+1 800 972-5442 (en español)
+1 800 876-9880 (en inglés)
PARA EL CAMINO
TEXTO: Juan 19:30
Viernes Santo. El amor incondicional de Dios hacia nosotros demostrado en la cruz del Calvario. ¿Cómo responde a ese gran regalo de Dios?
El año era 1863, y el lugar era una ciudad llamada Vicksburg, en el estado de Mississippi. La Guerra Civil había llegado hasta esa hermosa ciudad con toda su fuerza destructora. Ante los constantes ataques de artillería, los residentes decidieron refugiarse bajo tierra. Ricos y pobres por igual se escondieron en sótanos y cuevas. Fue durante esos días de terror, mientras las bombas seguían cayendo y echando tierra por todos lados, que una niña pequeña comenzó a gritar y llorar desconsoladamente. La madre la tomó en sus brazos y la trató de consolar, diciendo: «No llores, mi niña, Jesús nos está protegiendo». En medio de su llanto, la niña le contestó: «¡Es que tengo miedo de que a Jesús también lo hayan matado!»
El Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, no murió en el año 1863 durante la Guerra Civil. Jesucristo murió hace casi 2000 años en una cruz solitaria erigida en una colina en las afueras de la ciudad de Jerusalén. Ese día, el día más oscuro de todos los tiempos, es recordado esta semana en la mayoría de las iglesias cristianas. En los almanaques se lo identifica como «Viernes Santo».
El Viernes Santo es el día en que Jesús cumplió la promesa que Dios le había hecho a nuestros primeros antepasados. En el Génesis, el primer libro de la Biblia, se nos dice cómo Adán y Eva, por haber hecho caso al diablo en vez de a Dios, trajeron destrucción y condenación al mundo. También se nos dice cómo ese mismo día, en vez de lavarse las manos y dejar que nos las arregláramos solos, Dios prefirió hacernos una promesa totalmente inesperada y para nada merecida. Ese día Dios prometió enviar un Salvador, alguien que volvería a construir el puente que nos une a él, y que nuestra desobediencia había destruido.
Desde que Dios hizo esa promesa hasta que la misma se cumplió, pasaron miles de años. Pero, a su debido tiempo, en el tiempo perfecto de Dios, en ese Viernes Santo, Jesús derramó su sangre en la cruz para comprar nuestra salvación.
Una de las cosas que las diferentes civilizaciones han tenido en común a través de la historia, es que la sangre real, la sangre de los reyes, nunca debía ser derramada. Es fácil imaginar por qué. Es que los reyes son, supuestamente, personas especiales, bendecidas por Dios y destinadas a reinar. Para que esas personas, consideradas «especiales» fueran protegidas de todo daño y peligro, es que se había decretado que su sangre nunca debía ser derramada.
Eso era lo que decía la ley, pero, como dice el refrán: ‘hecha la ley, hecha la trampa’. Alrededor del año 1200, Kublai Khan, un poderoso gobernante de Mongolia, se enojó mucho con su tío. Para no desobedecer la ley que decía que la sangre real nunca debía ser derramada, Khan hizo envolver a su tío en una alfombra gruesa (para que absorbiera la sangre que pudiera derramar) y lo hizo golpear hasta la muerte.
Pero nuestros caminos nos son los caminos de Dios, y nuestros pensamientos no son los pensamientos de Dios. Mientras que los gobernantes de nuestro mundo actual usan todo tipo de medidas de seguridad, coches blindados, y guardaespaldas, ese primer Viernes Santo el Señor decretó que su Hijo, el soberano del Universo por excelencia, habría de morir. En ese primer Viernes Santo, Jesús cargó su propia cruz con toda valentía para ser sacrificado en lugar de los ingratos, indiferentes, e incrédulos.
Desde un principio Jesús sabía que su destino era la muerte. Mucho antes de nacer en Belén, profetas enviados por Dios ya habían dicho que el Hijo de Dios iba a ser maltratado, y que su sangre iba a ser derramada. Isaías, uno de esos profetas, dijo que la espalda del Salvador iba a ser golpeada (50:6); Zacarías, otro profeta, dijo que su cuerpo iba a ser traspasado (12:10); y en el Salmo 22, David describe la agonía de Jesús en la cruz.
