PARA EL CAMINO

  • Jesús cambió sus planes por ti

  • agosto 2, 2020
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 14:13-21
    Mateo 14, Sermons: 3

  • Juan el Bautista estaba muerto. Jesús necesitaba estar a solas practicando el distanciamiento social. Pero la multitud que lo seguía tenía preguntas, corazones quebrantados, inseguridades, confusión y temores. ¿Qué hizo Jesús? Cambió sus planes y los recibió con compasión.

  • A Jesús le llegaron malas noticias y, por su propio bien, quiso practicar el distanciamiento social. Era costumbre en esos tiempos distanciar a quienes padecían enfermedades altamente contagiosas y para las cuales no había ni vacunas preventivas ni medicamentos que pudieran curarlas. Pero lo que hizo que Jesús buscara distanciarse de la multitud no fue una enfermedad, sino la noticia de que Juan el Bautista había muerto.

    Juan y Jesús eran parientes, y ambos se tenían en alta estima. Los dos nacieron de forma milagrosa y los dos se dedicaron a proclamar el advenimiento del reino de Dios predicando el arrepentimiento y el perdón de los pecados. Ahora Juan está muerto. Fue ejecutado por Herodes sin juicio previo, solo por el capricho de una adúltera a quien le molestó que Juan le señalara su pecado.

    Si yo hubiera sido Jesús, ¡hubiera usado mi «influencia divina» para darle a Herodes su merecido! El verdadero Jesús, en cambio, no pensó así. En cambio, decidió en su corazón distanciarse de la multitud y buscar un lugar apartado para estar con su Padre. Necesitaba la influencia divina del Padre celestial para hacer el luto por su precursor, para vivir su pena por las injusticias de la vida, para pensar en lo que sigue y en cómo, él mismo, aun siendo inocente, terminará siendo ajusticiado y ejecutado como un criminal.

    Jesús sube a la barca con sus discípulos y se aleja en busca de ese lugar apartado. En la orilla queda mucha gente, que no lo pierde de vista. El lago de Galilea no es tan grande como para que una pequeña barca se pierda en el horizonte. La multitud lo ve y lo sigue a pie desde la orilla. Esas personas tenían sus razones para hacer semejante travesía. Ellas sabían de los poderes de Jesús y tenían necesidad de que Jesús les prestase atención. En ese momento no les importaba la muerte de Juan el Bautista, ni cómo Jesús se sentía al respecto. Y mientras caminaban sin perder de vista la barca, otros se les iban sumando. Pienso en la ansiedad de esas personas, en esas ganas que tenían de ver a Jesús que los llevó a caminar por horas sin saber dónde terminarían.

    En esos tiempos no había electricidad, ni noticias en la radio o la televisión, ni periódicos, ni drones para seguirle la pista a alguien. La única forma en que la gente se enteraba de Jesús y de sus maravillas era cuando alguien decía: «Vamos, acompáñanos, vamos a encontrarnos con Jesús; vamos, apúrate.» «No puedo, tengo a mis niños conmigo.» «¡Tráelos contigo!» «Yo no puedo, mi hermano está enfermo, en cama.» «Lo cargaremos y lo llevaremos con nosotros.» «Vamos, vamos que Jesús ya está llegando de vuelta a la orilla.» Y cuando Jesús desembarcó no encontró un lugar apartado, sino una multitud que requería su atención inmediata.

    Jesús desembarcó con una idea: descansar, estar solo con sus discípulos. Él quería estar en un lugar apartado para reflexionar sobre el costo que Juan el Bautista había pagado por permanecer fiel a los valores del reino de los cielos. La muerte de Juan el Bautista era una pérdida muy grande. Muchas cosas iban a cambiar ahora en el ministerio de Jesús. Jesús quería concentrarse en eso.

    Y otra vez, si Jesús hubiera sido un ser humano pecador como nosotros, se hubiera metido nuevamente en la barca y se hubiera alejado en busca de ese lugar apartado. Pero Jesús es el santo Hijo de Dios. No es un ser humano pecador, sino un ser humano lleno de sentimientos y emociones santas. San Mateo escribe: «Cuando Jesús salió de la barca y vio a tanta gente, tuvo compasión de ellos y sanó a los que estaban enfermos» (v 14). Jesús no pregunta: ¿Qué quieren? ¿Por qué me buscan? No juzga a esas personas. En cambio, deja que sus emociones y su espíritu se expresen. Jesús siente compasión por esas personas que, en primer lugar son pecadoras, y en segundo lugar sufren las consecuencias de este mundo caído y andan en búsqueda de algún tipo de alivio. Las personas de la multitud tienen preguntas, corazones quebrantados, inseguridades, confusión y temores. ¡Qué actitud la de Jesús! El Señor cambia sus planes y recibe compasivamente a la multitud. Ya encontrará tiempo para estar solo en un lugar apartado.

