PARA EL CAMINO

  • Jesús ve lo que hay en el corazón

  • noviembre 10, 2024
  • Rev. Dr. Hector Hoppe
  • © 2025 Cristo Para Todas Las Naciones
  • TEXTO: Marcos 12:41-44
    Marcos 12, Sermons: 2

  • Jesús se sentó frente al tesoro del templo a mirar cómo la gente traía sus ofrendas, estaba mirando sus corazones, no sus manos ni sus monedas ni su lujosa vestimenta. Jesús podía y puede leer el corazón. ¿Podemos nosotros leer el corazón de Dios? Jesús ofrendó su vida en silencio. Fue ejecutado. Lo dejaron colgado de unos clavos, desnudo. Jesús murió sin nada. Pero, Dios nos presta sus ojos para ver la motivación y las intenciones de Jesús. El Espíritu Santo nos ayuda. Dice: «Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor suave» (Efesios 5:2).

  • Comenzamos esta reflexión bajo la bendición de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Amén.

    Desde hace ya bastante tiempo me toca someterme a un examen médico que vigila el estado de mi corazón. Todavía recuerdo la primera vez, cuando pude ver por medio de un instrumento médico las entrañas del motor de mi cuerpo. Ahora, cada vez que lo hago, me maravillo al ver con cuánta claridad un pequeño aparatito puede mostrar lo que está pasando dentro de los ventrículos y cómo funcionan las válvulas. Puedo verlo todo desde mi camilla. Puedo ver cómo mi corazón bombea la sangre y cómo abre y cierra una de sus válvulas principales. ¡Qué increíble es la ciencia aplicada a la medicina! Con la misma tecnología las mamás que tienen un bebé en su vientre también pueden ver a su hijo tomando forma dentro de ellas, pueden escuchar los latidos de su corazón, pueden saber de qué sexo será el bebé.

    Gracias a los prodigios de la ciencia, podemos ver mucho más de lo que nuestros ojos nos muestran a simple vista. El radar puede ver las profundidades del mar y dibujar barcos hundidos. Los rayos X nos pueden mostrar nuestros huesos, y las tomografías y la resonancia magnética pueden descubrir muchas cosas de nuestros cuerpos que no podemos ver a simple vista.

    Nuestro médico divino, el creador de la vida, el que generó los latidos de nuestro corazón nos trae hoy, en esta historia, una enseñanza magnífica. Son los últimos días de Jesús sobre esta tierra. Es su última visita a Jerusalén y al templo. Eso es lo que hace más extraordinaria esta historia. San Marcos registra que «Jesús estaba sentado frente al arca de las ofrendas, y miraba cómo la gente echaba sus monedas en el arca». Si nosotros nos sentáramos a observar cuánto ofrenda la gente, posiblemente lo haríamos porque nos encanta el chisme, y hasta criticar a los que ponen poco y envidiar a los que ponen mucho y a reclamar en nuestro pensamiento que lo hacen para mostrarse. Sin duda, había quienes se mostraban ante los demás con sus ropas caras y su alcancía llena para presumir un poco.

    Es muy interesante que la última enseñanza de Jesús en el templo, justo antes de que Jesús se pusiera a observar a los que echaban monedas en el arca de las ofrendas, tenía que ver con aquellos que se mostraban como superiores a los demás. Jesús se dirige a las muchas personas que lo estaban escuchando y les advirtió que se cuidaran de los escribas, porque «les gusta pasearse con ropas largas… y se apoderan de los bienes de las viudas» (Marcos 12:38-40).

    Muchos ricos echaban mucho. A ellos se los reconocía enseguida porque usaban buena ropa, se vestían con elegancia, y ponían mucho visiblemente, como para que se viera. De entre la multitud aparece una viuda pobre. Jesús, por ser Dios, supo de su estado y de su pobreza, además, debe haber sido muy evidente su situación. No estaba acompañada por nadie. Ella pone dos moneditas de escaso valor, tal vez, esas monedas tenían el valor de lo que ganaría alguien hoy con media hora de trabajo, de esos trabajos bastante mal pagados.