Lamentablemente, los seguidores de Jesús, los eruditos, los sacerdotes, los que estudiaban las Escrituras y sabían estas profecías de memoria, las personas que debían haberlo identificado como el Mesías, todos ellos se convirtieron en sus enemigos, y terminaron odiándolo, acusándolo, y tramando un complot contra él. Ellos fueron quienes fijaron el precio que debía pagar por su traición; ellos fueron quienes organizaron sus juicios ilegales y quienes demandaron que fuera asesinado.
Jesús nunca tuvo ninguna duda acerca de lo que le iba a suceder en ese primer Viernes Santo. Él lo sabía perfectamente, y aún así esperó a que llegara ese día en que habría de derramar su sangre. Estando totalmente comprometido con la misión que había venido a cumplir, nunca perdió de vista la cruz del Calvario en la que habría de sufrir el sacrificio más injusto y doloroso, para que todos los que crean en él como su Salvador, sean perdonados y salvados. Así fueron las cosas en ese primer Viernes Santo.
Probablemente hasta ahora no le he dicho nada que usted ya no supiera. Usted sabe estas cosas porque las ha escuchado muchas veces. Pero, ¿las cree? Si yo le dijera que sé dónde puede comprar gasolina a $1.00 el galón, o dónde debe invertir sus ahorros para que le den ganancia en vez de pérdidas… seguramente estaría dispuesto a prestarme atención. Y la razón porque lo haría es porque, de una u otra forma, todas esas cosas lo benefician en algo.
Sin embargo, es sorprendente ver que no todas las personas reaccionan con el mismo entusiasmo o prestan tanta atención cuando se habla del Viernes Santo, el día en que el Salvador murió para salvar sus almas de la esclavitud del pecado. Por eso es que le pregunto: ¿Cuánto le importa y cómo responde usted a este sacrificio que determina su destino final y eterno? ¿O acaso no ha escuchado nunca hablar de Jesús y de su muerte en la cruz? ¿Es usted uno de los pocos que nunca se enteraron de su injusta muerte? ¿Todavía sigue siendo ajeno a lo que pasó hace 2000 años?
El Rey Jorge III de Inglaterra en algunos momentos también fue ajeno a la realidad. En su diario personal, al registrar los eventos del 4 de julio de 1776, día en que las Colonias declararon su independencia, escribió: «Hoy no sucedió nada de importancia». El Rey Jorge también estaba ajeno a la realidad, ignorando eventos que habrían de cambiar su mundo para siempre.
Cuando se trata de Cristo, ¿usted qué dice? ¿Que no sabe nada de su vida, muerte y resurrección? ¿Qué nunca nadie le dijo que bajó del cielo para nacer en Belén como verdadero hombre y verdadero Dios, y que vivió toda su vida cumpliendo al pie de la letra las leyes que usted y yo y toda la humanidad hemos traspasado? ¿Nadie le ha explicado que Jesús hizo todo eso por usted, y no por él mismo? ¿Nunca escuchó hablar del Salvador que le ama aunque usted no se lo merezca, y que se dio a sí mismo por usted aún cuando usted no quiera saber nada de él?
Si la historia del Salvador le es ajena, léala en alguno de los Evangelios de la Biblia, y verá cómo él resistió cada pecado, cada tentación, cada truco que Satanás puso en su camino, para poder rescatarlo a usted. No sea ajeno a cómo en ese primer Viernes Santo, Jesús dio su vida por usted, y cómo, tres días después, conquistó la muerte a través de su gloriosa resurrección.
Viernes Santo. ¿Cómo responde usted al Salvador que estuvo dispuesto a derramar su sangre para que usted pueda tener vida eterna? Cuenta la historia que, a pedido de su amigo, un poeta y autor fue a ver el ensayo final de una obra de teatro, durante el cual se quedó dormido. Al darse cuenta, su amigo (el director), muy enojado, le dijo casi a gritos: «¿Cómo pudiste hacerme eso? ¿Cómo pudiste dormirte durante el ensayo, cuando sabías que quería que me dieras tu opinión?» A lo que el poeta respondió: «Dormir también es una opinión».
