PARA EL CAMINO

  • Jesús nunca rechaza a quienes vienen a él

  • agosto 16, 2020
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Mateo 15:21-28
    Mateo 15, Sermons: 2

  • La fe no tiene fronteras, no pertenece a una sola denominación ni a una raza o cultura en particular; la fe habla y entiende todos los idiomas, especialmente el idioma del arrepentimiento, de la angustia y de la súplica.

  • Y un día, por esas cosas de la vida y de mis estudios en el seminario, fui enviado a hacer mi año de práctica a un país vecino. Nunca había yo cruzado una frontera. Esa primera experiencia no fue nada difícil. Un viaje de siete horas me puso en mi nuevo destino. En el camino cruzamos dos estaciones de migraciones y una aduana. El cambio no fue para nada radical, ya que en mi nuevo lugar la gente hablaba el mismo idioma y tenía más o menos la misma cultura.

    En los años siguientes tuve oportunidades de cruzar otras fronteras, mucho más lejos de mi país natal, en otros continentes. En esos países la gente hablaba otros idiomas, comía otro tipo de comidas y, en algunos, hasta creían en otros dioses. Todas esas experiencias enriquecieron mi vida.

    Tal vez tú hayas cruzado algunas fronteras para visitar otros lugares o para radicarte en un país diferente. Tal vez hayas pasado experiencias muy lindas y otras no tanto. Ciertamente, las fronteras geográficas entre países se han endurecido mucho en los últimos años. No era así en los tiempos bíblicos. Había más libertad para viajar y las fronteras eran más bien flexibles. Así lo atestiguaban los antiguos beduinos, que pastoreaban sus ovejas donde había pastos sin importar en qué territorio estaban.

    Hoy vamos a enriquecernos con la aventura que vivió Jesús fuera de su país natal. A decir verdad, y para entender mejor la historia del capítulo 15 de Mateo, vamos a hacer un recuento de algunas de las muchas fronteras que Jesús atravesó, incluida la que está del otro lado de la eternidad y la del otro lado de la muerte.

    En casi todos los casos en que Jesús atravesó fronteras, él salió de su zona de confort para pasar a un lugar incómodo.

    Jesús salió del cielo, donde estaba en lo suyo y con los suyos, con su Padre Santo y el Espíritu Santo, para viajar a la sociedad humana, corrompida por el pecado y perdida en su propio mundo oscuro y cruel. Jesús hizo eso a causa del ministerio que el Padre le había encargado. Llegó a la tierra, no de visita, sino a vivir y experimentar los dolores del pecado y la muerte.

    Estando en la tierra atravesó fronteras de diversas índoles. Cruzó fronteras sociales, pasó por el territorio samaritano, prohibido para los judíos, para traer la salvación a una mujer y a toda su comunidad (Juan 4). También cruzó al otro lado del lago de Galilea, considerado impuro por la calidad de gente que había en esa región, y allí sanó a unos endemoniados (Mateo 8).

    En la historia que vemos hoy, Jesús pasa la frontera política para dirigirse a un territorio gentil sobre el mar Mediterráneo. Allí Jesús se encuentra con una mujer que viene detrás de él pidiendo ayuda a gritos. No sabemos en qué idioma se comunicaron, pero la frontera idiomática nunca es un estorbo para Dios. Aquí Jesús no solo atraviesa también la frontera social al acceder hablar con una mujer, sino que también atraviesa la frontera religiosa al entablar un diálogo espiritual con una persona de origen siro-fenicio.

    En esta historia es la única vez que observamos a un Jesús no muy simpático. Un poco frío y rudo, en realidad. Como que el sufrimiento de la mujer no le interesa. Pero ese no es el motivo por el cual le habla de esa manera a la mujer. Jesús no tiene intención de sacarse a esa molesta mujer de encima. Su intención es más profunda: es enseñarle a ella, y a los discípulos, que él está siguiendo el ministerio de la salvación según fue ideado desde la eternidad. Jesús atenderá primero a los judíos y luego a los gentiles. Todo el mundo está incluido en el plan de salvación, pero cada uno a su tiempo. El Apóstol Pablo dice: «El evangelio… es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree: en primer lugar, para los judíos, y también para los que no lo son» (Romanos 1:16). Este es el plan divino al que Jesús hace referencia cuando le dice a la mujer: «Yo no fui enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (v 23).

    Jesús hizo una afirmación teológicamente correcta que la mujer aceptó, pero no como un rechazo. Ella sigue pidiendo ayuda. Sabe muy bien a quién tiene delante. Lo ha llamado «¡Señor, Hijo de David!» ¿Cómo supo la mujer que Jesús era especial, emparentado con el rey israelita David y cargado de poderes para expulsar demonios? No lo sabemos. En todo caso, nosotros aprendemos que la fe no tiene fronteras, que no pertenece a una sola denominación ni a una raza o cultura en particular. La fe habla todos los idiomas, y aquí habla el idioma del arrepentimiento y de la angustia y de la súplica. La mujer no discute, porque el arrepentido no discute ni expone excusas, sola implora misericordia. Es más, la mujer sabe que el plan de salvación divina es tan amplio y abundante, que aun las migajas que caen de la mesa son suficientes para recibir las misericordias de Dios. La mujer sabe que ella no tiene derecho a sentarse a la mesa del banquete sin que Dios le conceda ese derecho. Sabe que ella no tiene poder sobre el demonio que está destruyendo a su hija.

    Reconocer el estado de impotencia ante el poder del mal, y reconocer que solo Jesús puede hacer algo al respecto, es el arrepentimiento que no negocia y que pide misericordia.

    Esta mujer se postró a los pies de Jesús para pedir compasión. La recordamos por su humildad, su tenacidad, su profunda angustia por la situación de su hija y su absoluta confianza en que Jesús podía hacer algo al respecto. Tan grande era su fe, que Jesús exclama: «¡Ah, mujer, tienes mucha fe! ¡Que se haga contigo tal y como quieres!» El milagro de la sanidad sella este encuentro no planificado. Jesús le concedió a esta mujer gentil y gritona, el pedido de fe que ella le trajo. Y tal vez los discípulos aprendieron la lección y tal vez nosotros también. Aprendemos que Dios no defrauda a nadie que viene de rodillas a su presencia.

    Durante su ministerio terrenal Jesús no se estuvo quieto. Anduvo de un lado para otro todo el tiempo sorprendiendo a la gente, produciendo rechazo en algunos y generando la fe en otros. Nada lo detuvo. Jesús traspasó todas las fronteras, incluso la de la muerte, con el único propósito de mostrarnos misericordia.

    Jesús anda de un lado para otro todavía hoy, atravesando las fronteras ideológicas y culturales que nos autoimponemos. Jesús cruza las fronteras geográficas y sociales esperando encontrarnos para escuchar nuestra súplica. Para eso se queda con nosotros en su Palabra. Para eso viene en la Santa Cena, para encontrarse con nosotros y concedernos las peticiones de nuestro corazón. Él sabe de nuestras luchas con el maligno, él conoció de cerca los devastadores efectos del pecado. Él sabe lo que es la muerte, ¡y la resurrección! No hay frontera que detenga al Señor. Él se ha propuesto salvarnos, y lo hará. Este es nuestro tiempo de ser salvados por la poderosa y misericordiosa mano de Dios. Hoy el Padre celestial quiere tocarnos con su gracia a ti y a mí y a los nuestros, en cualquier lugar del mundo donde se encuentren.

    No importa de qué lado de la frontera estemos: Jesús la cruza para buscarnos. Si una y otra vez volvemos a inquietarnos por nuestras culpas por nuestros pecados del pasado, recordemos que Jesús nos ha perdonado. Si volamos con nuestra imaginación para preocuparnos por el futuro incierto, recordemos que Jesús lo tiene en sus manos. Si tenemos dudas de nuestra salvación, y si creemos que no hemos hecho lo suficiente para participar de la gloria eterna, recordemos que Jesús hizo todo lo que hacía falta. No es lo que nosotros hacemos, sino lo que el santo Hijo de Dios hizo por nosotros. Él cargó nuestro pecado y lo llevó a la cruz. Él pagó por nuestra culpa. Él resucitó victorioso, liberándose de la muerte y liberándonos también a nosotros. Jesús lo hizo todo.

    Si de alguna manera te podemos ayudar a poner toda tu confianza en Jesús, el Hijo de David, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.