PARA EL CAMINO

  • El resplandor divino

  • octubre 8, 2023
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Salmo 80:7-19
    Salmo 80, Sermons: 1

  • El resplandor de Dios, un resplandor simple que no enceguece sino que alumbra el camino, hoy nos guía, nos convierte, nos muestra nuestro pecado y nos llama al arrepentimiento. El resplandor de Dios, que no es otra cosa que Jesucristo, nos alumbra, nos guía, nos restaura y nos cuida.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    Si eres una persona práctica, como la mayoría de las personas que quieren lograr algo, tal vez te preguntes qué es eso de «El resplandor divino». ¿Hay algo que vamos a sacar de este título? ¿Para qué nos puede servir el resplandor divino? ¿Tiene algo que ver con la vida cristiana? Todas esas preguntas las contesta la Biblia, así que, antes de leer toda la Biblia para averiguar sobre este tema, te puedo adelantar que el resplandor divino es una de las cosas más fantásticas a través de las cuales Dios afecta nuestra vida temporal y eterna.

    Habrás notado que el pasaje que estudiamos hoy es una oración que comienza y termina con esta frase: «¡Restáuranos, Dios de los ejércitos! ¡Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvados!» Habrás escuchado también, más de una vez, la bendición al final del culto público que dice: «¡Que el Señor te bendiga, y te guarde! ¡Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia» (Números 6:24-25). Y hay mucho más de lo que pensamos en la Biblia sobre el resplandor de Dios. Pero ¿de qué se trata todo esto?

    Después de haber pasado cuarenta días con sus noches ante la presencia de Dios escribiendo los Diez Mandamientos en piedra, Moisés bajó del monte con la cara iluminada … tan iluminada, que nadie podía mirarlo por el resplandor de la piel de su rostro. Así que Moisés tuvo que andar en medio de su pueblo con la cara tapada hasta que volviera a encontrarse con Dios. El libro de Éxodo nos dice que el pueblo de Dios fue llevado de Egipto hasta la Tierra Prometida, guiados durante cuarenta años por una nube de día y por un resplandor durante la noche. Estas son cosas extraordinarias: una nube en pleno desierto, todos los días; un resplandor en pleno desierto sin tormentas eléctricas, todas las noches. El resplandor de Dios guiaba a su pueblo a la Tierra Prometida.

    En el Nuevo Testamento leemos que Jesús resplandeció durante su transfiguración para anunciar su regreso en gloria al final de los tiempos.

    Cuando San Pablo le cuenta su conversión al rey Agripa, le dice: «De pronto, rey Agripa, a eso del mediodía, una luz del cielo más brillante que el resplandor del sol, nos rodeó en el camino a mí y a mis acompañantes» (Hechos 26:13). Y cuando abrió los ojos el pobre Pablo no pudo ver, hasta que un poco de tiempo después Dios le devolvió la vista. Dios usó su resplandor para convertir a Pablo en el más intenso misionero a los gentiles que la iglesia conociera.

    El resplandor de Dios transforma. El resplandor de Dios guía. El resplandor de Dios convierte. Y en el texto de hoy vemos que el resplandor de Dios restaura. Este salmo, el Salmo 80, se leía regularmente en la liturgia hebrea. Era un recuerdo de una historia triste en el pueblo de Israel. Fue escrito por los descendientes de Asaf en una época de emergencia nacional para implorar la restauración de Dios. Las tribus que pertenecían al reino del Norte –que ocupaban Samaria y Galilea– habían sido llevadas cautivas a Asiria. Las tribus que pertenecían al reino del Sur –que ocupaban Judea– habían sido llevadas a Babilonia. Lo mejor del pueblo estaba cautivo en el extranjero. El profeta Isaías describe lo que pasó en ese tiempo: Dios había traído una viña de Egipto, su pueblo, los hijos de Israel. Plantó esa viña en una tierra pródiga que daba uvas dulces. Dios construyó lagares para el procesamiento y acopio del producto de las vides. Dios hizo todo. Les puso una cerca para mantener a las bestias y a cualquier enemigo alejado. Pero, lamentablemente, pasó lo que pasa siempre: la viña, o sea el pueblo, rompió la cerca que Dios había puesto. Los mandamientos divinos eran los ladrillos con los que Dios había construido la cerca espiritual para cuidar su viñedo, pero los israelitas fueron infieles a Dios, siguiendo a otros dioses. El Dios de sus padres no era suficiente para ellos. Se dejaron embaucar por las religiones paganas, y así se les metieron jabalíes en el viñedo y les arruinaron todo. Durante el cautiverio, muchos israelitas reconocieron su pecado y recobraron la fe. Y entonces comenzó el clamor: «Resplandece sobre nosotros, restáuranos». Al menos eso sabían, que el resplandor de Dios restaura. El pueblo pedía Ia restauración de su soberanía en la Tierra Prometida, que vuelvan todos aquellos que querían volver al lugar donde Dios había plantado su viña. Querían también que Dios restaurara la unidad de Israel, que hubiera un solo reino y no dos, como al momento del cautiverio.

    Qué triste que el pueblo de Israel culpó a Dios de haber derribado la cerca para que entraran los enemigos y destruyeran sus edificios y sus campos. En verdad, fueron ellos los que rompieron la cerca espiritual al desobedecer los mandamientos y desinteresarse del amor de Dios. El clamor de Isaías y del salmista es una oportunidad más que Dios abría para restaurar a sus hijos desobedientes. Este es un clamor de gente arrepentida, que todavía reconoce que Dios tiene el poder y la buena voluntad de salvarlos.

    Las cosas no han cambiado demasiado desde esa época. En el capítulo 21 de Mateo se registra la parábola que Jesús contó sobre los labradores malvados. Es la parábola de una viña que Dios plantó y en la cual construyó una torre y contrató jornaleros para que la trabajaran. Cuando llegó el tiempo de la cosecha, envió a sus siervos para recoger los frutos del viñedo, pero los labradores los mataron. Entonces Dios envió a su Hijo, pero los labradores también lo mataron. En esta parábola Jesús estaba describiendo su propia suerte. Lo que no sabían los trabajadores malvados era que Cristo, el Hijo del dueño del viñedo, iba a resucitar venciendo así la muerte para siempre. E inmediatamente plantaría otro viñedo en el mundo llamado la iglesia. Cristo mismo la construyó al precio de su sangre derramada en la cruz. Las nuevas vides que Dios plantó en su iglesia eran vides de todas las naciones que quedaron al cuidado de los pastores que Dios puso para mantener una cerca firme.

    Esta cerca es también espiritual, construida con cada capítulo de la Biblia como si fueran ladrillos que levantaron una gran cerca para evitar la entrada de salteadores. Pero, lamentablemente, algunas veces vuelve a pasar lo mismo que pasó con el pueblo de Israel. Abrimos boquetes en nuestra fe y en nuestra conducta cristiana dejando entrar enemigos que nos tientan a descuidar la palabra de Dios, a amar menos al prójimo y a amarnos más a nosotros mismos. Una y otra vez volvemos a hacer lo mismo. Una y otra vez nuestro pecado nos lleva a bajar los brazos, a desistir de confiar en Dios porque no vemos que su presencia haga un efecto en esta vida. Y una y otra vez Dios nos llama al arrepentimiento, nos da una oportunidad de reconocer que rompemos la cerca de su amor en busca de vaya a saber qué, porque cuando rompemos la cerca de confianza en Dios, simplemente no estamos satisfechos ni sabemos qué queremos.

    En el capítulo 1(:2-3a) del libro a los Hebreos, el apóstol dice: «En estos días finales [Dios] nos ha hablado por medio del Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y mediante el cual hizo el universo. Él es el resplandor de la gloria de Dios. Es la imagen misma de lo que Dios es. Él es quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder.» Así es como Dios plantó una nueva viña en el mundo, por medio de su Hijo. Como herramienta principal usó la cruz, donde Jesús llevó los pecados de cada uno de los pecadores del mundo, de aquél tiempo y de todos los tiempos. La nueva viña de Dios le costó sangre, su propia sangre. Ahora cada cristiano, cada hijo redimido de Dios está plantado para dar uvas dulces, uvas que traen consuelo y nutrición al prójimo. Cada semana los cristianos bebemos el vino producto de las uvas que nos trae la sangre de Cristo, producto del sacrificio de Dios para darnos el perdón de nuestros pecados.

    Estimado oyente, por el poder de la muerte y resurrección de Cristo Dios nos plantó en su nueva viña. Esta viña se ha extendido por todas partes y seguirá extendiéndose hasta el fin del mundo. ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo hizo crecer Dios semejante viña que soportó las arremetidas del mundo salvaje, de los jabalíes y de los mentirosos y de los falsos profetas y pastores y sacerdotes infieles? La historia de la iglesia está marcada no solo por la sangre de Cristo sino por la sangre de los mártires que fueron ajusticiados por quienes debían ser sus propios hermanos. ¿Cómo hizo Dios para lograr traer a la iglesia hasta nuestros días? El Salmo 44:3 nos contesta de manera magnífica cómo Dios edifica la iglesia: «Porque no fue la espada lo que les dio posesión de la tierra; ni fue tampoco su brazo lo que les dio la victoria; ¡fue tu mano derecha, fue tu brazo, fue el resplandor de tu rostro, porque en ellos te complacías!».

    Por la obra de Cristo Dios plantó una iglesia. En Juan 15(:5) Jesús les dijo a sus discípulos: «Yo soy la vid y ustedes los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí ustedes no pueden hacer nada.» Cristo está en medio de la iglesia. El Padre es el labrador que la hace crecer regándola con su Palabra y el Espíritu Santo. El Padre la sustenta mediante el Bautismo y la Santa Cena y la restaura una y otra vez resplandeciendo sobre ella. El resplandor de Dios, un resplandor simple que no enceguece sino que alumbra el camino, hoy nos guía, nos convierte, nos muestra nuestro pecado y nos llama al arrepentimiento. El resplandor de Dios, que no es otra cosa que Jesucristo, nos alumbra, nos guía, nos restaura y nos cuida.

    Cerramos esta meditación hoy con las palabras sencillas y eternas que escuchamos tan a menudo en nuestras reuniones cristianas: ¡Que el Señor te bendiga, y te guarde! ¡Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia! ¡Que el Señor alce su rostro sobre ti, y ponga en ti paz!

    Y si de alguna forma podemos ayudarte a afirmarte en la fe cristiana, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.