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PARA EL CAMINO
Mientras la iglesia siembra la semilla de amor, el enemigo, sin que nosotros lo veamos, sigue sembrando cizaña. Aun así, Dios quiere que sigamos sembrando la buena semilla del Evangelio para que su reino crezca. No hacemos justicia por nuestra cuenta, porque este mundo no es nuestro, sino de Dios. Dios es el único que puede ver el corazón de las personas y juzgarlas con equidad y justicia.
Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
El texto bíblico que estudiamos hoy nos habla de cosas que nosotros conocemos muy bien: la diferencia entre el bien y el mal. Conocemos demasiado bien el mal que nos rodea y sus trágicas consecuencias, y muchas veces nos confunde y nos desanima ver tanta maldad en el mundo. ¿No has sentido ganas alguna vez de que Dios haga justicia de una vez por todas con los malvados que andan sueltos y que son un peligro para la sociedad? Recuerdo que hace muchos años, un político que anunciaba las grandes cosas que iba a hacer si era elegido para presidente del país se aventuró a decir: «Y vamos a meter presos a todos los corruptos». Entonces, la persona que estaba a mi lado escuchando el encendido discurso, dijo: «¿Y quién va a cerrar la puerta de la cárcel?»
Existe en nosotros esa idea de que no todos somos iguales. Es cierto, somos diferentes. Algunos somos respetuosos de los demás, mientras que otros no tienen ningún empacho en serrucharle el piso a alguien para avanzar ellos, o en pasar por encima a los demás, sin ningún miramiento. Pero en el fondo, este tema del bien y del mal es más serio. Intentando una salida digna para la vida, y frustrado con tanta maldad en el mundo, un amigo le dice a otro: «Y si matamos a todos los malos en el mundo, ¿quiénes quedarían?» A lo que el amigo le contesta: «Quedaríamos nosotros, los asesinos». Así, con ideas descabelladas para mejorar el mundo desde nuestro punto de vista, nos autodestruiríamos antes de que se ponga el sol.
La parábola del trigo y la cizaña es la forma en que Jesús nos advierte sobre cómo lidiar con esa lucha constante entre el bien y el mal. Dios siembra una semilla buena, increíblemente buena, con capacidad de germinar y producir fruto. La semilla del evangelio produce amor, paciencia, esperanza, reconciliación y todo lo bueno que tú conoces y que afecta al corazón para toda la eternidad. Dios nunca sembró ni sembrará una semilla venenosa. ¿Por qué? Porque Dios mismo es bueno, es amor, es paciente, y él siembra en su propio campo. Aquí es donde es necesario aclarar y reconocer que el mundo todavía es de Dios, y Dios lo ama. Como dijo Jesús en Juan 3:16: «De tal manera amó Dios al mundo». Sí, desde el principio Dios ha amado a este mundo que creó, y lo sigue amando y cuidando a pesar de que el campo de Dios está plagado de semillas y plantas malas y venenosas, plantas que matan para siempre.
La cizaña y el trigo se parecen mucho, sobre todo al principio, mientras crecen. La cizaña produce una espiga y granos de los que se puede hacer harina, pero ¡es harina venenosa! ¿De dónde salió la cizaña? Es lo primero que se nos ocurre. Cuando nos peleábamos entre hermanos, nuestra defensa ante papá y mamá era: «él empezó». Claro, siempre es el otro el que empieza, el que siembra la cizaña. ¿De dónde sale tanta maldad en el mundo de Dios? ¿Por qué se mete con las cosas buenas de Dios? ¿Por qué se confunde con la semilla de amor del evangelio, e intenta envenenar a los hijos de Dios?
Jesús deja en claro que fue un enemigo quien sembró la cizaña. No es que la semilla de Dios estuviera fallada o fuera mala. La cizaña, el mal, vino con el diablo al principio mismo de la creación, y seguirá viniendo hasta el fin de los tiempos. Adán y Eva confundieron la cizaña con el trigo y comieron la semilla envenenada –se tragaron la mentira del diablo– y por hacerlo fueron expulsados del paraíso. Pero quedaron en el campo de Dios, en el mundo. Así mostró Dios el fruto de lo que él es. Dios mostró su misericordia al no arrancar el buen trigo sembrado en nuestros primeros padres.
¿No te llama la atención que Dios no elimine el mal de una vez por todas? ¡Ahora! Ahora todavía no es tiempo, dice Jesús, hay que esperar a la cosecha. Es imposible arrancar la cizaña mientras crece con el trigo, porque al hacerlo, el trigo corre peligro de ser arrancado también. Con estas palabras Jesús nos advierte que no abramos juicio sobre las personas que nos parecen que son cizaña. Jesús nos advierte que no tomemos la iniciativa y tratemos de limpiar su mundo con nuestras manos, siguiendo nuestros instintos morales y éticos. Porque, en definitiva, nosotros también estamos contaminados por el pecado.
Tanto en la historia del mundo como en la de la iglesia, podemos ver cómo algunos grupos de cristianos se volvieron sectas, se «apartaron del mundo» y se fueron a vivir lejos de la contaminación social. No importaba que los grupos fueran grandes o pequeños, pronto comenzaron a experimentar discusiones y peleas, por el liderazgo y otros holgazaneaban mientras los demás hacían todo el trabajo, hasta que finalmente se dividían entre ellos. Pero ni aún así se daban cuenta de que no se podían alejar de la cizaña, porque ellos también eran pecadores. Es que cuando queremos ser nosotros quienes quitemos la cizaña, corremos el riesgo de arrancar junto con ella la semilla del evangelio.