    No perdamos de vista a Jesús. Nosotros también somos parte de esa multitud pecadora que sufre las consecuencias de este mundo corrupto. Nuestro pecado intenta distanciarnos de Jesús. El maligno puede usar nuestros dolores y padecimientos físicos y emocionales para que nos quejemos a Dios por las cosas que nos pasan y reneguemos de él pensando que no tiene ningún interés en nosotros. El encuentro de Jesús con la multitud nos trae un mensaje de esperanza.

    Jesús tuvo compasión y sanó a los que estaban enfermos. Debe haber habido más de un enfermo entre esas miles de personas. Y ahora se está haciendo de noche y seguramente tendrán hambre, y un largo camino de regreso. Entonces intervienen los discípulos, muy calladitos hasta ahora. En un sentido, ellos también sienten compasión por las personas porque saben que van a tener que comer, y ellos no tienen suficiente para alimentar a semejante multitud. Los discípulos tienen una idea, y se la dicen a Jesús: «Despide a toda esta gente, para que vayan a las aldeas y compren de comer» (v 15). Pero, como muchas veces, Dios tiene otra idea: «No tienen por qué irse. Denles ustedes de comer» (v 15). ¿Te imaginas a los discípulos con los ojos agrandados y la boca abierta? Entre el pedido de Jesús y lo que ellos tienen disponible de comida hay un largo trecho. ¡Hace falta un milagro para poder darles de comer a todos! Y justamente en eso estaba pensando Jesús.

    Jesús bendice lo poco que le entregan. Cinco panes y dos pescados deben haber sido la vianda de una o dos personas. ¡Qué lección tenemos aquí! Dios usa todavía hoy lo poco que le traemos para multiplicar bendiciones para miles de personas que tienen la necesidad básica de estar con Jesús. «No tienen por qué irse», dice el Señor. Él quiere estar un rato más con ellos. Después de todo, esas personas de la multitud son las que él vino a salvar de sus pecados.

    Jesús cambió sus planes de estar en un lugar apartado para estar con miles de personas necesitadas y ayudarles con sus sanidades y su compañía. Pero ahora es tiempo de retomar su plan original de ir en busca de un lugar apartado. Jesús despide a la multitud, pone a sus discípulos en la barca, los manda a que vayan a la otra orilla y él se va solo, a ese lugar apartado que había estado en su mente desde que se enteró de la muerte de Juan el Bautista. El evangelista Mateo continúa la historia diciendo: «Enseguida, Jesús hizo que sus discípulos entraran en la barca y que se adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Luego de despedir a la gente, subió al monte a orar aparte. Cuando llegó la noche, Jesús estaba allí solo» (Mateo 14:22-23).

    Y aquí no termina la historia. Después de haber estado en oración durante buena parte de la noche, en las primeras horas de la madrugada Jesús desciende del monte y se pone a caminar por el agua hasta que se encuentra con sus discípulos que están batallando contra los fuertes vientos que azotan el mar. «¡Un fantasma!», gritaron llenos de miedo. Momentos más tarde, Pedro intenta caminar sobre las aguas turbulentas y casi se ahoga. Y así continúa la vida de Jesús con sus discípulos. Siempre en acción, prefiriendo no dormir para estar con su Padre, con sus seguidores y con la multitud necesitada.

    Tal vez pienses: ‘pero ahora Jesús está en el cielo, ¿cómo puede estar conmigo?’. El cielo no es un lugar apartado donde Jesús se distancia de nosotros. El cielo es su casa donde está también su Padre y su Espíritu Santo. Desde allí Jesús desembarca en su Palabra, y desde su Palabra produce el milagro de estar con nosotros, de alimentarnos hasta saciarnos, de tener compasión en primer lugar por nuestra situación pecaminosa, y en segundo lugar por nuestra situación de debilidades, enfermedades, ansiedades y angustias. Jesús desembarca en su Palabra, en el Bautismo y en la Santa Cena para perdonar nuestros pecados. Así nos deja satisfechos, nos convierte en sus discípulos y nos provee de cestas para que recojamos los frutos de su bendición.

    Si de alguna manera te podemos ayudar a mantener tus ojos en Jesús, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.