Es posible que esa obra de teatro haya sido aburrida, intrascendente, y no haya merecido más que una siesta. Pero el sufrimiento y la muerte de Jesús de ninguna manera pueden ser aburridos o considerados intrascendentes. Los enemigos de Jesús le tomaron por pecador, revolucionario, mala persona, alguien demasiado peligroso para que anduviera suelto. En cambio sus amigos lo vieron como alguien que podía hacer milagros, como un maestro que enseñaba con autoridad, como el Salvador y el vencedor de la muerte. Si Jesús le resulta aburrido, el problema no está en él.
Si alguien le golpeara a la puerta de su casa trayéndole de regalo un cheque hecho a su nombre por un millón de dólares, ¿le diría que lo dejara en el buzón así puede seguir durmiendo la siesta? Si su jefe se le apareciera diciéndole que ha decidido promoverlo y darle un aumento totalmente inesperado, ¿le diría que vuelva más tarde porque ahora está ocupado? ¡Por supuesto que no! Entonces, ¿por qué reacciona con tanta indiferencia al sacrificio de Jesucristo? En ese primer Viernes Santo, Jesús fue a la cruz para que usted pudiera recibir la mejor noticia que pueda existir. Otra vez le aclaro: él no tenía por qué hacerlo; nadie lo obligó a hacerlo, y nada ni nadie lo hubiera obligado a hacerlo contra su voluntad. Lo hizo por usted. Jesús se sacrificó a sí mismo por usted. Derramó su sangre para que usted pueda ser perdonado de todo lo que ha hecho mal.
Viernes Santo. ¿Cómo responde a este gran regalo de Dios que le costó la vida de su propio Hijo? ¿Es usted una de las tantas personas que cree que no necesita ser perdonada? Al comienzo del siglo 20, el Archiduque de Austria era muy poderoso: tenía una gran fortuna, mucho poder, una buena posición, y gozaba de gran admiración. Cada vez que participaba de un evento social hacía todo lo posible para «hacerse notar», hasta el extremo de hacer que su sastre le cosiera el uniforme sobre su cuerpo para que luciera «perfecto». El 28 de junio de 1914, estando en Sarajevo con uno de esos uniformes cosidos sobre su cuerpo, un asesino le disparó. Quienes trataron de ayudarlo se encontraron con que no podían llegar a las heridas, porque los botones del uniforme eran sólo de decoración. Cuando finalmente alguien apareció con una tijera, el Archiduque ya había muerto. Ese fue el comienzo de la Primer Guerra Mundial.
La muerte del Archiduque no fue ni la primera ni la última causada por la vanidad y los delirios de grandeza del hombre. En estos momentos hay millones de almas que están muriendo porque se han cosido a sí mismas en sus propios egos, y se han auto-convencido que así están bien. Si usted es una de ellas, le pido que lo vuelva a pensar. El mundo también está lleno de asesinos que, sin el perdón y la salvación de Jesús, en algún momento lo van a derribar.
Si usted se jacta de su honestidad, déjeme preguntarle: si yo le preguntara a su cónyuge o a uno de sus mejores amigos acerca de su carácter, ¿qué me dirían? ¿Me dirían sólo cosas buenas, o también me dirían que a veces es egoísta, o envidioso, o que pierde la paciencia con facilidad, o que se enoja demasiado? ¿Dirían que usted es perfecto todo el tiempo? Usted sabe la respuesta. Entonces, si esas personas que lo conocen bastante, pero no conocen todo lo que pasa por su mente y su corazón, son capaces de ver en usted algunos pecados, ¿qué cree que ve Dios cuando lo mira? La respuesta es simple: Dios ve a un pecador indefenso; Dios ve un pecador perdido; Dios ve un pecador que necesita un Salvador.
Viernes Santo. ¿Cómo responde usted al gran regalo de Dios? ¿Cómo reacciona ante el amor que Dios mostró en la cruz de Cristo en el Calvario? Si no tiene ninguna reacción, quizás sus prioridades estén equivocadas.
