PARA EL CAMINO

  • Envíame a mí

  • junio 3, 2012
  • Rev. Dr. Gregory Seltz
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Isaías 6:1-8
    Isaías 6, Sermons: 1

  • La historia de Isaías es una historia de transformación… la transformación de una persona común y corriente que, de pronto, se convierte en héroe. ¿Será que lo mismo nos puede pasar a ti y a mí?

  • No sé si prestas atención a las finales del campeonato profesional de básquetbol de los Estados Unidos que se están jugando en estos momentos. Pero si sigues ese deporte, seguramente conoces el nombre Jeremy Lin. Lin, un jugador profesional de básquet de los Knicks de Nueva York, al principio de la temporada no era más que un suplente. Es más, los Knicks estaban a punto de deshacerse de él, lo cual iba a poner fin a su carrera como jugador profesional… hasta que un jugador clave del equipo se lastimó, y Lin lo remplazó. El resultado: Lin no sólo jugó bien, sino que arrasó con todo, haciendo que los Knicks obtuvieran victoria tras victoria. De la noche a la mañana Lin pasó de ser un don nadie, a una estrella nacional, y de creer que no servía para nada, se convirtió en el líder de su equipo.

    La historia del éxito de Lin suena muy similar a la del profeta Isaías en la lectura bíblica para hoy. El mismo profeta que estuvo dispuesto a contestar el llamado de Dios, el que dijo: ‘Aquí estoy, Señor, estoy dispuesto a ir donde tú quieras enviarme’, apenas unos momentos antes había dicho que, debido a su pecado, estaba arruinado, y que ‘pobre de él’, que era ‘hombre muerto’. Isaías sabía que era un suplente indigno de vivir. Sabía que era pecador, sabía que, ante la santidad de Dios, era una persona impura. Sin embargo, sucedió algo que cambió todo eso, porque de pronto aparece con una nueva actitud y pasa de decir: «pobre de mí’, a declarar con convicción: «Aquí estoy, envíame a mí.» De estar en la ‘ruina’, Isaías de pronto pasó a estar ‘redimido y restaurado’.

    Pero, ¿cómo, y por qué? ¿Será que lo mismo nos puede pasar a ti y a mí? ¿Será que al igual que Isaías podemos decir: «Oí la voz del Señor que decía: ‘¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?’ Y yo respondí: ‘Aquí estoy yo. Envíame a mí?'»

    La historia de Isaías es una historia de transformación… y a todos nos gustan ese tipo de historias, como la historia de la Cenicienta, donde un ‘don nadie’ pasa a ser alguien importante, donde una persona común y corriente, de pronto se convierte en héroe. Pero, ¿existen este tipo de historias en la vida real, o son solamente ilusiones que nos hacemos o que leemos en los libros de cuentos?

    La más grande historia de transformación de todos los tiempos es la de Jesucristo. Pensemos en él por un momento. Hace dos mil años fue crucificado un día viernes. Desde la cruz, y en medio de su agonía, gritó a Dios: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», y luego exhaló su último suspiro. Si alguien tenía derecho a decir: ‘pobre de mí’, ése era Jesús colgado en la cruz y olvidado por Dios el Padre por los pecados que él no había cometido.

    Ni bien murió, todas las personas que presenciaron su sufrimiento creyeron que su historia se había terminado. Sin embargo, en la mañana del domingo ¡Jesús resucitó de los muertos! La suya fue una transformación milagrosa que venció la oscuridad y la muerte, que superó el pecado y la culpa por ti y por mí. En la vida, muerte y resurrección de Jesús, Dios establece la victoria de la vida eterna para todos los que creen en él. Jesús es quien nos saca del sufrimiento, la desesperanza, y el fracaso que nos sumergen en el «pobre de mí», y nos lleva a la gracia restauradora que nos permite decir: «¡Aquí estoy! ¡Envíame a mí!» Gracias a Cristo, nuestras vidas han sido rescatadas del pecado y la ruina, y transformadas por la gracia, la redención y la restauración de Dios.

    La historia de la transformación y restauración de Jesús ha resonado en la vida de las personas a través de los siglos por todo el mundo. Es una historia poderosa de transformación no sólo de Jesús, sino también de todas las personas que depositan su fe en él. Pero, ¿qué de mí? No me siento con la alegría de la mañana del domingo de resurrección. Más bien, me siento con la tristeza del Viernes Santo. Un momento parece como que pudiera tocar el cielo con las manos, y de pronto algo sucede y siento como que el mundo se me viniera abajo.

    Todos pasamos por momentos en los que nos preguntamos si es posible tener una transformación así en nuestra vida, si es posible pasar de la ruina y la desesperación, a la redención y la alegría de la restauración. ¿Alguna vez te has preguntado si es posible que tu vida sea transformada de esa manera? Bueno, si tal «transformación» dependiera de ti, sería un deseo inalcanzable. Pero no es así. La transformación no la hacemos nosotros, sino Dios a través de Jesús. Él hace todo lo que es necesario para transformar tu realidad de tal manera que en vez de decir: «pobre de mí», puedas exclamar con alegría: ‘¡Aquí estoy! ¡Envíame a mí!’

    La transformación que Dios quiere para tu vida no depende de tus esfuerzos, ni de que seas bueno o que tengas ciertas cualidades. Porque no hay ninguna cualidad humana que sea suficiente para alcanzar la victoria que Dios quiere que tengamos tanto ahora, como en la eternidad. Justamente, cuando nuestros propios esfuerzos fallan ante los desafíos de la vida en este mundo pecador, es cuando el poder de la Palabra transformadora de Dios puede demostrarse y actuar en nosotros y a nuestro favor.

    Fijémonos en lo que sucedió con el profeta Isaías en el texto para hoy. Isaías era una persona común y corriente, como tú y yo, y era consciente de sus puntos débiles, sus fracasos, y su insignificancia. Un día, Dios se le apareció a Isaías. El Señor estaba sentado en su trono, en la gloria y la grandeza del cielo. Estaba rodeado por sus ángeles, quienes cantaban acerca de su perfección y esplendor, diciendo: «¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos! ¡Toda la tierra está llena de su gloria!» Ante esto, Isaías se vio enfrentado cara a cara con su propia pequeñez e imperfección, y en respuesta, dijo: «‘¡Ay de mí! ¡Soy hombre muerto! ¡Mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos, aun cuando soy un hombre de labios impuros y habito en medio de un pueblo de labios también impuros!'»

    ‘¡Ay de mí!’ Probablemente no utilices exactamente las mismas palabras, pero sé que hay momentos en los que tú también te sientes así. Te sientes perdido porque las cosas no te han salido como las tenías planeadas. Quizás te has desviado del camino decepcionando a seres queridos, o te han decepcionado ellos a ti. Quizás te sientas, al igual que Isaías, como una persona de ‘labios impuros’. ¿Qué quiso decir? No era simplemente una persona que había cometido algunos errores. Quizás recién ahora se había dado cuenta de cuánto se había olvidado de Dios. Quizás recién ahora se había dado cuenta del peso y la magnitud de su pecado, que lo había llevado a concentrarse sólo en sus propios deseos, en sus propios planes, en su propio sufrimiento, dolor, y problemas. Al igual que nosotros, Isaías aprendió que, cuando uno trata de descifrar y resolver la vida por uno mismo, no deja lugar para Dios.

    ‘¡Pobre de mí!’ Quizás así te estés sintiendo en esos momentos. Quizás te sientas inútil, triste, frustrado, como que no le importas a nadie. O quizás sientas como que eres un fracaso o una decepción. Quizás sientas como que no encuentras tu lugar, y pienses que la vida no tiene sentido. Si es así, amigo, no pierdas la esperanza, porque Dios sigue estando en control del mundo, y en este mismo momento está actuando a tu favor. Aun en este momento, tu historia es una historia de transformación en él.

