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PARA EL CAMINO
Jesús dijo: «A la sabiduría la reivindican sus hijos». Juan el Bautista y Jesús son los hijos de la sabiduría. Parecía una sabiduría tonta, austera, y liberal al mismo tiempo. En Cristo, la sabiduría de Dios incluyó vergüenza, derramamiento de sangre y muerte. Incluyó todo lo que parecía debilidad, pero, en realidad, fue lo más fuerte del mundo, tan fuerte que venció al diablo, a la muerte y al infierno. Hoy, la obra de misericordia de la iglesia reivindica lo que Jesús hizo al morir y resucitar. Hoy, Dios nos ilumina con el Espíritu Santo para que sigamos proclamando la sabiduría de Dios en Cristo.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.
Si hemos escuchado de Juan el Bautista y de Jesús, llamado el Cristo, hemos conocido a los dos personajes más importantes del Nuevo Testamento. Juan habló bien de Jesús. Jesús habló de Juan con alta estima. Los dos predicaron básicamente lo mismo: el arrepentimiento y el perdón de Dios. Los dos tuvieron discípulos que siguieron sus enseñanzas. Algunos de los discípulos de Juan fueron luego los discípulos de Jesús. Los dos estaban emparentados, incluso, ¡se conocieron antes de nacer! Entre los dos se respetaron, y respetaron el lugar y la función de cada uno. Ahora Juan está en la cárcel y Jesús anda por el pueblo enseñando y haciendo el bien. Alguna gente confundió a Juan el Bautista con el Mesías. ¡El mismo rey Herodes confundió a Jesús con Juan!
La historia de hoy nos sitúa en un escenario donde Juan, en la cárcel, le manda a preguntar a Jesús si él es el Mesías. Jesús, como toda respuesta, les dice a los discípulos de Juan que fueran a contarle todas las maravillas que Él está haciendo y que testifican de que el Reino de Dios se ha acercado. Tal vez, algunas de las personas que estaban con Jesús y escucharon esto, pensaron que Juan estaba en dudas sobre quién era Jesús. Por eso, Jesús ahora se dirige a la multitud y les habla con gran cariño y profundo respeto de Juan el Bautista. Jesús quiere dejar bien en claro que Juan está en la cárcel no por flojo o rebelde, sino porque denunció un pecado muy grande del Rey Herodes que los demás, políticos y líderes religiosos dejaron pasar de largo. Es importante para Jesús dejar bien en claro cuán importante fue el ministerio de Juan el Bautista.
«¿Qué fueron ustedes a ver al desierto?» preguntó Jesús. Pero no esperó respuesta. Agregó otra pregunta inmediatamente. «¿Querían ver una caña sacudida por el viento?» Lo cierto es que la gente fue a ver a Juan. Algunos por curiosidad, pero otros porque el mensaje de Juan era claro y siempre el mismo. No cambiaba su mensaje dependiendo del día, del viento o del cansancio. Había muchos en Judea, habladores, charlatanes que arengaban a la gente. Esas eran las cañas que se dejaban sacudir según soplaba el viento. Juan no fue de ese tipo. Su mensaje fue claro y firme desde el primer día. Juan era diferente.
Jesús sigue con sus preguntas retóricas. «¿O qué fueron a ver? ¿A un hombre vestido con ropa elegante?» Jesús se responde a sí mismo. Por supuesto que no, los que usan ropas elegantes son de la nobleza, gente educada, fina que vive en palacios y come exquisiteces. Juan era lo más rústico que se podía ver entre la gente y practicaba una vida austera y una dieta limitada a lo que encontraba en la naturaleza. La gente sabía todo eso, por eso no había necesidad de respuestas.
Jesús hace una última pregunta: «¿Qué es lo que ustedes fueron a ver? ¿A un profeta?» Jesús responde que Juan era mayor que un profeta. Él fue un profeta anunciado por Malaquías muchos siglos antes (Malaquías 3:1). ¡Fue el único profeta profetizado en las Escrituras! Juan precedió a Jesús, lo anunció en su predicación, lo bautizó, lo señaló con el dedo como al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, le preparó a Jesús algunos discípulos y luego lo precedió en la muerte como mártir.
Cuando escucharon estas cosas, todo el pueblo, incluidos aquellos considerados de lo peor entre los pecadores, «reconocieron la justicia de Dios y se bautizaron con el bautismo de Juan». La predicación del Bautista dio algunos buenos frutos. Los que se hicieron bautizar reconocieron sus pecados y se volvieron a Dios para recibir misericordia. En otras palabras, reconocieron y aceptaron el plan salvífico de Dios que estaba basado en su misericordia.
«Los fariseos y los intérpretes de la ley rechazaron el propósito de Dios respecto de sí mismos, y no fueron bautizados por Juan». Qué lejos que estaban los líderes religiosos de Israel de la misericordia de Dios. Ellos no entendían una religión con misericordia, ellos mismos no la practicaban. Eran legalistas y arrogantes y se creían más que los demás. Ellos no reconocieron el propósito de Dios. Con ello cavaron su propia tumba o, mejor dicho, ellos mismos se abrieron las puertas del infierno. Los religiosos que tanto estudiaron y meditaron no vieron lo elemental de Dios: su misericordia, y así ignoraron el propósito salvífico de Dios. Jesús tenía como propósito salvar a todo el mundo, incluido a los fariseos y escribas.
Después de esta clara denuncia, Jesús hace lo que tanto nos gusta hacer a nosotros: describir nuestra generación. Ya hemos escuchado, seguramente, que a los jóvenes de este tiempo se les llama la generación de los «millennials». «Millennials» y generación Z describen a la generación actual. Un reconocido periódico internacional (BBC) dice al respecto: «Desde la frustración laboral a la responsabilidad excesiva por problemas globales: son muchas las razones que influyen en el bienestar emocional y mental de los jóvenes». Me llama mucho la atención este tipo de definición y de análisis. ¡Como si las cosas antes hubieran sido diferentes! Guerras y maltratos globales siempre hubo, y peores que los de ahora. Hubo angustias en las familias que perdían a la mitad de sus hijos poco después de nacer. Angustia de ver morir a sus seres queridos porque todavía no había la industria médica y farmacéutica que tenemos hoy. Cada generación tuvo sus serios conflictos. Hoy en día algunos llaman a esta generación, una generación de cristal, para hacer alusión a una supuesta fragilidad. Es una generación que está expuesta a la opinión ajena.
Desde nuestro lugar en la iglesia, como creyentes, nos cuidamos mucho de catalogar a los demás, porque eso es prácticamente abrir juicio y denunciar cosas de las que nada sabemos. Pero Jesús sabe, y Él puede describir su generación, que como veremos enseguida, nos toca también a nosotros. ¿Cómo fue la generación de Jesús? Igual a la de ahora, con la única diferencia de la época y el lugar.
Jesús compara a la gente de su tiempo con niños aburridos que están en una plaza y que no saben lo que quieren. Si les tocan música alegre, se niegan a bailar. Si les tocan música triste para pasar el tiempo fingiendo un funeral y un entierro, no lloran, no hacen nada. Esta es una forma clara de describir a alguna gente y a los líderes religiosos de los tiempos de Jesús. A ellos nada les caía bien. ¡Eran una generación de cristal! Criticaron a Juan, porque no comía pan ni bebía vino. ¡Dijeron que Juan tenía un demonio! Tal vez también lo criticaron porque Juan no había estudiado bajo su tutoría. Tal vez porque Juan predicaba un mensaje que para ellos no tenía sentido. Tal vez porque Juan tenía más seguidores que ellos, y como buena generación de cristal se ofendían y se llenaban de envidia.
Los fariseos se dejarían matar antes de hacerse bautizar por Juan. Así, rechazaron el propósito de Dios para sus vidas. Los líderes negaron estar perdidos en sus pecados, se negaron a recibir la misericordia de Dios porque pensaron que ellos no la necesitaban. Se auto justificaron. Se auto excluyeron del reino de Dios. No perdamos de vista que Dios tenía un propósito también con ellos.
Pero Jesús tampoco se salvó de la crítica de su generación. Él fue muy diferente a Juan en el sentido de que comía con quienes lo invitaban, sin importar la categoría social y sin importar la cantidad de pecados que cargaban sobre sus hombros. Su generación trató a Jesús de glotón y borracho. A uno criticaron por abstemio y al otro de borracho. ¿Quién los entiende? ¿Notamos que no hay mucha distinción entre la generación de Jesús y la nuestra? ¿Notamos que muchas veces también nosotros somos como los niños en la plaza que no sabemos lo que queremos? ¿Notamos que estamos altamente expuestos e influenciados por la opinión ajena? Y si miramos bien, ¿notamos cómo nos dejamos influenciar por nuestro pecado, nuestras debilidades, nuestros miedos y nuestra envidia y nuestros celos?
Muchos de la generación de Jesús rechazaron el propósito de Dios. Otros, cayeron de rodillas en reconocimiento de su perdición eterna y permitieron que Dios cumpliera su propósito con ellos. Recibieron misericordia, y perdón y vida nueva por la obra de Cristo.
Jesús cierra su enseñanza con una frase que refleja lo extraordinario del propósito de Dios: «A la sabiduría la reivindican sus hijos». Esto es un broche de oro extraordinario. Me imagino a Jesús pensando: «Critiquen todo lo que quieran, ya verán como el propósito de Dios seguirá adelante, y la salvación del mundo será una realidad en muy poco tiempo».
El libro de los Proverbios habla de la sabiduría. Describe que la sabiduría divina desde el principio de la creación incluyó el propósito eterno de Dios. Y ese propósito no es otro que salvar a la humanidad caída en pecado y destinada a la condenación eterna. San Pablo describe la sabiduría de Dios en 1 Corintios 1:24 de esta manera: «Para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es poder de Dios, y sabiduría de Dios». Cristo, la sabiduría de Dios, incluyó vergüenza, derramamiento de sangre y muerte. La sabiduría incluyó todo lo que parecía debilidad, pero que en realidad era lo más fuerte del mundo, tan fuerte que pudo vencer al diablo, a la muerte y al infierno. Herodes, los fariseos, muchos de la multitud no pudieron ver esta sabiduría que traía consigo obediencia, humildad, santidad, amor, misericordia y compasión.
Los hijos de la sabiduría son Juan el Bautista y el mismo Jesús, y sus discípulos. Juan y Jesús fueron los pilares del propósito divino. La sabiduría de Dios fue reivindicada con la resurrección de Jesús, fue bendecida con la presencia del Espíritu Santo en la iglesia. Esa sabiduría fue imparable hasta el día de hoy. La obra de misericordia de la iglesia reivindica lo que Jesús hizo en el Gólgota. En la cruz, Jesús compró nuestra redención, logró nuestro perdón. Así, nos mostró el corazón de Dios, que se fijó en nosotros, tristes seres humanos que no sabemos lo que queremos o necesitamos. Nos llamó por el evangelio, nos iluminó con el Espíritu Santo y nos sostiene en la fe para que sigamos vindicando la sabiduría de Dios, su propósito eterno con nosotros mediante nuestro ministerio de cada día.
Estimado amigo, si el tema de hoy ha despertado tu interés y quieres saber más sobre el propósito de Dios para tu vida, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.