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PARA EL CAMINO
Aunque estemos sepultados en nuestros miedos y frustraciones, Jesús tiene el poder y la buena voluntad de llamarnos y resucitarnos a una nueva vida.
Se dice que a los amigos uno los elije. Y ciertamente, hacemos como una selección natural de entre aquellos con los cuales nos llevamos bien y a los que les podemos confiar nuestras cosas. Lo que se dice de los amigos se dice para hacer el contraste con la familia. A la familia no se la elige. Se nace o se es adoptado en ella. No elegí a mis padres ni a mis hermanos. Elegí formar una familia y tener hijos, pero no elegí cómo se dieron las cosas a través de los años.
La familia es la familia, y las hay de todo tipo: las unidas y las que viven en crisis de relaciones; las que fueron separadas por circunstancias fuera de su control y las que perdieron a algunos de sus miembros en catástrofes de algún tipo. Así como vemos y experimentamos la vida en familia en la actualidad, así fueron también las familias de la Biblia.
Hay una familia a la que podemos considerar atípica, de la cual Jesús era muy amigo. Aparte de la suya propia, esta familia de Betania es la única que Jesús frecuentaba y en la única donde se desarrollan profundos diálogos espirituales. Es también en donde se produce el milagro que menciona nuestro texto.
Las dos hermanas, María y Marta, no parecen tener marido ni hijos, algo un poco extraño para una sociedad donde las adolescentes se casaban y formaban familia. De Lázaro, su hermano, no sabemos nada. A Lázaro nunca lo escuchamos hablar; solo se nos informa que estaba con ellas y que un día se enfermó. El único varón de la familia murió, parece que a temprana edad.
Mientras tanto, Jesús está en otra parte haciendo su ministerio junto con sus discípulos. Pero cuando se entera que Lázaro, que estaba enfermo, ha muerto, decide volver. Antes de llegar a Betania se encuentra con Marta, con quien tiene uno de los diálogos más significativos sobre la muerte y la resurrección, y el texto nos dice que Jesús se conmovió. La muerte conmueve. La muerte no nos deja quietos, nos llena de preguntas que no tienen repuestas. La muerte nos quita a quienes amamos y nos deja un vacío que no podemos explicar.
Jesús se conmueve y llora, pero no se queda quieto, sino que entra en acción. Levantando los ojos a lo alto, habla con su Padre y le da gracias por haberlo escuchado. Jesús ya había estado orando por Lázaro y sus hermanas, pero ahora lo hace públicamente por el bien de las personas que lo rodean y por nuestro bien: para que creamos que él es el enviado de Dios para ser nuestro Salvador. De esta manera, Jesús revela claramente por qué va a resucitar a Lázaro: Jesús quiere mostrarnos su amor, su compasión y su poder sobre la vida y la muerte; él quiere que veamos y creamos que él es nuestro Salvador.
Creemos que este es el milagro más grande que Jesús hizo durante su vida aquí en la tierra, porque los muertos no pueden oír; están muertos, no escuchan, no ven, no piensan, no pueden responder a ningún estímulo, ni siquiera están donde quedó el cuerpo. Sin embargo, Lázaro escuchó la voz de Jesús y salió milagrosamente de la tumba, aun cuando estaba atado de pies y manos.
Todo esto ocurrió para que creamos que cuando la voz de Jesús nos llame, aunque hayamos estado muertos cientos de años, lo escucharemos y milagrosamente saldremos de nuevo a la vida. Jesús también hizo este milagro para que quedara guardado en la mente y el corazón de los discípulos, porque en muy pocos días ellos verían morir a su maestro. Tanto Lázaro como Jesús fueron puestos en una cueva a la que taparon con una piedra. Pero no hay cueva, ni piedra, ni muerte que pueda contener el poder de Dios de dar vida.
