre los hermanos el miedo era tan grande como el arrepentimiento, o quizás todavía más grande.
Lo importante es que este encuentro produjo la reconciliación en la familia y mostró el poder del perdón. Cuando José se enteró de lo que sus hermanos le habían mandado a decir, se puso a llorar. Lo inundó la tristeza porque sus hermanos no le creyeron cuando él no les mostró resentimiento. En los primeros encuentros, cuando José se dio a conocer a sus hermanos, les rogó que no estuvieran tristes, que había sido Dios quien había coordinado toda esa historia para salvar de la hambruna a miles de personas. Varias veces les rogó que no se pusieron tristes mientras lloraba y los abrazaba.
Ahora se repiten la tristeza y el lloro. José se pone triste porque sus hermanos habían vivido todos estos años con miedos y con la conciencia perturbada. En este último encuentro que nos relata el Génesis, explota en los hermanos de José la tortura emocional y espiritual que estuvieron pasando por tantos años. Es la primera vez que sus hermanos le pidieron perdón. Completaron ese pedido cayendo de rodillas y, como si eso hubiera sido poco, se ofrecieron a ser los esclavos de José.
Qué enseñanza para nosotros, porque tarde o temprano nuestras acciones deshonestas nos van a llenar de miedo. Haremos bien en caer de rodillas ante el Dios todopoderoso, el gobernante único del mundo para pedir perdón por nuestras maldades y pecados. Y José llora un poco más ahora, y los abraza con palabras sinceras y profundas: «No tengan miedo», les dice. José tenía a disposición las fuerzas militares de uno de los imperios más grandes del mundo, por lo que hubiera podido mostrarles a sus hermanos quién mandaba ahora. Sin embargo, eligió el amor y la gracia que él había experimentado de parte de Dios, y los animó a no tener miedo. «¿Acaso estoy yo en lugar de Dios?» les dijo.
Me maravilla la teología, la espiritualidad y la fe de José. Profunda, práctica, de alcance eterno. Sin rencores, sin rabia, José les ofrece la gracia. No, él no es Dios, eso lo supo José desde el principio, pero supo que Dios estaba siempre a su lado. Hasta el Nuevo Testamento atestigua que en las circunstancias adversas de José, «Dios estaba con él» (Hechos 7:9). Y eso es lo que hace la diferencia entre el odio y el amor, entre la venganza y el perdón, entre el rencor y la gracia. Que José no se vengara era inentendible para sus hermanos, pero la venganza no era una opción para José, porque los que se vengan juegan a ser Dios. El amor pudo más, el amor de Dios que creció durante los infortunios de José le permitió ejercitar la gracia de la misma forma en que Dios la ejercitó con él. Y eso mismo ha hecho Dios con todos los creyentes hasta el día de hoy.
Este momento de reconciliación entre los hermanos fue de fuertes emociones y de una espiritualidad profunda. El amor, ejercitado en el perdón, destruyó la frialdad, el miedo, descargó las conciencias y trajo alivio y esperanza. José entiende bien la situación. Los hermanos pensaron hacer el mal, pero Dios, que siempre tiene el control de las situaciones, lo cambió para bien. José termina este encuentro con la promesa de que él abastecerá con alimento a sus hermanos y a sus familias. No hay nada de qué preocuparse.
¿Dónde estás tú, estimado oyente, en esta historia? Puedes ser el padre que desaparece de escena, el padre que ya no está. Puedes ser uno de los hermanos que odian y que tienen la conciencia cargada, que están llenos de miedo. Puedes ser José, que pasó por dificultades fuertes pero que fue fortalecido por Dios en todo momento. Puedes ser cualquiera de ellos, pero definitivamente no eres Dios. Aquí es donde te invito a dejarte inspirar por el espíritu perdonador de José. Él pudo perdonar a sus hermanos y atenderlos como lo que realmente eran, familia, porque José había experimentado la mano de Dios durante toda su vida.
Hay casi un paralelismo que tiene cierta ironía en esta historia. Recuerda que cuando los hermanos vendieron a José a los mercaderes ambulantes, mataron un cabrito y mancharon con su sangre la túnica de José. Se la enviaron a su padre para que reconociera en las manchas la sangre de su hijo y lo diera por muerto. Los hermanos de José taparon con una flagrante y premeditada mentira sus culpas, sus pecados mientras profundizaron el dolor del padre de ellos. Pero un día se destapó la verdad, y la sangre que manchó la túnica de José no pudo ocultar más la descarada acción vergonzosa y odiosa de estos hermanos.
Esta historia destapa una verdad también para nosotros. No importa a quiénes representamos en esta historia, Dios es Dios y no deja su lugar a nadie. Al enviar a Jesús, el cordero que quita el pecado del mundo, nos mostró quiénes somos nosotros y cuál es nuestro lugar en la historia de la salvación. Dios no envió a su manso cordero divino, a su propio Hijo para que muriera para tapar una mentira o para producir más dolor entre algunas personas. Dios envió a Jesús para que derramara su sangre en la cruz para descubrirnos la verdad de nuestra perdición, para denunciar la fuerza y la maldad del pecado que tiene poder de atarnos para siempre en el infierno eterno y para convertir esta vida en un infierno terrenal. Jesús fue sacrificado para cubrir con su sangre no nuestra ropa exterior sino nuestro corazón manchado por nuestro pecado.
Cada vez que celebramos la Santa Cena, somos confrontados con la verdad de nuestro pecado y lavados con la sangre del cordero de Dios. Hoy es el día adecuado para recordar estas verdades divinas y para caer de rodillas sin ninguna excusa ni explicación en nuestros labios, sino con la confesión de nuestros pecados. Dios nos perdona en Cristo y nos hace útiles siervos suyos para que no sirvamos más al pecado sino para que practiquemos la compasión, el perdón y palabras de aliento y consuelo a quienes están a nuestro alrededor.
Ni Jacob ni José ni sus hermanos pudieron vislumbrar lo que Jesús habría de hacer en la cruz, no tuvieron acceso a la historia futura como la tenemos nosotros hoy. Pero la historia de la iglesia continúa. En medio de las mentiras, los engaños y el dolor, Dios nos dice: No tengas miedo, yo estoy en mi lugar, yo controlo las situaciones y tengo un mensaje de consuelo y perdón para todos los arrepentidos. Ven, acércate, quiero abrazarte con mi gracia. No te guardo rencor, no me acuerdo de tus pecados. Quédate conmigo, yo tengo alimento para ti y para tu familia.
La historia de José y de sus hermanos es una de las más conocidas del Antiguo Testamento. Algunos la hemos aprendido desde niños a partir de historias bíblicas ilustradas donde se podían ver los paisajes de Egipto, las vacas flacas y las vacas gordas y la opulencia del faraón. Pero por sobre todas estas cosas sobresale hasta el día de hoy el poder amoroso y perdonador de Dios.
Estimado oyente, te animo a leer la historia de Jacob y José y sus hermanos. Lee sus aventuras en tierras extrañas y la obra de Dios a través de una familia tan disfuncional. Dios todo lo puede hacer, y lo hace bien. Si este mensaje ha tocado tu alma y ha aliviado tu conciencia, o si, así como hizo José, te ha llamado a compartir el perdón de Jesús con otros, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.