PARA EL CAMINO

  • Jesús lo amó, pero…

  • octubre 11, 2009
  • Rev. Dr. Ken Klaus
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Marcos 10:17-22
    Marcos 10, Sermons: 13

  • El diablo, el mundo, y nuestro propio ser egoísta y pecador, han logrado descubrir la forma más efectiva de mantenernos alejados del Señor. ¿Qué nos diría Jesús si nos arrodilláramos ante él y le preguntáramos ‘que debo hacer para ser salvo’?

  • Se estima que hay cerca de 7 billones de personas en el mundo, de las cuales aproximadamente 1.2 billones son padres. Con lo antes dicho, debo admitir que, en toda mi vida y en todos mis recorridos he conocido personalmente sólo un muy pequeño porcentaje de esos padres. Debido a que mis conocidos no son tantos, me veo obligado a confesar, directamente y desde un principio, que existe la posibilidad que en algún lugar pueda que haya una excepción a la regla que quiero compartir hoy con ustedes, y que dice que, a los ojos de un padre, ningún hombre es suficientemente bueno como para casarse con su hija.

    Un padre ve a su hija como algo muy preciado que hay que cuidar por todos los medios. Y cuando piensa en los varones, bueno… no es importante entrar en detalle de cómo son. Puede que usted tenga sus años, pero no es tan viejo como para haber olvidado cómo funciona la mente de los varones. Por eso es que está dispuesto a hacer todo lo necesario para mantener a su hija segura.

    Como bien sabemos, toda regla tiene una excepción, y esta regla no es diferente. Como prueba de ello les presento la historia del joven narrada en el capítulo diez del Evangelio de Marcos. Las Escrituras no lo identifican por nombre, pero lo que nos dicen de él demuestra que es alguien importante. Sus credenciales son casi tan buenas como para que un padre lo considere seriamente como posible amigo (o más que amigo) de su hija.

    La historia comienza luego que Jesús respondiera a algunas preguntas que le hicieran los fariseos, quienes eran sus más destacados críticos, y continúa con el Salvador bendiciendo a los niños que sus madres le habían llevado. Cuando su obra parecía haber terminado, Jesús comenzó a irse. Pero no se había alejado mucho cuando fue detenido por un joven quien, cayendo de rodillas ante él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?»

    Como dije antes, no sabemos el nombre de este amigo, pero sí podemos, con la información dada aquí y en otras partes, descubrir algunas características de su personalidad. Primero, las Escrituras nos dicen que este hombre fue un «dirigente.» No sabemos qué dirigía, pero sí que era suficientemente respetado por sus contemporáneos como para ser una autoridad local o nacional. Segundo, este dirigente no exigió que Jesús fuera a él, sino que él fue a donde estaba Jesús, clara señal que era de naturaleza humilde. Tercero, el hecho que este hombre corrió hacia Jesús, nos dice que no quería perder la oportunidad de hablarle.

    Cuarto, el arrodillarse a los pies de Jesús nos dice que respetaba a Cristo. Respetar y honrar a nuestros superiores es una rara cualidad en cualquier generación.

    Pero no hemos terminado aún. Veamos la pregunta que este joven le hizo a Jesús. De todas las cosas que un joven podría querer saber, este joven sólo quería saber qué debía hacer para lograr la vida eterna. A él no le preocupaban las cosas pasajeras de la vida; lo que quería era obtener respuesta a las grandes preguntas de la vida.

    El Salvador respondió a la pregunta de este hombre con una sutil respuesta: «Joven, ¿por qué me llamas ‘bueno’, si sabes que el único ‘bueno’ es Dios?» Entonces, sin dar pausa o esperar respuesta a lo que acababa de decir, Jesús le siguió diciendo: «Mi joven amigo, me preguntas cómo hacer para heredar la vida eterna, pero tú ya sabes lo que dice la Biblia. Sabes qué ordena Dios a través de los mandamientos que le dio a Moisés. Sabes que el Señor espera que sus hijos no maten, no cometan adulterio, no roben, no digan mentiras, y no defrauden. Has aprendido que un hijo de Dios debe honrar a su padre y a su madre.»

    Aun cuando Jesús no había enumerado todos los mandamientos, si somos honestos debemos reconocer que, si nos hubiera estado hablando a nosotros, nos sentiríamos avergonzados pues cada día quebrantamos los mandamientos de Dios, y a menudo lo hacemos más de una vez. Pero ésa no fue la reacción que nuestro joven dirigente tuvo ante las palabras de Jesús. Cuando fue confrontado con la ley de Dios, el joven no pestañeó, ni se estremeció. Por el contrario, casi podemos ver cómo en su mente va haciendo una lista: ‘Nunca cometí adulterio. No he matado a nadie; no he robado nada.’ Y entonces, al terminar de repasar su lista mental, contestó: ‘No he cometido ninguno de esos pecados; he mantenido la ley desde que era pequeño.’