Muchos de los judíos que habían venido a acompañar y consolar a María creyeron en Jesús, cumpliéndose así, en parte, el propósito de esta señal. Otros que vieron el milagro, fueron a contárselo a las autoridades religiosas. ¿Por qué? No sabemos, pero el chismorreo nunca acarrea nada bueno. Algunos judíos fueron con el cuento de lo que Jesús había hecho a aquellos que esperaban ansiosos esos chismes. Y fueron con el cuento porque el milagro no les aportó la fe: vieron el poder de Jesús, pero no se conmovieron al ver a Jesús conmovido. Eso es lo que Dios quiere que veamos en él: que él es un Dios que, a pesar de saber que hará un milagro, se compadece de nuestros dolores y nos acompaña en el sufrimiento.
Este milagro de Jesús produce una reacción en cadena. Jesús se vuelve más popular todavía y los líderes religiosos tienen temor de perder el control de la situación. La popularidad de Jesús congrega multitudes, y los romanos se pondrán nerviosos, disolverán la religión hebrea, derribarán el templo y los líderes se quedarán sin trabajo. Lo saben por experiencia, lo han visto en la historia, conocen bien a sus opresores. Hay que hacer algo, y rápido. Y así es que deciden matar a Jesús. Así, el que en un acto de compasión le devolvió la vida a Lázaro, es sentenciado a muerte antes de ser juzgado.
Inmediatamente después del milagro, Jesús fue criticado por los líderes religiosos. Pero también fue criticado inmediatamente antes del milagro por aquellas personas comunes que, sin considerar la voluntad y los planes de Dios, vieron la vida y la muerte con ojos empobrecidos. Jesús lloró cuando fue a la tumba donde estaba el cuerpo de Lázaro. Dice el texto que «Los judíos dijeron entonces: ‘Miren cuánto lo amaba.’ Pero algunos de ellos dijeron: ‘Y éste, que le abrió los ojos al ciego, ¿no podría haber evitado que Lázaro muriera?'» (Juan 11:36-37). Por supuesto, siempre están los que esperan algo más de Dios, y están también los que se burlan de él, como cuando Jesús estaba colgado en la cruz. San Lucas escribe que algunos de los que estaban al pie de la cruz contemplando a Jesús dijeron: «Ya que salvó a otros, que se salve a sí mismo, si en verdad es el Cristo, el escogido de Dios» (Lucas 23:35).
La historia de esta familia de Betania amiga de Jesús no fue escrita para resaltar la resurrección de Lázaro, sino para que veamos la ternura, la compasión y el poder de Jesús. Esta historia nos enseña a mirar por encima de los acontecimientos físicos y materiales, nos enseña a considerar los tiempos de Dios y a aprender a esperar en él.
Dios obró en nuestra vida al llamarnos por nombre y resucitarnos de la muerte espiritual en la estábamos a causa de nuestro pecado. Dios se conmovió por nuestra situación: nos estábamos descomponiendo, estábamos aislados y a oscuras metidos en nuestra cueva de egoísmos y celos y frustraciones, atados de pies y manos, incapaces de llevar una vida plena y agradable a los ojos de Dios.
En estos días de incertidumbre general, cuando miles de personas alrededor del mundo están sufriendo por causa de los efectos del coronavirus, Dios nos invita a que confiemos y nos refugiemos en Él y a que recordemos que el Señor de la vida y de la muerte sigue estando presente en nuestra vida con su amor y misericordia.
La compasión de Dios no tiene fin. Él sigue obrando hoy con ternura y poder. Dios permitió que Jesús fuera sentenciado a muerte para poder resucitarlo al tercer día. La muerte de Jesús fue el precio de nuestro pecado, y su resurrección es la garantía del perdón que él nos otorga. El plan de Dios con la muerte y resurrección de Lázaro fue perfecto. El plan de Dios con la muerte y resurrección de Jesús no es solo perfecto sino generoso, amplio, atemporal, para abarcar con sus beneficios a toda la humanidad.
Si de alguna manera te podemos ayudar a escuchar el llamado de Jesús a una nueva vida, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.