    Entonces Jesús llama a los discípulos y les dice: «De cierto les digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca, porque todos han echado de lo que les sobra, pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, ¡todo su sustento!» Tenemos que observar cuántas veces Jesús usa la palabra: todo. Todos los que pusieron mucho, pusieron lo que les sobraba. No fue ningún esfuerzo traer eso al templo, porque en el banco y en la caja fuerte tenían guardado lo suficiente como para no tener de qué preocuparse. Ellos confiaban en su abundancia. Pero lo triste aquí es que Jesús apunta que las ofrendas que se ponían en el templo eran de lo que le sobraba a la gente. ¡Qué situación horrible! ¡Los que llegaban hasta el templo le traían a Dios las sobras!

    La viuda no trajo lo que le sobraba. Nunca le sobraba nada. Trajo lo que era su sustento. ¿Por qué lo hizo? Jesús nos ayuda a entender por qué lo hizo: porque ella confiaba que Dios sería su proveedor, como lo había sido hasta ese momento. A ella no le quedó una simple moneda para comprarse comida. Puso a Dios primero y, en las palabras de Jesús, «echó todo lo que tenía. ¡Todo su sustento!» Pero Jesús va todavía más allá y compara las ofrendas y las actitudes y la generosidad de los que ofrendaban. La viuda, que con sus dos moneditas dio todo su sustento, dio más ante los ojos de Dios que todos los ricos juntos que habían puesto cantidades, tal vez exorbitantes, pero de lo que les sobraba.

    ¿Cómo supo Jesús todo esto? Porque cuando Jesús se sentó frente al tesoro del templo a mirar cómo la gente traía sus ofrendas, estaba viendo su corazón, no sus manos ni sus monedas ni su lujosa vestimenta. Jesús podía y puede leer el corazón. Como una máquina de ultrasonido o una tomografía, Jesús puede leer lo que hay adentro de las personas. Y va todavía mucho más allá, porque Jesús lee las intenciones, las motivaciones más profundas, algo que ni nosotros, ni ninguna máquina sofisticada puede hacer.

    El libro a los Hebreos afirma categóricamente: «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos: y que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebreos 4:12). Y Jesús es la palabra hecha carne, es la palabra viviente que lee las intenciones del corazón. La Palabra de Dios es un ultrasonido, una tomografía computada, una resonancia magnética que no deja molécula de nuestro ser sin revisar. Dios puede leer nuestras intenciones, nuestras motivaciones, nuestro interés por el prójimo y por la obra de Dios.

    Lo que llama la atención aquí son los tiempos en los cuales sucede este episodio. Jesús está en modo despedida, está haciendo los últimos arreglos y dictando las últimas enseñanzas. Llama a sus discípulos y les enseña lo que pasa con los ricos y con la viuda pobre. Los discípulos no saben que dentro de pocas semanas, después de la ascensión de Jesús, ellos serían dispersados por todas partes. Irían a regiones del mundo adonde nunca estuvieron y sin más economía que la que le ofrecería la buena voluntad de la gente a la que les predicaban. Los discípulos no tenían que confiar en los ricos, ni en los pobres, sino en Dios que es el dador de todos los bienes y que nunca permitirá que alguien ponga un dedo sobre sus hijos sin que el Padre en los cielos esté advertido. Aun en la pobreza, la copa de los creyentes perseguidos rebosará de la generosidad de Dios.

    El tiempo en que Jesús ofrece esta enseñanza a los suyos es el más apropiado, porque en pocos días él se entregará, en toda su pobreza, para ejecutar el rescate más importante de la historia humana. Jesús ofrendó su vida, en silencio, sin protestar por la injusticia o el dolor físico y emocional que le produjeron las espinas, la traición y el abandono. Fue ejecutado en una cruz. Lo dejaron colgado de unos clavos, desnudo. Alguien proveyó de ropas mortuorias y de una tumba. Jesús murió sin nada. Tenía menos que la viuda más pobre. Pero, tenemos que pedirle prestados los ojos a Dios para ver la motivación y las intenciones de Jesús.