    El joven era sincero, y hasta cierto punto quizás estaba en lo correcto. Era cierto que no había matado nadie. Quizás en algún momento haya caído en un poco de lujuria, pero no había cometido adulterio. Quizás haya envidiado algo que otro poseía, pero nunca había robado a nadie. Su inventario personal le había demostrado que había mantenido al pie de la letra la ley de Dios. El hecho que él, como el resto de nosotros, había fallado al no mantener el espíritu de estas leyes, era algo que Jesús no trajo a colación en ese momento.

    Si Jesús hubiera escogido hacerlo así, el joven dirigente, al igual que el Salmista, y toda la humanidad, habría sido forzado a confesar: «Si Tú, o Señor, llevaras la cuenta de nuestras iniquidades, o Señor, ¿quien podría mantenerse?»

    Jesús decidió, por sus propias razones, no señalar los defectos del joven dirigente. Después de haber oído la confesión sincera del joven, y aun cuando lo que éste afirmaba estaba equivocado, el Salvador lo miró con amor. Jesús amó a este joven porque podía ver que a lo largo de toda su vida había tratado sinceramente de complacer a Dios y de hacer lo que era correcto. Quizás ésa era la razón por la cual, a tan corta edad, había sido puesto en una posición de liderazgo.

    Sin corregir nada de lo que el joven dijo, Jesús, con amor en su voz, simplemente le dijo: ‘Una sola cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.

    Ése sí que fue un pedido inusual. Es cierto que los discípulos de Jesús habían dejado todo lo que poseían para seguir al Salvador. Pero Jesús nunca le pidió a nadie que vendiera sus pertenencias. Aparentemente, María, Marta y Lázaro estaban en buena posición económica, pero aún así, Jesús nunca les dijo que regalaran a los pobres todo lo que tenían. Zaqueo, un cobrador de impuestos, era rico, pero Jesús no le dijo que regalara sus riquezas (Lucas 19). José de Arimatea y Nicodemo eran de buena posición, pero Jesús nunca les había dicho que tenían que repartirlas. ¿Por qué es, entonces, que Jesús le dijo al joven dirigente que vendiera todo lo que él tenía y que lo siguiera?

    Antes de responder esa pregunta, permítanme decirles lo que pasó. El texto dice que: «Al oír esto, el hombre se desanimó y se fue triste porque tenía muchas riquezas.» En esa frase se encuentra la respuesta a nuestra pregunta. Jesús sabía que el corazón del joven estaba ocupado con algo que lo mantenía lejos del Señor. Por más que el joven haya sido un buen ciudadano y haya actuado de acuerdo a los mandamientos de Dios, el dinero y las cosas materiales que poseía, lo mantenían alejado de una relación apropiada con Dios. Por más honorable que este joven haya sido para los demás, no lo fue tanto a los ojos del Señor. El Primer Mandamiento, el más importante de todos, uno de los que Jesús no mencionó anteriormente, dice: «No tengas otros dioses además de mí» (Éxodo 20:3). Y justamente ése era el problema de este joven: sus posesiones eran su dios; ellas ocupaban el primer lugar en su corazón, manteniéndolo alejado de una relación completa con Dios.

    Me pregunto: ¿qué nos diría Jesús a usted y a mí si estuviéramos en el lugar de este joven? ¿Qué nos diría Jesús si nos arrodilláramos ante él y le preguntáramos ‘que debo hacer para ser salvo’? ¿Cuál es el pecado que Jesús vería en nuestros corazones que nos retiene de seguirlo a él? ¿Avaricia, egoísmo, orgullo, poder, amor por una persona o cosas? No estoy completamente seguro de cuáles son mis debilidades, y no puedo adivinar cuáles son las suyas. Pero sí estoy seguro que el diablo, el mundo, y nuestro propio ser egoísta y pecador, han logrado descubrir la forma más efectiva de mantenernos alejados del Señor. Allí donde se encuentra nuestra debilidad, en ese preciso punto es donde ellos invertirán su tiempo y energía, y plantarán sus tentaciones.

    Debemos tener presente que los enemigos de Dios saben muy bien que las tentaciones deben ser hechas a medida, diseñadas al gusto de la persona, a fin de complacer los más profundos deseos de su corazón. La debilidad de este joven rico era el dinero, pero no tiene por qué ser la suya. La lujuria fue el pecado de David, pero puede que no sea el suyo. La arrogancia fue el defecto de Sansón, pero quizás usted sea verdaderamente humilde. La debilidad de ellos puede que no sea la suya, pero eso no significa que usted no sea vulnerable. Satanás lo va a atacar por su lado más débil.

