PARA EL CAMINO

  • El regalo de bodas que nadie esperaba, y que perdura hasta el día de hoy

  • enero 16, 2022
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Juan 2:1-11
    Juan 2, Sermons: 4

  • Jesús no quiso, ni quiere, que veamos en él solamente al Dios glorioso, sino que reconozcamos que, como Dios glorioso, tiene el poder de vencer al pecado, al diablo y a la muerte, aunque para ello haya tenido que sufrir la vergonzosa y cruel muerte en una cruz.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

    Hace ya más de cuarenta años, en un pequeño país de Sudamérica, mi prometida y yo nos casamos en una cálida noche de verano. Tenemos lindísimos recuerdos de ese momento. La ceremonia religiosa se hizo en la iglesia donde yo había hecho mi año de práctica, y mi padre fue el pastor oficiante. Nuestra fiesta de bodas no duró siete días, como era la costumbre en los tiempos de Jesús, sino solo unas pocas horas. Al otro día, ya temprano en la mañana, mi esposa y yo partimos hacia nuestra «luna de miel», después de la cual iríamos a radicarnos en un país vecino. Dadas esas circunstancias, pedimos a todos los invitados que no nos hicieran los regalos habituales que se hacen para ayudar a una familia que recién comienza a establecerse. No estábamos en condiciones de hacer una mudanza, sino que sólo podíamos llevarnos lo que entraba en nuestro equipaje. Con todo, aparecieron algunos regalos que todavía tenemos hasta el día de hoy: unas fuentes de acero inoxidable y una mantequera del mismo material que está prácticamente todos los días sobre nuestra mesa. Cada vez que la vemos, recordamos que fue un regalo de bodas. ¡Esos regalos nos han durado ya más de cuarenta años, y todavía parecen nuevos! Tal vez, solo por una cuestión sentimental, alguno de nuestros hijos quiera recibirlos como herencia cuando nosotros ya no estemos más en esta tierra.

    Pienso en estas cosas cada vez que leo la historia de la boda en Caná de Galilea. Ciertamente hubo muchos preparativos previos para que todo saliera bien. Después de todo, se espera que uno se case solo una vez en la vida. Si nosotros hacemos tantos preparativos para una ceremonia y una celebración que dura unas pocas horas, ¿se imaginan los preparativos para una boda que duraba siete días? Quienes hicieron los arreglos para la celebración, se aseguraron de que Jesús y sus discípulos fueran invitados. Poner a 13 personas más en la lista de invitados no es un simple detalle entre tantas otras cosas importantes. Pero observemos lo siguiente: no sabemos nada de los novios, ni de sus familias. ¿No son ellos acaso los protagonistas de la celebración? Ciertamente, pero el evangelista Juan quiere resaltar para nosotros lo que realmente es importante, y quién es el verdadero protagonista de esta historia: el Señor Jesús.

    También se registra la acción de la madre de Jesús, quien es la que se encarga de plantear la situación más bien drástica de que se había terminado el vino. Si eso nos pasara a nosotros hoy, encargaríamos a uno de la familia que salga rápido a alguna tienda o al supermercado y comprara lo que hiciera falta. Pero en esos tiempos no había cómo solucionar la situación. Solo un milagro salvaría a estas familias y a los novios de una vergüenza histórica. En la historia del pueblo de Israel el vino siempre fue importante, porque era el símbolo del gozo, de la esperanza y de la abundancia. De esto hay pruebas en el Antiguo Testamento. ¿Cómo iban a ser recordados estos novios? ¿Cómo iban a celebrar cada aniversario? ¿Recordando la humillación de haberse quedado sin vino en la celebración de su boda?

    Pero en el plan de Dios no hay casualidades. Todo estaba calculado según la voluntad divina para que Jesús fuese invitado, para que sus discípulos vieran el milagro y se convencieran de que Jesús era Dios y creyeran en él y para que María, la madre de Jesús, coordinara toda la situación según su buen parecer. Y así, María entró en acción y le reveló a Jesús en términos muy simples y sin dramatismo que estaba faltando algo muy importante en esta celebración.

    Durante su ministerio, Jesús hizo muchos milagros con solo decir algunas palabras. Incluso a veces sin decir nada, como cuando alimentó a miles de personas con unos pocos panes y pescados. Cuando una mujer extranjera le pidió a Jesús que expulsara el demonio que poseía a su hija, Jesús solo dijo: «¡Que se haga contigo tal y como quieres!» (Mateo 15:28).

    Pero aquí, durante esta celebración, Jesús hizo trabajar a los sirvientes. Les debe haber llevado un buen tiempo cargar con agua seis tinajas grandes. Había que transportar más de 300 litros de agua del aljibe o la cisterna con recipientes pequeños hasta llenarlas hasta arriba. No es algo que haya podido pasar desapercibido a los invitados. Debe haber habido mucho movimiento, aun cuando hayan querido ser cautelosos para no despertar sospecha de que algo estaba pasando.

    Y ahora, el milagro. ¿Cuándo ocurrió? No sabemos y no debe importarnos. ¿Qué palabras dijo Jesús para cambiar el agua de lluvia en vino de la más excelente calidad? No lo sabemos. Y no debe importarnos tampoco. Lo que debemos rescatar de este momento es que Dios entra en acción, y cuando lo hace trae bienestar, gozo, esperanza y abundancia. Ahora los novios tenían algo para recordar en cada aniversario. Ese sí que fue un regalo de bodas inesperado. Fue un regalo que no solo cambió una situación que traía vergüenza en una situación de alegría y abundancia, sino que fue un regalo que perduró por los siglos, hasta el día de hoy.

    Hasta los discípulos cambiaron. Ellos recién habían sido llamados por Jesús, todavía no habían visto nada extraordinario, lo seguían porque él los llamó y porque esperaban que él hiciera algo que pudiera beneficiar a la nación de Israel. Ser llamados a semejante tarea ya era un gran privilegio. En Caná de Galilea los discípulos vieron el milagro y creyeron en Jesús. Poco sabían ellos cuántos milagros más verían de él y cómo su último gran milagro, el de resucitar de los muertos, les cambiaría la vida para siempre.

    El evangelista Juan hace una profunda reflexión teológica para finalizar esta historia. En el versículo 11 dice: «Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él». San Juan habla varias veces en su Evangelio sobre la gloria de Jesús. En nuestro pensamiento relacionamos la palabra ‘gloria’ con algo majestuoso. El diccionario describe la gloria como «la reputación, la fama y el honor extraordinarios que resultan de las buenas acciones y grandes cualidades de una persona». ¿Mostró Jesús su gloria al cambiar el agua en vino? No es muy probable. La gloria de Jesús se manifestó en la cruz, cuando en un gesto extraordinario de amor entregó su vida para salvar a los pecadores. Cuando tiempo después los discípulos vieron que se llevaban a Jesús para ser crucificado, y cuando tres días después lo vieron resucitado, recordaron este regalo de bodas que Jesús les dejó a esas familias en Caná de Galilea cuando ellos comenzaron a creer en él. Todo tuvo sentido para los discípulos quienes, mediante el Espíritu Santo, comenzaron a atar cabos y entendieron que el propósito de los milagros de Jesús era convencer a todas las personas del mundo de que él era Dios. Jesús no quiso, ni quiere, que veamos en él solamente al Dios glorioso, sino que reconozcamos que, como Dios glorioso, tiene el poder de vencer al pecado, al diablo y a la muerte, aunque para ello haya tenido que sufrir la vergonzosa y cruel muerte en una cruz.

    Ese fue el motivo por el cual Jesús hizo señales. El pueblo de Israel no estaba acostumbrado a ver milagros. Aunque conocía los milagros que estaban registrados en la historia de su pueblo y que tuvieron como protagonistas a Moisés, Elías, Daniel y tantos otros profetas, durante los días de Jesús no había hechos milagrosos. Hoy nosotros tenemos en el Nuevo Testamento los registros de muchos milagros que testifican que Jesús es Dios. Pero el pueblo de Israel, al cual Jesús había venido en ese momento de la historia, no había visto nunca un milagro. Por eso Jesús comenzó a hacerlos: para convencer a las personas que lo rodeaban de que él era más que un simple ser humano, de que él era Dios y de que tenía poder para salvar a todos las personas del mundo de la condenación eterna.

    Cuando Moisés fue enviado a rescatar al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto, Dios le dio la facultad de hacer señales milagrosas que le confirmaran al pueblo y al faraón que él venía de parte de Dios. Después de ver esas señales, el pueblo hebreo le creyó y dejó que Moisés lo guiara hasta la Tierra Prometida. Sin embargo, y a pesar de las evidencias, el faraón no creyó y rechazó la gracia de Dios. Durante los días de Jesús en la tierra, muchos que vieron sus señales milagrosas creyeron en él y recibieron el favor de Dios. Ese es el único motivo por el cual Jesús «hizo este principio de señales» en Caná de Galilea. Jesús quería convencer a las personas de que él es Dios y que venía a este mundo con las mejores intenciones. Jesús viene todavía hoy para convencernos mediante su milagro más extraordinario, su resurrección de los muertos, de que él es Dios que se dejó morir en una cruz para rescatarnos a nosotros, pecadores. Él fue hasta la cruz para convencerte a ti y a mí y a toda la raza humana que él vino con las mejores intenciones, cargado de amor por cada uno de nosotros que no teníamos el vino del gozo, de la esperanza y de la abundancia.

    Apreciado amigo, ¿qué más tiene que hacer Dios para convencerte de su amor? ¿Qué más necesitas ver para reconocer que Cristo es todopoderoso? Te invito a mirar a la cruz de Jesús, donde él pagó el precio de tu pecado y del mío, y a mirar a la tumba vacía, evidencia abrumadora de qué el venció al diablo, al pecado y a la muerte, y a ver en esa tumba vacía la señal más evidente de que Cristo te ama.

    Jesús sigue viniendo hoy mediante su Palabra santa y mediante la Santa Comunión, para demostrarnos en ese vino que tomamos el gran milagro de la vida nueva que recibimos mediante el perdón completo de nuestros pecados. Sin esta obra maravillosa de Jesús, y a causa de nuestro pecado, nunca podríamos ver la gloria de Dios.

    Estimado oyente, si quieres aprender más sobre la gloria de Dios que Jesús manifestó mediante sus señales milagrosas y su mensaje de gracia y de amor a nuestro mundo perdido; si quieres conocer más sobre el gozo, la esperanza y la abundancia que Jesús trae mediante el perdón de los pecados, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.