La advertencia de Jesús es para que su iglesia no se frustre cuando vea que algunas de las semillas que siembra caen en terreno pedregoso, que a otras se las comen las aves y que solo algunas caen en buen terreno y producen fruto. Porque mientras la iglesia siembra la semilla de amor, el enemigo, sin que nosotros lo veamos, sigue sembrando cizaña. Y así será hasta el fin de los tiempos.
Pero entonces surge la pregunta: ¿Quiere decir esto que no debemos preocuparnos ni hacer nada con todo lo malo que pasa a nuestro alrededor, dejando que el mal fluya libremente en el campo de Dios? Jesús es claro en su respuesta. Él dice que no debemos arrancarlo de raíz, porque al hacerlo corremos el riesgo de arrancar también las plantas buenas de Dios. Además, siendo que nosotros mismos somos pecadores, no tenemos los elementos necesarios para lidiar con el mal. ¿Qué podemos hacer entonces? Seguir sembrando la buena semilla del evangelio, para que el reino de Dios crezca. Jesús nos enseñó que vivir en el reino de Dios implica regar la semilla sana de Dios escuchando y estudiando su Palabra y participando de la Santa Comunión. En la vida práctica, vivir en el reino de los cielos es consolar a los angustiados, es visitar a los presos, es traerle las buenas nuevas del evangelio a los pobres y ayudarles en su situación de vida, es brindarle nuestra amistad, con todo lo que eso significa, al extranjero y al inmigrante. Es también denunciar el mal que vemos y promulgar leyes que resguarden la vida de todas las personas, incluyendo las que aún no han nacido. Vivir en el reino de Dios es combatir el mal con todas las herramientas civiles que tenemos a disposición y tratar con respeto a cada una de las criaturas de Dios. No hacemos justicia por nuestras propias manos porque este mundo no es nuestro, sino de Dios. Dios es el único que puede ver el corazón de las personas y juzgarlas con equidad y justicia.
Fijémonos cómo funcionó Jesús dentro del reino de Dios en este mundo corrupto. Él pudo haber aniquilado a Herodes para que no matara a los niños de Belén; pero no lo hizo, y él y sus padres tuvieron que huir a Egipto. También pudo haber aniquilado al hijo de Herodes para salvar la vida de Juan el Bautista, pero no lo hizo. Pudo haber destronado a Herodes y a Pilatos y a los sumos sacerdotes, pero no lo hizo. Pudo haber pedido un millón de ángeles a su Padre para que aniquilara a los soldados que lo estaban crucificando, pero no lo hizo. Si Dios hubiera matado a todos los soldados en ese momento, hubiera matado también al centurión que a la muerte de Jesús confesó: «En verdad, este hombre era Hijo de Dios» (Marcos 15:39). Así, Dios mismo hubiera arrancado el trigo junto con la cizaña. En definitiva, Dios no vino a aniquilar ni a erradicar el mal a nuestra manera, de acuerdo a nuestra justicia civil tan confusa y muchas veces inoperante e injusta.
Dios sembró el evangelio en su campo. Plantó a Jesús en su tierra. Dejó que sus criaturas caídas maltrataran y torturaran a su semilla santa a tal punto que lo pusieron en una tumba para que se descompusiera y con el paso del tiempo desapareciera en cenizas y polvo. Pero la semilla de Dios, aunque muerta, no fue destruida, porque nadie puede destruir la eternidad de Dios. Nadie puede destruir la vida que él tiene ni destruir sus planes de vida eterna para todos los creyentes, aunque por un tiempo los creyentes tengamos que vivir con la cizaña creciendo a nuestro alrededor y con el mal golpeándonos la vida.
Así como para Jesús, que fue la semilla plantada por Dios en la tierra, llegó el día de la resurrección, así llegará el día al final de los tiempos en que Dios enviará a sus ángeles, sus guerreros poderosos, a arrancar la cizaña. Ese día la atará y la echará para que arda para siempre en el infierno. No es esta una descripción agradable del juicio final. Pero ese día también Dios recogerá su cosecha y la pondrá en su granero, el cielo, donde, como dice el mismo Jesús, «los justos resplandecerán como el sol» (Mateo 13:43).
Sigue siendo un misterio por qué algunos llegamos a la fe y otros no. Pero para los creyentes no es un misterio lo que Jesús hizo por nosotros. Él murió en la cruz para pagar por nuestros pecados y resucitó victorioso de la muerte para quitarnos el terror al juicio final y a la muerte. Jesús nos plantó en el reino de los cielos donde vivimos alimentados por su Palabra, donde somos fortalecidos en el conocimiento de que Dios nos ha salvado por gracia sola y somos recordados que Jesús sigue viniendo a través de su iglesia para rescatar a aquellos que el Padre llama a la fe mediante la obra del Espíritu Santo.
Estimado oyente, Jesús sigue sembrando hoy, en el campo de Dios, la mejor semilla del mundo. Recíbela con alegría y aliméntate en la Palabra santa para regarla y rendir frutos a su tiempo. Y si de alguna manera podemos serte de más ayuda, a continuación te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.