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PARA EL CAMINO
TEXTO: Juan 14:1-14
«Todos los caminos conducen a Roma», dice un proverbio popular. Pero cuando se trata de nuestra relación con Dios, es falso decir que todas las religiones nos llevan a Él. La mayoría de ellas tratan de enseñarnos a ser mejores personas para así entrar en la presencia de la divinidad. Pero Jesús nos dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, si no es por mí».
Una de las cosas que más me llamó la atención cuando llegué a vivir al sur de California fue la cantidad de freeways o autopistas que aquí tienen. Recuerdo lo difícil que resultaba recordar de memoria el número de cada autopista. Muy pronto me vi en la necesidad de aprender al menos aquellos caminos que usaba más para trasladarme de un lugar a otro.
Esta extensa red de 37 autopistas que comenzó a construirse en la década del 50, cada día transporta a las más de 23 millones de personas que aquí viven. Se estima que de lunes a viernes, entre las 7 y las 9 de la mañana, se realizan unos dos millones de viajes diarios. Esta cantidad de viajes es el doble de la población total de la ciudad de Dallas, Texas.
Es abrumador pensar en tal cantidad de personas moviéndose de un lugar a otro diariamente ¿no cree? Sin embargo, el sistema vial funciona de forma adecuada para todo aquel conductor que sabe a qué camino se dirige y que respeta las reglas de ese camino. Pero quien no sabe bien hacia dónde va, o simplemente no pone atención a las señales en el camino, fácilmente puede extraviarse.
Por otro lado, hay personas que prefieren no tomar estos caminos rápidos por temor a los accidentes, ya que la velocidad mínima es de 65 millas por hora, aunque podemos ver automóviles que van a más de 90 millas por hora. Así que si bien estas autopistas transportan rápidamente, también pueden ser escenario de accidentes fatales donde familias enteras a veces pierden la vida.
De igual modo, en la vida a todos nos toca elegir un camino y recorrerlo con miedo, a toda velocidad o de forma distraída. ¿Ha reflexionado sobre los caminos que ha recorrido a lo largo de su vida? ¿A qué lugar lo han llevado la suma de sus decisiones? Quizás a usted no le importen ni el camino ni el destino, y tampoco le preocupe lo que los demás piensen de usted. O quizás usted sea una de esas personas que tiene definidas sus metas y conoce el camino que debe recorrer para lograr sus objetivos.
Lo que nadie puede negar es que a medida que avanzamos, adquirimos más preocupaciones y en algún momento nos encontraremos en un camino sin retorno, un lugar en el que nos sentiremos estancados, expuestos y angustiados. Un camino accidentado puede representar un divorcio, una enfermedad crónica o el futuro incierto de un buen amigo. En ese escenario puedo imaginar la difícil situación de los discípulos de Jesús narrada en la lectura de hoy.
Imagínese por un momento, Jesús les anuncia su inminente arresto e irrevocable sentencia de muerte. El Señor revela que Judas, quien era el administrador de sus finanzas, lo iba a traicionar entregándolo a sus acusadores. Finalmente, y por si esto fuera poco, les da a conocer que uno de sus más fieles servidores lo abandonaría y negaría en el momento más difícil de su vida. ¿Cómo reaccionaría usted ante tal avalancha de malas noticias? Por eso las Palabras de Jesús en este pasaje son contundentes y suficientes para sus discípulos y para nosotros, pues nos revelan tres aspectos de Jesús y de su misión de rescate a la humanidad.
Primero: Jesús anima a sus discípulos, y nos anima a nosotros hoy, a no temer ante ninguna circunstancia. Jesús nos desafía a cifrar en él toda nuestra esperanza y depositar toda nuestra confianza y obediencia en él, diciéndonos: «No se turbe su corazón. Ustedes creen en Dios; crean también en mí.» Jesús nos recuerda que la misma fe que depositamos en el Padre es la que debemos tener en el Hijo y en el Espíritu Santo. No importa cuán deteriorado y agitado se encuentre el mundo. Las Palabras del Señor son claras: «Ustedes son un rebaño pequeño. Pero no tengan miedo, porque su Padre ha decidido darles el reino», leemos en Lucas 12:32. El Dios de los cielos nos guarda en sus manos.
Podemos confiar plenamente en Jesús pues él intercede por nosotros ante el Padre. Considere la oración del Señor en el capítulo 17 de Juan: «Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío». Es claro que somos el especial tesoro de su creación y que sin importar el momento y el lugar él ha prometido estar con nosotros desde el día de nuestro bautismo sellándonos con su Espíritu Santo.
Segundo: Jesús nos adelanta que compartiremos un espacio físico con él. Sabemos que su presencia espiritual está con nosotros de manera permanente por medio de su Palabra y los Sacramentos que son administrados por su iglesia. Pero el plan definitivo de Jesús es que compartamos la eternidad con el: «Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado» (Juan 17:24 RVR1960).
Jesús estaba determinado desde ese momento y hasta ahora: «voy a preparar un lugar para ustedes. Y si me voy y les preparo lugar, vendré otra vez, y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, también ustedes estén». Algunos teólogos debaten si el Señor se refiere al momento de su resurrección o a su segundo advenimiento al mundo. Lo que sabemos por el testimonio de las Escrituras es que Jesús: «se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndose [a los apóstoles] durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios» (Hechos 1:3 RVR1960) a más de 500 personas. Sin embargo, esto fue apenas el adelanto del anhelado regreso de Jesús con gloria y poder en las nubes para unirnos con él para siempre. Aguardemos ese momento con dulce expectación. Como dice Apocalipsis 1: «¡Miren! ¡Ya viene en las nubes! Y todos lo verán, ante él se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios».
Tercero: Hay un solo camino que nos lleva a Dios. Hay un dicho popular que dicta: «Todos los caminos llevan a Roma». Esta frase surgió gracias a las famosas calzadas del imperio romano que se comenzaron a construir en el año 300 antes de Cristo. Estas vías fueron recorridas por civiles, militares y mercancías diversas para el sostenimiento y desarrollo del Imperio. Era cierto en ese momento que todos los caminos llevaban a Roma.
Desafortunadamente, esto no corresponde a todos los caminos. Cuando hablamos de la relación de Dios con el ser humano, es falso decir que todas las religiones nos llevan hacia Dios. La mayoría de ellas se esfuerzan para ser mejores personas e intentan explicar cómo entrar en la presencia de la divinidad. Lo que es cierto es que a pesar de los continuos esfuerzos esto no ha sido posible, de otra manera existiría mayor armonía entre los seres humanos y todos tendrían una relación directa con Dios. Desafortunadamente, no hay esfuerzo humano que sirva para poder obtener el derecho de habitar en la presencia del Dios verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
No existe un camino de fe basado en el mérito. Al ser humano le cuesta comprender esta realidad y nuestras pesadas conciencias llenas de errores y fracasos, nos dicen que le hemos fallado al Creador del universo. Esto es evidente cuando observamos en nuestra lectura la respuesta de los discípulos al momento en que Jesús se despedía de ellos: «Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo podemos saber el camino?» Felipe incluso le pide al Señor: «Señor, muéstranos al Padre. Con eso nos basta». Estas podrían también ser preguntas legítimas de cualquiera de nosotros. Algunos preguntarán a Dios: ¿En dónde puedo encontrarte? Porque me cuesta trabajo entenderlo. Si tan solo me mostraras el camino correcto en medio de mi extravío podría seguirte, pero ahora mismo no sé qué camino tomar.
En el año 2015 mi familia y yo llegamos a vivir a una pequeña ciudad del condado de Orange en California, para poder entrar al seminario y prepararme para ser pastor. De manera frecuente iba a reuniones a San Diego con la organización con la que colaboraba y para llegar ahí el viaje era en tren. Debo decir que era un transporte seguro, pero tomaba cuatro horas de viaje de ida y cuatro de regreso. Y un buen día un compañero me ofreció su auto para regresar a casa, pues la reunión había terminado tarde. ‘Llévate mi carro’, me dijo, pues ya has manejado en California ¿no? ‘Claro’, contesté, pero la verdad es que no tenía experiencia manejando en las autopistas. Puedo decir que esa no fue una tarea fácil, pues justamente ese día había olvidado mis lentes en casa y no podía ver bien las señales. Así que regresé por el carril de baja velocidad, abriendo bien los ojos, orando y siguiendo las instrucciones que mis compañeros me habían dado. El seguir sus consejos me permitió llegar a salvo.
Con frecuencia en esta vida podemos llegar a sentirnos perdidos, confundidos o paralizados de miedo ante un cruce de caminos. Jesús nos responde ahora mismo como a sus discípulos, diciéndonos: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino es por mí». Su muerte y resurrección en la cruz constituyeron la paga por nuestros pecados. Su inocencia nos ha sido acreditada y esta justicia nos abre la vía al Padre. Jesús es la verdad y el Espíritu Santo promete guiarnos a toda verdad. En Dios no encontramos mentiras, sus dichos son fieles y sus promesas son cumplidas. Él también es la Vida, porque solo Dios puede sostener y soplar vida en todo ser creado.
Amigo, amiga que nos escuchas ¿te sientes extraviado? Jesús viene a tu encuentro. ¿Te sientes confundido ante tal variedad de caminos en busca de la verdad? Jesús tiene respuestas para ti en la Biblia. ¿Anhelas una vida con significado y destino claro? Jesús te dice ‘confía en mí’. Si estás cansado de caminar en círculos sin rumbo fijo, escucha la voz de Jesús que te invita a que recorras con él el camino. ¿Aún tienes preguntas del cuidado que Dios tiene de ti? Escucha esta oración del Hijo de Dios al Padre por ti y por todos aquellos a quienes Dios llama y trae a su camino.
Padre, ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo les he dado las palabras que me diste, y ellos las recibieron; y han comprendido en verdad que salí de ti, y han creído que tú me enviaste. No ruego que los quites del mundo, sino que los protejas del mal. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Tal como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Pero no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Padre, quiero que donde yo estoy también estén conmigo aquellos que me has dado, para que vean mi gloria, la cual me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Amén.
Si de alguna manera podemos apoyarte para que te mantengas firme en el camino verdadero, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.