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PARA EL CAMINO
Si usted no está convencido de que Jesús fue el Salvador que Dios había prometido, ¿qué hace falta para que se convenza? ¿Qué hace falta para que usted crea que Jesús puede salvarle?
A menos de una milla de mi casa hay un cartel atractivo pero simple. Tan simple como el mensaje que anuncia. En letras grandes y gruesas de color negro, dice: ‘Imagine al mundo sin religión’.
La primera vez que lo vi, hice lo que sugería. Traté de imaginar un mundo sin religión, eliminando todas las cosas que la religión ha construido, tocado y transformado a través de los siglos. Debo confesar que no fue fácil y que no lo hice muy bien, porque cuando quise imaginar un mundo sin religión, me sentí totalmente abrumado. Fueron demasiadas las cosas que se me aparecieron en la mente que debían ser modificadas, eliminadas o borradas.
Por ejemplo, en la ciudad donde vivo, muchos de los hospitales, hogares para ancianos, y universidades, fueron fundados por organizaciones religiosas. La institución religiosa que auspicia este programa está compuesta por personas que dan de lo que tienen, para compartir al Salvador, y que también sirven como voluntarios en muchas partes del mundo. En el nombre del Redentor resucitado, estos voluntarios llevan materiales de escuela para niños que viven en pésimas condiciones en Méjico, o construyen un bote de pesca para una familia que perdió el suyo en el tsunami en Asia, o restauran el edificio de una iglesia saqueada durante décadas de persecución comunista, o preparan alimentos y dan consuelo a los afectados por un huracán.
‘Imagine al mundo sin religión’. En las últimas semanas he pasado muchas veces frente a ese cartel, y cada vez que lo hice traté de imaginar el mundo sin religión. Así pensé, por ejemplo, en las leyes que tenemos en este país. Muchas de ellas fueron creadas a partir de los principios bíblicos establecidos por el Dios Trino, quien reconoce el valor de cada persona. Es por ello que aquí no discriminamos entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres.
La historia mundial ha demostrado qué sucede cuando los líderes niegan la dirección, guía y bendición divina, prefiriendo elevar y enfatizar su propia sabiduría, su poder, y su visión humana. No hay que buscar muy lejos para darse cuenta lo que el estado puede llegar a hacer si la religión es eliminada. Un claro ejemplo de ello lo tenemos en lo que sucedió en la Alemania de los años ’30, cuando dominaban los nazis. Y este es sólo uno de los muchísimos ejemplos que podríamos nombrar.
Es cierto que hubo muchas veces en que ese mismo cartel me inspiró imágenes que no eran tan oscuras. Por ejemplo, me hizo pensar en todos los cristianos que he conocido a lo largo de los años y que han sido una bendición para mi vida personal. Especialmente, me hizo pensar en lo insignificante que hubiera sido mi vida, si mi padre y mi madre no hubieran sido cristianos.
También me hizo pensar en las señoras de las iglesias en las que serví como pastor, que infaliblemente preparaban y servían comidas para los deudos después de un funeral. En los amigos cristianos que se pasaban horas acompañando en silencio a los padres cuyos niños estaban gravemente enfermos. En los muchos buenos samaritanos que, en total anonimato y sin que nadie lo supiera, brindaban ayuda económica a los que estaban en dificultades. Los brillantes profesores y maestros cristianos que, a pesar de sus sueldos bajos, con total dedicación y entrega hacían más de lo que se les pedía porque sabían que no sólo estaban enseñando conocimientos, sino que estaban educando para la vida.
Ese pequeño cartel que dice: ‘Imagínese un mundo sin religión’ me ha conmovido, pues me ha ayudado a recordar los muchos pequeños milagros que el Señor me ha permitido ver en la vida de sus hijos. He visto cómo Dios ha alegrado los corazones de los padres ante el nacimiento de un niño saludable, y también cómo ha sostenido a los que tuvieron que llevar al cementerio lo más preciado que tenían, dándoles una paz que nadie más que Jesús podría dar.
He visto sonreír a Dios ante el amor de una pareja mayor, que de acuerdo a su costumbre de años, entran juntos de la mano a la iglesia, y también lo he visto consolando al cónyuge que pierde su pareja de toda la vida, asegurándole que, gracias al sacrificio de Jesús, la separación es sólo temporal.
He visto tantos milagros. He visto al Señor ofrecer consuelo a conciencias preocupadas, restaurar la armonía entre corazones enemistados, y dar paz a mentes perturbadas. Él ha sido la luz en la oscuridad de la humanidad; la esperanza en nuestra desesperanza; el rumbo en nuestro camino, y la salvación para todos los pecadores que ven su amor y su gracia.
Gracias a ese cartel, pude recordar las innumerables bendiciones que he recibido de mi Salvador crucificado y resucitado. Francamente, es un gran logro para un pequeño cartel. Un cartel que sólo tiene cinco palabras: ‘Imagínese un mundo sin religión’. He imaginado tal mundo, y doy gracias por nunca haber vivido en semejante lugar.
Es por eso que un día decidí expresar mi agradecimiento a quienes habían puesto ese cartel, pues me habían ayudado a reconocer y a dar gracias por las muchas bendiciones que Dios me ha dado a través de la vida, sufrimiento, muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo. Así es que, la siguiente vez que pasé frente a él, me detuve para anotar a dónde escribir o llamar… y así descubrí que, quien lo había puesto, era la ‘Fundación Libres de Religión’.
Casi no lo pude creer. La pequeña letra impresa decía que la ‘Fundación Libres de Religión’ había pagado por el cartel, lo que me dejó anonadado. Yo pensaba que lo había puesto alguna organización cristiana que quería ayudar a las personas a ver lo que se perdería si Dios no estuviera involucrado en la vida del hombre; si el Salvador no hubiera muerto en la cruz del Calvario como nuestro sustituto enviado del cielo; si no hubiera un Redentor resucitado que prometiera: «Porque yo vivo, también ustedes vivirán» (Juan 14:19).
Aparentemente, y esto no es más que una suposición, cuando los amigos de la ‘Fundación Libres de Religión’ me pidieron que imaginara un mundo sin religión, creyeron que vería un mundo limpio, brillante y bello en el que las personas vivirían en paz y armonía, y en el que todos, sin contar con el entrometido acusador, sin el Dios inflexible, estarían libres de alcanzar su total y completo potencial.
Si eso es lo que creyeron que iba a ocurrir, se equivocaron. De hecho, fue justamente lo opuesto. En lugar de alegrarme por la posibilidad de que no existiera la religión, yo di gracias por mi fe, y oré para que otros puedan igualmente recibir las bendiciones del Señor. Me sentí algo así como José, el patriarca del Antiguo Testamento, quien al confrontar a sus hermanos años después de que ellos lo hubieran traicionado y vendido como esclavo, les dijo: «… ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente» (Génesis 50:20).
El cartel de ‘Libres de Religión’ fue diseñado para mostrar a un mundo sin Dios… pero una vez el mundo ya estuvo sin Dios, y no fue nada atractivo.
Permítame explicarle. Una vez, hace mucho tiempo, cuando el Señor tenía completo control de su creación, todo andaba bien. Hasta podríamos decir que todo era perfecto, pues no existían las lágrimas, la enfermedad, la muerte, el dolor, las peleas, ni nada de lo que consideramos como ‘malo’. Dios tenía una relación perfecta con sus hijos, y entre ellos vivían en perfecta armonía y paz. Pero fue entonces cuando apareció Satanás, y les susurró a Adán y Eva: ‘imagínense un mundo sin religión, un mundo sin Dios, un mundo en el que ustedes serían tan astutos como Él, un mundo en el que ustedes, y no Dios, tendrían el control de todo’. Y Adán y Eva se imaginaron ese mundo, y lo imaginaron tan bien, que aceptaron la sugerencia de Satanás y desobedecieron a Dios, rebelándose así en contra de su Creador.
Adán y Eva pecaron, y porque pecaron, vivimos en un mundo pervertido, decadente y moribundo. Lo cual nos lleva al único punto en el que las personas de la ‘Fundación Libres de Religión’ y yo coincidimos. Tanto ellos como yo pensamos que el mundo está en tal mal estado, que necesita que alguien lo arregle. En lo que no coincidimos es en quién y cómo se puede arreglar. Quienes no creen en Dios, le dicen:
‘Déjame tranquilo, no te metas en mi vida; déjame ser; déjame controlar mi propio destino y futuro. No tienes nada que ofrecerme; nada que realmente yo quiera. Déjame imaginar un mundo sin ti, un mundo sin religión, un mundo sin tus leyes. Déjame hacer mi mundo como yo quiera.’
A quien así piensa, sólo puedo decirle: ¿Y por qué no lo hace? ¿Quién lo detiene? ¡Siéntase libre de crear su propia realidad, su propio mundo, su propio paraíso sin Dios!
En cuanto a mí, yo prefiero vivir en un mundo en que se predica a Cristo y se comparte al Salvador. Prefiero la alternativa que Dios le ofrece a nuestra decadente situación. Déjeme explicarle. Al ver nuestra impotencia para mejorar nuestra condición, y conociendo nuestras faltas, fallas y defectos, el Dios Trino decidió enviar a su Hijo a este mundo para salvarnos de nuestros pecados y rescatarnos de Satanás, de nuestras imperfecciones, y de nosotros mismos.
Jesucristo nació de una virgen en Belén. Desde ese momento, y por los siguientes 33 años, Jesús vivió en obediencia absoluta y total a su Padre celestial para salvarnos a nosotros. En cada cosa que nosotros fallamos, Jesús tuvo éxito; donde nosotros fuimos manchados y dañados por el pecado, Jesús permaneció sin daño ni mancha; mientras que nosotros vivimos para nosotros mismos, Jesús entregó su vida a cambio de la nuestra. Y todo esto lo hizo para que cualquiera que crea en él como su Salvador, pueda ser rescatado, redimido y restaurado. Con sus manos atravesadas por los clavos, Jesucristo llama a este mundo perdido a una vida nueva y eterna.
¿Puede usted imaginarse un mundo sin religión? ¿Puede imaginarse un mundo sin el Salvador? Yo no puedo. Demasiadas veces he visto lo que ocurre en los corazones de los hombres cuando Dios desaparece. He visto lo que ocurre a países enteros cuando el Señor es exiliado. Es mucho mejor que reconozcamos nuestro pecado y que caigamos de rodillas delante del Salvador en arrepentimiento, pues en él encontraremos perdón y restauración.
Eso es lo que Jesús crucificado y resucitado puede hacer por nosotros. Eso es lo que únicamente el Salvador puede hacer por nosotros. Por favor, mis amigos, no duden de él. Hace años, cuando Jesús andaba por este mundo, su primo Juan el Bautista tuvo un momento de duda cuando fue encerrado en prisión por haber condenado un pecado del Rey. Encontrándose solo, y ante la posibilidad de ser condenado a muerte, Juan quería estar absolutamente seguro que Jesús era el salvador del mundo, por lo que envió a algunos de sus amigos a preguntar: ‘Jesús, ¿eres tú el Mesías?’ Era una pregunta razonable… una pregunta que todo ser humano debería hacerse. ‘Jesús, ¿eres tú el Mesías? ¿Eres tú en quien debo confiar, quien me salvará, quien me ha redimido y desea rescatame? ¿Eres tú mi salvador y redentor?’
El día que le hicieron a Jesús esa pregunta, él estaba muy ocupado atendiendo a los que estaban enfermos, a los que sufrían, a los que estaban de duelo. Jesús estaba ocupado atendiendo a personas como usted y yo. Cuando finalmente les habló a los amigos de Juan el Bautista, les dijo: «Vayan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas. Dichoso el que no tropieza por causa mía» (Lucas 7:22-23).
Al comenzar este mensaje les conté del cartel que dice: «Imagínese un mundo sin religión.» A Dios le gustaría pedirle a usted que imagine algo. Imagínese qué haría falta para que alguien pudiera convencerle a usted de que Jesucristo es el Salvador del mundo. Dígame: ¿qué es? ¿Qué tendría que hacer Jesús?
Le puedo contar lo que Jesús hizo ese día que Juan dudó. Hombres y mujeres que habían sido ciegos, completamente ciegos, de pronto pudieron ver. Los cojos, rengos, y paralíticos que habían llegado hasta Jesús en muletas y bastones, o cargados por amigos… todos ellos regresaron a sus casas caminando por sí mismos. Lo que los doctores nunca habían podido hacer, Jesús sí lo hizo. Pero eso no es todo. Jesús también curó leprosos, desahuciados, y moribundos. Los sordos fueron capaces de oír el llanto de un bebé y las palabras de esperanza del Salvador. Y la lista sigue.
¿Qué hace falta para que usted crea que Jesús puede salvarlo? El texto dice que los muertos fueron resucitados a la vida. ¿Es eso suficiente para convencerle a usted?
¿Que hace falta para que usted confiese al Cristo? Un Cristo crucificado no ayuda a nadie… a menos que también sea un Cristo resucitado. ¿Es la resurrección de Cristo suficiente para convencerle?
Este programa existe para ayudarle a encontrar una respuesta. Nosotros le ayudaremos en sus esfuerzos, le ayudaremos a encontrar una iglesia donde sus preguntas puedan ser respondidas, donde su alma pueda encontrar guía; donde el Salvador viviente desea darle la bienvenida.
¿Qué hace falta para que usted tenga fe en Jesús? Imagínese al Salvador resucitado acercándose a usted. Él es real, y su invitación también lo es. Real es también nuestro compromiso con usted.
Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén