PARA EL CAMINO

  • El temor del Señor será tu tesoro

  • diciembre 28, 2008
  • Prof. Marcos Kempff
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Isaías 33:6
    Isaías 33, Sermons: 1

  • Se aproxima el final de otro año. Apenas unos pocos días más, y daremos vuelta la última página del calendario. Hay quienes dicen: «Año nuevo… vida nueva». Pero, ¿es realmente tan fácil tener una vida nueva? ¿Es posible olvidar los problemas, las preocupaciones y los temores que llenan nuestra mente con sólo cambiar de año?

  • En el nombre de Cristo:

    Hoy vamos a examinar de lo que posiblemente estamos sintiendo al concluir un año y al comenzar un año nuevo a la luz de lo que Dios ha hecho por nosotros.

    Todos tememos lo desconocido, especialmente cuando percibimos alguna amenaza. Por ejemplo, supongamos que tenemos una pequeña herida en el brazo que no sana. Pensar en una visita al médico significa aceptar la posibilidad de recibir la noticia que es cáncer u otra grave complicación. O quizás una llamada telefónica a las 3 de la mañana nos despierta con un gran susto, porque pensamos que quizás algún familiar o amigo nos llama para darnos una dolorosa noticia.

    Cuando pensamos en el Año Nuevo, 2009, seguramente nos preocupa el panorama económico, tememos la posibilidad de desempleo, de fracaso, de las deudas impagables, o nos angustiamos por las complicaciones de las leyes de migración. En fin, hay un sin número de razones por las cuales podemos tener miedo, o como dicen algunos, sentir temor en el mero corazón.

    Es interesante que la Biblia a menudo hace uso de la palabra temor, solo que la usa de dos maneras: el temor como una emoción de nuestra condición humana, y el «temor de Dios». Por un lado, la palabra «temor» describe una realidad inevitable en nuestro diario vivir. Como ya hemos dicho, a veces hay razones legítimas para tener miedo, y otras veces son sólo conjeturas nuestras en las que nos imaginamos lo peor. Hasta tenemos un miedo relacionado con Dios y nuestra vida espiritual que produce terror – el hecho que somos pecadores y hemos ofendido al Padre Celestial y lo que nos espera es la muerte eterna. Obviamente, sobran razones para sentir un gran miedo en el corazón. Todos nosotros hemos desobedecido a Dios, lo hemos rechazado y lo hemos ignorado, pensando que somos lo suficientemente buenos como para merecer su aprobación y amor. Sin embargo, hemos sido rebeldes por no obedecer todos sus mandamientos. Lo peor del caso es que no podemos hacer lo que es exigido por Dios. Nuestra condición humana es limitada, nos cohíbe, nos debilita, nos incapacita, nos destruye, nos condena.

    Pero Dios nos sorprende. Cuando la Biblia usa y describe «el temor de Dios», es para afirmar que Dios actúa a nuestro favor. En otras palabras, nuestro Dios todopoderoso, de infinito poder y gloria, viene a nosotros en Su amor, perdón y bendición. A quien hemos de temer de verdad, más bien es quien nos ofrece Su amor. ¡Qué gran diferencia entre el temor que sentimos en nuestro corazón a causa de nuestra fragilidad y descontrol humano, y el amor incondicional de Dios!

    Pero, ¿cómo es posible que la Biblia hable del temor de Dios como algo que nos beneficia, nos levanta, nos restaura y nos invita a permanecer en Él? ¿Habrá algún error al usar esta frase como algo que conviene emplear en la vida, como algo donde podemos refugiarnos y encontrar algún consuelo? ¿Cómo puede el temor de Dios ser motivo de confianza, tranquilidad y paz?

    Había dos hermanos, que por cierto eran mellizos, uno llamado Jacob y el otro Esaú. Hubo un momento en la vida de ambos que suscitó un terrible conflicto. En vez de confiar en Dios y esperar en Él, Jacob hizo trampa y le robó la herencia a su hermano Esaú. Este engaño convirtió a Esaú en un hombre airado y dispuesto a matar a su hermano, por lo que Jacob tuvo que huir y vivir lejos de su familia.

    Jacob fue un hombre listo, capaz de multiplicar sus esfuerzos para beneficio propio. En poco tiempo adquirió una pequeña fortuna, y formó una familia numerosa. Quizás no es ninguna coincidencia que el nombre Jacob en el idioma hebreo es parecido a la palabra «hacer trampa y obrar con viveza».

    Años más tarde le tocó a Jacob volver a su tierra y hacerse cargo de lo suyo, o sea, tomar su herencia. Lleno de miedo, hizo todo lo posible por protegerse de su hermano Esaú, hasta el punto de colocar todos sus bienes y sirvientes entre él y su hermano, llegando él por último, pensando que de esta manera podría apaciguar la ira de su hermano y salvar su vida. Imagínese, tan temeroso estaba Jacob que con una actitud de cobardía, estaba dispuesto a sacrificar todo lo que poseía, con tal de protegerse a sí mismo. Apoderado por el miedo y tratando de refugiarse en la oscuridad de la noche, ya el último por cruzar el lindero de su propiedad en herencia y pensando que su astucia y viveza le ayudarían, Jacob quiso hacer las cosas a su manera, tratando de superar su miedo utilizando sus propios medios.
    La sorpresa que se llevó Jacob fue que, mientras estaba cruzando el río esa noche, un hombre salió a su encuentro. Este hombre luchó mano a mano con Jacob. Pero en realidad no era un hombre común y corriente. ¡Era el mismísimo Dios! La intención de Dios fue de intervenir en la vida de Jacob a fin de hacerle ver que no podía ni debía confiar en sí mismo, sino en las promesas de Dios. El único recurso que Jacob tuvo fue de pedirle la bendición a Dios y que cumpliera Su promesa de estar con él en todo momento. Jacob necesitaba «temer a Dios» y no dejarse llevar por su propio temor, ni su propio orgullo y autosuficiencia.

    Luego de la lucha, Dios le cambió el nombre a Jacob, llamándolo Israel, que significa «has luchado con Dios y con los hombres y has vencido». Por eso Jacob afirmó: «He visto a Dios cara a cara, y sin embargo todavía estoy vivo.» Ese mismo día, al encontrase con su hermano Esaú, hubo una reconciliación.

    ¿Qué significa este encuentro entre Dios y Jacob? Esta fue una demostración más de que, al estar expuestos al «temor de Dios», encontraremos que Él interviene en nuestras vidas para traernos Su bendición. Su acción a favor nuestro nos hace hijos e hijas Suyos. Dios mismo quita todo impedimento entre Él y nosotros. Este acto de amor lo logró con el sacrificio de Su Hijo Jesucristo en la cruz, donde una vez y para siempre, Jesús pagó con Su propia vida las consecuencias de nuestros errores, fracasos, y pecados. ¿Tendremos nosotros alguna vez la experiencia de luchar con Dios?

    Al concluir un año y comenzar otro, a veces nos quedamos como Jacob, afligidos por lo ocurrido durante el año que finaliza, o por los fracasos, los problemas y las complicaciones en la vida. Todo esto hace que, la cruzar el lindero para comenzar el año nuevo, podamos tener mucho miedo. Superar el pasado y entrar y enfrentar lo nuevo es un gran desafío. Todos los cambios que han ocurrido y que van a ocurrir no tienen poder sobre nosotros. Cristo, en Su gran amor, nos liberó del peso y la incertidumbre del pasado y del futuro. Tenemos la certeza y la bendita esperanza de estar bajo Su cuidado. Esto significa temer y amar a Dios sobre todas las cosas. Gracias a Jesucristo tenemos el perdón de nuestros pecados y la promesa de Su presencia que nos guía a través de la vida y hasta la vida eterna.

    En el libro del profeta Isaías, Dios nos afirma (Isaías 42:5-9 y 33:5-6): «Así dice Dios, el Señor, el que creó y desplegó los cielos; el que expandió la tierra y todo lo que ella produce; el que da aliento al pueblo que la habita, y vida a los que en ella se mueven: «Yo, el Señor, te he llamado en justicia; te he tomado de la mano. Yo te formé, yo te constituí como pacto para el pueblo, como luz para las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para librar de la cárcel a los presos, y del calabozo a los que habitan en tinieblas. Yo soy el Señor; ¡ése es mi nombre! No entrego a otros mi gloria, ni mi alabanza a los ídolos. Las cosas pasadas se han cumplido, y ahora anuncio cosas nuevas; ¡las anuncio antes que sucedan!…Exaltado es el Señor porque mora en las alturas, y llena a Sión de justicia y rectitud. Él será la seguridad de tus tiempos, te dará en abundancia salvación, sabiduría y conocimiento; el temor del Señor será tu tesoro.»

    Los Salmos nos recuerdan que Dios está siempre a nuestro lado, como dice el Salmo 34:4 y 11: «Busqué al Señor, y él me respondió; me libró de todos mis temores…Vengan, hijos míos, y escúchenme, que voy a enseñarles el temor del Señor«.

    Tenemos la bendición de pertenecer a la familia de Dios. Esto significa que sea cual sea la realidad de nuestra vida, contamos con un refugio donde siempre encontraremos la fortaleza para vivir con confianza y paz. Ese refugio es el amor de Dios, como afirman las Escrituras en la primera carta de Juan 4:9-19: «Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados…Dios es amor. El que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. Ese amor se manifiesta plenamente entre nosotros para que en el día del juicio comparezcamos con toda confianza, porque en este mundo hemos vivido como vivió Jesús. En el amor no hay temor, sino que el amor perfecto echa fuera el temor. El que teme espera el castigo, así que no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros amamos a Dios porque él nos amó primero

    Por eso, al cerrar un capítulo al concluir el año y al comenzar un nuevo año, vivamos con confianza, en el temor de Dios. Porque:

    Aunque sintamos desaliento, y nos imaginamos que el triunfo está lejano;
    Aunque el error nos lastima y quizás un fracaso nos perturbe;
    Aunque la angustia nos hiera, y una ilusión se apague,
    Aunque el dolor queme nuestros ojos, y golpee nuestro ánimo,
    Aunque la tristeza nos desanime y la incomprensión corte nuestra risa,
    Aunque sintamos gran temor al enfrentar las incertidumbres de la vida
    Aunque todo parezca inútil,
    ¡Dios nunca nos abandonará!
    ¡En Jesucristo tenemos la certeza de Su amor eterno!
    ¡Confíe en Él y sígalo!

    En el nombre de Jesucristo. Amén.