Johann Gauss también tuvo sus prioridades equivocadas. Gauss fue un niño prodigio, un genio en estadísticas, análisis, geometría, y astronomía. Algunos lo han llamado el «Príncipe de los matemáticos»; otros dicen que fue el ‘mayor matemático de los tiempos modernos’. Y quizás tengan razón. Pero una noche en que estaba trabajando en un problema, cuando el doctor fue a decirle que su esposa enferma se estaba muriendo, sin siquiera levantar la vista de lo que estaba haciendo, le contestó: «dígale que espere hasta que termine».
Es mi sincero deseo y oración que este Viernes Santo usted no le vaya a decir lo mismo al Salvador. Y no lo deseo porque sé que sería un insulto y un desprecio total hacia él y hacia todo lo que ha hecho para rescatarlo del pecado, de la muerte, y de Satanás. No, lo hago porque este Viernes Santo es el mejor momento para que usted entre a una iglesia y vea al Salvador y al sacrificio que hizo por usted. Si bien los temas sobre los que se predica durante el resto del año varían según las iglesias, esta semana es diferente. En los próximos siete días, quienes ya están siguiendo al Salvador le invitarán a ir al Jardín de Getsemaní, donde podrá ver a Jesús rezando. Si siempre pensó que el rezar es algo pasivo y tranquilo, preste atención. Olvídese de las pinturas que ha visto de Jesús arrodillado al lado de una roca rezando a su Padre en total serenidad, y fíjese cómo lucha con las horas de sufrimiento que le esperan. Mire cuánto sufre por todo lo malo que nosotros hemos hecho. Fíjese en la sangre que el Rey de Reyes derrama sobre la tierra, y luego pregúntese: «¿Cuántos de esos pecados llevan mi nombre?
El tiempo que Jesús pasó en oración no fue muy largo. Demasiado pronto fue interrumpido por los soldados que fueron a arrestarlo. Un beso de traición fue suficiente para que fuera enjuiciado en ese viernes que habría de ser el primer Viernes Santo. Jesús sabía que ese iba a ser el último día de su vida.
Vaya a la iglesia esta semana, y verá a Jesús presentándose ante la Suprema Corte judía, ante el Rey Herodes, y ante Pilatos. Verá cómo Jesús no defiende su inocencia ni ante las mentiras de las acusaciones ni ante el equivocado veredicto de «culpable». Verá cómo soporta las burlas, los golpes, los latigazos, la corona de espinas, y finalmente la cruz.
Fue en ese primer Viernes Santo cuando los clavos traspasaron sus manos y sus pies, dejándolo clavado a la madera. La crucifixión fue consumada, los soldados vigilaban, la muchedumbre se había ido, el cielo se había puesto negro, ya todo había pasado. La obra del primer Viernes Santo se había completado. El Hijo de Dios había muerto para que nosotros, los pecadores, pudiéramos vivir. Con las palabras «Consumado es», Jesús anunció el fin de su obra; el fin del dominio del diablo, y el comienzo de la esperanza y salvación para todos los que creen en él. Ese primer Viernes Santo es el día de nuestra salvación que recordamos esta semana.
Se cuenta que una vez una clase de escuela dominical se enteró que el Pastor iba a ir a visitarlos, por lo que la maestra, para dar una buena impresión, practicó con sus niños algunas preguntas y respuestas que el Pastor probablemente les haría. Por ejemplo, si el Pastor les preguntaba: «¿Por quién murió Jesús?», uno de los niños debía responder: «¡Jesús murió por mí!» El domingo siguiente, en su visita, el Pastor preguntó: «¿Por quién murió Jesús?» Después de una largo silencio, una pequeña levantó la mano y dijo: «El niño por el que Jesús murió no está hoy aquí».
Querido oyente, no sea usted ese niño ausente. Vaya a ver al Salvador que derramó su sangre por usted. Vaya a ver cómo conquistó al pecado y al diablo. Vaya a ver cómo su resurrección vence a la muerte.
Venga la semana que viene y escuchará al ángel proclamar que Cristo ha resucitado. Y si de alguna manera podemos ayudarle a ver mejor lo que el sacrificio de Jesús en la cruz significa para su vida, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.