    El Espíritu Santo es quien nos da la vista para ver más allá de las circunstancias y entender que Jesús se ofreció como ofrenda sagrada para nuestro rescate. San Pablo dice en su carta a los Efesios: «Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor suave» (Efesios 5:2b RVA).

    ¿Qué encuentra Dios cuando lee nuestro corazón? Encuentra mucho más de lo que nos imaginamos o podemos comprender. Él lee nuestra historia de vida, Él puede ver nuestra miseria, nuestros pensamientos ocultos, esos pensamientos que no queremos que nadie descubra porque nos llenarían de vergüenza. Jesús ve nuestra necesidad de limpieza, de perdón, de esperanza, de paz. Él mira el corazón y descubre el daño que causó el pecado, él ve nuestra condición de perdidos, ve que estamos sin rumbo y sin luz. Ve también nuestra imposibilidad de que podamos presentarnos delante de Dios y ser aceptados.

    El libro a los Hebreos insiste en la entrega, el sacrificio de Cristo por nuestros pecados. En el capítulo 10 dice que «nosotros somos santificados, mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una sola vez y para siempre… Él, por medio de una sola ofrenda, hizo perfectos para siempre a los santificados» (Hebreos 10:10, 14). Aquí volvemos a tener en cuenta la palabra todo, usada en la enseñanza de Jesús, cuando dice: «Todos han echado de lo que les sobra, pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, ¡todo su sustento!»

    Jesús no tenía nada, ninguna de esas cosas que nosotros tanto atesoramos en este mundo. Jesús dejó sus riquezas en el cielo. Bajó del trono del Padre con lo mínimo indispensable para llevar adelante su ministerio. Cuando se ofreció en la cruz como ofrenda de rescate por nuestros pecados, ¿qué ofreció? Todo lo que tenía, su vida, su sangre preciosa, derramada inocentemente para salvar a los que estábamos perdidos en nuestros pecados. Jesucristo, el más rico que todos los ricos del mundo, el dueño absoluto de la creación, del universo y de la vida, lo entregó todo para salvar a los que no teníamos nada, nada más que pecado y miseria. Su vida perfecta, su cumplimiento impecable de la voluntad de Dios, fueron su todo, el todo que dejó en una cruz para el bien de los seres humanos.

    ¿Cómo ves ahora tu vida, estimado oyente? ¿Cuánto tienes? ¿Qué consideras tu todo? ¿Qué tienes para ofrecer a Dios que él no tenga? Estas preguntas me hacen pensar que, ciertamente, Dios no necesita nada, pero nuestro prójimo sí, y nuestros prójimos se multiplican día a día, y entre ellos hay muchos que no conocen de la ofrenda impecable con la que Jesús nos compró para siempre. En esta historia, los ricos que lo tenían todo no dieron con sus ofrendas más que esas dos moneditas de la viuda que lo dio todo. Los discípulos de Jesús debían recordar esta enseñanza, y la iglesia toda nos la recuerda porque esta historia es fundamental para entender el corazón de Dios.

    Para esa Semana Santa, cuando Jesús estaba enseñando y observando todo en el templo, Dios tenía preparada una viuda pobre para darnos una gran lección para la vida. Nunca desestimes quién eres, cuánto tienes, cómo podrá usarte Dios para enseñar a otros o a quién podrá usar Dios para enseñarte lo más importante: ver a Jesús, que lo entregó todo en la cruz, ver su resurrección, su triunfo sobre la muerte, y por medio de Jesús y el poder y la iluminación del Espíritu Santo, ver los cielos abiertos para recibirnos en las habitaciones de Dios al final de nuestra vida.

    Estimado amigo, si el tema de hoy ha despertado tu interés y quieres saber más sobre el Señor Jesús y su ofrenda de amor por ti, a continuación, te diremos cómo comunicarte con nosotros en Cristo Para Todas Las Naciones. Amén.