PARA EL CAMINO

  • En Jesús hay alegría

  • noviembre 17, 2013
  • 10
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 21:5-28

  • Para todos los que confiamos en él, nuestro Salvador nos da la alegría que nos permite ver el mundo de forma diferente, vivir en forma diferente, y esperar el fin de nuestra vida también en forma diferente.

  • Casi todos hemos escuchado historias con moraleja. O sea, esas historias que se cuentan con la finalidad de enseñar algo. Por ejemplo, aquella vieja fábula de Esopo que cuenta de un joven que pensó que sería muy divertido engañar a los aldeanos haciéndoles creer que un lobo lo estaba atacando tanto a él como a su rebaño. Una y otra vez, el joven gritaba: «¡El lobo, viene el lobo!», y una y otra vez las personas de la aldea salían corriendo en su ayuda, mientras el muchacho se reía de ellos al ver su desconcierto cuando descubrían que era una falsa alarma. Todo fue bien hasta que un día un lobo lo atacó de verdad, y los gritos de ayuda fueron legítimos. Sólo que los aldeanos, cansados ya de tantas bromas, pensaron que se trataba de otra falsa alarma y no le hicieron caso, por lo que el joven bromista acabó perdiendo algunas de sus ovejas. Según Esopo, a quien se le acredita el cuento, la moraleja de la historia es sencilla: «En boca de mentirosos, hasta lo cierto se hace dudoso».

    En nuestros días parece que, cuando alguien habla del fin del mundo o de algo parecido, son muchos los que reaccionan como los aldeanos del cuento. Ya han escuchado a tantos así llamados profetas decir: «¡Arrepiéntanse porque el fin del mundo está cerca!», que no hacen más caso. ¿Recuerdan hace diez años cuando el tema de conversación era «qué sucederá cuando llegue el año 2000»? Había predicciones horribles que todas las computadoras dejarían de funcionar, que la civilización se desplomaría, y que el mundo se iba a terminar. Pero no sucedió. Hoy sonreímos, y admitimos que no fue más que alguien gritando «¡Un lobo!»

    El año 2012 es el año en que los indios mayas predijeron que se produciría el fin del mundo. ¿Está usted preparado? Probablemente no. Ya ha visto y oído todo esto antes. Usted ya no va a dejar caer todo al suelo cada vez que alguien grita: «¡Un lobo!» Personalmente, yo favorezco esa perspectiva ligeramente escéptica. Y Jesús también. En el capítulo 21 de Lucas, él advierte: «mucha gente les dirá, ‘Jesús está aquí’, o ‘Jesús está allí'». Y en los pasajes paralelos de Marcos 13 y Mateo 24, nos advierte que habrá quienes nos digan que el fin está próximo, por lo que debemos dejar nuestro trabajo, dejar los campos sin plantar y cosechar, vender nuestras casas y todo lo que poseamos, y reservar un lugar en la parte alta de una colina para poder ver venir a Jesús. Pero, ante todo esto, Jesús nos dice: ‘Cuando ese día llegue no les crean. Mi día viene inesperadamente, como un ladrón en la noche’.

    Por supuesto que Jesús nos dio algunas predicciones en cuanto a lo que puede suceder antes del Día del Juicio final. Cuando la ciudad de Jerusalén fue reconquistada por los romanos en el año 70 D.C. muchos cristianos no sufrieron en ese cataclismo. En otras palabras, muchos cristianos no fueron sitiados, capturados o crucificados por los romanos porque… no estaban allí. Al ver que las advertencias de Cristo eran ciertas y se estaban cumpliendo, esos cristianos abandonaron la ciudad cuando aún se podía. Desafortunadamente, en casi cada generación ha habido alguien que ha creído poder predecir la hora exacta del fin del mundo. Cuando Jesús habló del fin del mundo, dijo: «Se levantará nación contra nación, y reino contra reino». Nos dio una clave cuando dijo: «Habrá grandes terremotos, hambre y epidemias por todas partes». Y todavía más: «Sucederán cosas espantosas y grandes señales del cielo». Jesús también dijo que habrá lugares donde sus enemigos detendrían, perseguirían y encarcelarían a sus seguidores.