    Lo increíble es que, a pesar de nuestra tontería, a pesar de nuestra propensión a pecar y de nuestros defectos pecaminosos, Dios nos ama. Jesús sabía lo que había en el corazón del joven rico ya antes de que él se le acercara, se arrodillara, y le formulara la pregunta. Pero a pesar de saberlo, Jesús lo amó… en la misma forma en que lo ama a usted.

    Ese amor fue el que trajo a Jesús a este mundo. Ese amor fue el que lo movió a vivir cada segundo de su vida cumpliendo los mandamientos que con tanta frecuencia nosotros quebrantamos, desechamos y desobedecemos. Ese amor fue el que lo hizo cargar con la culpa de nuestros pecados, ser traicionado por sus amigos, abandonado por su iglesia, y condenado por sus gobernantes. Ese amor fue el que lo hizo morir la muerte de un criminal en la cruz del Calvario, conquistando así al diablo y al pecado. Ese amor fue lo que lo hizo resucitar de la tumba al tercer día para que ahora, todos los que creen en él, puedan recibir el perdón completo de sus pecados, y la seguridad de la vida eterna junto a él en el cielo.

    Como dice San Pablo en su carta a los Efesios capítulo 2 versículo 8: «Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios

    Ésa fue la gracia que el Señor Jesús le ofreció al joven rico. Ésa fue la gracia que el joven rico no recibió.

    Al leer los Evangelios nos encontramos con historias muy tristes. Por supuesto que ninguna de ellas se compara con la de la crucifixión del Hijo inocente de Dios. Pero también hay otras historias tristes, como cuando las multitudes abandonan a Jesús porque no entienden sus enseñanzas. Pero se me ocurre que la más triste de todas es la que hemos leído en el texto para este mensaje.

    Jesús amó a ese joven. Lo amó cuando se le acercó; lo amó cuando hablaron; y lo amó cuando el joven se alejó. Me pregunto qué más habrá sentido Jesús cuando ese joven, que había estado cerca, tan increíblemente cerca, de la salvación, le dio la espalda, y desapareció entre la muchedumbre. No puedo imaginar lo que Jesús debe haber sentido por ese joven, como tampoco puedo imaginar lo que siente hoy, cuando ve las largas filas de personas que continúan alejándose y rechazando su gracia. Qué tragedia innecesaria que se vive diariamente. Qué triste, y qué desperdicio.

    La historia del joven rico y el mensaje de hoy deben finalizar, pero hay algo que no se ha dicho aún. Es importante que notemos que Jesús no fue tras el joven rico. Jesús no lo persiguió para tratar de negociar la respuesta, ni lo llamó a la reflexión. Jesús no le dijo: ‘¿qué te parece si me das las tres cuartas partes de lo que posees, o la mitad, o una cuarta parte?’ Tampoco le dijo: ‘no es necesario que me sigas todos los días; ¿qué te parece si sólo me sigues tres semanas al año?’ No, Jesús no hizo nada de eso. En ningún lugar de las Escrituras se nos dice que Jesús haya tratado de insistir con los que lo rechazaban y se rehusaban a seguirlo. Nunca lo hizo, y tampoco lo va a hacer ahora.

    Esto es algo muy importante, porque muchas personas piensan que, cuando llegue el momento, Jesús los va a aceptar tal cual son, sin meterse con sus pecados. Pero eso no es verdad. Jesús entregó su vida para que usted sea perdonado y reciba la salvación eterna. Él no escatimó ni retuvo nada; su entrega fue completa. Pero cuando nos convertimos en sus seguidores, Jesús nos pide que cambiemos. Él quiere que su luz disipe la oscuridad que el pecado produce en nuestras vidas, y que su salvación haga desaparecer toda imperfección.

    Para terminar este mensaje quiero compartir un corto poema llamado: «El reloj de la vida», que dice: ‘Al reloj de la vida se le da cuerda una vez. Ningún hombre puede decir cuándo va a dejar de funcionar, ni si será tarde o temprano. Perder las riquezas es triste. Perder la salud lo es aún más. Pero perder el alma es algo que ningún hombre puede reparar.»

    En el tiempo que tardé en leer ese poema, fallecieron 39 personas. El momento de dejar este mundo también le va a llegar a usted. Es mi oración que, cuando ese momento llegue, no haya rechazado la gracia del Señor. Él le ama; hoy es el día de salvación.

    Si de alguna forma podemos ayudarle, comuníquese con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén