PARA EL CAMINO

  • Identidad equivocada

  • julio 12, 2009
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Marcos 6:14-16
    Lucas 4, Sermons: 5

  • Desde que Jesús vino al mundo, muchas personas han estado confundidas con respecto a su identidad. ¿Quién es Jesús? ¿Un sabio, o un charlatán?¿Maestro, o revolucionario? ¿El salvador del mundo, o el más grande impostor de la humanidad?

  • ¡Elvis vive! ¿Qué tal comenzar nuestro mensaje anunciando que Elvis, el cantante de rock, está vivo? Eso fue lo que alguien anunció el año pasado. La persona que lo dijo estaba totalmente convencida que había visto salir a Elvis de un estudio de grabación en Nashville. También dijo que Elvis llevaba puesto un abrigo largo, botas negras, y que su apariencia física era saludable. Este testigo estaba maravillado por haber presenciado, según dijo «… un milagro. «¡Elvis vive!.»

    Corriendo el riesgo de que me lleguen miles de cartas de protesta de parte de quienes realmente creen que «Elvis está vivo», voy a confesar que yo no creo en esa historia. ¿Que fue lo que realmente sucedió? Presumo que este fue otro caso de identidad equivocada… el testigo simplemente vio a alguien «parecido» a Elvis.

    De acuerdo a las noticias, Elvis no es la única persona muerta de la que se presume que pueda estar aún viva. Por muchos años hubo gente convencida que el Presidente Kennedy sobrevivió el ataque en Dallas y se encuentra protegido en algún hospital súper-secreto del gobierno. Quienes tengan edad suficiente quizás recuerden los rumores que decían que Adolfo Hitler estaba viviendo en una villa en las montañas de Suiza, o en Japón o Argentina.

    No me extrañaría que haya personas que digan haber visto a alguien que se parece al Presidente Kennedy o incluso a Hitler. Pero yo sigo presumiendo que son casos de identidad equivocada.

    Los casos de identidad equivocada son muy comunes. La Biblia menciona más de un incidente. La narración más importante para nuestro mensaje de hoy se encuentra en el capítulo seis del Evangelio de San Marcos. Aún cuando lo animo a que usted lo lea por sí mismo, a fin de ahorrar tiempo, permítame resumirlo. En la época del ministerio de Jesús, Herodes era el rey de Galilea. Como mucha gente, Herodes estaba enamorado. En circunstancias normales no hay nada de malo en que un Rey se enamore. En circunstancias normales. Pero el amor de Herodes estaba complicado por algunas circunstancias que estaban fuera de lo normal. Primero, Herodes estaba casado – casado con una Princesa cuyo padre comprensiblemente se ofendió cuando su hija fue abandonada como un zapato usado, viejo y arrojado sin misericordia a su puerta. La otra dificultad, para Herodes y su verdadero amor, un detalle casi insignificante, fue el hecho que su enamorada era su sobrina… y también su cuñada.

    De más está decir que Dios tuvo una impresión negativa del doble incesto de Herodes, y así se lo hizo saber. El Señor expresó su descontento por las tristes aventuras maritales de Herodes a través de Juan el Bautista, quien directa y repetidamente condenó la relación inmoral del rey. Como consecuencia, Juan terminó siendo encerrado en una cárcel de alta seguridad.

    A pesar de haber estado ciego de amor, Herodes todavía tenia suficiente visión como para ver que el Señor no aprueba a los monarcas que están en contra de sus profetas. Sabiendo que el Bautista había sido arrestado y sus comentarios silenciados, Herodes estaba contento: ya no tenía necesidad de hacer nada más, pues Juan simplemente permanecería en prisión hasta el día de su muerte… Ese era el plan de Herodes, y era un buen plan que podría haber dado resultado si no hubiera sido porque a Herodes, en el día de su cumpleaños, se le ocurrió hacer una promesa tonta y arrogante. En su equivocada escala de valores, Herodes consideraba una obligación sentimental mantener su palabra, por lo que, aún sin quererlo, ordenó que decapitaran a Juan.

    Esos hechos deberían haber cerrado el capítulo de Juan el Bautista, y su historia debería haber quedado en el olvido. Pero no fue así. Poco después que el cuerpo de Juan fuera enterrado, llegaron a oídos de Herodes las historias de alguien que predicaba con autoridad… de alguien que, como Juan el Bautista, llamaba a la gente al arrepentimiento y al reino de los cielos… de alguien que era capaz de dar vista a los ciegos, de hacer caminar a los paralíticos, y de devolver la vida a los muertos. Los curiosos se preguntaban: «¿Quién es éste?» Las respuestas propuestas fueron variadas. Algunos pensaron: «Es Juan el Bautista que ha resucitado de entre los muertos», idea que seguramente habrá aumentado el sentimiento de culpa de Herodes. Otros, más seguros, sugirieron que era el profeta Elías, o algún otro profeta de tiempos antiguos, y así siguieron las conjeturas. Herodes, por su parte, estaba convencido que era Juan el Bautista que había resucitado, y que seguramente iba a continuar con sus críticas.

    Ese fue un caso de identidad equivocada, pues el hombre que causaba tal revuelta no era ni Juan, ni Elías, ni ningún profeta del Antiguo Testamento. El hombre que habló con autoridad divina y realizó milagros era Jesús de Nazaret, el primo de Juan. Era comprensible que la corte de Herodes, así como otros (Mateo 16:14ss) estuvieran confundidos en cuanto a la identidad y propósito del Salvador. La gente siempre estuvo confundida con respecto a Jesús. ¿Era un sabio, o un charlatán? ¿Era amigo de la humanidad, o simplemente un fraude? Las personas se confunden. ¿Era el Cristo un maestro, o un alborotador? ¿Un salvador, o un engañador? ¿Era el redentor del mundo, o el más grande impostor de la humanidad?

    ¿Quién es Jesús? Herodes estaba equivocado en su opinión sobre el Señor, y a lo largo de los siglos otros han estado igualmente equivocados. ¿Quién es Jesús? Si él es el único camino para obtener el perdón de nuestros pecados y el único que lleva al cielo (y Él lo es), entonces debemos ser sabios y creer en Él. Por otro lado, si Él no es más que un increíblemente exitoso estafador, entonces debe ser inmediatamente destituido. ¿Quién es Jesús? ¿Quién cree usted que es Jesús? Yo creo que este no es el momento para más identidades equivocadas.

    ¿Quién es Jesús? Si le preguntara a usted lo que piensa acerca del Presidente de la Nación, o del Primer Ministro, en menos de un instante ya me estaría dando su opinión. En menos de un instante escucharía palabras de adulación y admiración, o de enojo y antagonismo, porque usted ya tiene una opinión formada sobre esas personas. Si le preguntara acerca de su suegra, o del policía que le dio un ticket, o del profesor que lo reprobó en el examen de matemáticas, o del cartero, o de su vecino, no le llevaría mucho tiempo decirme lo que piensa de ellos.

    Pero la pregunta para hoy es: «¿Quién es Jesús?» Y acerca de él no podemos darnos el lujo de equivocarnos de identidad. Quiero que entienda que no le estoy preguntando qué es lo que usted piensa de él como ‘maestro’. Incluso quienes tratan de ignorarlo admiten que enseñó como ningún otro hombre jamás lo ha hecho. Jesús tomó cosas simples, cosas como una perla, un hijo errante, o un forastero atento, y las rodeó con la verdad de Dios. Y lo hizo tan eficazmente, que nunca más miraremos una perla valiosa, o un hijo pródigo, o un buen samaritano, sin pensar en su mensaje. No, no le estoy preguntando qué piensa de Jesús como maestro, o médico, o filósofo. Le estoy preguntando, «¿Qué es lo que piensa usted de Jesús? ¿Es él su Salvador crucificado y resucitado?»

    Cuando uno quiere saber algo acerca de una persona, cualquier persona, la mejor forma de lograrlo es hablando con los que mejor le conocen. Por lo tanto, hagamos eso con respecto a Jesús. Sí, sí, ya sé, usted está pensando, «Si queremos una respuesta honesta, no podemos hablar solamente con los amigos de Jesús.» Estoy de acuerdo. Si hablamos solamente con los amigos de Jesús, no vamos a tener una respuesta equilibrada e imparcial, así que empecemos por hablar con los enemigos de Jesús, por ejemplo, los fariseos, pues ellos siempre encontraron faltas en lo que Jesús dijo o hizo.

    Preguntémosles: ‘Ya que ustedes son los pilares de la comunidad, quisiéramos que nos digan cuál es su mayor crítica de Jesús. La respuesta es rápida: «Ese hombre se juntó con pecadores». ¿Y ese es el mejor argumento que tienen? ¿Jesús asociado con pecadores? ¡Gracias a Dios que lo hizo! Si Jesús no se hubiera asociado con pecadores; si no se hubiera ofrecido como rescate y obtenido la redención para nosotros, ¿qué nos hubiera sucedido? Pero, espere, los fariseos aún no terminaron. Cuando se reunieron al pie de la cruz, retaron a Jesús diciéndole: «Jesús, tú has salvado a otros, ¿por qué no te salvas a ti mismo?» Nadie puede negarlo, si Jesús se hubiera bajado de la cruz y se hubiera ido, su misión de rescatar a la humanidad del pecado, la muerte y el diablo no se hubiera cumplido, y nosotros permaneceríamos inmersos en nuestro pecado.

    ¿A quien más deberíamos preguntar? Jesús tuvo más que suficientes enemigos como para escoger. Ahí, ahí esta Caifás, el «sumo sacerdote» del Sanedrín. Caifás, probablemente más que ninguna persona, fue responsable por la crucifixión de Jesús. Le preguntamos a Caifás: ¿Quién piensa usted que es Jesús? Caifás responde: «Jesús dijo que Él era el Hijo de Dios. Él blasfemó». (Mateo 26:65) Efectivamente, si esas palabras hubieran salido de la boca de cualquier mortal, habrían sido una blasfemia. Pero cuando Jesús lo dice, está diciendo la verdad. Jesús hizo cosas que sólo Dios puede hacer; a él se le asignaron nombres que sólo Dios merece; él tiene el poder y la autoridad que sólo Dios puede dar. Hablando del ministerio de Jesús, Pedro confesó: «Jesús, tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.» (Mateo 16:16) Y porque Jesús es el Hijo de Dios, fue capaz de vivir una vida perfecta, resistir tentaciones, cumplir con las leyes, y dar su vida como precio de rescate por nuestra redención.

    ¿Quién es Jesús? ¿Usted qué piensa? Pregúntele a Poncio Pilato, el procurador romano que presidió el juicio del Salvador. Él le dirá: «Jesús es una persona en quien no encontré falta.» (Juan 19:4) Pregúntele a Judas, quien traicionó a Jesús con un beso: «Judas, ¿qué piensas de Jesús?» La conciencia sucia del discípulo confesará: «la sangre de Jesús es inocente». Por algo fue que terminó ahorcándose… ¿Puede usted creerlo? Ambos, el juez y el traidor de Jesús, los que más ganarían degradando y difamando a Jesús, lo declararon libre de culpa, inocente de ninguna falta. Y así fue. Jesús, el único hombre inocente que existió en este mundo, fue sentenciado a muerte para que nosotros, los verdaderos culpables, podamos ser perdonados de nuestros pensamientos, palabras y acciones pecaminosas.

    ¿Quién es Jesús? ¿Usted qué piensa? No confundamos identidades cuando se trata de Jesús. Pregúntele al centurión que presenció la crucifixión. Cuando Pilato pronunció la sentencia, el centurión debía asegurarse que el mandato del gobernador fuera cumplido. El centurión había ordenado que la cruz fuera puesta en la espalda sangrante de Jesús; luego se había asegurado que los clavos fueran incrustados debidamente y que la espada atravesara a Jesús por el costado. Permítame preguntarle: «Centurión, usted estuvo allí; usted vio morir a Jesús y escuchó lo que él dijo. Díganos: ¿Quién es Jesús? ¿Usted qué piensa?» Escuche cuidadosamente lo que este endurecido soldado dice: «Verdaderamente, este hombre era el Hijo de Dios» (Mateo 27:54).

    Ha escuchado las concordancias de los enemigos de Jesús. Ellos dicen a una sola voz: «Jesús fue inocente de toda falta; el único cargo por el cual puede ser acusado es el de amar a los pecadores.»

    ¿Quién es Jesús? ¿Usted qué piensa? Hasta ahora hemos hablado con los enemigos de Jesús, así que ahora escuchemos a sus amigos. Cuando el hacha decapitó a Juan el Bautista, el profeta murió convencido de la confesión que había hecho en el río Jordán, cuando dijo: «Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29).

    Tomás, el discípulo que dudó, como la mayoría de la humanidad no pudo creer que Jesús había conquistado la muerte. Pero cuando fue confrontado por el Cristo resucitado y tuvo la oportunidad de ver las marcas de los clavos en las manos de Jesús y de poner sus dedos en su costado lacerado por la lanza, no pudo menos que confesar: «Mi Señor y mi Dios» (Juan 20:28).

    Saulo, quien una vez tratara de apagar las llamas de la fe persiguiendo y matando a los cristianos, dijo: «Este mensaje es digno de todo crédito y merece ser aceptado por todos: que Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero» (1 Timoteo 1:15). Los ángeles del cielo dicen que Jesús había venido a ser nuestro «Salvador, Cristo el Señor» (Lucas 2:11), pero si usted no quiere oír a los ángeles del cielo, escuche lo que los demonios del infierno gritan con fuerza: «…Jesús de Nazaret, ¿has venido a destruirnos? Yo te conozco y sé que eres el Santo de Dios» (Lucas 4:34).

    Amigos y enemigos, ángeles y demonios, todos han compartido lo que piensan del Salvador. Pero todavía hay una ultima voz que necesita ser oída: la voz de Dios. Pregúntele al Padre en el cielo: «¿Quién es Jesús? ¿Tú qué piensas de él?» En respuesta, su voz resuena desde el cielo diciendo: «Este es mi Hijo amado, a quien he elegido; escúchenlo» (Mateo 17:5).

    En este mensaje hemos dedicado gran parte del tiempo compartiendo las opiniones de quienes rechazaron a Jesús, y también las de quienes lo amaron. Ninguno de ellos está más entre nosotros; sus vidas ya se terminaron, sus carreras, para bien o para mal, ya fueron corridas. Pero usted y yo estamos todavía aquí, por lo que sólo queda por hacer una pregunta: «¿Qué es lo que usted piensa de Jesús? ¿Quién es él para usted?»

    Estando aquí frente al micrófono reconozco que entre ustedes hay algunos que están escuchando la historia de la salvación de Jesús por primera vez. Hay otros que después de escuchar este mensaje, nunca más serán animados a la salvación. A todos ustedes les quiero decir que Jesús, el Hijo de Dios, vino a este mundo con el único propósito de salvarles. Para salvarle a usted fue que Jesús resistió las tentaciones del diablo; para salvarle a usted fue que cumplió las leyes de Dios que nosotros quebrantamos; para salvarle a usted fue que se adueñó de nuestros pecados; para salvarle a usted murió en la cruz del Calvario. Y para demostrar a un mundo incrédulo que había cumplido con su propósito, al tercer día salió de la tumba. Jesús vive, y quiere que usted también viva. El Espíritu Santo llama a las personas a la fe. Él no quiere que nos confundamos de identidad con respecto a Jesucristo. Él quiere que usted lo conozca, y que crea en él como Salvador y Señor de su vida.

    Cuando Thomas Jefferson era Vicepresidente de los Estados Unidos, entró a un elegante hotel en Baltimore vestido con su ropa de granjero, sucia por haber estado trabajando, y pidió una habitación. El gerente, al ver cómo estaba vestido, lo ignoró. Unos pocos minutos después, alguien le dijo al gerente que se había equivocado en la identidad del hombre, y que acababa de ignorar al vicepresidente de los Estados Unidos. Inmediatamente, el gerente envió a un ayudante a buscar a Jefferson y ofrecerle no sólo una habitación, sino también todo lo demás que deseara. Después de escuchar al empleado de hotel, Jefferson, le contestó: «Dígale al gerente que aprecio sus buenas intenciones, pero si no tiene una habitación para un granjero polvoriento, tampoco tiene para el vicepresidente.» Identidad equivocada.

    ¿Quién es Jesús? ¿Usted quién cree que es? Jesús es mucho más que cualquier presidente, líder, profesor, científico, pastor, o familiar suyo. ¿Quién es Jesús para usted? Es mi oración y deseo que usted no cuestione la identidad de Jesús, y no dude ni niegue su sacrificio o resurrección. El niño de Belén, el Cristo de la cruz, el Salvador de la tumba vacía, es el único que puede corregir las desastrosas decisiones de la humanidad, nuestros odios, tonterías, errores, y pecados. Él es el único que puede borrarlos y sustituirlos con la gracia y salvación que compró con su propia sangre.

    ¿Quién es Jesús? ¿Quién es él para usted? Que por el poder del Espíritu Santo pueda usted unirse a Pedro y decir: «¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva» (1 Pedro 1:3). Amén.

    Si podemos ayudarlo a ver al Salvador con más claridad, por favor no dude en llamarnos, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones.