PARA EL CAMINO

  • Entre Lutero y Melanchton

  • octubre 25, 2020
  • Prof. Marcos Kempff
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Salmo 46:1-2
    Salmo 46, Sermons: 1

  • El esfuerzo de Lutero y Melanchton por reformar la doctrina y prácticas de la Iglesia a fin de que ella fuera fiel a Cristo y a las enseñanzas bíblicas encontró resistencia y rechazo. Pero, a pesar de ello, se mantuvieron unidos para divulgar y promover el redescubrimiento del Evangelio, la obra de la gracia de Dios en Cristo a través del mensaje bíblico.

  • Saludos. Hoy traigo un mensaje de consuelo y esperanza, especialmente en estos tiempos de tanta incertidumbre, ansiedad y temor. Es mi profundo agrado compartir contigo palabras de paz que recibimos de Cristo Jesús, que nos devuelven el gozo de vivir.

    Mi nombre es Felipe Melanchton y, si bien soy una persona poco conocida, hoy salto de las páginas de la historia para hablarte de Martín Lutero, el gran reformador de la Iglesia, de quien tuve el privilegio de ser amigo y colaborador.

    En esta época del año recordamos lo que ocurrió en la Reforma. Por eso considero importante reiterar el mensaje que, desde esa época, nos ayuda a confiar en el amor inmerecido de Dios por nosotros y a meditar en lo que ello significa para nuestra vida. Hago esta declaración a fin de que conozcas aún más de cerca a Jesús, su Hijo, el Salvador del mundo. Para mí es importante confesar que Jesucristo es mi Señor y Salvador, porque no siempre fue así confesado.

    En mi tiempo, y estoy hablando de hace 500 años, de alguna manera la iglesia que Cristo había fundado había llegado al punto de complicar con muchas exigencias el mensaje de salvación. Fui testigo, por ejemplo, de la venta y compra del perdón de pecados para poder asegurar un lugar en el cielo. Tanto se habían desviado de la Palabra de Dios las enseñanzas de la Iglesia, que las personas vivían con un vacío espiritual porque no sabían cómo llegar a Dios ni cómo confiar en sus promesas.

    Fue por ello que la protesta de Martín Lutero ante tales abusos me llamó la atención. Así es que me uní al movimiento de Lutero para devolverle a la Iglesia la verdad del Evangelio de Cristo, o sea, la salvación solo por fe a través de la gracia de Dios, claramente establecida en la Palabra de Dios.

    Pero más que hablar de Lutero y de nuestra amistad, necesito contarles que Dios actuó en nuestras vidas por medio de su gran amor, para hacernos instrumentos de su bondad, paz y esperanza.

    Quiero advertirte que lo que voy a decir va a cambiar tu manera de ver a Dios. Y esto es bueno. Porque me imagino que, así como en mi día, también hoy muchas personas e iglesias confunden el significado de la gracia de Dios, la razón de la Biblia y la fe en Cristo que nos aseguran el perdón de pecados, la bendición de Dios y la vida eterna.

    El esfuerzo por reformar la doctrina y prácticas de la Iglesia a fin de que ella fuera fiel a Cristo y a las enseñanzas bíblicas encontró resistencia y rechazo. Pero, a pesar de ello, nos mantuvimos unidos para divulgar y promover el redescubrimiento del Evangelio, la obra de la gracia de Dios en Cristo a través del mensaje bíblico.

    Inspirado por mi amigo Martín, tuve el privilegio de redactar un documento donde nuestra confesión de fe fue basada en la Palabra de Dios. Aunque Lutero no pudo estar presente, este documento fue leído y defendido ante autoridades civiles y eclesiásticas. Hasta el día de hoy, ese documento establece claramente lo fundamental de nuestra fe cristiana, como lo afirma San Pablo en su carta a los creyentes en Éfeso: «Pero Dios, cuya misericordia es abundante, por el gran amor con que nos amó, nos dio vida junto con Cristo, aun cuando estábamos muertos en nuestros pecados (la gracia de Dios los ha salvado), y también junto con él nos resucitó, y asimismo nos sentó al lado de Cristo Jesús en los lugares celestiales, para mostrar en los tiempos venideros las abundantes riquezas de su gracia y su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Ciertamente la gracia de Dios los ha salvado por medio de la fe. Ésta no nació de ustedes, sino que es un don de Dios; ni es resultado de las obras, para que nadie se vanaglorie. Nosotros somos hechura suya; hemos sido creados en Cristo Jesús para realizar buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que vivamos de acuerdo con ellas» (Efesios 2:4-10).

    Ese documento se llama la Confesión de Augsburgo y data del año 1530. Hasta el día de hoy, la Confesión de Augsburgo sirve para encontrar en las Sagradas Escrituras la verdad acerca de Jesucristo: su vida, muerte, resurrección y ascensión. ¿Por qué? Porque Él es nuestro Señor y Salvador. Por eso, a través de los siglos, esta Confesión de fe ha servido como defensora de las doctrinas principales de la Palabra de Dios. Nuestra fe se basa total y exclusivamente en Jesucristo, nuestro Salvador. Por fe en Él y únicamente en Él, y por la gracia de Dios, recibimos la bendición del perdón de los pecados, la motivación para amar y servir a otros como hijos llamados de Dios y la promesa de la vida eterna. La Biblia nos revela claramente estas verdades. No hay otra verdad fuera de las Sagradas Escrituras.

