PARA EL CAMINO

  • ¿Impulsados o expulsados?

  • agosto 21, 2022
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Lucas 13:22-30
    Lucas 13, Sermons: 5

  • Dios ha enviado a su iglesia el Espíritu Santo para impulsar su ministerio e impulsarnos a nosotros en la dirección correcta hacia Jesús, la puerta angosta abierta, quien nos da acceso a la misericordia eterna de Dios. Cuánto mejor es ser impulsados por el Espíritu Santo, que ser expulsados por Dios para siempre del jardín eterno de las bienaventuranzas.

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

    Faltaba todavía media hora para que terminara el partido. Siempre me gusta mirar fútbol, especialmente cuando son las finales o semifinales de un campeonato. En eso estaba yo, viviendo desde el sofá un vibrante partido entre dos poderosos equipos sudamericanos. La tribuna había estallado con gritos de júbilo en los tres goles convertidos hasta ese momento. Era un partido con una dinámica increíble y, para mi gusto, jugado muy cortésmente, sin muchas faltas ni asperezas entre los contrincantes. Pero ahora, de repente suena el silbato y el árbitro corre con la tarjeta roja en la mano. Sorpresivamente, uno de los jugadores fue expulsado sin muchas explicaciones. ¡Afuera de la cancha! Ni siquiera tuvo la posibilidad de sentarse en el banquillo de los asistentes y suplentes. El jugador expulsado, lleno de enojo consigo mismo y con el árbitro, terminó de ver el partido en el vestuario. Su equipo salió campeón, pero él no pudo ir a celebrar con ellos ni dar la vuelta olímpica. Sentado en el vestuario rechinaba los dientes de rabia. Él pensaba que todo estaba bien, había participado de todos los entrenamientos, le había prestado atención y obedecido a su entrenador, pero algo había salido mal y ahora estaba pagando caro su atrevimiento.

    Más o menos así sería la parábola que Jesús nos contaría a nosotros, fanáticos del fútbol, si su ministerio terrenal hubiera sido en esta época. ¿Qué quiere Jesús que entendamos con esta historia? Básicamente, que reconozcamos que para nuestra salvación eterna es mucho mejor ser impulsados por el Espíritu Santo que expulsados a último momento, perdiéndonos así el festejo celestial.

    Nuestra historia comienza con uno de la multitud que, así como quien no quiere la cosa, le pregunta a Jesús si son pocos los que se salvan. La pregunta es en tercera persona, una pregunta general como para generar tal vez una discusión teológica. ¿Qué pretendía este hombre con esa pregunta? ¿Quería saber si él era salvo? Me hubiera encantado que Jesús le devolviera la pegunta diciendo: ¿Y tú que piensas? Pero Jesús no se engancha en una discusión personal sino que, como leemos en el versículo 24, se dirige a todos con una respuesta tajante: «Hagan todo lo posible para entrar por la puerta angosta, porque yo les digo que muchos tratarán de entrar y no podrán hacerlo». La puerta angosta de Jesús es el arrepentimiento. Así de simple. No hay nada que nosotros podamos hacer para conquistar el amor de Dios, para merecernos su perdón y entrar al reino celestial. La puerta angosta es la que podemos pasar si desinflamos nuestra vanidad y nuestro orgullo. Eso es el arrepentimiento, el reconocer que no tenemos nada para ofrecer a Dios a cambio de nuestra salvación. Por la puerta angosta no entra nuestra autosuficiencia. Arrepentimiento es ver nuestro pecado al desnudo.

    Es interesante que Dios no espera grandes conversiones masivas donde miles de personas arremeten con fuerza hacia la entrada para tener un lugar en el reino de Dios. Porque la puerta es estrecha, tiene espacio para uno solo, y ese uno solo no puede llevar nada consigo, solo puede entrar con su propia existencia que, al pasar por la puerta, se convierte en una existencia perdonada.

    Arrepentimiento es no creerse nada y creerle a Dios. El arrepentimiento es lo contrario a la indiferencia, a la dejadez y a la falsa seguridad. Arrepentimiento es declararse pecador y culpable de no llegar a ser como Dios manda.

    Estimado oyente, esta es una invitación de Dios que no debemos desoír. A la iglesia y al cielo no se entra sino por el arrepentimiento, y hay un tiempo para eso: mientras estamos vivos. El problema es que no sabemos cuánto tiempo más estaremos en este mundo temporal. En otras palabras, no sabemos cuánto tiempo más estaremos jugando el partido. Cuando la muerte cierre la puerta ya no habrá oportunidad. Cuando la puerta se cierre Dios dirá: «No sé de dónde son». Cerrar la puerta es el juicio final.

    Entre los presentes en la multitud a la que Jesús enseñaba se encontraban judíos que pensaban que estaban «jugando el gran partido de su vida, la gran final». Habían estado escuchando al técnico Jesús, lo seguían por donde él iba, pero no habían tenido ningún encuentro personal con él. No se habían arrepentido, por lo tanto no podían entrar por la puerta. Todavía estaban inflados de autosuficiencia alimentada por su origen como pueblo elegido de Dios. En Juan 10:9 Jesús dice: «Yo soy la puerta; el que por mí entra, será salvo». Y en Juan 6:37 dice: «Al que a mí viene, no lo echo fuera». Esto es: el que a mí viene arrepentido, reconociendo su pecado, recibirá el perdón y será bien recibido en el reino de los cielos. ¡No ser echados afuera es no ser expulsados! Qué hermosa promesa de Jesús para los que se arrepienten.

    Las palabras de Jesús están especialmente dirigidas a los judíos que lo vieron en las calles o en el templo, que lo escucharon enseñar en los lugares públicos, que comieron con él en alguna oportunidad. Pero sin arrepentimiento personal, serán expulsados. Irán al vestuario, por decirlo de algún modo, y allí con rabia verán al padre Abrahán y a los demás patriarcas, y a los profetas festejando el triunfo de Jesús sobre el diablo, el pecado y la muerte. Los podrán ver, pero no tendrán parte en el festejo. Fueron expulsados de la celebración así como Adán y Eva fueron expulsados del paraíso. No hay camino de regreso.

    Las dolorosas palabras de Jesús son necesarias para llamarnos a «esforzarnos» a entrar por la puerta angosta. La puerta ancha es por la que entramos y salimos todos los días; escuchamos de Dios, tal vez oramos de vez en cuando, incluso puede ser que participemos de las actividades dominicales en alguna iglesia, pero todavía estamos inflados de autosuficiencia porque no confiamos plenamente en Dios. Todavía queremos confiar más en nosotros mismos que en las promesas de Jesús: «Yo soy la puerta; el que por mí entra, será salvo; y entrará y saldrá, y hallará pastos» (Juan 10:9).

    Sabes, estimado amigo, Dios ha enviado a su iglesia el Espíritu Santo para impulsar su ministerio. Es el Espíritu Santo el que nos impulsa en la dirección correcta, el que nos señala a Jesús, la puerta angosta abierta, el que nos da acceso a la mesa donde todos los creyentes, los arrepentidos, estaremos celebrando la misericordia de Dios. Cuánto mejor es ser impulsados por el Espíritu Santo que ser expulsados por Dios para siempre del jardín eterno de las bienaventuranzas.

    ¿Cómo va tu partido? ¿Te entrenas en la Palabra de Dios? ¿Escuchas a menudo a tu entrenador Jesús? ¿Tienes una relación personal con él? ¿Le has llevado tu pecado? ¿Por qué es Jesús la única puerta por la que vale la pena esforzarse para pasar? Hay tantas puertas lindas por las que nos gusta pasar, divertirnos y despreocuparnos de todo, pero que, al final, no nos conducen a la bienaventuranza eterna. Por la puerta angosta llegamos a la mesa ancha y larga donde los redimidos celebramos con Jesús a la cabeza.

    Pidamos a Dios que el Espíritu Santo nos impulse a mirar nuestra miseria y a pedir perdón por nuestros pecados. Ese es el boleto de entrada por la puerta angosta. La mesa está servida, no solamente para la eternidad sino para hoy mismo. Jesús viene en la Santa Cena a servirnos su propio cuerpo y sangre para asegurarnos el perdón de los pecados, lo que es una garantía de que no seremos expulsados de su presencia ni del partido de la vida eterna.

    ¿Por qué es Jesús la única puerta? Porque él es el único designado por Dios, desde la eternidad, para llevar adelante la gran tarea de recuperar la raza humana. Todos estábamos perdidos en pecado, con los ojos totalmente nublados e incapaces de ver más allá de nuestras narices. Por nosotros mismos nunca habríamos podido entrar a ningún espacio santo, saludable y eterno. Pero Dios, en su gran misericordia, nos envió a Jesús, que obedeció por nosotros en forma santa la ley de Dios, esa que ni tú ni yo ni nadie puede cumplir. Jesús llevó sobre sus hombros tu pecado, el mío y el de toda la humanidad. Jesús aplastó al diablo cuando estuvo en la cruz para que este ya no tenga poder sobre nosotros. Jesús venció a la muerte resucitando victorioso al tercer día, y todo lo hizo por amor a nosotros.

    Muchos de los judíos que seguían a Jesús, que escuchaban sus enseñanzas y que a veces comían con él, finalmente decidieron sacarle tarjeta roja y expulsarlo de la religión y de la vida, pensando que así podrían seguir haciendo su juego. Pero Dios todavía seguía y sigue en control, porque Jesús estaba impulsado por el Espíritu Santo. Los judíos asesinos no pudieron eliminar a nuestro Salvador. Ahora, desde la eternidad, del otro lado de la puerta, Jesús nos envía el Espíritu Santo para impulsarnos a «esforzarnos» a pasar por la puerta angosta. No estamos solos en esto.

    Jesús termina su lección a la multitud diciendo que «habrá quienes vengan del oriente y del occidente, del norte y del sur, para sentarse a la mesa en el reino de Dios.» ¡Qué maravilla! Cómo me gusta ser invitado a la mesa de una gran fiesta, con otros invitados que vienen de todas partes del mundo impulsados por el Espíritu Santo. Me imagino que tú también, estimado amigo, estarás saboreando de antemano la gran celebración entre los redimidos de Dios.

    Y para terminar este mensaje vamos a considerar cómo comenzó esta historia. Un hombre de la multitud se acercó a Jesús para hacerle una pregunta un tanto impersonal: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» Estimado oyente ¿qué preguntas tienes para Jesús? A Jesús le gusta que le hagamos preguntas, pero no en forma impersonal como metiéndonos en territorio que no nos corresponde, sino preguntas personales que buscan saber más de las maravillas de Dios, que quieren cambiar nuestras dudas por la certeza de la fe. Las respuestas las tenemos en las Sagradas Escrituras donde Jesús responde a todo lo que necesitamos saber para nuestra salvación, para nuestra vida cotidiana y para nuestra relación con el prójimo.

    Y si todavía tienes inquietudes acerca de la obra de Jesús por ti, o si podemos ayudarte a encontrar una iglesia donde puedes escuchar la palabra de Cristo, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.