    Ahora bien, la lógica nos lleva a decir: «Pero esas palabras se pueden aplicar a casi cada generación en cualquier tiempo y lugar». Y es así. Es muy raro el tiempo que no ha visto algún cumplimiento de estas señales. Y ya que las advertencias de Jesús pueden ser aplicadas a cada siglo, podemos comprender por qué en cada siglo ha habido personas que han dicho: «Estoy seguro que el fin del mundo está cerca». Aun el gran reformador Martín Lutero parece haberse equivocado cuando dijo: «Espero que el día del juicio final no esté lejos, y podría decir que será en menos de trescientos años… no creo que Dios pueda aguantar este mundo malvado mucho más tiempo y tendrá que traer ese espantoso día…» (Martín Lutero. Obras de Lutero, Vol. 54, CONVERSACIONES DE SOBREMESA). ¿Está usted entre los que concuerdan con Lutero que el fin está cerca?… ¿o está usted entre los muchos que dicen que el fin está muy lejos? ¿Se adhiere a los que ven las señales del fin por todas partes, o con los que no ven ninguna señal? ¿Cuál es su posición?

    Más allá de cómo usted piense, Jesús nos dice que debemos estar preparados para el fin del mundo. Él dice: «Cuando sepan de guerras y de revoluciones, no se asusten…». ¿Qué? ¿Qué dijo? ¿Escuché bien? Primero nos dice que las grandes ciudades serán destruidas, y que habrá falsos profetas que harán predicciones falsas. Y ahora también dice que los desastres naturales y los conflictos por causa del pecado serán cosa común. ¿¡Y después de darnos todas esas advertencias, Jesús dice: «no se preocupen por esto»!? ¿Acaso Jesús está diciéndonos que no nos preocupemos por el Día del Juicio final? Pues la verdad es que sí. No debemos preocuparnos ante la idea del Juicio Final. Aquí es donde Lutero volvió a ser sensato, y dijo: «Dios no es un Dios de tristezas o de muerte, pero el diablo sí lo es. Cristo es un Dios de alegría, y por eso las Escrituras continuamente dicen que debemos alegrarnos… El cristiano debe y puede ser una persona alegre».

    Me encanta cuando Lutero se expresa así. Los cristianos DEBEN y PUEDEN ser alegres… Si hay algo que no soporto, es un cristiano que no es alegre. Ahora, si le preguntara: ‘¿Cuál es el versículo más corto de la Biblia?’, estoy seguro que muchos responderían correctamente Juan 11:35, donde dice: «Jesús lloró». Pero si preguntara: ‘¿Cuál es el versículo más corto en la Biblia griega?, muchos se quedarían pensando. De hecho, no es Juan 11:35. ¿Sabe cuál es? Se encuentra en 1 Tesalonicenses 5:16, donde dice: «Regocíjense siempre». Dos versículos bien cortos que harían un maravilloso sermón: Jesús lloró para que nosotros nos regocijemos eternamente. Así es. Jesús lloró cuando nació en aquel establo de Belén; lloró el sufrimiento causado por nuestros pecados; lloró cuando su amigo Lázaro murió; lloró porque sabía que Jerusalén, la ciudad amada, sería destruida. Jesús lloró para que sus hijos pudieran regocijarse eternamente.

    Gracias a que Jesús lloró, nosotros podemos alegrarnos eternamente porque sabemos que él ha perdonado nuestros pecados y nos acompaña en todo momento. Podemos alegrarnos eternamente porque sabemos que cualquiera que ha muerto en el Señor disfruta del paraíso eterno. Podemos alegrarnos eternamente porque sabemos que, cuando llegue el Día del Juicio final, estaremos con nuestro Redentor en el paraíso. Allí, en la beatitud eterna, Dios enjugará para siempre cada lágrima de nuestros ojos y no habrá más muerte, ni llanto, ni dolor, y todo lo viejo pasará y será hecho nuevo» (Ap. 21:4).

    Soy consciente que, si miramos detenidamente a las iglesias de nuestros días, muchas de ellas no se caracterizan por vivir en un «regocijo continuo». Es más, la mayoría de la gente piensa que los cristianos somos demasiado serios, lo cual no sólo no es cierto, sino que tampoco es bueno. Hace unos cuantos años, la revista Newsweek hizo una encuesta en la que preguntaba: «¿Qué actividades quisiera tener en el cielo?» El 74% de los encuestados dijeron que esperaban gozo y risas en el cielo. Sólo un 26% dijo que en el cielo no habría risas. Casi por instinto, las personas relacionan a Jesús con gozo y alegría. Quienes estudian la Biblia saben que eso es cierto, así como también es cierto que los adversarios de Jesús eran negativos. Los demonios que Jesús encontró y expulsó eran negativos, pero los seguidores de Jesús, en cambio, se gozaban. La iglesia cita con frecuencia a un patriarca que dijo: «La sangre de los mártires es la semilla de la iglesia». Eso es verdad… pero también es verdad que el gozo de los cristianos es el imán de la iglesia. Lamentablemente, esto se está viendo cada vez menos.