    La historia ha sido generosa tanto con mi amigo Martín Lutero como conmigo, diciendo que fuimos valientes al permanecer firmes en las verdades de Cristo Jesús en un tiempo de incertidumbre, adversidad y controversia. Esto es, gracias al amor de Dios, un testimonio de confesar la fe de Cristo ante todo el mundo.

    Pero ahora, basado en lo que he compartido contigo, es necesario hacerte la pregunta: Y tú, ¿qué crees?

    Mientras meditas en tu respuesta, quiero compartir contigo algo que Martín me dio para que enseñara en mi hogar a los miembros de mi familia con respecto a lo que creemos acerca de Jesús, el Salvador:


    Creo que Jesucristo, verdadero Dios engendrado del Padre en la eternidad, y también verdadero hombre nacido de la virgen María, es mi Señor, que me ha redimido a mí, persona perdida y condenada, y me ha rescatado y conquistado de todos los pecados, de la muerte y del poder del diablo, no con oro o plata, sino con su santa y preciosa sangre y con su inocente pasión y muerte; y todo esto lo hizo para que yo sea suyo y viva bajo él en su reino, y le sirva en justicia, inocencia y bienaventuranza eternas, así como él resucitó de la muerte y vive y reina eternamente.

    Y creo que ni por mi propia razón, ni por mis propias fuerzas soy capaz de creer en Jesucristo, mi Señor, o venir a él; sino que el Espíritu Santo me ha llamado mediante el evangelio, me ha iluminado con sus dones, y me ha santificado y conservado en la verdadera fe, del mismo modo como él llama, congrega, ilumina y santifica a toda la cristiandad en la tierra, y la conserva unida a Jesucristo en la verdadera y única fe; en esta cristiandad él me perdona todos los pecados a mí y a todos los creyentes, diaria y abundantemente, y en el último día me resucitará a mí y a todos los muertos y me dará en Cristo, juntamente con todos los creyentes, la vida eterna. Esto es con toda certeza la verdad. (Del Catecismo Menor de Lutero, explicaciones al segundo y tercer artículo del Credo Apostólico).

    Yo, Felipe Melanchton, afirmo, por la gracia de Dios, que esto es con toda certeza la verdad. A través de la historia, Dios nos ha recordado y bendecido constantemente con su Palabra, con su presencia y con todo lo que ha hecho por nosotros. Todas las promesas de Dios se cumplen y se hacen realidad en su Hijo Jesucristo. Esto es el Evangelio de Jesucristo: con su vida, muerte y resurrección, Cristo lleva a cabo la redención y restauración para todos nosotros. Dios nos da todo esto de pura gracia, porque nos ama.

    Este Evangelio no es simplemente un mensaje agradable para los cristianos: es el mensaje universal tanto para los creyentes como para los no creyentes. Por lo tanto, nuestra enseñanza siempre debe dirigirse a él, porque cada día necesitamos el poder salvador de Cristo.

    Como de seguro has notado, y así como sucedió en mis días, los seres humanos sufrimos de amnesia. O, peor aún, no le prestamos atención a Dios y su Evangelio. A menudo le damos la espalda y, en rebeldía, nos creemos tan sabios como para vivir de acuerdo con nuestras propias ideas, olvidando que en el centro de nuestra identidad yacen nuestra fe, nuestra comunidad, nuestras enseñanzas, y nuestras relaciones. Estar centrados en el Evangelio significa que creer y seguir a Jesucristo, su Hijo, es lo más importante en nuestra vida. Significa vivir con una dependencia continua en el Evangelio que nos libera y nos protege de una religiosidad errada, de ser seducidos y abrumados por engaños, abusos, incertidumbres y temores.

    El vivir centrados en el Evangelio es la manera más explícita de afirmar que estamos centrados en Cristo por la gracia de Dios. Significa que tenemos un nuevo anhelo, pero lleno de paz, de profundizar en la persona y obra de Cristo. Significa que las buenas noticias de lo que Cristo hizo en la cruz son nuestra principal ambición y nuestra mayor motivación. Significa que Jesús es nuestra mayor esperanza y gloria, nuestro mayor deseo y gozo, nuestro clamor más íntimo, nuestra canción más apasionada.

    Yo, Felipe Melanchton, afirmo que el Evangelio de Jesucristo nos da consuelo, paz y esperanza, nos define como personas, nos une como hermanos y nos envía como pueblo de Dios en una misión de amor al mundo que nos rodea.

    Yo, Felipe Melanchton, reitero mi profundo agrado de compartir contigo estas palabras de vida.

    Oremos: Amado Dios, gracias por habernos salvado y hechos tus amados hijos. Danos siempre la oportunidad y el valor de dar testimonio de las verdades que conocemos por medio de tu Santa Palabra. Guárdanos y defiéndenos, en tu amor, de todo mal y peligro. Presérvanos en la fe verdadera y mantennos en ferviente amor unos por otros. Te lo pedimos en el nombre de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. Amén.

    Si de alguna manera podemos ayudarte a reafirmar tu vida en el Evangelio de Jesucristo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.