    Eso es exactamente lo que Isaías aprendió. Cuando estaba parado indefenso delante del Dios Santo, un ángel voló hacia él y le tocó los labios con un carbón encendido que había tomado del altar del cielo, y le dijo: ‘Con este carbón he tocado tus labios, para remover tu culpa y perdonar tu pecado.’ El toque santo de Dios cambió el corazón de Isaías. Su presencia ante Dios de pronto se convirtió en algo nuevo. Sus éxitos o fracasos, sus talentos o deficiencias ya no importaron más. Dios se había acercado a él, y le había cambiado la vida.

    Esa también es tu historia, querido amigo. Hoy Dios se te acerca a ti a través de su Hijo Jesús. Jesucristo, el Hijo eterno de Dios, dejó la gloria del cielo para venir a la tierra a pelear la batalla contra el pecado, la muerte y el diablo, las fuerzas de la aflicción en este mundo. Y en esa batalla Jesús dio su vida. El Hijo de Dios fue clavado a la cruz con todo el dolor, el fracaso, el sufrimiento, el pecado y la desesperanza del mundo. Él cargó sobre sí la aflicción de toda la humanidad, y por nosotros entregó su vida. Y cuando se levantó de los muertos, luego de vencer a los enemigos que querían destruir tu vida y la mía, escribió nuestra historia de transformación. Es por todo esto que hoy, gracias a él, tenemos vida nueva. El éxito de tu vida y la mía no se debe, entonces, a lo que tú o yo somos o hemos hecho, sino a lo que Cristo ha hecho por ti y por mí, cambiando nuestros corazones y vidas por su gracia.

    Es por ello que la Biblia dice: «De modo que si alguno está en Cristo, ya es una nueva creación; atrás ha quedado lo viejo: ¡ahora todo es nuevo!» (2 Corintios 5:17).
    Jesús transforma tu vida dolorosa y sin sentido que te hace decir: ‘¡Pobre de mí!’, en una vida nueva, perdonada y con propósito que declara: ‘¡Aquí estoy yo! ¡Envíame a mí!’ De la ruina a la redención, tus pecados son perdonados. Tu culpa es removida. No estás solo. Tu dolor recibe su respuesta de consuelo. Tu desesperanza ha sido conquistada por Aquél que es esperanza. Tu vida es una historia de transformación porque Dios te llama por tu nombre en tu bautismo. Él toca tu corazón con el carbón encendido de su gracia. Jesús te ofrece hoy su vida a través de su Palabra viva y transformadora.

    Me imagino cómo se habrá sentido Jeremy Lin cuando, en ese primer partido, el director técnico lo llamó del banco de suplentes para que saliera a jugar. Sin embargo, por más grande y emocionante que sea, no se puede comparar a cuando Dios, gracias a Jesús, te llama a ti a que participes del juego de la vida eterna. Porque en él has sido rescatado y has recibido la vida eterna que puedes empezar a vivir hoy mismo. En él tienes ahora un propósito en la vida, más allá de las circunstancias que te toquen vivir. Gracias a él tienes un mensaje de esperanza para compartir con otros, el mensaje transformador del amor de Dios en acción por la humanidad. Imagínate lo que es ser bendecido por Dios para bien de los demás. Imagina todo lo que esa esperanza verdadera puede hacer cuando es liberada para que muchos más la puedan recibir en medio del pecado con que vivimos en este mundo.

    La esperanza verdadera liberada en el mundo puede cambiar muchas cosas… ahora, y para la eternidad. El primero de marzo de 1974, Charles Colson fue acusado de haber sido parte del encubrimiento de la conspiración del escándalo de Watergate. Su caída, de ser uno de los hombres más poderosos de los Estados Unidos a un preso en una penitenciaría del Estado de Alabama, apenas había comenzado. Se encontraba en el punto más bajo de su vida, desde donde sólo podía decir: ‘pobre de mí, estoy arruinado’. Sin embargo, mientras estaba en la cárcel, el Señor tocó su vida de una manera profunda, y conoció a Jesús. A partir de ese momento comenzó a darse cuenta de la falta de esperanza y de la desesperación que existían no sólo en su vida, sino en la vida de las demás personas, especialmente en la de los otros presos. Hacia el final de su sentencia, cuando ya le faltaba poco para salir en libertad, un preso de nombre Archie, le dijo: «Colson, dentro de poco vas a salir. ¿Qué vas a hacer por nosotros cuando estés en libertad?» Todos los ojos se fijaron en él, esperando su respuesta. Entonces, quien en su momento había sido uno de los hombres más poderosos del país, y ahora era seguidor de Jesucristo, dijo: «De alguna forma voy a ayudarles. Nunca los voy a olvidar, ni a ustedes, ni a este lugar espantoso.» Dios le había quitado el lamento: ‘pobre de mí’, y le había dado un propósito nuevo y eterno.
    Eso es lo que le sucedió a Isaías: Dios le cambió la vida; Dios le perdonó su pecado; Dios sacó a Isaías de la profundidad del ‘¡Pobre de mí!’, y lo llevó a una nueva vida con propósito. Cuando Dios vio el estado desesperado en que se encontraba el mundo, dijo: «‘¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?'» Entonces el recién perdonado y rescatado Isaías, respondió: «Aquí estoy yo. Envíame a mí.» Y así, habiendo sido llamado por Dios para ser su siervo, Isaías comenzó a transitar un camino nuevo.

    Esa es la transformación que Dios tiene preparada para ti y para mí hoy. ¿Te das cuenta que, a través de Jesús, Dios te ha rescatado del pecado y la culpa y te ha bendecido con una vida de gracia? ¿Te das cuenta que has sido redimido de la ruina de la condenación eterna y has recibido la alegría de la redención y restauración para esta vida y la venidera? ¿Puedes escuchar el llamado que Dios te hace a ser su siervo para el bien de los demás?
    Charles Colson no sabía cuánto iba a cambiarle la vida en la cárcel. No tenía idea que allí se iba a convertir en un discípulo de Jesús para bien de los demás. Al quedar en libertad, en vez de tratar de recuperar su puesto en el gobierno, comenzó una obra a la que llamó Confraternidad Carcelaria que hoy, 35 años después, se ha convertido en el ministerio evangélico en cárceles más grande del mundo, sirviendo en más de 113 países. Gracias a que Charles Colson dijo: ‘¡Aquí estoy yo! ¡Envíame a mí!’, la vida de miles y miles de personas ha sido transformada por la gracia de Dios.

    Eso es todo lo que se necesita… eso es, mi amigo, el propósito de Dios para tu vida. Él quiere utilizarte allí donde tú estás. Sólo espera que tú le digas: ‘¡Aquí estoy yo. Envíame a mí!’, para poder traer su esperanza redentora y restauradora y cambiar las vidas de muchos con su amor y su gracia. Las realidades de la vida nos golpean a todos. Pero quizás sea allí, en medio de esas realidades duras, en donde la esperanza y el amor de Dios se manifiestan con más poder.

    Dios nunca te va a defraudar. Él va a estar contigo en los momentos más oscuros, y también en las alegrías más intensas. Su cruz y su resurrección así lo aseguran. Hoy él te está llamando para que dejes el banco de suplentes y salgas a jugar con todo lo que tienes disfrutando de su presencia y compañía, y llevando su transformación a las personas que te rodean.

    Si de alguna forma podemos darte aliento para que puedas decir con convicción: ‘¡Aquí estoy yo. Envíame a mí!’, comunícate con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.