    Sin embargo, hubo un tiempo en que el gozo definía a los que eran salvos en Cristo. La evidencia está en la Biblia. Refiriéndose a los que fueran perseguidos por ser cristianos, en Mateo 5:12 Jesús dijo: «alégrense y estén contentos, porque grande es su recompensa en el cielo». Cuando el apóstol Pablo estaba en prisión enfrentando su posible ejecución, escribió a los filipenses (2:17-18): «Y aunque mi vida fuera derramada sobre el sacrificio y servicio que proceden de su fe, me alegro y comparto con todos ustedes mi alegría. Así también ustedes, alégrense y compartan su alegría conmigo». Y cuando el apóstol Pedro escribía a las iglesias nuevas dispersas a lo largo del Imperio Romano, dijo: «Esto es para ustedes motivo de gran alegría, a pesar de que hasta ahora han tenido que sufrir diversas pruebas por un tiempo» (1 Pedro 1:6).

    Ni Pedro ni Pablo estaban bromeando. El pueblo de Dios debe alegrarse eternamente… debe gozarse siempre… debe alegrarse aun cuando sufre pena o pasa por pruebas, aun cuando el fin del mundo parece inminente. El cristiano debe ser como las mujeres que fueron a la tumba de Jesús aquel primer domingo de resurrección, aunque después de oír al ángel decir que Jesús estaba vivo, el texto dice: «se alejaron a toda prisa del sepulcro, asustadas». Entendemos su temor como algo natural, pero el pasaje sigue diciendo: «las mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro, asustadas PERO MUY ALEGRES». La iglesia primitiva tuvo gozo… el gozo que viene de saber que no hay más condenación gracias al Redentor resucitado.

    Y no crea que este gozo estuvo limitado sólo a los apóstoles que anduvieron con Jesús y lo conocieron personalmente. En el año 107, Ignacio, un discípulo del apóstol Juan, era obispo en la ciudad de Antioquía. Durante los tiempos de la persecución, unos soldados romanos fueron a arrestarlo. Los que describen el evento dicen que «con gozo extendió sus miembros para ser encadenado». Ignacio fue llevado a Roma donde fue juzgado por ser cristiano, un cargo que les fue fácil comprobar y declararlo culpable. Sentenciado a muerte, Ignacio fue echado a un foso de leones hambrientos. No sé cómo nos sentiríamos usted y yo si nos dijeran que seremos devorados por unos leones, pero los que presenciaron el juicio de Ignacio dicen que él respondió: «Con gozo recibiré a las bestias que me echen encima».
    Poco después, dos leones lo devoraron en el anfiteatro de Flavio. Pero Ignacio es sólo un ejemplo de muchos cristianos que se gozaban en el Señor siempre.

    Existen muchas historias que hablan de este gozo. En el año 203, cinco estudiantes de la fe cristiana en Cartago nunca completaron su instrucción, pues fueron arrestados y encarcelados. Todos ellos, incluyendo una joven llamada Perpetua, fueron sentenciados a muerte. La noche en que fueron condenados, ella escribió: «Después que el juez nos condenara a las fieras, regresamos alegremente a nuestra prisión». ¡Alegremente! Los que escribieron acerca de su muerte, reportan que al día siguiente Perpetua se fue al cielo cantando un Salmo de victoria. Nos adelantamos otro siglo y medio más en la historia, y nos encontramos con el Emperador romano Valeriano haciendo lo imposible para aniquilar a la cristiandad. Valeriano autorizó una orden de arresto en contra de un prominente líder cristiano llamado Laurencio. Cuando Laurencio se enteró que le buscaban, los que documentaron los acontecimientos nos dicen: «Se llenó de gozo y repartió sus bienes entre los pobres». Durante su juicio, Laurencio se negó a renunciar a su fe y, como castigo, fue desnudado y colocado en una parrilla grande sobre una pila de carbones encendidos, donde lo asaron vivo. Después de sufrir un largo tiempo en silencio, Laurencio por fin habló y, dirigiéndose al juez con una sonrisa y en tono alegre, dijo: ‘Denme la vuelta, este lado ya está suficientemente asado'».

    Con tanto gozo cristiano, no nos sorprende que los sacerdotes y la gente del mundo antiguo se preocuparan tanto cuando oían que los seguidores de Jesús habían llegado a sus puertas, y que otras religiones se disgustaran al oír que los cristianos habían llegado a su ciudad. Tanto los judíos como los gentiles ponen esos temores en palabras al decir: «¡Estos que han trastornado el mundo entero han venido también acá!» (Hechos 17: 5-6). Así como éstas, existen cientos de historias de regocijo eterno en cada época y en cada país… aún aquí en el nuestro.

    Lamentablemente, no hay muchos cristianos que ‘se regocijan siempre’ como debería ser, y la causa es que el diablo es muy listo y en los últimos años ha cambiado sus tácticas. Siempre que Satanás persigue a los cristianos nuestros números crecen, así que dejó de perseguirnos y comenzó a reírse de nosotros. Es duro aguantar la risa de otros, especialmente la de Satanás. Muy lentamente, los cristianos comenzamos a creer que el mundo sabe cómo divertirse y nosotros no. Comenzamos a creer que el mundo está centrado, y nosotros no. Comenzamos a creer que el mundo tiene todas las respuestas, y nosotros no. Muchos de nosotros nos cansamos, nos dimos por vencidos, tomamos una actitud defensiva, y dejamos de regocijarnos en todo momento.

    Hace unos años escuché la historia de un profeta que fue a Sodoma y Gomorra con la esperanza de poder salvar esas ciudades. Predicó su mensaje a gritos en los mercados y lo compartió en las calles diciendo: «Hombres y mujeres, lo que hacen está mal y les va a traer muerte y destrucción». A pesar que las personas se le burlaban, él siguió gritando su mensaje. Un día, un niño lo paró y le dijo: «Pobre profeta, ¿no ve que no logra nada?» «Ya lo sé», dijo el profeta. «Entonces, ¿por qué sigue gritando?» El profeta respondió: «Al principio estaba convencido que los podría cambiar. Ahora grito porque no quiero que me cambien a mí». Lamentablemente, muchos cristianos ya han sido cambiados por el mundo; han sido engañados por el diablo, y han caído víctimas de los consejos de Satanás.

    Fíjese detenidamente. ¿Cuántos políticos van a tener que ir a la cárcel, hasta que nos demos cuenta que el poder no cumple sus promesas? ¿A cuántas estrellas de cine, música, y televisión tendremos que ver entrando en clínicas de rehabilitación antes que nos demos cuenta que la fama los acabó? ¿A cuántas familias de millonarios tendremos que ver destruirse antes que sepamos que el amor al dinero nos dejará espiritualmente pobres? ¿Cuántos estudiantes fracasados tendremos que ver antes que comprendamos que la educación sin valores morales es insuficiente? La felicidad del mundo sin Jesús es falsa y totalmente artificial.

    Mis amigos, si su corazón está quebrantado, escuche las palabras que dijo el ángel de la Navidad: «Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo» (Lucas 2:10). Si usted se siente solo aunque esté rodeado de gente, escuche la oración de Pablo: «En todas mis oraciones por ustedes, siempre oro con alegría» (Filipenses 1:4). ¿Vive usted de preocupación en preocupación? ¿Le angustia llegar al final de su vida, o al fin del mundo? No se angustie más. Escuche lo que dice en Colosenses 1:9-13: «Pedimos que Dios les haga conocer plenamente su voluntad con toda sabiduría y comprensión espiritual, para que vivan de manera digna del Señor, agradándole en todo. Esto implica dar fruto en toda buena obra, crecer en el conocimiento de Dios y ser fortalecidos en todo sentido con su glorioso poder. Así perseverarán con paciencia en toda situación, dando gracias con alegría al Padre. Él los ha facultado para participar de la herencia de los santos en el reino de la luz. Él nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de pecados.» Y a esto yo agregaría que también Dios nos ha dado la capacidad este día, y todos los días hasta el día del juicio final, para alegrarnos continuamente.

    Si el gozo de Jesús es algo que usted quiere conocer, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.